Adornando el Evangelio

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English: Adorning the Gospel

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador." - Tito 2: 10.

Me temo que hay algunos cristianos a los que no les gustaría ni la mejor predicación que pudieran recibir. La mejor doctrina que podría predicarse sería como la de nuestro Señor Jesucristo: eminentemente ética, llena de preceptos y de palabras de sabiduría para la vida diaria. Ciertamente creo que si algunos de esos duros pensadores hubieran oído algunos de los sermones de Cristo, habrían dicho que esos sermones no contenían el Evangelio. Él no predicó, cada vez que hablaba, esas grandiosas doctrinas que muestran de manera sencilla el camino de salvación, pero frecuentemente proclamó esos importantes preceptos que nos muestran los frutos de salvación, y que nos ayudan a juzgar si hemos sido salvos o no.

Podrán observar que la predicación de los apóstoles era la misma muchas veces. Aunque el propio Pablo es un maestro de doctrina, y en la Epístola a los Efesios nos da una teología sistemática completa en miniatura, aunque nunca evade la doctrina más profunda, y va hasta el fondo de la doctrina de la elección, y hasta las cumbres de la doctrina de la justificación por la fe y la perseverancia final de los santos, sin embargo él es de manera primordial, muy práctico en su enseñanza, y a menudo se ocupa de los detalles de la vida ordinaria. Esto es particularmente visible en su Epístola a Tito. Como ustedes saben, Tito era un maestro de maestros. Tuvo que poner en orden las cosas que así lo requerían, y enseñar a predicar a otros predicadores. A él le fue dicho que pidiera a los ancianos que fueran "sobrios, serios y prudentes, sanos en la fe, en el amor y en la perseverancia." Más aún, tenía que instruir que "las mujeres mayores sean reverentes en conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, maestras de lo bueno." Esto significaba tratar muy de cerca los asuntos más prácticos. Estas mujeres mayores, a su vez tenían que ser instructoras: "de manera que encaminen en la prudencia a las mujeres jóvenes: a que amen a sus maridos y a sus hijos, a que sean prudentes y castas, a que sean buenas amas de casa, a que estén sujetas a sus propios maridos, para que la palabra de Dios no sea desacreditada. Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes."

Ustedes pueden ver que una buena parte de la Epístola está dedicada a los asuntos de la vida ordinaria, temas de práctica santa; que así sea nuestra predicación, y que los cristianos reciban con gozo tal instrucción. Ciertamente Dios la bendecirá, no sólo para su grandioso propósito de promover la santidad, sino también como medio de convencer a los hombres de pecado allí donde se desvían de estos benditos preceptos, y así a través de la convicción de pecado llevarlos a sentir su necesidad de un Salvador, y de paso guiarlos a la cruz, único lugar donde se encuentran todas las esperanzas de salvación.

Me encanta que mi texto sea tan práctico, y no me avergüenzo de predicar los preceptos prácticos de nuestra santa fe. Sin embargo, quiero que observen cómo, de manera tan continua y sabia, Pablo entrelaza sus exhortaciones prácticas con las doctrinas de la religión. Quería que los siervos fueran obedientes, honestos, y sujetos a sus propios amos, por esta razón: "para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador." ¡Ah! Tú que desprecias las doctrinas, que das la vuelta y te vas cuando hay un sermón doctrinal, ¿dónde estás ahora, cuando el verdadero motivo por el cual hay que tener santidad de vida debe encontrarse aquí: "para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador"?

En estos días tenemos la costumbre de hablar mucho acerca de que hay que predicar a Cristo pero no Sus doctrinas. Yo por mi parte, ni entiendo ni quiero entender lo que puede significar esa expresión. ¿Cristo, sin Su doctrina? ¿El grandioso Maestro, sin Sus enseñanzas? ¿El Señor, sin Sus mandamientos? ¿El Cristo, sin Su unción? ¿Jesús, el único Salvador, sin Su preciosa sangre de expiación? Esto nos recuerda a Judas, pues es traicionar al Hijo del hombre con un beso, erigir una imagen esculpida para ocupar el lugar de Cristo, un ídolo vacío de todo aquello que es vital en relación al verdadero Cristo de Dios. Queridos amigos, nosotros amamos "la doctrina de Dios nuestro Salvador" de todo corazón; hemos recibido esa doctrina con gozo de espíritu, y en ella encontramos la razón principal que nos lleva a amar a nuestro Dios, y caminar en obediencia a sus preceptos.

