Cómo combatir el Mal del dragón
De Libros y Sermones BÃblicos
Por David Mathis
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Small Talks
Traducción por Sofia Pamela Patelli
Tres gritos de guerra contra la avaricia
Mal del dragón: un término con el cual se define la avaricia desmesurada, acuñado por J.R.R. Tolkien en El Hobbit.
Lo escuchamos por primera vez cuando Tolkien describe al dragón como "un gusano muy ambicioso, fuerte y malvado, llamado Smaug", quien, como el autor dice más adelante, "tuvo sueños de avaricia y violencia". Sin embargo, una vez que Smaug fue asesinado, la enfermedad perduró. Cuando el príncipe de los enanos, Thorin Escudo de Roble, reclamó el trono de Rey Bajo la Montaña, el mal del dragón recayó sobre él. Esto fue muy bien capturado en la última parte de la trilogía de El Hobbit, La batalla de los cinco ejércitos.
Primero, la avaricia impidió que Thorin sintiera compasión. En la primera escena, su compañía de enanos contemplaba desde la distancia con horror y compasión cómo la Ciudad de Lago y sus habitantes sufrían la ira del dragón que ellos habían despertado. Mientras tanto, Thorin le había dado la espalda a la tragedia y su mirada estaba clavada en la ahora desprotegida Montaña Solitaria y en el tesoro descomunal acumulado en su interior.
La avaricia también lo volvió temeroso. Cuando Smaug fue asesinado por el valiente arquero de la Ciudad del Lago, Thorin se atrincheró a sí mismo y a sus hombres en la montaña, por temor a que otros buscaran obtener una parte de su oro. Una vez, había sido un hombre de palabra. Sin embargo, se negó a cumplir su promesa de recompensar a aquellos que lo habían ayudado en su viaje. Luego, comenzó a sospechar de sus hombre más leales. Irracionalmente, sospechaba que le ocultaban su joya más preciada, conocida como la Piedra del Arca.
Y la avaricia impidió que sintiera amor, ya que abandonó incluso a su propia sangre, su primo Dain que, aun cuando estaba siendo enormemente sobrepasado en números, continuaba luchando por Thorin en su propia puerta.
Finalmente, por la gracia de una extraña y milagrosa luz, le volvió la cordura. Fue liberado de su egoísmo, miedo e indiferencia, y lideró valientemente a sus hombre a una batalla que seguramente garantizaría su fin.
De esta forma, Thorin se unió al Gordon Gekko de Hollywood y al Ebenezer Scrooge de Dickens a la fila de personajes explícitamente avaros que nos muestran, en forma de historia, la sutil y siempre diabólica avaricia que se agita en nuestros corazones. Pero incluso más reales que las de la ficción son las representaciones bíblicas: Giezi, quien asistía a Eliseo; el hombre rico que construía los establos más grandes y más aterradores de todos; y el que traicionó al mismísimo Dios encarnado por treinta sucias monedas de plata.
Lo que se caricaturiza en Thorin y Scrooge, y lo que se muestra de forma aterradora en Judas es el mismo pecado de la avaricia que obra en todos nosotros. En los ricos y en los pobres. En los no creyentes y en los renacidos. Si crees que la avaricia no está en ti, estás en el más grave de los peligros.
Avaricia, aliento de fuego
Según su definición, la avaricia es nuestro deseo exorbitante, nuestro amor excesivo por la riqueza y las posesiones, por el dinero y por las cosas que este puede comprar, e incluso por la autoestima, la seguridad, el estatus y el poder. El objetivo de la avaricia es el dinero y las cosas, pero no debe ser identificada con ellos. La avaricia es un anhelo erróneo del corazón. Es un buen deseo que salió mal. Dios nos hizo para tener y para mantener, para desear posesiones y cosas como sus criaturas en una relación apropiada con Él. El problema con la avaricia no es que deseemos cosas, sino que nuestros deseos son erróneos y desproporcionados.
La avaricia acecha en nuestros corazones, muchas veces sin ser vista, cuando recorremos los pasillos de una tienda, o cuando consideramos evadir impuestos, o cuando meditamos sobre cuánta propina dejarle a la mesera, o cuánto darle a la iglesia, o si vamos a ayudar a un amigo que nos necesita. Podríamos estar navegando por Amazon, u ojeando un catálogo, o evaluando el seguro y la jubilación cuando nuestros corazones rotos y pecaminosos se inflen por su deseo de cosas terrenales de forma tal que eclipse nuestra apreciación por Dios en el cielo.
No habremos terminado de luchar contra la avaricia en esta vida. No es un lucha que ganaremos en un momento, sino una progresión impulsada por el Espíritu de pequeños momentos, con algunos ataques más pequeños y otros más grandes.
Pero no luchamos sin tener certeza del resultado. Jesús le dio el golpe fatal al mal del dragón en el Calvario. Dio el golpe que llevó a la ruina al Dragón y al pecado y a la avaricia y al infierno en la montaña cuando fue clavado al árbol y rompió las cadenas de la muerte con la vida de resurrección, la vida que ahora disfrutamos y la que algún día poseeremos del todo.
Entonces, nuestro camino práctico a la victoria sobre el mal del dragón requiere tanto tácticas ofensivas como defensivas.
Comienza con un plan de batalla, llámalo un presupuesto personal o familiar, como un proyecto de generosidad, para contribuir con regularidad y sacrificio con las necesidades de la iglesia y con el progreso del evangelio entre las naciones.
