El Gozo en la Salvación
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Salvación
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
“Y me goce en tu salvación”. Salmo 9: 14.
“Gozoso de tu salvación”. Biblia de Jerusalén
Deseo continuar el tema de esta mañana sólo que viendo otra faceta de este importante asunto.
Como recordarán, en la mañana predicamos sobre estas palabras: “Vuestra salvación”. Confío en que la mayor parte de nosotros – pluguiera a Dios que pudiera esperar que todos nosotros- nos ocupemos de nuestra propia salvación personal. Para quienes lo hacen, este segundo texto será el complemento del primero. Esas personas desean que su propia salvación esté garantizada; una vez que la obtienen se convierte en su propia salvación; pero aquí tenemos la guía que nos explica en qué consiste la verdadera salvación: lo que debe ser nuestra propia salvación.
En otro sentido no es nuestra. Es de Dios. “Gozoso de tu salvación”. Aunque se convierte en nuestra por un acto de fe, no lo es como para reclamar algún mérito o asignarnos una parte de la gloria a nosotros mismos. La única salvación que vale la pena que poseamos es la que proviene de Dios. “Gozoso de tu salvación”.
Habiendo explicado esta mañana, con bastante detención, lo que es la salvación, y habiendo mostrado que no es una mera liberación de la ira venidera, sino de la presente ira de Dios, y todavía más esencialmente, del pecado y del poder del pecado dentro de nosotros, espero que no haya necesidad de que repitamos eso nuevamente; pero comenzaremos notando la cualidad especial contenida en el texto, que hace hincapié en la salvación divina. “Gozoso de tu salvación”. Entonces, vamos a considerar de inmediato lo siguiente:
I. UNA SALVACIÓN DIVINA.
La salvación de la que ya hemos hablado, nos viene de Dios, y es la salvación de Dios en muchos sentidos. Fue Suya en la planeación. Nadie, sino Él mismo, habría podido planearla. Él la diseñó en Su infinita sabiduría. La salvación que es revelada en el Evangelio en la persona de Jesucristo es, en cada uno de los elementos de su arquitectura integral, el fruto de la habilidad divina. Podríamos preguntar: “¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia?” La mano divina es visible en todas partes; es por la planeación y por el ordenamiento de Dios, antes de la tierra.
Es, de igual manera, por la provisión de Dios. Tienen la salvación envuelta en el don de la persona de Jesucristo. Todo radica en Cristo: porque murió, nuestro pecado es quitado, porque vive, nosotros también viviremos. Y Cristo es el puro don de Dios. Toda la salvación está en Él, y, por tanto, toda la salvación es procurada por Dios. Es la salvación de Dios. Y además, Dios no solamente planea y procura, sino que también aplica la salvación. Yo creo en el libre albedrío, pero todavía no he conocido a ningún cristiano que fuera capaz de decir que vino a Cristo por su propio libre albedrío sin ser atraído por el Espíritu de Dios. Cualquiera que fuera nuestra perspectiva doctrinal, el hecho práctico es el mismo en cada caso. Todos los creyentes confiesan que son hechura de Dios, hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús. “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Hay una carencia de poder. “No queréis venir a mí para que tengáis vida”. Hay una carencia de voluntad y, por tanto, el Espíritu de Dios aplica la salvación que Dios ha planeado y que Dios ha provisto.
Y así como la primera aplicación de esta salvación es ejecutada por Dios, sucede lo mismo a lo largo de todo el camino. Yo no creo, amados hermanos, que nuestra religión sea como la acción de un reloj al que una mano superior le dio cuerda, y luego lo deja andando solo. ¡No!, el Espíritu Santo debe producir cada día en nosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Y aunque ustedes y yo nos acercáramos hasta la mera puerta que es una perla, y oyésemos los cánticos de los bienaventurados al otro lado de esa puerta, seríamos incapaces de dar el último paso, y más bien regresaríamos a nuestro pecado e insensatez, con solo que Aquel que comenzó una buena obra en nosotros la descontinuara. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. “La salvación es de Jehová”, de principio a fin. Él elabora el borrador inicial, en convicción en nuestra conciencia, y luego prosigue a completar el cuadro, y si hubiese algún retoque en el cuadro que no fuese de Dios, constituiría sencillamente una mancha. Si hubiese cualquier cosa de la carne, tendría que ser eliminada; no sería consistente con la obra de Dios. Tiene que ser la obra de Dios en todo.
Ahora, nosotros sabemos que esta salvación es de Dios, no sólo porque somos informados que Él la planeó, y la proveyó, y que la aplica, sino porque contiene las señales de Dios. Si leo un cierto verso de una poesía, puedo identificarlo y saber que es de Shakespeare. Bien, ustedes saben, yo no podría explicarles muy bien por qué, aunque estoy seguro de que nadie más podría escribir exactamente de esa manera. Cuando estoy leyendo los Salmos, leo uno y digo: “Es de David”. Sé que hay algunos críticos que dicen: “No, este pertenece al período de la cautividad”, pero yo estoy seguro de que no es así. ¿Por qué? Porque, ustedes saben, contiene un timbre davídico. Sólo el hijo de Isaí pudo decir esas cosas.
Ahora, en la salvación hay señales de la autoría divina. Una vez vi un cuadro de Ticiano en Venecia, sobre el que había escrito: “Fecit, fecit Titian” (Pintado, pintado por Ticiano). Lo reclamó como suyo dos veces, como para asegurarse de que nadie más lo hiciera. Y Dios ha expresado tres veces que no debe haber ninguna duda de ningún tipo de que la salvación es de Dios, y que Él ha de recibir la gloria por ello.
Ahora, observen las señales de Dios –lo que podría llamar la ‘marca de propiedad’ del Rey- insertas en la salvación. Está llena de misericordia. Hay salvación para el más negro de los pecadores, una salvación tan llena de gracia que únicamente Dios podría concebirla. “¿Qué Dios cómo tú, que perdona la maldad?” Pero esta salvación es igualmente compatible con la justicia, pues Dios nunca perdona absolutamente un pecado. Hay siempre un castigo por el pecado en cada caso. Jesucristo, el Sustituto, interviene y satisface a la Justicia antes de que se diga esta palabra al pecador: “Yo deshice… tus rebeliones”. En la salvación que Dios ha provisto en la cruz por la muerte de Su amado Hijo hay tanto justicia como hay misericordia, y hay un grado infinito de ambas. Ahora, esto es Divino. El hombre, cuando saca a relucir una cualidad, provoca usualmente que alguna otra cualidad empalidezca con la primera; pero Dios exhibe Su carácter en una integridad armoniosa, siendo tan misericordioso como si no fuese justo y tan justo como si no fuese clemente.
Por esta razón, en el Evangelio, vemos también a la sabiduría divina. Sin importar lo que algunos pudieran decir acerca de la doctrina de la sustitución, Cristo sigue siendo el poder y la sabiduría de Dios. La manera tan simple pero tan sublime, por la que Dios es el justo, y el que justifica al que es de la fe, manifiesta la infinita sabiduría del Altísimo.
Pero no voy a entretenerlos mencionándoles todos los atributos divinos. Es cierto que todos resplandecen en el Evangelio; no podría decirse cuál de los atributos tiene mayor influencia: el poder, la sabiduría o la gracia. Todos ellos están presentes y comprueban que la salvación es de Dios.
Y hay otro asunto más: la verdadera salvación es de Dios porque atrae hacia Dios. Si tienes la salvación de Dios, eres atraído hacia tu Padre celestial, más y más cerca cada día. Los impíos olvidan a Dios, los que han sido despertados buscan a Dios, pero los que son salvos se regocijan en Dios. Hazte esta pregunta: ¿podrías vivir sin Dios? El hombre impío estaría más feliz sin Dios que con Él. Sería la mejor noticia del periódico para miles de personas si pudiéramos publicar mañana que Dios está muerto. Para los hombres impíos sería como tocar las campanas del gozo universal; correrían alocadamente y sin freno en pos de su propia voluntad. ¿Y dónde estaría el creyente? Sería un huérfano. Su sol se habría extinguido; sus esperanzas estarían muertas y sepultadas.
