¿Qué pasaría si mis peores temores se hacen realidad?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Miedo y Ansiedad
Traducción por Carla B.
¿Qué significa que “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones,” tanto así que “no temeremos” (Salmo 46:1–2, LBLA)? O lo que es más importante, ¿qué piensas tú que significa? Ahí es donde tu fe se encuentra con tu vida real.
Las crisis de fe suceden donde la acción de nuestra fe — lo que creemos que debe ser nuestra experiencia si confiamos en Dios — se encuentra con el camino de una experiencia que contradice (o aparenta contradecir) nuestra creencia. Esto sucede a menudo cuando algo malo nos ocurre, dejándonos desorientados y confusos, enojados y decepcionados con Dios, quien no aparenta estar cumpliendo con sus promesas.
Después de todo, ¿no nos enseñó Jesús a orar, “Mas líbranos del mal” (Mateo 6:13)? Y cuando lo hacemos, no nos enseñó David a que esperáramos este resultado: “Busqué al Señor y Él me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4)? No debería ser Dios “nuestro refugio” (Salmo 62:8) de las cosas a que más tememos?
Contenido |
Temores desordenados
Las respuestas a esas preguntas son afirmativas — y tal vez no. Dios sí nos promete que al final nos librará de todo mal y de las cosas más temibles, las cosas que representan los mayores peligros para nuestras almas. Pero Él no promete que nada malo nos sucederá en esta época, ni tampoco nos promete librarnos de lo que ataca personalmente el mayor temor en nosotros.
Todos tenemos temores desordenados, y a menudo suponen un problema y angustia mayor de lo que podemos entender. Tendemos a temer poco las cosas más peligrosas para nuestras almas y a temer demasiado cosas mucho menos peligrosas.
Estamos neciamente tentados a aceptar resueltamente y sin temor algunos de los mayores peligros para nuestras almas (1 Timoteo 6:10). Y nos aterrorizan tanto los peligros menores, que los evitamos como la plaga, aunque nos prometan brindarnos alegrías inimaginables (Filipenses 1:21; Salmo 16:11).
Lo que temo viene sobre mí
Esto no es para restarle importancia al temor que el mal nos pueda provocar, las cosas que tememos justificadamente y que hacemos bien en orar para ser librados de ellas. La Biblia ensencialmente las registra todas, y algunos de los mayores santos experimentaron las mayores aflicciones.
Piensa en el temor que Job experimentó y recuerda su grito en pleno dolor indescriptible: “Pues lo que temo viene sobre mí y lo que me aterroriza me sucede” (Job 3:25). Aunque Job era irreprochable (Job 1:8), Dios no lo libró (ni a su esposa ni hijos o criados o animales) del horrendo ataque satánico.
Job podría ser el ejemplo modelo de las respuestas bíblicas piadosas hacia providencias ambiguas, pero la lista es larga de aquellos quienes, como el Apóstol Pablo,
experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra. (Hebreos 11:36-38).
Hasta este pasaje enumera solo unos cuantos de los males temibles que han caído sobre los grandes santos, personas que tenían asignadas tareas extraordinarias para el crecimiento del reino. No incluye la miriada de otras formas de mal que recaen sobre los creyentes: el terrible abuso sexual, la enfermedad mental o demencia que desintegra la dignidad, dolores debilitadores y misteriosos que son crónicos, depresión profunda, el dolor exquisito de los padres de niños discapacitados, la traición de la infidelidad marital y la devastación de una familia desecha, niños amados y por quienes se oró, alejándose de la fe, sucumbiendo demasiado jóvenes a la devastación de una enfermedad, dejando a los esposos desolados y a los hijos retorciéndose en dolor. Esta lista podría ser bastante más larga.
La pregunta es: Si Dios no nos libera de este tipo de males temibles, entonces ¿Qué tipo de refugio es Él? ¿De qué manera nos libra del mal? Y cómo es que en realidad podemos ser sinceros cuando decimos, ¿"No temeré"?
¿Por qué estáis amedrantados?
Este es el punto crucial del asunto para nosotros. Este es el problema con el que debemos llegar a un acuerdo si queremos resistir el ataque maligno de la aflicción con nuestra fe intacta. Porque no pondremos nuestra fe en un Dios en quien no confiamos. Y no confiaremos en un Dios que no mantenga sus promesas acerca de protegernos de los peligros más temibles.
La pregunta fundamental para cada uno de nosotros no es, “¿Dios, me protegerás de mis peores temores?” sino que la pregunta de Jesús para nosotros es, “¿Por qué estáis amedrentados?” (Mateo 8:26)
Esta es la pregunta que Jesús les hizo a sus discípulos en el bote cuando entraron en pánico en la tormenta. No era ningún misterio por qué tenían miedo. Unos cuantos de ellos eran barqueros con experiencia que sabían muy bien que esa tormenta podría llevarlos a la tumba. Le temían a la muerte terriblemente. Jesús les hizo la pregunta para que los discípulos examinaran su fe. Para que quedase claro este punto, en el relato de Lucas Jesús les pregunta, “¿Dónde está vuestra fe?” (Lucas 8:25).