Orando para contar con la guía del Espíritu Santo, voy a hablar sobre dos temas. Primero, aquí hay un nombre que adorna el Evangelio: "la doctrina de Dios nuestro Salvador"; y, segundo, aquí hay método que adorna el Evangelio. Estos pobres esclavos eran llamados a actuar de tal manera que adornaran la doctrina de Dios su Salvador en todo.

I. Primero, aquí hay UN NOMBRE QUE ADORNA EL EVANGELIO. Reflexionemos acerca de esto por unos instantes; "la doctrina de Dios nuestro Salvador."

Queridos amigos, nuestra miseria era grande, de otra manera nunca hubiéramos necesitado un Salvador que se llama "Dios nuestro Salvador." Por un pecadito, o por un pecado, sin importar cuán grande sea, que tuviera sólo un poco de mal en sus consecuencias, podríamos haber sido salvados por algún ser finito; pero si el propio Dios debe abandonar su elevada habitación, y morar aquí para ser nuestro Salvador, entonces nuestra ruina era terrible en extremo. Una parte de la doctrina que hemos aprendido de la Biblia es que el hombre por naturaleza se encuentra perdido y en la ruina total. Pero no sólo por su naturaleza, sino por su práctica también. Y no podríamos predicar de manera completa "la doctrina de Dios nuestro Salvador" si no mostráramos primero cuán tremendo es el golfo que está abierto ante nosotros, que nadie puede llenar, sino sólo Dios. Para proclamar de manera correcta el remedio para el pecado, debemos declarar cuán terrible era la enfermedad, que sólo Dios podía curar y nadie más, y ni siquiera Dios excepto al derramar Su propia sangre. Ciertamente, esta es una doctrina grandiosa, que necesitamos un Salvador Divino, y que ese Salvador nos es dado, y que fuera de Él no hay salvación.

Es un pensamiento muy precioso para nosotros que, si bien es cierto que nuestra ruina es evidentemente grande, también es muy cierto que el remedio es igualmente grande, o aún más grande, pues tenemos un Salvador cuyo nombre es "Dios nuestro Salvador." Él es la única puerta de esperanza para los hombres más desesperados y abatidos, "Dios nuestro Salvador." Más adelante en ese capítulo, Pablo lo llama: "el gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo." Quien ha venido del cielo para salvarnos es un hombre, y siente por nosotros y se identifica con nosotros como hombre; pero Él es Dios también, y por lo tanto "puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios."

Esas son las mejores noticias que se han publicado alguna vez entre los hijos de los hombres, que Aquél a quien hemos ofendido se ha convertido Él mismo en nuestro Salvador. Cuando ningún ojo había tenido piedad, y aún si hubiera tenido piedad, no había un brazo que hubiera podido rescatarnos, Su ojo tuvo piedad y Su brazo se extendió para la salvación de los hijos de los hombres.

Esta era la doctrina que, en los días de Pablo, era transmitida por medio de susurros por todos lados, desde el palacio de Nerón hasta esos horribles hoyos donde los esclavos pasaban sus noches. Después, en las catacumbas, y en las cuevas de la tierra, esta era la historia que la gente pobre se congregaba a oír, que Dios era un Salvador, que el Altísimo era quien se había interpuesto para salvar a los hijos de los hombres caídos y arruinados. Cuando esta doctrina podía ser predicada en las calles, era predicada allí; cuando podía ser proclamada en la sinagoga pública, o en una escuela donde se reunían los filósofos, o en la Colina de Marte en Atenas, allí era proclamada; pero cuando no se podía decir en público, entonces era susurrada y transmitida en privado de una persona a otra entre los que creyeron, y aún los esclavos pasaban el mensaje de esperanza a otros esclavos, de tal forma que esta grandiosa doctrina, "la doctrina de Dios nuestro Salvador," fue esparcida por todas partes como se derrama la luz cuando el sol se levanta en el este y se apresura en su curso hasta que todo el globo terráqueo es iluminado por sus dorados rayos.

