Dios se nos acercó en la Unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN)
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Cary Hughes sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Débora Ester Baigorri
El 14 de diciembre de 2016, mi esposa dio a luz a nuestra primera hija, Mirra Grace.
Habíamos estado orando cinco años por ese momento. Después de un largo viaje de infertilidad y dos abortos espontáneos, Dios nos regaló lo que tanto habíamos deseado. Esa mañana bien temprano lloramos de gozo y celebramos la fidelidad de Dios.
Unas horas más tarde notamos que la carita de nuestra hija comenzó a ponerse de color azul. No sabíamos si esto era normal, así que comentamos a las enfermeras y llevaron a nuestra hijita a la enfermería para revisarla. Después de revisarla y de hacerle una resonancia magnética, vino nuestro doctor y habló con nosotros sobre los resultados.
«Su hija ha tenido una apoplejía severa. Necesita ser trasladada en avión a Orlando para ser tratada. Lo siento». En ese momento devastador, nuestras lágrimas de gozo inmediatamente se cambiaron en lágrimas de dolor.
Durante dos semanas íbamos y veníamos entre la esperanza y la desesperación en la UCIN. Por la gracia de Dios, nuestra hija ya está en casa y creciendo normalmente con sus tres meses de edad. Pero durante las dos semanas más difíciles de nuestras vidas, pudimos experimentar la dulce presencia de Dios y la seguridad de la verdad de las escrituras como nunca lo habíamos vivido.
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Es bueno estar cerca de Dios
El descenso al valle de la desesperación viene de muchas maneras. Podría ser que alguien nos llame contándonos sobre la pérdida de un ser querido. O quizás que venga la policía a tu casa a mitad de la noche con malas noticias. Mi esposa y yo nos precipitamos desde los picos de entusiasmo y gozo hacia el valle.
Más allá de la manera, cuando viene la desesperación, los cristianos necesitamos un Dios bien grande que traiga consuelo en medio de nuestro dolor. Necesitamos que Dios nos muestre su poder soberano, íntimo, misericordioso, de su misma esencia y absoluto; necesitamos conocer al Dios de la biblia. Inclusive en el valle de la desesperación, no temeremos mal alguno si hemos experimentado el aliento que infunde el cayado de nuestro Buen Pastor (Salmo 23:4; Juan 10:11).
1. Dios conoce todas nuestras lágrimas.
En las escrituras vemos a Dios cercano especialmente a los quebrantados de corazón. Él conoce nuestras lágrimas de dolor en lo íntimo. David pidió al Señor: «pon mis lágrimas en tu redoma» y de esa manera reconoció tanto la soberanía de Dios aún en el sufrimiento, como así también su presencia fiel en medio del sufrimiento. David conoció estas verdades por lo que nunca más temió a otros hombres, y además alabó a Dios de acuerdo a su palabra (Salmo 56:8-11).
En el nuevo pacto conocemos a Jesús, quien es el que mejor conoce nuestras lágrimas en lo íntimo. Vemos estas lágrimas frente a la tumba de Lázaro cuando Jesús llora junto a una hermana en gran dolor (Juan 11:35). Vemos estas lágrimas en Getsemaní cuando Jesús ora al Padre «con gran clamor y lágrimas» (Hebreos 5:7). Vemos estas lágrimas en la cruz cuando Jesús clama al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15:34).
Getsemaní y el Calvario nos recuerdan que él experimentó lágrimas más amargas que las que nunca experimentaremos. Y a causa de esas lágrimas, nunca experimentamos el abandono de Dios cuando lloramos en esta tierra. Él es el varón de dolores, familiarizado con todo nuestro sufrimiento, capaz de compadecerse de nuestras flaquezas. (Isaías 53:3; Hebreos 4:15). Cuando termine esta era en la que abunda el pecado, le veremos enjugar toda lágrima de nuestros ojos en el cielo nuevo y la tierra nueva (Apocalipsis 21:4).
2. Dios ama acercarse a nosotros.
Como yo soy pastor, a menudo visito a los miembros de la congregación cuando están en el hospital. Mientras estuvimos en el hospital recibiendo cuidados, fuimos grandemente bendecidos al recibir las visitas de los hermanos y las hermanas en Cristo. A través de las oraciones y el aliento de parte de otros hijos de Dios, nuestra familia experimentó la gloria de Dios en momentos difíciles. No habríamos experimentado esto si no hubieran venido a vernos.
Todos los que somos hijos de Dios, a menudo olvidamos que nuestra unión con Cristo puede impactar en la vida de otros en ciertos momentos. Al habitar Cristo en nosotros, él hace que la esperanza de gloria sea conocida por otros a nuestro alrededor. (Colosenses 1:27). Cuando alguien está en el valle de la desesperación, Dios se le revela poderosamente a través de sus hijos para mostrar «la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo» (2 Corintios 4:6). De la misma manera que pasó con Pedro y Juan, Dios promete revelarse a sí mismo a través de nuestra unión con él (Hechos 4:13).
3. Dios nos sostiene hasta el final.
Uno de mis himnos favoritos, en su primera línea dice: «Si mi fe ha de caer, Jesús me sostendrá».
Durante los primeros momentos en la UCIN, el temor nos invadió. Aunque cientos de preguntas venían a nuestra mente, una verdad permanecía constante. Sabíamos que esos brazos de amor nos mantendrían firmes paso a paso en el camino. A medida que experimentábamos su cercanía, su perfecto amor echaba fuera el temor de la caída de nuestra fe (1 Juan 4:18).
Cristo promete sostenernos con un amor eterno e inquebrantable en todos nuestros temores cuando atravesamos los valles más profundos. En medio de las dudas y la desesperación, cuando estamos propensos a olvidar la cercanía de Dios mientras estamos en el valle, Dios nos recuerda en su palabra que él está cercano y poderoso, no para sostenernos de él, sino para él sostenernos a nosotros (Juan 10:28–29).
Cuando recibimos noticias desoladoras que nos llevan al valle de la desesperación, Dios nos promete la dulzura de su cercanía (Salmo 73:28). Cuando el enemigo nos tienta a dudar de la cercanía de Dios, Dios nos promete que nunca desamparará a sus hijos (Salmo 68:5; Romanos 8:15–17).
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