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English: Am I Ready for Ministry?

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Francesca Pieras


Muchos se han preguntado “¿Estoy llamado al ministerio pastoral?” Y muchos líderes sabios les habrán aconsejado que lo sopesen sobre el trípode de tres patas de aspiración, afirmación y oportunidad:

Estas son preguntas esclarecedoras, pero no lo aclaran todo. Muchos que se apoyan en este trípode sienten que cojean de una pata. Uno puede verse en la situación de aspirar a pastor y tener la oportunidad, pero que no todos lo vean preparado para serlo. Otro puede aspirar a serlo y tener el apoyo de los demás, pero puede que Dios no le haya brindado todavía la oportunidad. Un tercero puede que reciba la afirmación y tenga la oportunidad, pero que se pregunte si su deseo de ser ministro pastoral esté a la altura de la aspiración piadosa.

Durante algún tiempo me vi en la situación de este tercero. Sentía un deseo por el ministerio, pero me preguntaba si había sido moldeado demasiado por las expectativas de los demás. Me pregunté también cuánta irreligiosidad se había mezclado en mis motivos. A lo mejor lo que realmente quería era sentarme al lado derecho de Jesús (Marcos 10:37). Y sentí el peso de la pregunta. Tal y como escribe Davis Mathis en su libro Workers for Your Joy: «El bien de la iglesia está en juego en el deseo santo de sus pastores. No trabajarán bien por mucho tiempo para su gozo si no es su gozo hacer tal trabajo» (47).

¿Cómo pueden pues los hombres en esta posición ver si realmente aspiran a guiar al pueblo de Dios? Podríamos arrojar un poco de luz al hacernos tres preguntas diagnósticas, basadas en la exhortación de Pedro a los presbíteros en (1 Pedro 5:1–4)

Contenido

Guiad al rebaño de Dios

Antes de pasar a los diagnósticos de Pedro, consideremos qué tipo de vocación tenía en mente el apóstol cuando se dirigió «a los presbíteros entre vosotros» (1 Pedro 5:1), no sea que aspiremos a un ancianato imaginado por nosotros mismos. Pedro escribe:

Os ruego a los presbíteros que están entre vosotros, yo presbítero también como ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también partícipe de la gloria que ha de manifestarse: Guiad al rebaño de Dios que está entre vosotros, cuidando de él... . (1 Pedro 5:1-2).

Guiad el rebaño de Dios. Un pastor puede encontrarse con un sinfín de responsabilidades, pero en el centro de su vocación está el encargo de guiar al precioso rebaño de Dios. Y en el corazón del pastoreo está la enseñanza.

Pedro había aprendido la tarea de enseñanza del pastor primero de su Señor. Se había fijado en cómo Jesús, al ver a una multitud que vagaba «como ovejas sin pastor», hizo lo que todo buen pastor haría: «Empezó a enseñarles muchas cosas» (Marcos 6:34). Había escuchado como ese buen pastor enseñaba y seguía enseñando y cómo las ovejas escuchaban su voz (Juan 10:27-28). Y luego, por supuesto, había recibido la triple orden de su Señor de guiar a sus ovejas (Juan 21:15-17), una alimentación que Jesús ya había vinculado con sus palabras. (Juan 6:57-58, 63).

Y así, tras la ascensión de Jesús, el apóstol-pastor enseñó y enseñó, junto a los otros diez (Hechos 1:15), a las multitudes (Hechos 2:14) de todas partes de Jerusalem (Hechos 5:28-29), a través de la brecha judío-gentil (Hechos 10:34-43) y luego, finalmente, por carta, incluyendo a aquellos «elegidos expatriados de la Dispersión». Para Pedro, guiar a los corderos de Jesús, significaba, principalmente, alimentarlos con su palabra.

Ahora bien, la palabra guiar no agota la descripción del trabajo de un presbítero. Los presbíteros también «supervisan», como dice Pedro: gobiernan las estructuras de la Iglesia, protegiéndola de amenazas y guiándola a través de decisiones difíciles. Sin embargo, incluso en este caso, la enseñanza impregna la tarea pastoral, porque ¿de qué otra forma gobernarán, guardarán y guiarán los presbíteros si no es mediante la palabra de Dios?

«Los pastores son ante todo hombres de la Biblia: hombres que predican, enseñan y aconsejan la palabra de Dios». Los pastores, son, pues, ante todo hombres de la Biblia que predican, enseñan y aconsejan la palabra de Dios tanto en público como en privado, desde el púlpito y en la silla de un hospital, en cualquier época y momento del año. En su esencia, esto es la «noble tarea» a la que aspiramos. (1 Timoteo 3:1).

Tres pruebas para la aspiración piadosa

Con el qué del presbítero en mente, Pedro procede a describir el cómo en tres pares de «no esto, sino aquello»:

Guiad el rebaño de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino libremente, así como Dios quiere; no por ganancias deshonestas sino con afán; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos para el rebaño. (1 Pedro 5:2-3)

Pedro aquí nos señala de dónde proviene nuestra aspiración, hacia dónde se dirige y qué forma tiene.

¿De dónde proviene tu aspiración?

Guiad al rebaño de Dios… no por fuerza, sino libremente, según la voluntad de Dios.

Desde hace unos años, quizás, la palabra pastor ha aparecido estampada en tu futuro. Quizás tu padre fue pastor. Quizás amigos y mentores te han animado a serlo. Quizás ya estés estudiando en el seminario. En cualquier caso, ser pastor se ha entrelazado tanto con tu propio sentido de identidad como con las expectativas de los demás, pero ahora te preguntas si realmente quieres serlo.

