¿Su conciencia es cautiva de Dios?

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English: Is Your Conscience Captive to God?

© Desiring God

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Por R.C. Sproul sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Bryan Mathis

Muchos de nosotros estaremos familiarizados con la afirmación heroica de Martín Lutero en la Dieta de Worms, cuando le exigieron retractarse de sus enseñanzas: “A menos que la sagrada escritura o la razón evidente me convenza, no puedo retractarme porque mi conciencia es cautiva de la palabra de Dios y oponerse a la conciencia no es sano ni seguro”.

Hoy, pocas veces escuchamos de referencias a la conciencia. Sin embargo, a lo largo de la historia de la iglesia los mejores pensadores cristianos han hablado de la conciencia de manera regular. Tomás de Aquino dice que la conciencia es la voz interna que Dios concede, que nos acusa o nos tranquiliza conforme lo que hacemos. Juan Calvino habla del “sentido divino” que Dios puso en todas las personas y parte de ese sentido divino es la conciencia. Al buscar en las Escrituras encontramos que nuestras conciencias son parte significante de la revelación de Dios para nosotros.

¿De dónde proviene la conciencia?

Al hablar de la revelación de Dios, distinguimos entre la revelación general y la especial. La revelación especial se refiere a aquella información que las Escrituras nos ofrecen. No todos en el mundo tienen esa información. Los que la han escuchado, tuvieron el beneficio de escuchar información específica de Dios y de su plan de redención.

La revelación general se refiere a aquella revelación que Dios brinda a todos los seres humanos que habitan la tierra. Es general en el sentido que no es solo para un grupo de personas en particular. Es información global y se extiende a todos los seres humanos. La información que se da es general también. No presenta tantos detalles como las Sagradas Escrituras.

Sin embargo, para entender la conciencia tenemos que llegar más allá de distinguir entre la revelación general y especial. Entre la revelación general tenemos que distinguir entre la revelación general que se comunica en algún medio y la que se comunica sin medios. La revelación general comunicada por un medio es la revelación que Dios concede por un medio externo — o sea, es la revelación que emplea un medio para comunicar su mensaje: la creación, por la que Dios manifiesta sus atributos invisibles (Romanos 1:20). La revelación general que se comunica mediante la creación tiene suficiente claridad como para que todas las personas sin faltar ninguna, sepan que Dios existe y, por lo tanto, no les queda pretexto (Romanos 1:20).

La revelación general comunicada sin medios es la revelación que se transmite a todos los seres humanos sin medio externo. Es interna y no externa. Es la revelación que Dios planta en el alma de todas las personas. Dios manifiesta su ley a la mente de todos los seres humanos al plantar una conciencia en el interior de todos nosotros.

La madame alegre y la conciencia cristiana

Sin embargo, enfrentamos un problema: la conciencia es cambiable. No es invariable. Casi toda la gente ajusta sus conciencias entre la niñez y la adultez y el ajuste casi siempre va para abajo. O sea, aprendemos como bajar el volumen de la conciencia para que nuestra ética encuadre con la manera que queremos vivir y no con la manera en que Dios nos dice que debemos vivir.

Hace casi cincuenta años, Xaviera Hollander escribió un libro que logró un gran éxito de ventas. Ese libro portaba un título raro: “La madame alegre”. Hollander, una prostituta ella misma, procuraba callar a los que creen que es imposible que una prostituta en Estados Unidos pudiese encontrar gozo en lo que hace. En su libro, Hollander celebra el gozo que ella sintió por su profesión, diciendo que nunca se sintió culpable por lo que hacía. Por supuesto, dice Hollander, la primera vez que se involucró en la profesión sintió el aguijón de culpa. Pero, con el tiempo, llegó al punto en que se había disipado su sentimiento de culpa.

Sin embargo, surgía una excepción importante a esta falta de culpa. Cuando Hollander escuchaba el sonido de las campanas de la iglesia, su conciencia le afligía. Le recordaba que Dios Todopoderoso condenaba lo que hacía. Aun la endurecida prostituta profesional no pudo destruir la conciencia que Dios le había dado.

El sentimiento mengua con el aumento de la culpa

He aquí, la ironía y tragedia exageradas del pecado: cuanto más repetimos los pecados, mayor es la culpa en que incurrimos, pero menos sensibles somos para el dolor de la culpa en la conciencia. Pablo dice que la gente atesora ira para sí misma en el día de la ira (Romanos 2:5). Esta es la culpa objetiva; son culpables porque han roto la ley de Dios. Pero, algunos han destruido sus conciencias a tal grado que creen que no importa lo que hagan con tal que sea consensuado y no puedan ver el daño. Su culpa subjetiva, es decir, su sentimiento o sensación de la culpa que acompaña el mal hacer, se mitiga.

Encontramos nuevas maneras de aceptar la conducta pecaminosa, como individuos y como cultura. Hasta el año 2017, hemos matado a casi sesenta millones de bebés, zafándoles las extremidades una por una. La gente usa las redes sociales para jactarse de esta realidad, diciendo que les da mucho orgullo haber conservado la libertad de la mujer a abortar intencionalmente a su hijo. Ahora también, nos jactamos sin vergüenza del matrimonio de hombre con hombre y mujer con mujer. En este país no ha quedado mucha conciencia colectiva.

Lo peor de la acusación de Pablo en Romanos 1 no es que simplemente practicamos lo que merece muerte, a pesar de conocer el justo juicio de Dios; es que aprobamos a los que lo practican también (Romanos 1:32). Cuando la gente destruye su conciencia, hace todo lo posible por destruir la conciencia de su prójimo.

Para aplacar su conciencia la gente busca aliados y dice cosas semejantes a: “Solo hacemos una campaña para la libertad, por la libre elección” Qué estrategia: “No apoyo al asesinato; apoyo la libertad a escoger”. Así diría el Padrino: “Apoyo la libertad a escoger, escojo matar a mis enemigos”.

Los que juzgan no tienen excusa

Sin embargo, el propósito de hablar de estas cosas no es de lamentar cuan malo “es el mundo exterior” sino de lo malo que somos nosotros los cristianos que hacemos lo mismo. Nosotros, también, ajustamos la conciencia para que se adapte a la cultura. Como seres humanos tratamos de hacer todo lo posible por justificar nuestro pecado.

Por este motivo, es de suma importancia mantener un corazón tierno para que reciba el testimonio de la palabra de Dios en nuestra conciencia. En la Dieta de Worms, Lutero no dijo: “Mi conciencia es cautiva de mi cultura contemporánea, de la encuesta de Gallup más reciente, ni de la última encuesta que describe lo que todos los demás están haciendo. Tampoco dijo: “Mi conciencia es influenciada por la palabra de Dios”.

En sí, lo que dijo fue: “Soy cautivo de las Escrituras por eso no puedo retractarme”. Si su conciencia no fuera cautiva de la palabra de Dios, se hubiera retractado de inmediato. Por lo mismo, dijo: “Oponerme a la conciencia no es sano ni seguro.”

Aprende la mente de Cristo

Conforme a nuestra naturaleza, no queremos escuchar la condenación de la conciencia, más bien la queremos destruir. El único antídoto es conocer la mente de Cristo. Necesitamos a hombres y mujeres con una conciencia que sea cautiva de la Palabra de Dios. Gracias a Dios por su palabra que expone las mentiras que nos decimos para sentirnos más tranquilos.

En el último día no vamos a ser juzgados por sentir culpa sino más bien por ser culpables. Pero, si ahora en parte probamos aquel juicio en nuestras conciencias, estamos recibiendo un don del Dios que quiere que todos vengan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9). El sentimiento de culpa es el indicio de que probablemente algo ande mal. El Espíritu Santo nos convence de pecado y junto con esa convicción viene cierta misericordia tierna que nos guía al arrepentimiento y el perdón para que podamos andar en su presencia.


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