Cuando Dios obra el milagro que no pedimos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Susana Belvedere
Un sinnúmero de operaciones cuando era niña. Internaciones de un año entero en el hospital. El acoso verbal y la violencia física de mis compañeros de escuela. Abortos naturales múltiples cuando era una joven esposa. La inesperada muerte de un hijo. Una enfermedad progresiva y debilitante. Un dolor constante. Traición. Un esposo que me abandona.
Si fuera por mí, hubiese escrito mi historia diferente. No incluiría ninguna de estas frases. Cada línea significa algo difícil, doloroso hasta las entrañas, que transforma la vida.
Sin embargo, mirando ahora en retrospectiva, no borraría ninguna de esas frases.
Siendo honesta, solo porque lo miro en retrospectiva puedo hacer una declaración tan valiente. Durante esos devastadores momentos, le rogué a Dios que me librara. Que salve a mi bebé, que revierta mi enfermedad, que mi esposo vuelva. Cada una de esas veces, Dios dijo que no.
Qué obtuve en lugar de liberación
“No” no era la respuesta que yo quería. Yo buscaba respuestas milagrosas a mi oración, quería que todo volviera a la normalidad, ansiaba hallar alivio para mi dolor. Quería una clase de gracia que pudiera librarme de mis circunstancias.
Dios, en su misericordia, me ofreció gracia para sostenerme.
Al principio la rechazaba, porque me parecía insuficiente. Yo quería liberación, no sustento. Quería que el dolor se fuera, no la capacidad de aguantar el dolor. Era como los hijos de Israel, que se regocijaron por la gracia libertadora de Dios cuando él abrió las aguas del mar Rojo, pero se quejaron con amargura cuando recibieron la gracia sustentadora que Dios les dio mediante la provisión del maná.
Cada vez que sentí dolor en el corazón, anhelé un milagro como el del mar Rojo: un milagro que dejara perplejo al mundo, una recompensa por mi fidelidad que hiciera mi vida gloriosa. Yo no quería el maná.
No obstante, Dios es más sabio. Cada día él siguió poniendo maná delante mío. Al principio protestaba. Me conformaba como si fuera una segunda opción. No era el banquete que me imaginaba. Parecía insulso y monótono. Sin embargo, después de un tiempo, comencé a saborear el maná, a quererlo, a degustar su dulzura.
Una obra mucho más profunda
Este maná, su gracia sustentadora, es lo que me levantó. Me revivió cuando estuve débil. Me llevo a ponerme de rodillas y, a diferencia de la gracia libertadora que recibí algunas veces y que inadvertidamente me llevó a sentirme cada vez más independiente de Dios, la gracia sustentadora me mantuvo anclada en él. La necesitaba cada día y, como el maná, era nueva cada mañana.
Dios me ha liberado y ha contestado algunas oraciones con un sobrenatural y ensordecedor “sí”, de los que te dejan boquiabierta. Miro hacia atrás con gratitud y asombro. Sin embargo, cuando esas oraciones fueron respondidas, volví a la vida normal y a menudo a ser menos dependiente de Dios. Por el contrario, los “no” o “espera”, y aquellas oraciones que fueron respondidas a lo largo del tiempo y con un progreso casi imperceptible, han hecho una obra mucho más profunda en mi alma. Me han mantenido en contacto con el Dador más que con sus regalos. Me han obligado a buscarlo y he descubierto la intimidad de la comunión con él.
En medio de mi dolor más profundo, en la oscuridad, la presencia de Dios ha sido inconfundible. Él me habla a través de tremendas dificultades. Me reconforta con su palabra. Me susurra en la oscuridad mientras estoy despierta con la cabeza sobre una almohada empapada de lágrimas. Él me canta canciones hermosas sobre su amor por mí.
El gozo de su maná
Al principio, solo quiero que la agonía se vaya. No me regocijo en el momento, para nada; pero a medida que me aferro a Dios y a sus promesas, él me sostiene. El gozo al principio se escurre. Tengo como una vaga imagen del deleite, que va apareciendo muy lentamente.
Sin embargo, con el tiempo me doy cuenta de que tengo un gozo inexplicable. No en mis circunstancias, sino en Dios, que cuida de mí con fiereza.
Alimentarse a diario con el insulso y a veces desagradable maná genera un gozo increíble e inimaginable.
He descubierto que este gozo, que a menudo nace gracias al sufrimiento, nunca se va; se va enriqueciendo a medida que pasa el tiempo.
Mis circunstancias no pueden reducirlo. Produce un fruto duradero como la perseverancia, el carácter y la esperanza. Me acerca a Dios de una manera increíble. Alcanza un peso de gloria que no tiene comparación.
Todavía oro intensamente para que Dios me libre de muchas cosas que he deseado por mucho tiempo que cambien en mi vida y en el mundo. Eso es lo correcto. Es bíblico. Necesitamos llevar nuestras peticiones a Dios.
Sin embargo, así como deseo la gracia que libera, también contemplo la hermosa bendición de la gracia que sustenta. No se trata de obtener lo que quiero sino de que Dios que me da lo que necesito desesperadamente: a él mismo.
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