De pecadores a hijos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Bárbara
Cómo Dios acoge a los perdidos
Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos. (Lucas 15:2)
Los fariseos y los escribas se quejaban bastante de las personas con las que Jesús decidía comer. Si hubiera elegido comer exclusivamente con personas honradas como ellos, quizá lo habrían alabado. Pero la queja se extendió de uno a otro en tono susurrante y despectivo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Como se ha dicho, es glorioso escuchar el evangelio en boca incluso de los enemigos de Dios: Jesús recibe a los pecadores y come con ellos.
Estamos en deuda con estos gruñones, porque en respuesta, Jesús cuenta tres parábolas que nos permiten vislumbrar el corazón de Dios hacia los pecadores perdidos. La primera parábola trata de un pastor que pierde una de sus cien ovejas y deja a las noventa y nueve en el campo abierto para ir a buscarla. La segunda trata de una mujer que pierde una moneda y revuelve toda la casa para recuperarla, y se regocija cuando lo consigue. La tercera parábola cuenta la historia de un hijo distanciado que avergüenza a su padre, malgasta todo su dinero en sus deseos carnales y es recibido de vuelta en su arrepentimiento con cantos y un banquete. Estas tres parábolas son los tres pétalos de una flor celestial, y esa flor se llama copia gratiae Dei, la abundancia de la gracia de Dios.
El punto que Jesús quiere destacar es que, así como un pastor va en busca de su oveja perdida, o como cualquiera de nosotros iría en busca de algo precioso que hayamos perdido en casa, Jesús ha venido a buscar y salvar almas perdidas. Por lo tanto, sí, Jesús recibe a los pecadores y come con ellos.
Estos santurrones no necesitan un Salvador, por lo que se quejan de que Jesús reciba a quienes sí lo necesitan. (¡Ojalá esos hombres santurrones tuvieran más motivos para quejarse de con quién comemos!) Las críticas murmuradas de estos Jonás enfadados con la misericordia de Dios chocan con la música del cielo. «Os digo», explica Jesús, «que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse» (Lucas 15:7). El cielo canta sobre la gracia; los orgullosos se quejan.
Hermanos santurrones
Jesús exprime su acusación más directamente en la historia del hijo pródigo, ya que los fariseos aparecen en la historia. El padre tiene dos hijos. El menor le pide su herencia y la malgasta en un país lejano llevando una vida imprudente. Entonces sobreviene una gran hambruna y el hermano menor comienza a pasar necesidades. Se dedica a la ocupación más repugnante para los judíos: alimentar cerdos. Cae tan bajo que las vainas que comen los cerdos le parecen apetitosas.
Cuando «recupera el sentido», despierta de su estupor impío, piensa en su padre y en las provisiones de los sirvientes de su padre, y comienza a caminar hacia casa, ensayando su disculpa. Lo que encuentra cuando llega al horizonte lo sorprende a él y a nosotros: un padre compasivo y rebosante de alegría que corre, abraza, besa, le regala la mejor túnica, un anillo preciosos y zapatos para sus pies. Y luego una fiesta. Alegría en la tierra como en el cielo, «porque este mi hijo muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Y comenzaron a celebrar cómo el padre recibe a los pecadores y come con ellos.
Ahora la cámara nos lleva al campo para ver al hermano mayor. ¿Lo celebrará? Lo encontramos enfadado, negándose a entrar y desdeñando las invitaciones de su padre para que se una. Con la mirada puesta en los fariseos, Jesús les dice a estos hermanos mayores que es apropiado alegrarse, porque los hermanos que estaban muertos ahora están vivos, porque los que estaban perdidos ahora han sido encontrados. Jesús recibe a los pecadores y come con ellos: ¡alégrense y únanse a la fiesta!
La parábola termina de manera dramática. La suya era una historia en la que cada uno elegía su propia aventura; ellos decidieron cómo terminaría. Eligieron enfadarse en lugar de rendirse. ¿Y tú?
El Salvador que busca almas
Reflexionemos juntos para terminar: cuán diferente es nuestro hermano mayor. Nuestro humilde Señor omitió su parte en la historia. Nuestro verdadero hermano mayor, ¿dónde está?
Está en el campo y te ve alejarte de su padre. Le duele el alma verte tan imprudente, tan suicida en tu alma. Él conoce ese país lejano. Sabe lo que te espera: pérdida, tentación, pobreza, muerte. Le pregunta a su padre qué hay que hacer. Conspiran juntos para recibirte de vuelta.
Aún apestando a cerdo, regresas. Tu padre corre hacia ti. Te abraza. Te besa y te consuela como si nunca te hubieras ido. Te visten con ropas muy por encima de lo que mereces y te llevan al banquete, donde te reciben con risas.
Pero falta alguien. «Padre, ¿dónde está mi hermano mayor, mi querido amigo? Sé que Jesús recibe a los pecadores y come con ellos».
«Bueno», dice el padre, «se ha ido. Ha viajado a un país lejano. Vio tu vida imprudente y tu herencia mal gastada. Los acreedores vinieron a buscarte. Maridos insultados y amigos desagradables te persiguieron. La ley exigía tu sangre. El rey estaba en tu contra. Escapaste de la justicia, hijo mío, porque la justicia lo encontró a él. Fue detenido. Sentenciado. Golpeado. Condenado. Se quedó atrás para que tú pudieras volver a casa».
Como un buen pastor, fue tras de ti. Como una mujer que perdió una moneda valiosa, te buscó. Tu túnica es su túnica; tu anillo es su anillo; este ternero cebado es su ternero cebado. Él es tu bienvenida de vuelta.
«Entonces, ¿dónde está tu hermano?», pregunta el padre en medio del banquete. Con un brillo en los ojos, responde: «Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida. Pronto estará aquí».
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