Deseo Sin Cesar

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English: Desire Without Ceasing

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Por Zach Howard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por María Veiga


Contenido

Cómo el Anhelo Impulsa una Vida de Oración

Este mismo deseo es tu oración, y si tu deseo es continuo, tu oración también lo es. El apóstol quiso decir lo que dijo: Orad sin cesar.


—Agustín (Exposiciones sobre los Salmos 37.14)

Los seres humanos hacemos muy pocas cosas sin cesar. Somos seres limitados por naturaleza. No podemos estar siempre trabajando, hablando o sintiéndonos siempre tristes, enojados o contentos. Empezamos y paramos. Empezamos y terminamos. Sin embargo, hay cosas que hacemos sin cesar; respiramos sin cesar o dejamos de existir. ¿Puede una de esas cosas que hacemos sin cesar, ser la oración?

La exhortación de Pablo a la iglesia de Tesalónica de “orar sin cesar” parece imposible (1 Tesalonicenses 5:17). Nos resistimos a este mandato porque no podemos imaginar lo que significaría obedecerlo. Sin embargo, ahí está, escrito con letra clara: «Orad sin cesar».

Quizás, sin embargo, el mandato de Pablo sea solo una forma de hablar y no algo que debamos tomar literalmente. De hecho, las Escrituras contienen muchos mandatos similares. Justo en el versículo anterior, Pablo dice: «Estad siempre gozosos». O, en los Salmos, encontramos mandatos de «buscar la presencia [de Dios] continuamente» y de «bendecir al Señor en todo tiempo» (Salmo 34:1; 105:4). ¿Qué deberían hacer los seres humanos finitos con estos mandatos absolutos?

Un pastor de la iglesia primitiva, Agustín de Hipona (354-430), ofrece una respuesta al vincular estrechamente la oración y el deseo, tanto exegéticamente en su predicación y cartas como con el ejemplo en su propio libro, Confesiones.

Oración y deseo

Para comprender la oración, según Agustín, debemos comprender qué significa anhelar a Dios. Con demasiada frecuencia, pensamos en la oración solo como el momento de alabanza o petición intencional, con la cabeza inclinada y las manos juntas. Imaginar la oración de esta manera puede cegarnos a su esencia, que es nuestro deseo de Dios. «Este mismo deseo es vuestra oración», declara Agustín en un sermón (Salmo 37.14). El anhelo de Dios es el río subterráneo que subyace a toda oración genuina por cualquier don. Sin embargo, no debemos fusionar el deseo y la oración en uno solo. Más bien, la oración y el deseo están unidos como el cuerpo y el alma. Nuestro deseo de Dios da vida a nuestra oración. Y la oración intencional moldea y fortalece nuestro deseo de Dios.

Agustín distingue entre el sentido más amplio de la oración, como un deseo continuo de Dios, y el sentido más estricto de la oración, como actos intencionales de comunicación con Dios. Como escribe Agustín en una carta: «Siempre oramos con un deseo continuo lleno de fe, esperanza y amor. Pero en ciertas horas y momentos también oramos a Dios con palabras» (Carta 130.9.18). El sentido amplio del deseo de Dios debe motivar nuestras oraciones intencionales para que no se conviertan en un mero ritual o en balbuceo sin sentido (Mateo 6:7). La oración genuina comienza y se sustenta en el deseo de Dios. Y cuando dejamos de desearlo, dejamos de orar verdaderamente.

Sin embargo, para que nuestro deseo de Dios no se desvanezca, necesitamos el sentido estricto de la oración. La oración intencional en sí misma activa y fortalece nuestro deseo de Dios. No alabamos a Dios en oración para satisfacer una necesidad de ser alabado. Tampoco le pedimos en oración que le informe de algo que no sepa. Le alabamos y le pedimos que ejercite nuestro deseo de Dios (Carta 130.8.17). Porque sin la oración intencional que active y fortalezca nuestro deseo de Dios, este se atrofiaría.

La oración, entonces, representa y ejercita nuestro deseo de Dios. Pero ¿qué significa entonces «orar sin cesar»? Agustín sugiere que «si tu deseo es continuo, tu oración también lo es» (Salmo 37.14). La oración incesante es un deseo continuo de Dios.

Deseo insaciable de Dios

Agustín ilustra una vida llena de anhelo por Dios en la oración de trescientas páginas conocida como sus Confesiones. Comienza suplicándole a Dios: «Permíteme buscarte, Señor, implorando tu ayuda, y que pronuncie mi oración creyendo en ti» (1.1.1). A lo largo de sus Confesiones, alaba y confiesa a Dios, lucha y le ruega, y declara su admiración y amor por Él. Entretejido en cada parte de su oración hay un deseo constante de llegar a ver realmente a Dios tal como es: «Permíteme ver tu rostro, aunque muera, para que no muera con el anhelo de verlo» (1.5.5). Agustín dice que debemos aprender nuestro anhelo del salmista: «Una cosa he pedido al Señor; esto busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar las delicias del Señor» (Salmo 27:4; Carta 130.8.15).

