Amor: Una Cuestión de Vida y Muerte
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Amando a los otros
Una parte de la serie Let Us Walk in the Light: 1 John
Traducción por Maria del Carmen Zanassi
1 Juan 3:11-18 (LBLA)
Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros; no como Caín que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos, no os maravilléis si el mundo os odia. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte. Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.
El pensamiento que conecta este párrafo, que acabamos de leer, y el párrafo anterior, que consideramos la semana pasada, aparece en 1 Juan 3:10: “En esto se conocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano”. La primera oración de ese versículo resume el párrafo previo (3:4-10), en el cual Juan argumenta que un estilo de vida de rectitud, o de no pecar, es la evidencia esencial de ser un hijo de Dios, en quien mora la semilla misma de Dios (v.9), compartiendo cada vez más su naturaleza, en la cual no hay pecado (v.5). Por otro lado, un estilo de vida de pecado habitual, persistente e impenitente es una clara evidencia de no ser un hijo de Dios, sino un hijo del diablo, compartiendo la naturaleza de este, quien ha estado pecando desde el principio (v.8).
Cambio de marcha de lo general a lo específico
En la segunda oración del v. 10, Juan cambia de marcha y nos lleva a una consideración de la obligación cristiana de amar a nuestros hermanos. La transición de Juan de una discusión sobre la rectitud en general a una consideración del amor en particular no nos debe tomar por sorpresa. No es nueva para nosotros. Ya en el capítulo 2, Juan ha seguido el mismo modelo. En 1 Juan 2:3-6, Juan habló en un sentido general acerca de guardar los mandamientos de Dios y de la seguridad de conocer a Dios que esa obediencia origina (v.3). Termina esta sección afirmando que “el que dice que permanece en Él debe andar como Él anduvo” (v.6). Pero, ¿cómo podemos andar de la misma manera que lo hizo Él? Preferentemente, caminando en el amor. Y también inmediatamente en los versículos 7-11 del capítulo 2, cambia a la consideración de amar a nuestro hermano. Por un lado, es el viejo mandamiento que los lectores de Juan han oído desde el comienzo, mientras que por otro lado, es un nuevo mandamiento, porque su cumplimiento pertenece a la nueva era, en la cual la luz verdadera ya está brillando.
En el capítulo 3, nuevamente, Juan sigue el mismo modelo. La semana pasada, en los versículos 4-10 del capítulo 3, examinamos la consideración de Juan acerca de la rectitud y de la manera que esta sirve para proveer la evidencia del nuevo nacimiento y de la condición de hijo. Juan habló en términos generales sobre no pecar (vs. 6.9) y acerca de hacer lo que es correcto (vs.7-10). Pero, ¿qué significa exactamente hacer lo que es correcto? La respuesta es la misma: hacer lo que es correcto es amar a nuestro hermano. Lo cual es el tema de nuestro pasaje de ahora. El mismo flujo de pensamiento del capítulo 2 se repite en el capítulo 3. El apóstol Juan escribe haciendo espirales, no en líneas rectas. Realmente solo tiene algunos puntos principales en 1 Juan, pero continúa volviendo a estos una y otra vez, cada vez con palabras diferentes, cada vez a un nivel más y más alto.
El corazón del evangelio apostólico
Juan comienza su discusión del amor en el v.11: “Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros”. El “porque” al comienzo de este versículo muestra que en la mente de Juan el v. 11 es la base o la razón para el v. 10, o más específicamente, la razón por la cual Juan puede cambiar de la rectitud en general, como una prueba de la divina condición de hijos, a la prueba específica del amor por los hermanos. La razón por la cual puede hacer ese cambio es que el mandamiento de amarnos unos a otros era lo que sus lectores habían oído desde el principio. El imperativo moral de amarse unos a otros para los cristianos estaba en el corazón del evangelio apostólico. Y aún lo está. Desde el comienzo, es decir, desde la primera vez que oyeron el evangelio, los lectores de Juan sabían sin ninguna duda lo que Dios esperaba y les fortalecería para hacer: amarse unos a otros.
