Discipular cuando necesitas el discipulado
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Erin Wheeler sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por 9Marks
No estaba segura acerca de qué se suponía que era el discipulado, pero tenía la certeza de que no era lo que yo estaba haciendo.
“Debo estar haciéndolo al revés”, pensé cuando cerré la puerta el día que se fue aquella hermana que había dado una hora de su vida para venir a mi casa y ser discipulada.
“Soy un desastre. No sé qué estoy haciendo aquí. No estoy dando ningún tipo de enseñanza a mis traviesos hijos y mi corazón no está bien en cuanto a mi marido. No debería estar enseñando a nadie. ¡La que necesita ser discipulada soy yo! Dios, ¿qué quieres que haga?”.
Murmuré todo esto mientras me dirigía de vuelta a la cocina para terminar de hacer la comida.
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ENCONTRANDO FUERZA EN LA DEBILIDAD
No tenía ni idea de que Dios iba a usar esta situación —así como tantas otras— para enseñarme muchas cosas acerca de sus propósitos en mi vida. Ni me imaginaba cómo Dios convertiría mi debilidad en fuerza. Durante este año mi marido y yo —ambos treintañeros— nos hemos visto colocados en la categoría de gente mayor en nuestra iglesia. Busqué alguna mujer que pudiera motivarme espiritualmente —ya que estábamos atravesando una época difícil— pero Dios tenía otros planes.
En lugar de concederme este deseo, él aumentó mi pasión por el discipulado. Aprendí gradualmente que no se trataba tanto de que yo hiciera lo correcto sino de que obedeciera el mandamiento de Dios de “que enseñen a las mujeres jóvenes” (Tit. 2:4). Vi que Dios traía a menudo mujeres a mi vida —chicas más jóvenes, de diferente edad y madurez espiritual— que estaban desesperadas por encontrar a alguien que les enseñara a amar al Señor con todo su corazón, su alma, su mente y sus fuerzas (Dt. 6:4-9).
ENSEÑANDO AL SER OBSERVADA
A pesar de que anhelaba ser discipulada, me encontré frecuentemente en el lugar de la discipuladora, sientiéndome profundamente insegura e inadecuada. Me sentí como Moisés en Éxodo 4, diciendo: “Señor —insistió Moisés—, te ruego que envíes a alguna otra persona” (NVI), a lo que Dios me respondería de diferentes formas. Al igual que con Moisés, sentí que Dios me decía: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (Ex. 4:11-12).
Al discipular a estas mujeres intenté instruirlas haciéndoles preguntas, comentando libros juntas y orando; pero ellas me dirían después que la mejor enseñanza fue simplemente observarme. Vieron a Dios usar mi debilidad en mi lucha por ser paciente cuando ya hacía rato que el día me había dejado sin fuerzas. Me vieron batallar para amar a mi marido después de compartir con ellas mis luchas por sentirme en segundo lugar en comparación con su trabajo.
DIOS PROVEERÁ LO QUE NECESITAMOS
Llegué a entender mejor las palabras de Pablo cuando dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co. 4:7). Estas señoritas habían obtenido un asiento en primera fila para ver que solo soy un vaso de barro. Puesto que somos hechura de Dios creados en Cristo Jesús para buenas obras, a veces necesitamos permitir a otros ver el poder de Dios brillar en nuestros débiles intentos de servirle.
Dios no nos llama a ser todo lo que podemos ser por nuestra propia cuenta. En su lugar, nos llama a entregarnos a otros como una ofrenda. Cuando nos vaciamos a nosotros mismos por amor a él y a los demás, él puede usar nuestra fragilidad como la plataforma perfecta para mostrar su poder. Dios nos concede vivir en esta tierra cada día; nos da todo lo que necesitamos para la vida y la piedad. Esto significa que él será fiel para proveer todo lo que necesitamos para discipular a las mujeres que trae a nuestras vidas.
NUESTRA CONFIANZA: DIOS OBRA
Años después, Dios trajo a la iglesia a una nueva amiga y hermana que solía venir a visitarme algún sábado por la tarde mientras Brad estaba ocupado preparando la predicación. Parecía que cada vez que ella venía a casa algo iba mal; desde el peor ataque de rabia de alguno de mis hijos hasta ¡una inundación en el baño! Fue en una de esas ocasiones que la miré con una sonrisa —confiando en el tiempo perfecto del Señor— y dije: “Sabes, Dios debe amarte de verdad para dejarte ver todo esto”.
Esta es nuestra confianza: no que tenemos el hogar perfecto e hijos que se portan bien, sino que —en medio del barro— el Espíritu de Dios obra. Incluso en nuestra debilidad, Dios usa nuestras palabras para advertir a aquellos que están ociosos, animar al tímido, confortar al débil y mostrar siempre paciencia; todo para su gran gloria.
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