Cumpliendo Cincuenta Y Siguiendo Luchando Por La Fe

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English: Turning Fifty and Still Fighting for Faith

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Cumplo cincuenta este fin de semana. Cincuenta. Llegó más rápido de lo que esperaba.

Recibí un saludo de cumpleaños por correo de la Asociación Estadounidense de Jubilados (AARP). Le dije a mi esposa que era como recibir una tarjeta de la Parca. La jubilación no es algo en lo que esté preparado para pensar todavía, ni psicológica ni económicamente (aunque puedo estar preparado en el primer sentido antes del segundo).

O espiritualmente. No hay jubilación de la obra del Reino.

Soy uno de los más viejos de la llamada “Generación X”, nacida desde mediados de los 60 hasta principios de los 80. Somos una generación de brecha, una “X” no distinguida entre los Baby Boomers masivos y socialmente dominantes y los Millennials ruidosos y modernos. No somos “la generación más grande” y no somos los más geniales. Somos la generación tranquila de los hijos de en medio. Llegamos a la mayoría de edad en la era relativamente conservadora de Reagan-Bush, lo que significa que no somos revolucionarios políticos ni culturales. Y ahora nos encontramos cada vez más en la edad madura, ya no marcamos tendencias, y aún no somos sabios.

Cincuenta se siente diferente

La edad madura se siente diferente de lo que pensaba. Mi abuela me dijo una vez (ella tenía poco más de noventa y yo poco más de treinta): “Por dentro todavía me siento como cuando estaba en mis veinte. Ahora me miro al espejo y me pregunto: ¿quién es esa anciana?”. Ahora entiendo mejor a qué se refería. Gran parte de mi interior a los cincuenta no se siente diferente a como me sentía a los veinticinco. Pero cuando me veo en fotos, me pregunto por el hombre de edad madura. ¿Es así como me veo realmente? Ese se parece a mi papá.

Pero parecer mayor no es la parte difícil de la edad madura. Eso es principalmente duro para mi vanidad, lo cual es bueno para mi alma. La parte más difícil es la comprensión existencial más profunda de que a los cincuenta todavía me parezco mucho más a mi yo interior de veinticinco años de lo que pensé que me parecería.

Pensé que ahora sería más maduro. Pensé que tendría mayor fe. Pensé que sería más devoto, menos temeroso, más paciente, menos irritable. Ha habido avances en todas estas áreas, pero no tanto como esperaba.

Pensé que sería un discípulo de Jesús más parecido a Cristo y lleno del Espíritu, un mejor esposo, un padre más hábil, un amigo más considerado. Pensé que sería un testigo más valiente de Cristo y un mayor amante de las personas. Pensé que sería más fructífero. Y pensé que habría avanzado más en la superación de mis debilidades constitucionales y temperamentales.

La parte más difícil de la edad madura es darse cuenta de cuánto de mi yo que pensé que cambiaría aún permanece. El ritmo de la santificación está resultando ser dolorosamente lento. La depravación repugnante sigue siendo una batalla diaria en muchos niveles. Todavía estoy tan “rodeado de debilidad” (Hebreos 5:2).

Tentaciones de la edad madura

Ahora sé mejor por qué la gente tiene crisis de la edad madura. Hay más exigencias para nosotros en esta etapa de la vida que en cualquier momento anterior. Los desafíos familiares, vocacionales, financieros y, a menudo, ministeriales, son más complejos que nunca. Y estos llegan precisamente en el momento en que nos damos cuenta de que somos más pecadores, más débiles y menos sabios de lo que pensábamos que seríamos ahora. Podemos sentirnos atrapados en medio.

Es por eso que algunos responden retrayéndose a un capullo protector, mientras que otros huyen en busca de pastos de aspecto más verde. Algunos se aferran a una nueva fantasía, ya que las antiguas no se cumplieron, mientras que otros simplemente sucumben al cinismo de que todos los sueños son fantasías vacías y comienzan el proceso de endurecimiento que produce ancianos amargos. Cuando la debilidad se encuentra con el cansancio y el desánimo se encuentra con la desilusión, debemos estar en guardia. Estos son momentos espiritualmente precarios.

Suficiente gracia para aguantar la carrera

Estoy descubriendo que lo que realmente necesito en esta etapa de la vida es el recordatorio refrescante del evangelio de que son precisamente mis debilidades las que muestran de manera más clara y hermosa la fuerza de la gracia de Dios (2 Corintios 12:9-10), y que tengo necesidad de paciencia, para que cuando haya hecho la voluntad de Dios, pueda recibir lo que Él prometió (Hebreos 10:36). Mis debilidades tienen un propósito en el diseño de Dios, al igual que mi cansancio.

La edad madura es como las millas doce a veinte en un maratón (al menos psicológicamente), cuando el optimismo energético inicial de la salida se ha ido y la línea de meta todavía parece lejana (incluso con las porristas de la AARP). Las millas aún se extienden más adelante, y sabemos que todavía hay algunas colinas. Nuestro cuerpo está cansado y nuestra mente es susceptible a las distracciones mentales. Los lamentos, las ansiedades y los miedos nublan nuestro pensamiento más de lo que lo hicieron al principio. Nos enfrentamos a varias tentaciones de rendirnos.

Estas millas intermedias pueden no ser las millas más gloriosas de la carrera, pero con frecuencia son las más importantes. Si terminamos bien o no, a menudo se determina durante este tramo del camino.

Así que mientras ayudo a liderar la vanguardia de la Generación X hacia nuestra sexta década en la carrera de la fe, con el ritmo de mis pies sobre el pavimento y con algo de fatiga, me estoy predicando a mí mismo: Hay suficiente gracia para aguantar la carrera (2 Corintios 12:9; Hebreos 12:1).

Los cincuenta llegaron más rápido de lo que esperaba. Así serán los sesenta y setenta, si el Señor quiere. También lo hará la línea de meta. También la Gloria. Y cada uno se sentirá diferente de lo que pensé. Mis expectativas, y ciertamente mi autoimagen, no son lo importante.

Lo importante, de lo que se trata toda esta carrera, es obtener el Premio (Filipenses 3:14). Y quiero seguir corriendo para conseguirlo (1 Corintios 9:24).


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