Criando una familia lejos de casa

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English: Raising a Family Far from Home

© Desiring God

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Por Stacy Reaoch sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Carlos Diaz


Tuve un momento difícil encontrando un asiento en la graduación de octavo grado de mi hija. Caminé por filas de familias extensas sentándose juntos — mamás y papás orgullosos, abuelos de cabellos grises, así como también tías, tíos, y primos.

Cuando finalmente encontré un asiento vacío, junto a una amiga con su extensa familia, la tristeza se apoderó de mi corazón. Una maestra favorita caminó al escenario y llamó el nombre de nuestra hija para que recibiera un premio especial. Las lágrimas llenaron mis ojos a medida que escuchaba sus palabras afirmativas y me deleitaba con este hecho decisivo en la vida de nuestra hija. Deseaba que toda nuestra familia pudiera haber experimentado en persona lo que yo trataba de capturar en video. Deseo que todos pudiéramos haber estado allí.

Quizás se puedan relacionar. Quizás el trabajo de su cónyuge los ha llevado tan lejos de casa. O su vida como misionero los ha llevado al extranjero. O son esposas de un militar y se mudan cada dos o tres años. En la providencia de Dios, muchas cosas buenas y valiosas nos llevan lejos de quienes amamos, dejándonos batallando para confiar en el Señor y estar contentos.

A pesar del hecho que me encantaría tener familia cerca, Dios me ha provisto de algunas bendiciones inesperadas a medida que criamos nuestros niños lejos de casa.

Contenido

1. En verdad se abandonan y se fracturan.

Mudarse lejos de casa acentúa el abandono en el matrimonio, y abre la puerta más ancho para la fractura. El apóstol Pablo escribe (citando el Génesis), “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Efesios 5:31). Después que nos mudamos, mi esposo y yo estábamos alejados el uno del otro. El abandono y fractura no fue tan complicado para nosotros ya que no pudimos irnos corriendo a casa cuando teníamos un desacuerdo.

En los últimos 18 años de nuestro matrimonio, hemos vivido en tres estados diferentes al tiempo que nos preparábamos para el ministerio y luego servimos a varias iglesias. En todos los tres lugares, hemos estado lejos de ambas familias. En algunas formas, incluso no sabemos cómo sería vivir cerca de nuestros padres o hermanos. Esto siempre ha sido nuestra normalidad.

Mi esposo y yo aprendimos a cómo confiar el uno en el otro, formamos una amistad juntos, y comenzamos nuestra nueva vida sin las complejidades relacionales de tener una extensa familia cerca. Obviamente nos perdimos de los beneficios de estar más cerca, pero estamos agradecidos por como Dios nos ha bendecido también. Nuestro matrimonio es más fuerte debido al camino que hemos caminado juntos.

2. La familia de la iglesia se convierte en su familia.

Sin una extensa familia cerca, las relaciones dentro de nuestro cuerpo eclesiástico inmediatamente se volvieron más importantes. No puedo incluso comenzar a contar en cuántas formas Dios ha provisto el apoyo que necesitábamos en nuestra familia eclesiástica. Desde el cuidado de niños y alimentos cuando los niños nacieron a asistir a las obras y recitales de nuestros niños, se han formado lazos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo que hacen un esfuerzo extraordinario para amar a nuestra familia.

En la obra reciente de nuestra hija, un pequeño grupo de padres y jóvenes de nuestra iglesia se reunieron alrededor de ella para una foto. El amigo de mi hija le dijo, “¡Todos son tus hermanos y hermanas!” El gozo de las relaciones en el cuerpo de Cristo se hizo más dulce a medida que llenaba con familia que no puede estar allí.

Jesús pometió abundantes bendiciones a aquellos que abandonan las comodidades del hogar y la familia para seguirlo, “De cierto os digo, que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o heredades, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien tantos ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y heredades, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Marcos 10:29-30).

3. Están presionados para confiar en Dios.

En ausencia de apoyo familiar, hemos sido conducidos más hacia el Señor con nuestras tareas diarias. El compañerismo de nuestro Padre celestial es incondicional. Siempre estará con nosotros (Mateo 28:20). En mis más grandes momentos de problemas, Dios me ha conducido a través de las promesas de sus palabras, a versículos como 2 Corintios 12:9, “Bástate en mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.

El anhelo por la familia ha sido especialmente fuerte en tiempos de cambio en la vida — cuando nuestros bebés nacieron y en actividades importantes en sus vidas, especialmente a medida que crezcan. A medida que intentamos navegar obteniendo cuatro niños a cuatro distintos lugares algunas tardes, pienso sobre qué tan bueno sería tener alguna ayuda con el manejo y cuidado de niños. Puede ser difícil no sentir envidia de aquellos que tienen apoyo familiar cercano. A medida que los anhelos para la familia aprieta, podemos encontrar medidas de alegría al confiar que Dios nos tenga exactamente donde nos quiere que estemos. Acudimos a Cristo por nuestra satisfacción en vez del arreglo familiar perfecto.

Al observar a mi amiga Sarah y su esposo empacar sus cuatro niños jóvenes y se mudaron a las arenas del desierto de África me recuerda que vivir lejos de la familia es un sacrificio que vale la pena hacer. Su familia destaca el valor incomparable de Jesús. Lo que han dejado por mudarse a un lugar distante y poco familiar, han ganado la oportunidad de proclamar la gloria de Dios a aquellos con poco acceso al evangelio.

4. Se relacionan más al solitario y dolido.

Hay una tentación cuando nos sentimos solos o descontentos para revolcarnos en autoculpa. Uno de los mejores antídotos es detener la auto contemplación y en cambio enfocar nuestra atención en servir a alguien más que lo necesite. Vivir lejos de la familia puede darnos una sensibilidad especial a aquellos que puedan estar dolidos o solos.

Recuerdo el semestre que pasé estudiando en España. En una nueva cultura, con un idioma que apenas empezaba a entender, el mal de tierra fue una verdadera batalla. En la providencia de Dios, conocí a una familia de misioneros que me trataron como su propia hija, invitándome cada semana para la cena y estudio de la Biblia. El tiempo que pasé con estos preciosos y hospitalarios creyentes me enseñaron el gusanillo del mal de tierra. Mi tiempo en el extranjero me dio conciencia de la dificultad de ser una extranjera en tierra nueva y cómo una sencilla invitación a cenar puede mostrar amor y atención.

Dios significa para nosotros usar la comodidad que hemos recibido de Dios para confortar a otros (2 Corintios 1:4–5). Presten un oido oyente a alguien que batalle con la depresión. Asistan a la obra o juego de sus hijos. Ofrezcan a una nueva mamá ayuda práctica mediante cuidado de niños o cena.

Quien sea que abandone a la familia

Cuando Dios nos llama para vivir lejos de los seres queridos, recibimos tiempo juntos como un regalo especial. El tiempo no se da por sentado porque no es una parte rutinaria de la vida. Nuestros hijos esperan con ilusión ver a sus primos y abuelos.

Criar sus hijos lejos de los seres queridos es tanto un desafío como un regalo. Cuando descubran que su corazón anhela una circunstancia diferente, recuerden las bendiciones que el Señor da y cómo el abastece en formas inesperadas, “El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos; y es hermosa la heredad que me ha tocado” (Salmos 16:5–6).

Abracen la porción que Dios les ha asignado hoy. El gustoso sacrificio de abandona a aquellos que aman será más que compensado en el regalo de Dios mismo. La situación que ahora es su más grande angustia, pudiera luego convertirse en una grandiosa bendición.


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