Jesús nos hace esta pregunta porque Él diseñó el temor para que revelase nuestra fe. El temor es un indicador que nos dice lo que atesoramos (lo que tememos perder y por qué), así como lo que creemos que es peligroso. Los temores nos enseñan sobre nuestra propia visión del mundo.
Si te estás preguntando, dado lo que ves en la Biblia y en las vidas de los santos a tu alrededor, si Dios es confiable, si Él permitirá que el mal te ataque y produzca sufrimiento en tu vida, la pregunta que debes contestar es, “¿Por qué estás amedrentado?”
De lo que Jesús libra
La mayor liberación que Jesús realiza por nosotros es salvarnos de nuestro mayor peligro: La santa y justa ira de Dios contra nuestro pecado (Romanos 5: 6-9). ¿Has tenido temor alguna vez de la ira de Dios? Para la mayoría de nosotros, esto ni se acerca al temor más grande que hemos sentido. Es un temor que Dios debe enseñarnos con el tiempo. Esto nos indica cuan desordenados están nuestros temores y cuán importante es que permitamos que la pregunta “¿Por qué temes?” examine nuestros corazones. No podemos confiar en los temores que no están fundamentados en la realidad, lo cual significa que muchos de nuestros temores no son confiables.
Jesús vino para destruir las obras del diablo y librarnos del mal. (1 Juan 3:8; Mateo 6:13). Y vino a librarnos de todos nuestros temores (Salmo 34:4), y eso significa todo lo que realmente pone nuestras almas en peligro.
Pero el mal del que Él vino a librarnos no es meramente el mal externo, sino interno: nuestro pecado interior. Y los temores de los que el vino a librarnos no solo son circunstancias externas temibles, sino nuestros propios temores internos desordenados — los temores que tienen origen en nuestra fe mal colocada (la incredulidad). La razón por la cual Él no nos libra de todo aquello a lo que le tememos, hasta el mal más terrible, es porque las tormentas que nos hacen entrar en pánico también nos muestran donde está nuestra fe. Nos enseñan a transferir nuestra fe de nuestras percepciones hacia la palabra omnipotente de Dios (Lucas 8:25). Y la prueba de nuestra fe produce paciencia (Santiago 1:3).
Más que vencedores
Pero cuando enfrentamos males temibles, suceden más cosas que simplemente nuestra santificación personal. Todos nosotros, a través de los diferentes males que experimentamos, podemos participar con Dios en la grandiosa y épica historia de vencer con el bien el mal (Romanos 12:21), vencer las mentiras con la verdad (Juan 8:31–32; 44), y vencer el odio con el amor (1 Juan 4:4, 8, 19–21). Por esa razón están entrelazadas entre la Biblia declaraciones como:
- Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el Señor. (Salmos 34:19).
- “En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33)
- “Matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Sin embargo, ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia ganaréis vuestras almas” (Lucas 21:16-19)
Estamos siendo librados del mal a través de vencer el mal. La manera más bella que se manifiesta esto en la Biblia viene de la pluma de Pablo.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito, “Por causa tuya somos puestos a muerte todo el día; somos considerados como ovejas para el matadero”.
Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:35–39)
“En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.
No teman lo aterrador
Existen muchas cosas aterradoras en el mundo. ¿Cómo debemos responder a ellas? Confía en Dios y “no estéis amedrentados por ningún temor” (1 Pedro 3:6). Porque Dios es nuestro Refugio (Salmo 62:8). Él no permitirá que nada destruya nuestra vida eterna o que nos robe nuestro gozo supremo, aunque suframos todo tipo de maldad en esta vida. El Señor me librará de toda obra mala y me traerá a salvo a su reino celestial. (2 Timoteo 4:18).
Confiar en las promesas de Dios no quiere decir que no nos sucederá lo que tememos. Significa que lo que deberíamos temer más, no sucederá. Significa que Dios nos librará de nuestros mayores peligros reales. Si nos sentimos decepcionados y enojados con Dios debido a que creemos que no ha mantenido sus promesas, probablemente nuestros temores estén desordenados y equivocados. Y es posible que en el fondo hayamos creído que, si confiamos y obedecemos a Dios, eso producirá algún resultado esperado que deseamos, en lugar del resultado que Dios desea para nosotros
Pero si seguimos el ejemplo de Jesús y adoptamos una actitud hacia la vida que le dice a Dios, “no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras” (Marcos 14:36), y leemos las promesas de Dios cuidadosamente y permitimos que las definiciones de lo que realmente es temible y peligroso nos guíen, descubriremos que Dios es el mayor refugio y fortaleza que hayamos imaginado jamás y una ayuda presente en las mayores dificultades imaginables.
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas