Cuando los padres ponen la vara demasiado baja

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English: When Parents Set the Bar Too Low

© Desiring God

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Por Adrien Segal sobre Crianza de los Hijos

Traducción por Ian Bepmale


Los padres están tan ansiosos, activos y vigilantes como nunca, pero ¿eso es bueno? Con todo el tiempo, la energía y las lágrimas, ¿realmente estamos logrando lo que Dios nos ha pedido que hagamos?

Muchos padres tomamos nuestra responsabilidad muy en serio porque amamos a nuestros hijos y queremos que crezcan para tener vidas felices y exitosas. Sin embargo, si bien queremos esto para nuestros hijos, ¿qué significa realmente vivir una vida feliz y exitosa? ¿Qué meta debemos tener en la crianza?

La respuesta obvia podría ser que los padres quieren que sus hijos tengan relaciones amorosas y significativas, una buena educación para conseguir un buen trabajo, dinero y recursos para satisfacer sus necesidades, y la capacidad de hacer las cosas que les gusta hacer. Estos son deseos nobles para todos los padres. Sin embargo, como padres cristianos, debemos recordar que Dios nos creó a nosotros, y a nuestros hijos, para mucho más que cualquier cosa que pudieran tener o experimentar aquí.

Contenido

Haciendo pasteles de barro para niños

Si nuestro único horizonte son las siete u ocho décadas que nuestro hijo o hija podría tener en la tierra, y si creemos que la felicidad llega cuando ganamos lo suficiente para vivir cómodamente y somos capaces de hacer las cosas que queremos hacer; tendría sentido enfocarnos en administrar el tiempo y las circunstancias para que eso suceda.

Sin embargo, debido a que nuestro horizonte se extiende mucho más allá de esta vida, y debido a que creemos que ningún confort, posesión o logro puede finalmente hacernos felices, los cristianos ponen la vara mucho más alta. Como C.S. Lewis lo expresó tan bien en “El peso de la gloria”:

Parecería que Nuestro Señor encuentra nuestros deseos no demasiado fuertes, sino demasiado débiles. Somos criaturas poco entusiastas, entreteniéndonos con la bebida, el sexo y la ambición cuando se nos ofrece una alegría infinita, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo pasteles de barro en un barrio pobre porque no puede imaginar lo que significa la oferta de unas vacaciones en el mar. Nos complacemos con demasiada facilidad".

El éxito y el placer terrenales no son necesariamente malos, pero cuando estos son la meta, son meros pasteles de barro en comparación con las riquezas que tenemos en Cristo. El mundo puede conformarse con menos, pero nosotros los creyentes sabemos que fuimos creados para más. Mucho más.

Nuestros hijos necesitan, sobre todo, saber que fuimos creados por Dios no solo para vivir una vida agradable de pastel de barro durante siete u ocho décadas en la tierra, sino para estar en una relación amorosa con nuestro Creador por toda la eternidad; viviendo alegremente aquí, y para siempre para darle gloria. Cuando se trata de la crianza de los hijos, esto lo cambia todo.

¿Qué quieren realmente los padres?

¿Cómo sabemos que esto es para lo que fuimos creados? La respuesta simple es que Dios nos lo dice una y otra vez en su palabra.

¿Por qué Dios mismo hace todo lo que hace? No tenemos que preguntarnoslo. En Cristo, Él ya ha dado a conocer "el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra." (Efesios 1:9–10). Todo, y todos, se dirigen hacia ese día en que Dios unirá todo lo que ha hecho en Cristo, "para alabanza de su gloria" (Efesios 1:14).

Si no estás en Cristo, estas son noticias devastadoras, pero para aquellos de nosotros que conocemos el gozo de recibir el perdón por nuestros pecados, de tener una vida completamente nueva en Cristo y de fundamentar nuestra identidad en la gracia salvadora de Jesús, estas son noticias maravillosas. Estamos unidos, ahora y para siempre, con Dios como sus hijos amados y hechos coherederos con Jesús mismo de la nueva creación (Romanos 8:17), siempre y cuando dediquemos nuestras vidas con alegría y fidelidad a vivir para su gloria (1 Corintios 10:31), pase lo que pase.

Pablo ora por lo que más debemos esforzarnos y orar:

por nosotros mismos y por nuestros hijos, para que habite Cristo por la fe en "vuestros" corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (Efesios 3:17–19)

“¡Llenos de toda la plenitud de Dios!” Difícilmente podemos imaginar lo que esto significa. Esta es la gloria que C.S. Lewis estaba señalando, y lo que queremos experimentar con nuestros hijos para siempre.