En 1 Juan 2:7, Juan se refiere al mandamiento del amor como un mandamiento antiguo, el cual sus lectores habían tenido desde el principio. Esto no era nuevo para los lectores de Juan. No debe ser nuevo para nosotros.
Un mensaje escuchado desde el principio
La redacción del v.11 es notable. Hay un paralelismo muy cercano (casi palabra por palabra) con 1 Juan 1:5. Allí el mensaje que los lectores de Juan han escuchado es doctrinal, el fundamento teológico para la fe que yace en la naturaleza de Dios: “Este es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos: Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna” (1:5). En nuestro versículo de hoy (3:11), el mensaje que han oído desde el principio era igualmente fundamental, pero ahora no en el aspecto doctrinal, sino de la ética: “Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros”. El fundamento doctrinal de que Dios es la luz y el fundamento moral, ético de amor entre unos y otros se encuentran ambos en el corazón de evangelio apostólico. El evangelio es incompleto a menos que incluya la doctrina y la ética.
La doctrina está en la esencia del evangelio – la doctrina sobre la naturaleza de Dios; sobre el pecado humano; sobre el mediador Jesucristo, quien es el Dios hombre; sobre su vida, muerte y resurrección para el perdón de los pecados de su pueblo y darle vida eterna; sobre la respuesta personal de fe para apropiarnos la obra de Cristo en nuestra propia vida. Pero, es igualmente cierto que la esencia del evangelio incluye los imperativos morales de arrepentimiento y de una nueva vida de amor vivida bajo el señorío de Cristo y energizada por su Espíritu. Y cualquier evangelio en el que crean, cualquier evangelio que ustedes proclamen que no incluya tanto la doctrina como la ética es solo medio evangelio, trágicamente incompleto, radicalmente distorsionado, irremediablemente deficiente. Tanto la doctrina como la ética están en el corazón del evangelio porque están unidas indisolublemente. La naturaleza de Dios, quien como luz es completamente justo, verdadero y amoroso, demanda y posibilita respuestas morales de parte de sus hijos. Por encima de todo, estas respuestas morales deben ser de amor. El amor entre unos y otros lo demanda la naturaleza de Dios, pero también está reforzado por la luminosidad del Dios que es luz y amor, con el cual no existe huella pequeña. Solo cuando vemos, creemos y amamos la luminosidad de Dios, seremos libres de entregarnos nosotros mismos y a nuestro futuro en sus manos. Y entonces, solo entonces, seremos libres de olvidarnos de nosotros mismos para amar a otros genuinamente.
Bíblicamente hablando, la doctrina y la ética siempre van juntas. Y en ambos casos, tanto en el de la doctrina como en el de la ética, nuestra necesidad no es por algo nuevo. Eso es lo que los falsos maestros en la época de Juan proclamaban. Ellos eran los de las revelaciones nuevas. Eran los de las ideas más nuevas. Eran los modernos, los progresistas, los que estaban “al día”. Estaban obsesionados con lo nuevo. Pero, de acuerdo a Juan, eso no es en absoluto lo que necesitamos. Lo que necesitamos, que era lo que sus lectores necesitaban, es volver a lo que hemos escuchado desde el principio. En 2:24, el mandato de Juan se dirige a nosotros tanto en términos de ética como de doctrina: “Permanezca en vosotros, lo que oísteis desde el principio”.
Como oír el mandato podría obrar contra nosotros
Pero, el simple hecho de que hemos oído el mandato de amarnos unos a otros desde el principio puede obrar contra nosotros. Me imagino que el 95% de ustedes han oído este mandato ciento de veces. Lo han oído de sus padres, de los maestros de la escuela dominical, de líderes de estudio bíblico, de predicadores; lo han leído en la Biblia muchas veces. Y el peligro que puede surgir para todos nosotros es la tentación de dejar de pensar en el amor. Después de todo, lo hemos oído antes, nos decimos a nosotros mismos. Ya sabemos que se supone que nos amemos unos a otros. No perdamos nuestro tiempo pensando en cosas tan básicas. Abordemos cosas más avanzadas, más importantes. Esta es una tentación que enfrentamos todos como cristianos, y el trágico resultado de sucumbir a ella es que con frecuencia pasamos poco tiempo o nada de tiempo pensando sobre el significado o las implicaciones del mandamiento bíblico de amarnos unos a otros.