"La doctrina de Dios nuestro Salvador." Una vez más, mis amigos queridos, esta doctrina es en sí misma divina, pues hay un modismo aquí por medio del cual se nos hace entender que no solamente es una doctrina que habla de Dios nuestro Salvador, sino que es la doctrina de Dios nuestro Salvador, es su aliento, la doctrina es ella misma el propio aliento de Dios. Esta enseñanza divina, esta revelación, esta doctrina de salvación por medio de un Divino Salvador, está rodeada de divinidad. Por tanto, publiquémosla en dondequiera que se presente una oportunidad; no intentemos conquistar el mundo con ninguna otra arma sino sólo con "la doctrina de Dios nuestro Salvador." Tomémosla como David tomó la espada de Goliat de manos de Ahimelec, y digamos: "¡Ninguna hay como ésa! ¡Dámela!" No creo en la ciencia de las religiones comparadas. ¡No! No hay sino sólo una religión verdadera, todas las demás son mentiras. No hay sino sólo una fe de los elegidos de Dios. Hay "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo." Hay una sola fe que viene de Dios. Pablo escribió una vez las palabras "otro evangelio", pero, de inmediato, como si temiera que alguien se fijara en esa expresión y concluyera que podría haber dos evangelios, se apresura a aclarar sus palabras y dice: "No es que haya otro evangelio, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo." Sólo hay un mensaje de salvación, y ese concierne al único Salvador; "y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."

Esto será considerado por algunas personas como plática procedente de mentes muy estrechas, pero no nos importa para nada ser considerados como de mente muy estrecha; tenemos más miedo de correr por el camino ancho del mal, con la multitud, y excusar a otros que hacen lo mismo. No, la palabra del propio Cristo todavía permanece: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios."

Así, ustedes pueden verlo, esta maravillosa enseñanza de Pablo nos recuerda lo grande que es nuestra miseria, y la naturaleza divina de nuestro Salvador, y todo implica que la propia doctrina es de orden divino. Pienso que debo mencionar también, queridos amigos, que siendo las cosas así, nuestra seguridad es grande; ciertamente nuestra salvación es grande, porque nuestro Salvador es Dios. En su Epístola a los Hebreos, Pablo hace la pregunta que no ha sido respondida nunca: "¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación, que al principio fue declarada por el Señor, nos fue confirmada por medio de los que oyeron, dando Dios testimonio juntamente con ellos con señales, maravillas, diversos hechos poderosos y dones repartidos por el Espíritu Santo según su voluntad."

Nunca pueden pensar demasiado en esta grandiosa salvación. Cuando la deseen, valórenla como un mendigo valora el oro; cuando la tengan, tómenla como si fuera la perla de gran valor. Ciertamente tenemos una gran salvación; es salvación de la muerte espiritual, salvación del reinado y del gobierno de Satanás, así como de las maneras y costumbres del mundo impío; y es también salvación de la culpa del pecado, salvación del temor al infierno, salvación del miedo a la muerte, y al fin será perfecta salvación de la más pequeña mancha, o arruga, o cosa parecida. Nuestra salvación completa sólo será revelada en el día de la venida de Cristo, cuando el cuerpo también será liberado de la servidumbre de corrupción, y todo lo que rodea a esta pobre tierra golpeada por el pecado, y la propia creación, por medio de esta gran salvación, será traída a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

"La doctrina de Dios nuestro Salvador": entre más pienso en todo el significado de estas palabras, concluyo que son un adorno muy exclusivo colocado en el cuello del Evangelio. "La doctrina de Dios nuestro Salvador." Contemplen con sus mentes esas palabras; vean cuál es el Evangelio que han recibido, vean cuán grande es, vean cuán divino es, valórenlo de tal manera que se puedan gozar en él cada día, y que puedan defenderlo con sus vidas si es preciso, gócense en él de tal manera que, cuando ustedes mueran, sea la luz que alumbre en las tinieblas de la última hora temida.