Nuestras decisiones financieras premeditadas deberían basarse de la visión de Jesús mismo sobre él: que no es un mal en sí mismo, sino que el dinero es una herramienta en manos de la eternidad. En Lucas 16:9, el Maestro dice: "Haceos amigos por medio de las riquezas injustas".
A continuación, escuchamos las palabras del apóstol sobre cómo no es cristiano donar dinero a los ministerios todo el tiempo si negligimos a aquellos que están en nuestras casas. En 1 Timoteo 5:8, se encuentran algunas de las palabras más sobresalientes del Nuevo Testamento: "Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo".
Preparamos la estrategia para la batalla, pero luego debemos luchar contra los soldados de a pie en el campo. Así que aquí hay tres gritos de guerra para que luches contra el mal del dragón de la avaricia, cada uno con textos del Antiguo Libro. Son para el momento de tentación, cuando el deseo desmesurado por el dinero y las cosas y la seguridad y el poder asome su cabeza de dragón en nuestros corazones. Se dan con la plegaria de que el Espíritu de Dios nos dé los medios para sentir su alzamiento, para reconocer su peligro y para atacarla con Su Espada.
Grito de guerra #1: Puedo esperar.
Como la avaricia es un buen deseo que salió mal, tenemos que darnos cuenta de que hay algún impulso diseñado por Dios detrás de este pecado. Dios nos creó para obtener la posesión de una herencia tan grande que solo podemos comenzar a imaginar. Pronto, algún día, la tendremos toda. Ahora mismo, ya tenemos el pago inicial del Espíritu Santo, quien, según Efesios 1:14, es "garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios." Nuestro Padre es dueño del universo y de todo lo que se encuentra en él y, en unión con nuestro hermano Jesús, nos quedará todo a nosotros como parte de nuestro gozo eterno. Sólo es cuestión de tiempo.
"Bienaventurados los humildes", dice en Mateo 5:5, "pues ellos heredarán la tierra". O, para citar a su apóstol al final de 1 Corintios 3: "[...] todo es vuestro: ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo que está por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (vv. 31-23).
Cuando mi corazón esté más concentrado en Jesús que en el dinero y las cosas, entonces estaré listo para poseer con él todo lo que pueda imaginar, y diez mil veces más. Puedo esperar.
Grito de guerra #2: Dar es mejor.
Recuerda las palabras de Jesús en Hechos 20:35: "Más bienaventurado es dar que recibir".
Cuando cada impulso pecaminoso en nuestro interior quiera tomar y tomar y tomar, debemos combatirlo con un placer superior: Dar es mejor.
Dar es más feliz que recibir. Incluso, y especialmente, cuando damos hasta que duele, lo que es conocido como "sacrificio".
Lo que no debería ser entendido como un cheque en blanco para aquellos que dan de forma imprudente y caen en la condena expresada en 1 Timoteo 5:8. Sin embargo, la mayoría de nosotros, hermanos, no estamos en ningún peligro de dar demasiado. Y necesitamos el recordatorio, al considerar qué darle de forma regular a la iglesia y a las misiones, y qué dar de forma espontánea por disfrute en una situación especial, que dar es mejor. Y, cuando aprendemos a confiar en las palabras de Jesús, y aprendemos a seguir su verdad de forma experiencial, crecemos como dadores alegres (2 Corintios 9:7) como nuestro Padre, que es el Dador Alegre consumado.
Por ejemplo, en algo tan pequeño como dar una propina. Es muy fácil redondear para abajo, siempre dar lo suficiente para que se arreglen, o incluso un poco menos. Pero, si dar es mejor, entonces esta generosa propina es para mí. Dejar una propina generosa en vez de una miserable no es solo un acto de amabilidad con la mesera, sino también una forma de no darle asidero a la avaricia en mi propio corazón y de experimentar ahora el goce de la generosidad. Dar es mejor.
Grito de guerra #3: Tengo la Gran Posesión.
Finalmente, aquí es la campaña más profunda contra la avaricia. La lucha contra la avaricia es una que debe ser satisfecha, no solo en relación con lo que vendrá, sino dándole mayor importancia a lo que ya tenemos, a quiénes ya tenemos.
Él es un tesoro oculto en el campo, por el que vale la pena venderlo todo para tenerlo (Mateo 13:44). Tiene un valor que lo sobrepasa todo, por el que vale sufrir la pérdida de todas las cosas por ganar (Filipenses 3:7-8). Es la mejor y más duradera Posesión de la que se habla en Hebreos 10:34, que es más excelente y perdurable que cualquier otra posesión que tengamos o vayamos a tener. Es mejor tanto en lo que respecta a su profundidad como a su durabilidad.
Valorar el hogar por encima del oro
Cuando Thorin yacía moribundo por la batalla pero en sus cabales, le dijo al hobbit Bilbo Bolsón sus últimas palabras: "Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, este sería un mundo más feliz". Sí. Y mucho más cuando valoramos nuestro verdadero hogar. Y aun mucho más cuando valoramos a aquel cuya presencia lo convertirá en un verdadero hogar.
Cristiano, tenemos una posesión más grande que la Piedra del Arca. Tenemos un tesoro infinitamente mayor a todo el oro de Erebor. Su nombre es Jesús. Estar con Él en nuestro hogar es nuestra más grande recompensa. Es nuestra mejor y más duradera posesión. Somos de nuestro Amado y Él es nuestro.
Y cuando Él es nuestra Gran Posesión, el mal del dragón pierde su poder y somos, finalmente, libres para poseer el reino que nuestro Padre creó para que heredemos. E, incluso el día cuando materialmente lo tengamos todo, nuestro corazones libres de avaricia dirán con felicidad: "Todo lo que tengo es a Cristo".
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