Pero ¿podemos sentir ese anhelo por Dios todo el tiempo? Las Confesiones de Agustín ilustran la variedad de formas que adopta dicho anhelo, y en una carta sobre la oración, explica que podemos describir este deseo de varias maneras. Nuestro anhelo por Dios puede describirse como un anhelo de felicidad. Como quien abre un acordeón, Agustín amplía nuestro sentido de un deseo continuo por Dios al describirlo como el anhelo de la vida feliz, la vida eterna que solo se encuentra en Dios. «Desea sin cesar la vida feliz, que no es otra cosa que la vida eterna», exhorta Agustín en su carta a Proba (Carta 130.9.18). Nuestro deseo de ser feliz no se satisface con nada de lo que este mundo ofrece, sino, en última instancia, con Dios mismo. Los deseos correctamente ordenados hacen posible una vida de oración incesante.

Vivir una vida orientada hacia Dios, una vida orientada hacia Dios, permite orar sin cesar. Orar sin cesar ocurre en una vida orientada hacia Dios en la medida en que ponemos nuestra mente en las cosas de arriba (Colosenses 3:2). En esta vida, recibimos todo buen don con acción de gracias a Dios (1 Tesalonicenses 5:18). También nos regocijamos en cada prueba porque sabemos que produce la clase de fe que nos permite ver a nuestro gran Dios con mayor claridad y desearlo con mayor anhelo (Santiago 1:2-4). Sin embargo, una vida así, guiada por un deseo continuo de Dios, no sucede automáticamente.

Cuidando el Fuego

El deseo, como el fuego, debe ser cuidado. Necesitamos la oración intencional para mantener un deseo continuo de Dios. Agustín le encanta la metáfora del fuego para describir el deseo, y al explorar cómo lo encendemos, enfatiza la importancia de la forma y la frecuencia de la oración intencional. Necesitamos la oración intencional frecuente para avivar la llama de nuestro deseo de Dios.

Detenerse a orar en “ciertos momentos y horas” funciona para “regresar la mente a la tarea de orar, apartándola de otras preocupaciones y afanes” (Carta 130.9.18). Alimenta el fuego por la mañana, en las comidas y antes de acostarte (y también en otros momentos) para que tengas un deseo cada vez mayor de Dios. Los discípulos presenciaron la constante búsqueda de Dios por parte de Jesús en oración y le preguntaron cómo debían orar (Lucas 11:1-4).

La forma del Padrenuestro proporciona un modelo para todas nuestras oraciones. San Agustín dice: «Si repasáis todas las palabras de las santas peticiones, no encontraréis, en mi opinión, nada que esta oración de nuestro Señor no contenga e incluya» (Carta 130.12.22). Cada parte del Padrenuestro forma nuestro deseo por Dios, y seguir este modelo filtra los deseos vanos.

Avivar el fuego de nuestro amor por Dios con la oración intencional reordena nuestros afectos hacia Dios para que podamos orientar correctamente cualquier buen deseo hacia la felicidad en Él. La oración regular, según el modelo que nos enseñó nuestro Señor, ordena nuestro amor por todos los dones de la tierra al aumentar nuestro deseo por Dios. Todos anhelamos naturalmente una vida feliz, y la oración nos recuerda que encontramos la felicidad en Dios.

Anhelo de hogar

La oración incesante es como anhelar el hogar en el viaje de regreso. Nunca se descansa del todo hasta llegar a casa. Aunque se sienta renovado en el camino, nunca se está del todo satisfecho con nada bueno, porque el hogar es donde el corazón anhela estar. Muchos otros deseos surgen en el camino, pero el principal, el único que lo motiva y lo impulsa, es regresar a casa. Por eso, Agustín llama a su congregación a alzar la mirada hacia su hogar celestial para recordar lo que buscan:

Contemplando la gloria de Dios y viéndolo cara a cara, podremos alabarlo eternamente, sin cansarnos, sin el dolor de la iniquidad, sin la perversión del pecado. Así alabaremos a Dios, ya no suspirando por él, sino unidos a él, por quien hemos suspirado hasta el final, aunque gozosos en nuestra esperanza. Porque estaremos en esa ciudad donde Dios es nuestro bien, Dios es nuestra luz, Dios es nuestro pan, Dios es nuestra vida. Todo lo que nos es bueno, todo lo que nos perdamos en nuestro peregrinar, lo encontraremos en él. (Salmo 37:28)

Para los cristianos, nuestro único deseo es estar con Dios para siempre. Con él está la vida eterna (Juan 17:3). A su diestra, delicias para siempre (Salmo 16:11). Así que, cuando leas la exhortación de Pablo a orar sin cesar, recíbela como una invitación a cultivar un anhelo inagotable y creciente por Dios. Alimenta el fuego de tu amor por Dios con frecuentes momentos de oración, inspirados por las peticiones del Padrenuestro. De esta manera, vive una vida de oración, una vida orientada hacia Dios. Y, mientras caminas, mira regularmente hacia arriba con anhelo por el hogar que se encuentra en el horizonte.


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