Escudriñemos un poco más esta doctrina de Dios nuestro Salvador. ¿Por qué el Evangelio es llamado con este nombre? Bien, primero, porque Dios, nuestro Salvador, es el Autor de la doctrina, y el Autor de la salvación que trae. Todo viene de Él. Parece que se piensa, hoy día, que el Evangelio que hemos recibido ha evolucionado a partir de la conciencia humana, y que habrá evoluciones posteriores que borrarán el presente, conforme la raza humana se siga desarrollando, de una plataforma a otra plataforma, hasta que uno de estos días, llegará a tal nivel (sólo Dios lo sabe) donde ya no se requiera ese Evangelio por el que murieron los mártires y que los apóstoles proclamaron.

No tenemos ninguna simpatía con esos puntos de vista, y presentamos una firme oposición a esos conceptos errados. Creemos en una revelación de Dios, y creemos en la maldición que caerá sobre el que añada o quite a esa revelación. Creemos que a la Iglesia no le quedará ni una partícula de entusiasmo (y ya casi no lo tiene ahora) cuando la gente llegue a la conclusión que el Evangelio no es una revelación divina, sino solamente el producto del pensamiento humano. Queridos amigos, la doctrina en la que creemos, y que enseñamos, y por la cual hemos sido salvos, es "la doctrina de Dios nuestro Salvador" porque vino de Él, y Él es su Autor.

En seguida, es "la doctrina de Dios nuestro Salvador" porque Él es su sustancia. Si toman toda la verdad del Evangelio, y la comprimen hasta obtener su esencia, encontrarán que es "sólo Jesús." La mera sustancia del Evangelio es el propio Jesucristo, Su persona, Su obra, Sus gloriosos oficios. Ciertamente es "la doctrina de Dios nuestro Salvador." Tengan cuidado de no escuchar ninguna doctrina sino sólo esa que exalta a Jesucristo. Si hay alguna enseñanza que arrincona a Cristo, colóquense en el rincón que se opone a esa enseñanza. Si hay alguna enseñanza que no eleva a Jesucristo, ¿cómo puede ser bendecida por el Espíritu Santo, pues el oficio del Espíritu Santo es revelar a Cristo a su pueblo, y engrandecerlo en sus pensamientos?

"Nadie sino sólo Jesús, nadie sino sólo Jesús,
Puede hacer bien a los pecadores desvalidos,"

y por lo tanto debemos adherirnos a este Evangelio con todo nuestro corazón. Es la doctrina de Dios nuestro Salvador, pues Él es su sustancia.

También es la doctrina de Dios nuestro Salvador porque Él es su objeto, todo apunta a Él. Si oyen un sermón acerca del Evangelio real, los dirigirá a mirar a Jesucristo. Esa enseñanza que los lleva a pensar en el sacerdote, y a pensar en la iglesia, independientemente del bien que pueda haber a su alrededor, no es "la doctrina de Dios nuestro Salvador." "Todos los profetas dan testimonio de él," a Él apunta continuamente el Evangelio, y esta es la única exclamación del predicador: "¡He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!"

Esta "doctrina de Dios nuestro Salvador" es la sencillez misma, y sin embargo ningún hombre pudo entenderla nunca sino sólo por la enseñanza del Espíritu Santo, pues ningún hombre puede decir justamente que Jesús es el Cristo sino sólo por el Espíritu Santo. A pesar de ser tan sencillo, me parece que es la cosa más maravillosa que haya sido revelada, cuando pienso en el efecto que tiene en los corazones de los hombres. Cuando Pablo comenzó a predicarlo, y cuando escribió estas palabras a Tito, esta sencilla enseñanza era llevada a través de todo el mundo conocido de entonces por espíritus entusiastas, algunos de ellos capaces de hablar en lenguas extranjeras, y con palabras elocuentes, pero la gran mayoría eran personas pobres, siervos, esclavos. Sin embargo, dondequiera que fueron, los que fueron esparcidos anduvieron anunciando por todas partes esta doctrina, que encendió una hoguera que calentó al grandioso Imperio Romano como se caliente una olla en el fuego, y después de un tiempo hirvió, y quemó a muchos con sus chispas.