Enséñales con diligencia

Necesitamos enseñar a nuestros hijos el gozo de aprender a obedecer lo que Jesús afirmó que es el mandamiento más importante de Dios:

"Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente." Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:37-39)

A menos que nuestra mayor prioridad sea vivir en una relación de amor con Dios, el mundo nos distraerá rápidamente y viviremos nuestras vidas en charcos de barro, separados de él y propensos al miedo y la ansiedad sobre nuestro propósito y futuro (y el de nuestros hijos).

La verdad sobre el asombroso amor de Dios por nosotros, y su mandato para que hagamos de amarlo y glorificarlo nuestra prioridad más importante, es lo que Dios quiere que enseñemos diligentemente a los niños (Deuteronomio 6:7). Cuando nosotros y nuestros hijos establecemos nuestras vidas sobre la base de amar más a Dios, Él es fiel para obrar las cosas más difíciles y las mayores alegrías para nuestro bien (Romanos 8:28). ¿Hay algo más grande que podamos querer para nuestros hijos?

Nuestra primer y mejor lección

Ahora, algunos se preguntarán de inmediato: "¿No podemos enseñar esto y trabajar muy duro para ayudar a nuestros hijos a tener vidas felices y enriquecidas en la tierra?" Y la respuesta es, obviamente, sí. La manera en que criamos depende de lo que, en lo profundo de nuestro corazón, creemos que es la meta.

Si conocer y amar a Dios es solo una idea más entre tantas que nuestros hijos aprenderán, un dato que creemos que tiene poca relevancia para si consiguen un buen empleo o logran comprar una casa, entonces transmitiremos el mensaje de que lo que nuestros hijos aprenden en devocionales familiares, en la escuela dominical o al leer la Biblia es solo información más, junto con matemáticas, ciencias y literatura.

Pero si realmente creemos que fuimos creados no solo para este mundo, sino para estar en una relación eterna con Dios, que este Dios es soberano sobre cada cosa que sucede todos los días (en otras palabras, él tiene el control, no nosotros); y que, en última instancia, nuestra felicidad depende de que esta relación sea correcta, nuestras estrategias cambian, a lo grande. De repente, todas las otras cosas que el mundo nos dice que tenemos que enseñar a nuestros hijos se vuelven secundarias. De primera importancia, tenemos que vernos a nosotros mismos como designados por Dios para enseñar a nuestros hijos sobre las maravillas de él y su plan de amor para ellos.

Vivos para Dios en todas partes

Si vamos a hacer esto bien, debemos asegurarnos de saber lo que nuestro Dios amoroso y soberano piensa que es importante, y mostrar y enseñar estas verdades realmente bien. Esto comienza desde el nacimiento y significa estar en la Palabra de Dios cada día con nuestra familia y ser parte de una buena iglesia que enseñe la Biblia. ¡Los niños necesitan ver nuestra alegría en esto!

Luego, vemos el mundo que nos rodea como el mundo de Dios. Él es responsable y sostiene todo lo que contiene (Colosenses 1:17). Ayudar a nuestros hijos a maravillarse mientras lo vemos en las cosas y el orden del mundo, y mostrarles cómo lo más grande y lo más pequeño, y todo el flujo de la historia, la ciencia y el arte proceden de Él, abrirá los ojos de nuestros hijos para deleitarse en la gloria de todo ello a la luz de la verdad que aprendemos de Dios.

Esta es una tarea dramáticamente diferente a la que los padres no creyentes puedan o vayan a entender. La belleza de la crianza cristiana es que, al enseñar a nuestros hijos las cosas de Dios, nosotros mismos crecemos espiritualmente; y el temor y la ansiedad por el futuro de nuestros hijos comienzan a desvanecerse. Cada vez más somos sostenidos e inspirados por las promesas de que este Dios poderoso estará con nosotros, nos animará, nos ayudará, y de que Él es, en última instancia, el responsable del resultado.

Una vara más alta (y mejor)

El objetivo de nuestra crianza no es simplemente ayudar a nuestros hijos a encontrar satisfacción en este mundo. Necesitamos ayudarlos a encontrar satisfacción para toda la eternidad.

Nuestro Padre celestial dirigirá nuestros caminos, y los caminos de nuestros hijos, en este mundo y por toda la eternidad a medida que lo amamos y confiamos en él. Padres cristianos, recuerden la meta: Enseñen a sus hijos que la verdadera felicidad y el verdadero éxito provienen de hacer lo que fueron creados para hacer: amar al Señor sobre todas las cosas, verlo como el autor amoroso de todo, y unirse a una relación de amor con Él al abrazar las gloriosas buenas nuevas de Jesucristo.

Cuando comiencen a entender y acoger esta realidad en sus corazones, no solo estarán llenos de confianza y alegría; también verán sus vidas como el medio que se les ha dado para amar y servir a Dios, y a los demás, especialmente compartiendo estas buenas nuevas. Una meta diferente a la que entiende el mundo, sin duda, pero mucho más gloriosa.


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