Bueno, Juan no nos va a dejar escaparnos con esas racionalizaciones tan trágicas, y yo voy a hacer lo mejor que pueda esta mañana para no dejarlos escapar tampoco con ellas. Juan tiene algunas cosas muy importantes que decirnos sobre el amor, cosas que desesperadamente necesitamos oír, especialmente viviendo, como lo hacemos, en una cultura que está muy desconcertada y confundida con respecto a lo que es el amor.
Dos títulos principales
Me gustaría resumir el resto de la enseñanza de Juan en los versículos 12-18 bajo dos títulos principales. Ellos son:
- La evidencia del amor y lo que el amor prueba, y
- La esencia del amor o lo que realmente es.
Juan habla de la evidencia del amor en los versículos 14-15 e intercalando esos versículos de cada lado está la enseñanza de Juan sobre la esencia del amor. Esta enseñanza nos llega en la forma de dos imágenes contrastantes, un ejemplo negativo y otro positivo, por así decirlo. Los versículos 12 y 13, nos muestran el ejemplo negativo, Caín, quien, en su odio y finalmente asesinato de su hermano Abel, es el prototipo del mundo. Su ejemplo no debe ser en absoluto seguido por los cristianos, dice Juan. El ejemplo positivo está en los versículos 16-18. Ese es Jesucristo, cuyo ejemplo de sacrificarse a sí mismo por amor ha de ser imitado y seguido por nosotros como discípulos suyos.
1. La evidencia de amor
Veamos primero la evidencia de amor en los versículos 14 y 15.
Sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
La prueba de la vida espiritual
¿Qué prueba un estilo de vida de amor? En síntesis, vida espiritual, vida eterna, la vida de Dios mismo. O para ser más preciso, un estilo de vida de amor da una segura y fuerte evidencia de que hemos pasado de la muerte a la vida. Esa es la convicción de Juan sobre la naturaleza de un cristiano. Un cristiano es aquel en quien se ha manifestado una resurrección, una resurrección espiritual en unión con Cristo “de la muerte a la vida”. En 1 Juan 2:10, el amor era la evidencia segura de que un cristiano permanece en la luz. Aquí en el 3:14, el amor es la prueba más segura de tener vida. Lo contrario también es cierto. “El que no ama permanece en la muerte”, así como está “en las tinieblas”, según 2:9,11. En el vocabulario de Juan, el amor, la luz y la vida van unidos, de la misma manera que van juntos el odio, la oscuridad y la muerte.
O amor o asesinato
El argumento de Juan para su última afirmación en el v. 14 (“El que no ama permanece en la muerte”) aparece en el v. 15. “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida”. Presten atención al cambio de terminología que tiene lugar. En el v. 14, Juan habla de “no amar” y en el v. 15 habla de odiar. Es muy importante para nosotros entender cómo Juan, bajo la inspiración del Espíritu Santo, equipara las dos. Juan es muy blanco y negro. No da cabida a términos medios: o se ama a alguien o se lo odia. Por más que a ustedes o a mí nos gustase intentarlo, no podemos dejar de tomar partido y decir: “No amo a esa persona, pero tampoco la odio”. Juan no nos permitirá decir eso. No amar es odiar. Y el odio es equivalente al homicidio. “Todo aquel que aborrece a su hermano es un homicida”.