Naturalmente que los grandes de la tierra ridiculizaron esta "doctrina de Dios nuestro Salvador"; era "locura" para ellos, y quien la recibía era considerado simplemente un idiota, que olvidó a los dioses de sus padres, y por consiguiente debía ser un tonto. Sin embargo la doctrina se siguió esparciendo, y después ellos trataron de apagar el fuego y combatirlo con sangre; pero los hombres valerosos prefirieron morir por el Evangelio antes que negarlo. Presionaban tanto a los jueces, determinados de tal manera a confesar su fe en Cristo que los gobernadores romanos tenían que solicitar instrucciones de Roma para saber qué debían hacer. Entre más cristianos mataban, más cristianos proliferaban. Muchas otras crueldades eran cometidas, indecibles torturas de todo tipo eran inventadas; pero, por causa de Cristo, sus seguidores lo soportaban todo. Parecían venir con una fuerza omnipotente para llevar a cabo una gigantesca hecatombe de víctimas; los acorralaban por medio de martirios del más horrible tipo; y todo esto mientras esta "doctrina de Dios nuestro Salvador" tenía un poder maravilloso entre los hombres.

Y, queridos amigos, ustedes que son conocedores de la historia de la iglesia saben cuán a menudo esta doctrina ha roto todas las cadenas que los impíos han atado a su alrededor. A menudo me preguntaba, hasta que entendí la razón supernatural para ello, qué hizo que los protestantes franceses, por ejemplo, se reunieran en el desierto, hacia el sur de Francia, mientras eran acosados por los soldados del rey, y mientras multitudes de ellos eran perseguidos de muerte. ¿Cómo era que, en la oscuridad de la noche, en lugares solitarios, se reunían a oír el Evangelio? ¿Qué tiene este Evangelio que parece tocar el alma del hombre, y que lo hace totalmente una nueva criatura; lo hace alegre en vez de triste, y lo hace tan poderoso que se atreve a desafiar a la muerte y al infierno en defensa del Evangelio? La razón es que esta doctrina cura la angustia y la miseria del alma, trayéndole luz, consuelo, felicidad, y esperanza. Está hecha por Dios a propósito para tocar el corazón del hombre, y sacudirlo en todas sus profundidades. En cuanto a la nueva doctrina que muchos están enseñando, no tiene nada en sí misma ni siquiera para entusiasmar a un ratón; no tiene nada en sí misma ni para poner la carnada en la ratonera, y la única manera en que pueden progresar es entrando furtivamente en nuestras iglesias, obteniendo una audiencia y atrayendo la atención, y luego, como son traidores, hablando en contra de la misma verdad que ha construido nuestras casas de oración. Ellos no pueden construir sus propios lugares de adoración; no hay nada en su enseñanza que pueda volver generoso a alguien, y no hay nada en ella que pueda alegrar a alguien. No, es "la doctrina de Dios nuestro Salvador" sobre la que Pablo insiste, y le dice a Tito: "habiéndola adornado como he podido con mi predicación, ahora esfuérzate para que tú y tu gente la adornen con sus vidas."

