¿Puedo seguir mi nuevo corazón?

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English: Can I Follow My New Heart?

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Lilian


“¿Por qué no debo seguir mi corazón? Si soy cristiano, si Dios me ha hecho “nacer de nuevo” y me ha dado un “corazón nuevo”, ¿no es mi nuevo corazón digno de confianza?”

Algunos lectores han planteado versiones de esta objeción cuando he exhortado a los cristianos: “No sigan a su corazón”. Y la objeción está justificada. Después de todo, la Biblia enseña claramente que en esta era del nuevo pacto, Dios escribe su ley en nuestros nuevos corazones para que lo sigamos voluntariamente (Jeremías 31:31-34; Hebreos 8:8-12, LBLA). Esto no solo parecería implicar, sino incluso ordenar que los cristianos deben seguir a sus corazones.

Pero la descripción que la Biblia hace de lo que una persona regenerada realmente experimenta en esta era revela un panorama espiritual y psicológicamente más complejo, que creo que da a los cristianos la garantía bíblica de cultivar una sospecha saludable de lo que reconocen como los deseos de su corazón. Así que, si bien podemos llegar a un punto en nuestras vidas como cristianos en el que, a veces, sea correcto seguir nuestro corazón —y espero que así sea— permítanme plantear brevemente que la frase en realidad debilita a los cristianos en su esfuerzo y lucha por discernir sus diversos deseos, y que la Escritura misma nos desalienta a pensar de esta manera.

Contenido

Guerra interna

¿Cómo podríamos resumir el complejo cuadro que pinta la Biblia de la experiencia de nacer de nuevo en esta era que ya no existe?

El Nuevo Testamento explica que cuando el Espíritu nos lleva de la muerte espiritual a la vida espiritual (Juan 5:24; Romanos 6:13, LBLA), entramos en una nueva y extraña realidad. Surge nuestro nuevo hombre regenerado, “el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad”.Y sin embargo, en cuanto a nuestra “anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre”, todavía está “corrompido según los deseos engañosos” (Efesios 4:22-24, LBLA). Somos “nacidos del Espíritu” (Juan 3:6, LBLA) mientras aún habitamos la “carne”, nuestro “cuerpo de muerte” en el que “no habita nada bueno” (Romanos 7:18, 24, LBLA).

Cuando los cristianos nacemos de nuevo, entramos en una guerra interna que dura toda la vida, en la que “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis” (Gálatas 5:17, LBLA). Si damos un paso atrás y observamos estos deseos de manera objetiva, “las obras de la carne” resultantes de los deseos carnales “son evidentes”, al igual que lo es “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:19-23, LBLA). Pero los cristianos a menudo luchan, sobre el terreno, en tiempo real, para discernir los deseos del Espíritu de los deseos de la carne.

Por eso las epístolas del Nuevo Testamento están llenas de exhortaciones y correcciones dirigidas a los cristianos. Santiago les dice a sus lectores (y a nosotros en momentos relevantes) que sus “pasiones combaten en vuestros miembros” (Santiago 4:1, LBLA). Pedro advierte a sus lectores (y a nosotros): “no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia” (1 Pedro 1:14, LBLA). Pablo describe esta experiencia interna de pasiones en guerra como “miserable” (Romanos 7:24, LBLA). Y amonesta a los cristianos colosenses (y a nosotros) con un lenguaje fuerte: “Por tanto, considerad los miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría.” (Colosenses 3:5, LBLA).

¿Por qué estos apóstoles sintieron la necesidad de hablar de esta manera a las personas regeneradas? Porque los corazones de estas personas regeneradas aún no estaban completamente libres de la influencia de su carne, de su viejo hombre.

Seguir al Espíritu

Gran parte de la vida cristiana es una guerra para morir al pecado restante y vivir por el Espíritu. John Piper la llama “la batalla principal de la vida cristiana”:

La batalla principal es ver nuestros corazones renovados, recalibrados, de modo que no queramos hacer esas conductas externas pecaminosas, y no solo necesitemos fuerza de voluntad para no hacerlas, sino que la raíz haya sido cortada y tengamos deseos diferentes. En otras palabras, el objetivo del cambio, de la santificación, de la vida cristiana, es ser cambiados de tal manera que podamos y debamos seguir nuestros deseos.