Al equiparar a la persona que odia con un homicida Juan está reflejando fielmente la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5:21ff.). No es exageración. Muestra la preocupación suprema de Jesús por lo que ocurre en el corazón humano. Odiar es el deseo de que otra persona no estuviera allí. Es el rechazo a reconocer sus derechos como persona, es el deseo de herirla o finalmente aún matarla. Si odio a alguien no soy diferente de un homicida en mi actitud hacia una persona. Y para Dios hay muy poca diferencia entre si realmente tengo la oportunidad de llevar a cabo los deseos de mi corazón o no. Las personas que odian son homicidas según Cristo y según Juan, y “vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. Juan no niega la posibilidad de arrepentimiento y perdón del pecado de homicidio. El ladrón de la cruz es un ejemplo de que eso puede suceder y sucede. Lo que Juan está declarando es el principio general de que tomar la vida es perder la vida, y ningún homicida tiene vida eterna como una posesión presente y que permanece.
Una responsabilidad especial para los cristianos
En estos versículos ocurre un cambio más en la terminología al que necesitamos prestarle atención. En el v.14 a, Juan habla sobre amar a los hermanos, mientras que en el v.14 b, habla de no amar, y punto. La forma generalizada de la última cláusula, nos debe advertir sobre no limitar nuestra obligación de amar solo a nuestras hermanas y hermanos cristianos. Sin embargo la fuerte y repetida advertencia de amar a los hermanos (vs. 10, 14, 15, 16) y de amarnos unos a otros (v.11), más el hecho de que Juan se dirige a sus lectores en el v.13 como “hermanos”, la única vez en la carta que usa esa forma de dirigirse (todas las otras veces se dirige a ellos como “Amados”, “Hijos” o “Hijitos”) - todos estos parecen apuntar a una responsabilidad especial que tenemos como cristianos: amar y cuidar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. No es una responsabilidad exclusiva, sin lugar a dudas – nos manda a amar a nuestro prójimo, es decir, a todos los hombres y mujeres. Pero, es una responsabilidad especial, como Pablo expresa en Gálatas 6:10: “Hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe”.
Resumamos, entonces, esta sección sobre la evidencia del amor. Los estilos de vida de amor y odio (y digo estilos de vida porque todos estos verbos están en tiempo presente, y como todos recuerdan de la semana pasada, el tiempo presente de los verbos en griego denota actividad en curso, continua) son muy reveladores. Específicamente, revelan si uno permanece en la muerte o si realmente ha pasado de la muerte a la vida. Las personas que, persistente y constantemente aman a los demás de maneras sinceras, prácticas y sacrificiales– todas esas personas y solo esas personas – pueden tener la seguridad de que realmente poseen la vida eterna de Dios mismo. Hermanos y hermanas amarse unos a otros no es algo trivial; no es opcional. Amarse unos a otros es fundamentalmente importante, eternamente importante. Es una cuestión de vida o muerte.
2. La esencia del amor
Pero si el amor es tan importante, entonces necesitamos saber lo que es para poder practicarlo. Y Juan nos da una gran ayuda aquí, porque continúa con algunos detalles para explicar con todas las palabras la esencia del amor. Como vimos antes, lo hace contrastando un ejemplo de odio, Caín, con el supremo ejemplo de amor, Jesucristo. Veamos primero a Caín para ver la clase de persona que no tenemos que ser.
El ejemplo de Caín
Versículo 12 “[Debemos amarnos unos a otros] no como Caín que era del maligno, y mató a su hermano”. De acuerdo a Génesis 4:18, Caín asesinó a su hermano Abel después que el sacrificio de Abel del primogénito de su rebaño fue aceptado por Dios, mientras que su propio sacrificio del fruto de la tierra no lo fue. Según Hebreos 11:4 el sacrificio de Abel fue aceptado por Dios porque fue hecho desde la fe. El sacrificio de Caín evidentemente no lo fue. Y la falta de fe de Caín lo llevó el odio por su hermano, que aumentó y aumentó hasta que finalmente devino en asesinato, un asesinato brutal. La palabra griega literalmente significa “cortar su garganta” y podría ser traducida “muerto brutalmente” o “despedazado”. Y para Juan, ese asesinato fue evidencia de que Caín era del maligno. Caín, compartía la naturaleza del maligno, quien según Jesús, en 1 Juan 8:44, “fue un homicida desde el principio”.