II. La segunda parte de mi tema es UN MÉTODO PARA ADORNAR EL EVANGELIO.

Investiguemos, en primer lugar, ¿quiénes eran las personas que debían "en todo adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador"? Ellos eran, de acuerdo a nuestra traducción, "siervos"; pero la palabra correcta sería esclavos. Estos esclavos cristianos debían adornar la doctrina de Dios su Salvador. Algunos de estos esclavos (las esclavas principalmente) pasaban mucho tiempo ayudando a que sus señoras se engalanaran. No pretendo repetir las terribles historias que se cuentan acerca de las mujeres romanas y su crueldad con su servidumbre. Ciertamente, las pobres esclavas tenían que pasar horas y horas en el adorno de sus amas; y algunos de los hombres "bien" del Imperio Romano utilizaban una buena parte del tiempo de sus esclavos (hombres, claro) para su arreglo personal. Por tanto estos esclavos debían tener una muy buena idea de lo que significaba la ornamentación o adorno del Evangelio; y debe haberles parecido una cosa muy maravillosa que ellos fueran elegidos para adornar el Evangelio.

La palabra no es aplicada a los amos, a los príncipes, ni a ninguno de los grandes de la tierra; sino a quienes, además de ser pobres, no eran ni siquiera dueños de sí mismos. Los esclavos en los días de Pablo eran simplemente bienes y propiedades, sólo que eran considerados como bienes y propiedades del más bajo nivel; eran vendidos en el mercado con la misma frecuencia y libertad que las ovejas. Piensen acerca de cómo eran tratados, cuando, por ejemplo, si cometía un ligero error al servir a la mesa, un esclavo era arrojado a un estanque de peces para que fuera comido vivo por ellos; y ese castigo se aplicaba con frecuencia. Los más temibles castigos eran ejecutados sobre ellos; y podrían haber visto en Pompeya los desdichados lugares a la entrada de la casa donde el esclavo, que era el portero, tenía un collar de hierro y un peso alrededor de cuello, y donde dormía bajo las escaleras, como un perro en su perrera, y tal vez durante años nunca abandonaba su miserable guarida. Sin embargo, estas eran las personas que debían adornar el Evangelio. Pablo no tenía una mala opinión de ellos; todos los demás sí, pero él estableció la tarea de adornar el Evangelio, haciéndolo hermoso y bello a los ojos de los hombres, incluyendo a los más pobres y de condición más deteriorada en cuanto a su posición. ¿No es maravilloso imaginarse eso? y sin embargo así sucedió literalmente.

Pablo también les dijo cómo debían adornar el Evangelio. Ni por un momento pienso que Pablo creía que la práctica de la esclavitud debía existir. Pablo estaba plenamente convencido que los grandes principios de la cristiandad eliminarían la esclavitud en todas partes, y entre más pronto lo hicieran Pablo estaría más contento; pero, durante ese tiempo, puesto que era la costumbre tener esclavos, ellos debían adornar la doctrina de Dios su Salvador en la posición en que ellos estaban.

Los esclavos en aquellos días continuamente se rebelaban. En determinado momento, se levantaron y durante un tiempo tuvieron a toda Roma bajo temor y alarma, pues los amos pensaron que todos morirían a manos de sus esclavos rebeldes. De tal manera que Pablo los exhorta, en primer lugar, "a que estén sujetos a sus propios amos en todo." Entonces su amo, sin importar cuán impío podría ser, diría: "¿Qué le ha ocurrido a mi esclavo? Mis órdenes son obedecidas de manera precisa; todo lo que deseo que se haga se hace, y se hace muy bien. No actúa para que lo vean ni para agradar a los hombres; pero hace su trabajo responsablemente, y lo he oído decir que lo hace por amor a un Jesús, que es su Dios y Salvador." El esclavo debía hacer a un lado todo su egoísmo y, sabiéndose esclavo, debía tomar la determinación que serviría a su amo de tal manera que su religión fuera una recomendación ante su amo.

Los esclavos también debían "ser complacientes" con sus amos: "que sean complacientes y no respondones." No debían estar siempre riñendo, rezongando, ni quejándose de esto y de lo otro y de lo de más allá, sino que tenían que portar un espíritu de contentamiento. Entonces el amo seguramente se preguntaría: "¿Qué le habrá ocurrido a mi esclavo?" y por su comportamiento, el esclavo sería un misionero práctico para su amo.

Pablo agregó: "y no respondones." Naturalmente, los esclavos usualmente eran ásperos en sus respuestas a sus amos. No les importaba si vivían o morían, y decían cosas duras. Pablo pide que la quieta paciencia de los esclavos cristianos haga que sus amos y amas pregunten qué es lo que los ha hecho tan diferentes.

También agregó: "que no defrauden" Los esclavos y siervos del tiempo de Pablo eran todos ladrones. En los escritos de autores seculares del período se pueden encontrar constantemente con la declaración que "multiplicar a los siervos es multiplicar a los ladrones." Por supuesto, las pobres criaturas tomaban lo que podían para ayudarse; si tratas a un hombre como a un perro, ¿debería sorprenderte que actúe como tal? Pero al esclavo cristiano se le podría confiar con todo el oro; y la obediencia a este precepto, "que no defrauden," era la manera en que él adornaba la doctrina de Dios su Salvador.

También debía ser fiel a su amo: "que demuestren toda buena fe." Había esclavos cristianos, que tenían malos amos, que sin embargo les eran fieles cuidando sus intereses; y eso era algo tan raro que los paganos ricos, que despreciaban el nombre de Cristo, ambicionaban comprar esclavos cristianos, pues se daban cuenta que eran los más fieles de la humanidad, y se preguntaban qué era lo que los había hecho así. Esto es lo que Pablo quiso decir, cuando explicó que debían adornar la doctrina de Dios su Salvador en su triste y baja condición, no siendo degradados por esa condición, sino permaneciendo firmes en la grandeza de su libertad cristiana, teniendo la determinación que no serían esclavos del pecado; y esto era un maravilloso adorno del Evangelio.

Tú y yo no somos esclavos; hemos sido salvados de esa degradación por este Evangelio de Dios nuestro Salvador, pues nuestros padres eran tan esclavos como estas pobres personas lo eran, pero nosotros somos libres. ¿Qué podemos hacer para adornar el Evangelio de Dios nuestro Señor? Bien, en primer lugar, recuerden que el adorno del Evangelio de Dios nuestro Salvador no debe ser estético. No podemos adornar el Evangelio con música, ni con pintura, ni con arquitectura. Cuando están bajo el cielo azul, y ven cómo Dios ha decorado Su mundo con tantas flores bajo sus pies, y a su alrededor oyen los pájaros cantando; y cuando, en la quietud y silencio de la noche, miran las estrellas de plata, sienten que no hay nada que puedan construir ni nada que puedan hacer que sea en lo más mínimo digno del gran Dios.

Ustedes recuerdan lo que Esteban dijo acerca del templo de Jerusalén: "Pero Salomón le edificó casa. No obstante, el Altísimo no habita en casas hechas por mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor. ¿Cuál será el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?" Era tanto como decir, no había nada en toda esa grandeza material, ya que, desde el propio día en que Salomón construyó el templo, con todo su esplendor, la religión declinó y decayó por todo Israel. No pueden "adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador" con algo tangible y material, debe adornarse de una manera completamente diferente.

Tampoco pueden adornar el Evangelio con algo especial en su porte o en su forma de hablar, como algunos han intentado hacerlo. El Evangelio no es mejor por usar un sombrero de ala ancha, ni será peor por el color de tu traje; tampoco puede ser adornado por alguna adición eclesiástica de algún tipo. Tampoco puede ser adornado con las flores de la retórica.¡Cuán grandiosos discursos se preparan a veces acerca del Evangelio! Sin, embargo, de alguna manera, no parecen ser los adecuados. El Evangelio está mejor adornado cuando no tiene ningún adorno. En su belleza original no tiene ningún rival, reina sin par. Pero cuando queremos ataviarlo, como hacen los que vienen de Roma, con vestidos llamativos, su verdadero esplendor es estropeado y ocultado.