Eso es exactamente correcto. Y cuando hemos sido cambiados de tal manera a través de la santificación progresiva, tan renovados que nuestros corazones (y por lo tanto nuestros deseos, disposiciones, motivos, emociones y pasiones) están, como dice Piper, “calibrados para Cristo”, entonces debemos seguir a nuestros corazones.

Sin embargo, en cualquier momento dado dentro de nuestras iglesias, grupos pequeños, amistades y familias, diferentes cristianos están en diferentes lugares por diferentes razones en este proceso de renovación del corazón. Algunos corazones están más santificados y, por lo tanto, es más confiable seguirlos que otros. Creo que es por eso que en general no escuchamos a los apóstoles aconsejarnos que sigamos nuestro corazón en nuestra lucha de fe contra el pecado restante, sino más bien que sigamos al Espíritu Santo.

No permitamos que el pecado reine

Pablo es quien más profundiza en este tema: “Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne.” (Gálatas 5:16, LBLA). Dedica la mayor parte de Romanos 6-8 a explicar la naturaleza de la extraña realidad del nuevo hombre/viejo hombre, del Espíritu/carne de la vida cristiana, incluyendo Romanos 8:13: “Si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (LBLA).

Pablo establece el fundamento teológico de nuestra comprensión al explicar “que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado” (Romanos 6:6, LBLA). Nuestro nuevo hombre fue “resucitado con Cristo” (Colosenses 3:1, LBLA) para que “así también nosotros andemos en novedad de vida” (Romanos 6:4, LBLA). Por lo tanto, “(debemos considerarnos) muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6:11, LBLA). A la luz de esto, Pablo nos amonesta:

Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia. (Romanos 6: 12-14, LBLA).

¿Y cómo lo hacemos? Aprendiendo a “(poner nuestra mente) en las cosas del Espíritu” y no en “las cosas de la carne” (Romanos 8:5, LBLA), aprendiendo a seguir al Espíritu, a “andar por el Espíritu” (Gálatas 5:16, LBLA), porque “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios” (Romanos 8:14, LBLA).

Sigue el tesoro

Una de las razones por las que encuentro que “sigue a tu corazón” generalmente no es útil como consejo para los cristianos es que muchos de nosotros, desde que éramos jóvenes, lo hemos absorbido como un credo de la cultura popular que dice que si tan solo miramos profundamente en nuestros corazones, se nos mostrará nuestra verdad más profunda y descubriremos el camino que debemos seguir. Dada la cantidad significativa en que nuestra carne pecaminosa todavía influye en nuestros corazones, no es difícil ver cómo esta frase puede aumentar fácilmente la confusión cuando se aplica a la vida cristiana.

Tampoco creo que la Biblia fomente esa idea, ya que, cuando se trata de involucrar a nuestro corazón, lo que escuchamos en ella es un consejo de “dirigir nuestro corazón”, no de seguirlo. Vemos esto claramente en las instrucciones de Pablo antes mencionadas. Dios hizo nuestro corazón para seguir, no para guiar. ¿Y qué sigue nuestro corazón? Jesús da la respuesta más clara: “donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6:21, LBLA). Con el tiempo, nuestro corazón siempre busca (sigue) nuestro tesoro.

Cuando nacemos de nuevo, los ojos de nuestro corazón son iluminados (Efesios 1:18, LBLA) y, a través de la fe, comenzamos a ver el Tesoro: Dios mismo en Cristo. Y dado que nuestro corazón aprende a buscar el objeto que despierta sus mayores afectos, su tesoro, sugiero que no nos aconsejemos unos a otros “seguir nuestro corazón”, sino a “seguir el Tesoro”. Buscar dirección en nuestro corazón puede ser espiritualmente peligroso. Por lo general, nos resulta más útil dirigir nuestro corazón hacia lo que es más valioso y placentero. Es por eso que creo que David nos aconseja: “Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón.” (Salmo 37:4, LBLA).


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