Al parecer, en tiempos de Pedro, algunos hombres sentían la tentación de convertirse en presbíteros por obligación, empujados por los deseos de los demás o por un mero sentido interno de obligación, más que de deseo. Tal impulso es entendible, pero, señala Pedro, no es «como Dios quiere que guiéis a su pueblo». Jesús, el primer y principal Pastor de la Iglesia, no guía a sus ovejas bajo coacción. Él empuña la vara y el cayado con toda su alma, y busca a hombres que encarnen ese mismo corazón de pastor para sus ovejas. Por eso, Mathis escribe «Cristo coge a sus pastores por el corazón; no los retuerce por el brazo» (46).

Cristo busca a hombres dispuestos. Por supuesto, incluso los hombres que guían «por obligación» lo hacen, de algún modo, voluntariamente. Pero Jesús quiere una disposición que va más allá de «Todo el mundo cree que debería ser pastor» o «Puedo hacerlo si nadie quiere». Quiere una disposición que se dirija a la feligresía (más que simplemente recibirla cuando se le pide) y una disposición que evite que un hombre tire la vara cuando vengan problemas.

¿Hacia dónde va tu aspiración?

Guiad al rebaño de Dios… no por beneficio deshonesto, sino por afán.

El beneficio deshonesto se refiere, principalmente, al dinero. (En la carta de Pablo a Tito, la misma palabra que aquí aparece, traducida como «avaros de ganancias deshonestas,» reemplaza la frase «no codicioso de beneficios deshonestos» en su carta a Timoteo). Aquellos que guían por beneficio deshonesto lo hacen principalmente porque el pastoreo proporciona un cheque —y tal vez no pueden imaginar cómo ganarían dinero de otra manera. El ministerio ha perdido su enfoque centrado en Dios, exaltador de Cristo y salvador de almas, y se ha reducido al tamaño de un plan de jubilación.

Por supuesto, el pastorado también ofrece otros tipos de beneficio deshonesto además del dinero. El pastoreo puede traer incomodidad, críticas y el peso de las expectativas de los demás, pero también puede traer honor a una comunidad, una medida de poder y, para algunos, un horario de trabajo flexible sin mucha supervisión. Estas también son formas de ganancia deshonesta que podrían atraer a un hombre al ministerio. Pero, sea cual sea la forma, Pedro las entierra todas bajo la palabra con afán.

Con afán se superpone algo con voluntariamente, ambas apuntando al principio animador en el alma de un pastor. Pero dado el contraste con el beneficio deshonesto, con afán parece sugerir no sólo una disposición profunda para hacer el trabajo, sino también una falta decidida de cálculo en el trabajo.

El presbítero piadoso no calcula lo que puede obtener del ministerio para luego trabajar (o no) según ese cálculo. Se entrega a la labor, venga lo que venga: un salario grande o pequeño, honor o sospecha, influencia o debilidad, dificultad o facilidad. Para él, el trabajo ofrece su propia recompensa en la moneda celestial de predicar a Cristo y ayudar a guiar a su rebaño hacia la gloria. Los pastores vocacionales recibirán un pago por su labor, como es justo — 'el obrero merece su salario' (1 Timoteo 5:18) —, pero, independientemente de cuánto reciban, el piadoso sabe que sus bolsillos ya están llenos con un tesoro mucho mejor.

¿Qué forma tiene tu aspiración?

Guiad al rebaño de Dios… no teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos para ellos.

Si la palabra guiar voca el mandato de Jesús a Pedro en las orillas del Mar de Galilea, la palabra señorear recuerda otra conversación impactante:

Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero entre vosotros no será así.» (Marcos 10:42–43)

Pedro nunca olvidó estas palabras. Y, más importante aún, nunca olvidó quién las dijo: el Señor que no ejerció su autoridad como un tirano sobre su pueblo, sino que sirvió y murió como si fuera un esclavo (Marcos 10:44–45). Por mucho que Pedro pudiera haber sido tentado hacia un liderazgo al estilo gentil en los años posteriores, el poder de esa tentación se había desangrado en la cruz de su Rey.

Así que, cuando Pedro llama a los presbíteros a ser un ejemplo, quiere que sirvan no solo como ovejas modelo, sino también como pequeñas representaciones, en minúscula, del Príncipe de los pastores (1 Pedro 5:4). Cristo dejó el cielo más alto para encontrar a sus ovejas y llevarlas a casa sobre sus hombros, y la idea de imitar su humildad real, su señoril bajeza, acelera el corazón de los pastores piadosos.

¿Me amas?

Habiéndonos señalado hacia atrás, hacia adelante y alrededor, Pedro termina su exhortación levantando nuestra mirada hacia arriba:

Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona incorruptible de gloria. (1 Pedro 5:4)

La autoevaluación tiene su papel en el camino hacia y dentro del ancianato. Necesitamos cierto conocimiento de nuestros propios corazones para aspirar sinceramente a este oficio. Pero la aspiración en sí viene de una mirada hacia arriba, no hacia dentro.

Por lo tanto, al buscar discernir si nuestros deseos para el ancianato coinciden con el modelo de Dios para dicho, haríamos bien en regresar frecuentemente a aquellas orillas de Galilea, donde antes de que Jesús diera su triple mandato, hizo su triple pregunta: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?» (Juan 21:15–17). ¿Amas la voz que te invitó a ser pescador de hombres? ¿Amas la gloria que brilló en el monte? ¿Amas las manos que lavaron tus pies y recibieron tus clavos? Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?

La disposición, el afán y el deseo de ser un ejemplo a semejanza de Cristo descansan y se elevan sobre un "sí" diario y profundo.


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