¿Entonces, cómo podemos ornamentar el Evangelio? Un ornamento siempre debe ser adecuado; nada puede ser realmente ornamental si no es adecuado para la persona que lo lleva. ¿Entonces, qué es apropiado para el Evangelio? Bien, la santidad es adecuada para el Evangelio. Adornen el Evangelio con una vida santa. ¡Cuán puro, cuán limpio, cuán dulce, cuán celestial es el Evangelio! Cuelguen, entonces, las joyas de la santidad alrededor de su cuello, y colóquenlas como anillos en sus manos. El Evangelio debe también ser adornado con misericordia. Es todo misericordia, es todo amor, no hay amor como ese: "Porque de tal manera amó Dios al mundo." Bien, entonces, adornen el Evangelio con las joyas adecuadas de la misericordia y amor. Estén llenos de benevolencia hacia otros, pues ustedes ya han probado la benevolencia del Señor.

El Evangelio es también un Evangelio de felicidad; es llamado: "el evangelio glorioso del Dios bendito." Una traducción más correcta sería: "el Dios feliz." Pues bien, entonces, adornen el Evangelio siendo felices.

"¿Por qué sus rostros, oh almas humildes,
llevan esos colores de luto?"

Adornen el Evangelio con un rostro jovial y una vida feliz.

Hombres de negocios, adornen el Evangelio siendo muy estrictos en su integridad. El nuestro es un Evangelio justo, pues Dios es justo, y sin embargo es el Justificador de todo aquel que cree en Jesús. El Evangelio hace una abundante provisión de justicia para todos los hombres; por eso elevo mi oración, para que ustedes sean tan exactos, tan particulares acerca de cada cosa que, cuando los hombres hablen de ustedes, no podrán decir que ustedes profesan una religión con muy poco efecto en sus vidas. No permitan que alguna vez se diga eso por algún motivo; sean tan estrictamente justos que la gente no tenga necesidad de contar el dinero que ustedes le dan, pues de esa manera ellos verán cuál es el significado de la expresión: "adornando la doctrina."

Una persona me preguntó un día: "¿No es fulano de tal un Bautista?" Yo repliqué: "No lo conozco." Entonces me dijo: "Él es una persona que hace una larga oración antes de cenar, y asiste a la iglesia tal y tal." "Bien," le respondí, si va allí, "ciertamente asiste a una iglesia Bautista." Luego me respondió: "Es un gran ladrón como cualquiera que anda suelto por allí." Yo dije: "espero que no sea un Bautista; de todas maneras, no es un cristiano si es lo que tú dices, pues un cristiano es un hombre honesto." A menos que no lo seamos estrictamente, no adornamos la doctrina de Dios nuestro Salvador.

Adornen el Evangelio, a continuación, con generosidad. Si siempre están velando por sus propios intereses, si todos los pensamientos los dedican a su propia comodidad personal, si su religión puede vivir y morir en el interior de sus corazones, no tienen nada que valga la pena tener. Si quieren adornar el Evangelio, tienen que amar a los otros, amarlos intensamente, y tener como objetivo de sus vidas hacer felices a otras personas, pues de esa manera estarán actuando de acuerdo al espíritu y al carácter del Evangelio, y adornando la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas.

De nuevo, permitan que un espíritu de rápido perdón more en ustedes. No guarden resentimiento por las injurias. Recuerden las palabras del Señor Jesús, cómo dijo: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen; haced bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen." Así dispondrán de un fino conjunto de joyas para adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador.

A continuación, tengan paciencia en la aflicción. No tengan temor del miedo súbito. No sean llevados ni a murmurar ni a rezongar en los tiempos de pobreza o dolor. Una mujer paciente, que puede resistir y seguir adelante bajo todos los tipos de adversidad, es uno de los más grandes ornamentos del Evangelio.

Una plácida y firme calma es también un gran adorno del Evangelio. Hemos visto tal ternura de espíritu en algunas matronas cristianas que nos ha parecido que ellas han sido un ornamento para la doctrina de Jesucristo. ¡Que nosotros aprendamos esa santa calma, y que el Espíritu de Dios more en nosotros de tal manera que, en todo lo que digamos, y en todo lo que hagamos, y en todo lo que somos, podamos adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas! ¡Que el Señor bendiga este sermón, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.


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