¿Y por qué Caín mató a su hermano? No porque Abel fuera malvado, sino justo lo opuesto. Según el final del v.12, Caín mató a Abel porque “sus obras eran malas y las de su hermano justas”. ¿Cuál fue el motivo del asesinato cometido por Caín? Celos, envidia. Los celos usualmente son motivo de odio y de asesinato. En la película Amadeus, fueron los celos los que provocaron que Salieri odiara y finalmente tratara de matar a Mozart, los celos sobre sus dones musicales superiores. Pero, los celos de Caín no eran de esta clase. No eran celos sobre los dones superiores de otra persona, sino sobre la rectitud superior de otra persona. Fueron los mismos celos que hicieron que los líderes judíos crucificaran a Jesús, los mismos celos que hicieron que Saulo de Tarso persiguiera a los cristianos. Juan lo expresa de esta manera en 1 Juan 3:19-20:
Y este es el juicio: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas
La luz de la rectitud de Abel (por la fe – Hebreos 11:4) y la aceptación de Dios revelaron la oscuridad y la pecaminosidad del corazón de Caín. Y eso fue muy, muy amenazante para él. Y a menos que el Espíritu de Dios te haya hecho una persona humilde, en esa clase de situación amenazadora la respuesta instintiva sería como la de Caín, descargarse en contra de alguien cuya rectitud ha revelado la bancarrota de tu propia alma. Eso fue lo que le pasó a Caín. El diablo inspiró los celos dentro de su corazón, sus celos aumentaron su odio; y su odio originó el asesinato. Y Juan nos presenta a Caín como el modelo del mundo. El “mundo”, es decir, la humanidad alineada en rebelión contra Dios es la posteridad de Caín y continuará respondiendo a la rectitud de la misma manera que él lo hizo. Por consiguiente, Juan dice en el v. 13: “No os sorprendáis si el mundo os odia”. No debemos sorprendernos si el mundo nos odia como cristianos. Después de todo, el mismo diablo que inspiró el odio de Caín y el posterior asesinato de Abel tiene al mundo en su puño.
El ejemplo de Cristo
Pero, nosotros como cristianos no debemos ser como Caín. Mas bien debemos ser como Cristo, al cual Juan nos lo describe en el v. 16 como el gran retrato positivo de amor: “En esto conocemos el amor: en que Él [es decir, Cristo] puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. Jesucristo y su muerte en la cruz por su pueblo nos revela lo que significa el amor (“En esto conocemos el amor . . .”) y nos provee del supremo ejemplo que tenemos que seguir (“nosotros [también] debemos poner nuestras vidas por los hermanos”).
Tres razones por las cuales la muerte de Jesús es el supremo ejemplo de amor
Quisiera sugerirles tres razones de por qué la muerte de Jesús en la cruz nos debe servir como ejemplo supremo de amor.
1. Implicó el mayor sacrificio posible
Ante todo, implicó el mayor sacrificio posible. Cristo entregó su vida misma por nosotros. El amor se goza tanto en el bienestar de otra persona que está deseoso, dispuesto y se deleita en sacrificar el bienestar personal por el bien de otra persona. La vida de una persona es la posesión más valiosa. Robársela, lo cual es homicidio, es el pecado más grande que se puede cometer contra esa persona. Asimismo, entregar la propia vida por el bienestar de otro es la más grande expresión posible de amor por esa persona. Ustedes recuerdan lo que Jesús dijo en Juan 15:13: “Nadie tiene un mayor amor que este: que uno de su vida por sus amigos”. Es un contraste intenso el que Juan nos pinta. El odio de Caín derivó en homicidio. El amor de Jesús en el sacrificio propio, incluso hasta entregar su vida por nosotros.
2. Satisface nuestras necesidades más profundas
Segundo, y lo que es más importante, la muerte de Cristo en la cruz es el ejemplo de amor más supremo, porque satisface nuestras necesidades de una manera que ninguna otra cosa pudo jamás. No es solo el sacrificio más grande posible, sino que también nos hace el bien más grande posible. En el v.16, las palabras claves son: “Él entrego su vida por nosotros”. El sacrificarse, en sí mismo, no es intrínsecamente valioso. El auto sacrificio se convierte en amor solo en la medida que se relaciona positivamente a la necesidad humana. Solo si sacrificarse sirve para el bien de otro tiene algún valor a los ojos de Dios. Creo que esto es lo que Pablo quería decir en 1 Corintios 13:3: “Y si diera todos mis bienes para ayudar a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado [hay sacrificio sin duda], pero no tengo amor [es decir, el sacrificio no está dirigido a satisfacer las necesidades de nadie] de nada me aprovecha”. Pero el amor de Cristo por nosotros es sumamente positivo. (El verdadero amor lo es siempre). Lo impulsó a Él a entregar su vida por nosotros. Nuevamente hay un contraste intenso. En Génesis 4:8 leemos: “Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató”. En 1 Juan 3:16 leemos: “[Jesucristo] entregó su vida por nosotros”. Y en esas preposiciones, “contra” de Génesis 4:8 comparada con “por” de 1 Juan 3:16, encontramos la diferencia entre amor y odio, entre vida y muerte. La muerte de Jesucristo es el ejemplo de amor supremo porque satisface nuestras necesidades más profundas, nos trae la paz con Dios, el perdón, una conciencia clara, esperanza para el futuro, poder de amar en el presente, etc., etc. Nos hace el más grande bien posible.
3. Tenía el mayor motivo posible
Pero la muerte de Jesús no solo representa el amor porque fue el mayor sacrificio posible hecho para el mayor bien posible. También fue hecho por el mayor motivo posible. De acuerdo a Juan 12:28, Jesús fue a la cruz para glorificar el nombre de su Padre celestial. Y el escritor de Hebreos nos dice que Jesús soportó la cruz “por el gozo puesto delante de Él” (Hebreos 12:2). Esto dos objetivos unidos de manera inextricable – la gloria de Dios y nuestro propio deleite y gozo en ella – deben ser los motivos supremos para cada acto de amor. Lo eran para Jesús, y tienen que serlo para nosotros.
Una definición del amor cristiano
Combinando estos tres elementos, entonces podemos elaborar la siguiente definición de amor cristiano. El amor cristiano es encontrar nuestra propia alegría en trabajar activamente por la alegría de otro, aún a costa de sacrificar el propio placer privado, todo por la gloria de Dios. Y esa es la clase de amor que tenemos que poseer como cristianos y la clase de amor que tenemos que ejercitar.
Cómo podemos amar a otros como lo hace Cristo
Versículo 16: “Debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. Encierra una “obligación moral”. Este es el imperativo moral que está en el corazón mismo del evangelio. Debemos reflejar por otros la misma clase de amor que Jesús tuvo por nosotros. Tenemos que deleitarnos tantos haciéndoles el bien que estemos dispuestos a entregar nuestras propias vidas por ellos.
Pero, como ustedes saben, no muchos de nosotros tendremos la oportunidad de morir unos por otros. Sin embargo, todos tenemos oportunidades constantemente para demostrar un amor como el de Cristo, en pequeñas y más esenciales maneras – como compartir lo que poseemos con los necesitados. El versículo 17 baja el amor cristiano a la tierra de prisa y lo pone directamente en el medio de la vida diaria: “El que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?”
Tener los “bienes de este mundo”
En el v. 17, se dan dos condiciones, que ubican a un cristiano bajo una obligación inevitable de ayudar a su hermano necesitado, de ser un Buen Samaritano. Primero, tener los “bienes de este mundo”. La palabra traducida “bienes” es la palabra griega “bios”, la misma palabra que Juan usó en 1 Juan 2:16 para referirse a la “arrogancia de la vida (bios)”, lo cual es del mundo. La palabra se refiere a los recursos que se necesitan de por vida en este mundo. Y de acuerdo a Juan, estos recursos, este “bios”, puede ser una fuente de orgullo o un vehículo de amor.
Ver a tu hermano necesitado
En el v. 17, la segunda condición mencionada es la de ver al hermano necesitado (ya sea con los ojos propios o con los ojos de otros – tales como misioneros, medios de comunicación, etc.). La idea de Juan es que si las dos condiciones se cumplen, si se observa una necesidad en la vida de un hermano y si se tiene los recursos para satisfacer esa necesidad, no se puede permanecer impasible. Si uno lo hace, “si cierra su corazón contra [su hermano]”, si no se tiene compasión en el corazón por él, si no se actúa para satisfacer su necesidad, la conclusión es obvia. El amor de Dios no está dentro de nosotros. El amor de Dios no puede ser reprimido, contenido. Fluirá de nosotros inevitablemente. Y por consiguiente, Juan puede aseverar que si no hay salida, es evidencia de que no ha habido entrada.
Amemos con hechos y en verdad
El v. 17 reduce el amor cristiano a lo esencial de la vida diaria, ¿no es cierto? Significa compartir los recursos materiales con aquellos que los necesitan, ya sea física o espiritualmente. Y aún aquellos de ustedes que tienen el más limitado ingreso poseen algo que compartir. Quizás, directamente con individuos, a través de la iglesia, a través de organizaciones como CES u otras organizaciones de misiones. Pero el punto es claro. ¿Cómo podemos decir que estamos dispuestos a entregar nuestras vidas por nuestros hermanos si somos reticentes a desprendernos de nuestro dinero para el bien de ellos? El versículo 17 significa compartir nuestro tiempo con los que lo necesitan. Muchas veces eso es lo que una persona necesita mucho más que dinero. Lleva tiempo ser amigo; lleva tiempo hablar, escuchar, aliviar la soledad. Y para muchos de nosotros es más difícil compartir nuestro tiempo que nuestro dinero. Allí es donde está el corazón de la lucha para mí. Creo que también es ahí donde está el corazón de la lucha para muchos de ustedes. Pero, si yo o ustedes cerramos nuestros corazones con respecto al tiempo para un hermano o hermana que lo necesita, ¿cómo puede estar en nosotros el amor de Dios?
El versículo 17, también puede significar recursos espirituales con una persona necesitada por medio de una palabra de aliento o exhortación de la Biblia y a través de la oración persistente e intercesora. Y en muchos casos, el sacrificio que demanda es mayor en este punto. Las batallas espirituales son muy reales y muy intensas, la energía espiritual que se requiere es enorme, pero la recompensa es abundante y la gloria que abunda en el nombre de Dios es muy, muy grande.
Todo esto es amor. Y un estilo de vida consistente de amor sincero, que sea práctico y sacrificado, es lo que Dios espera de sus hijos. Y este estilo de vida de amor es lo que Dios fortalece en cada uno de sus hijos a través de su Espíritu. Amarse unos a otros no tiene poca importancia para nosotros como cristianos. Es realmente una cuestión de vida o muerte. Nuestras vidas amándonos unos a otros, con un amor como el de Cristo, serán vidas de alegría cuando experimentemos la verdad de la palabra de Jesús que es más bienaventurado dar que recibir. Serán vidas seguras al encontrar la evidencia sólida de que realmente Dios, por medio de su gracia, nos llevó de la muerte a la vida. Serán vidas para enriquecer la vida de otros. Y serán vidas que le darán una gran gloria a Dios, porque hará que otros vean nuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre en el cielo. Y por eso, hermanos y hermanas, termino de la misma manera que Juan termina esta sección – con una palabra de exhortación: “Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”.
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