Juzga con base en esto si eres salvo. Si eres salvo, eres atraído hacia Dios, buscas ser semejante a Dios y deseas honrar a Dios. Si no hubiese en ti ninguna de estas cosas, entonces te exhorto a que pongas atención a eso, pues estás en hiel de amargura y en prisión de maldad. ¡Que Dios tenga misericordia de ti!
No necesito agregar que la salvación es de Dios y que Dios debe recibir toda la gloria por ello. Todos los que son salvos en la tierra, y todos los que en el cielo son salvos, atribuyen su salvación enteramente al siempre bendito Dios y se unen a Jonás quien, en las propias profundidades del mar hizo de ésta, su confesión de fe: “La salvación es de Jehová”. Pero ahora, en segundo lugar, nuestro texto (habiendo advertido la salvación divina en él) tiene:
II. UNA ABIERTA DECLARACIÓN.
“Gozoso de tu salvación”. Aquí hay alguien que surge de la anónima multitud que dice: “me he enterado de la salvación de Dios; ¡me gozaré en ella! ¡Me gozaré en ella! Algunos la desprecian. La oyen, pero le prestan oídos sordos. Entre más oigan acerca de ella, más hastiados se sienten. Pero yo “estoy gozoso de tu salvación”.
Aquí encontramos a un carácter distinguido, que ha sido hecho así, sin duda, por la gracia que distingue. ¡Oh!, yo espero que haya muchos aquí que podríamos ponernos de pie y decir –si este fuera el tiempo y el lugar-: “Que otros digan lo que les plazca, y que consideren a la cruz un objeto irrisorio y que Jesucristo debe ser olvidado; yo soy Su siervo; yo me gozo en Su salvación”.
Hay algunas personas que confían en otra salvación. Todos hicimos eso alguna vez. Pero quien habla en el texto desecha la justicia propia como un trapo de inmundicia. Hace todo a un lado, y dice: “Gozoso de tu salvación”. Si yo fuera justo, no diría eso. Si yo tuviera una perfecta santidad, no la mencionaría en comparación con la justicia de Cristo; pero siendo un pecador indigno, sin un solo mérito propio, no seré tan necio como para parchar una justicia ficticia, sino que he de regocijarme en tu salvación.
¡Los estás viendo allá! ¡Estás viendo a aquellos adoradores de la mujer vestida con un manto escarlata: ellos están confiando en su sacerdote! Se reviste de ornamentos de color azul, rosa, escarlata, blanco y no sé cuántas otras cosas más, y se rodea de todo tipo de juguetitos para agradar a los necios. Y hay algunos que se alegran en esa salvación que proviene de un pecador “infalible”, de un falso sacerdote de Dios. Pero nosotros miramos a Cristo, quien está delante del eterno trono y argumenta los méritos de Su propia sangre. Nosotros decimos:
“No importa que todas las formas que los hombres inventan
Asalten nuestra fe con arte traicionero,
Nosotros las llamaremos vanidades y mentiras,
Y ataremos el Evangelio a nuestro corazón”.
“Gozoso de tu salvación”. Podría haber algunas personas a quienes me dirijo esta noche, que están gozosas de la salvación de Dios por medio de Su gracia abundante, que no tienen otras cosas en las que regocijarse. Son muy pobres. ¡Ah, cuán bienvenidos son a esta casa! Cuán contento estoy que hayan venido. Siempre es una dicha para mí que la gente escuche la predicación del Evangelio. Bien, tú no cuentas con vastos acres ni ostentas anillos de oro en tus dedos; vistes con el uniforme del duro trabajo. No te preocupes, hermano mío, aférrate a la vida eterna y di: “Me gozaré en tu salvación”. Tal vez estés enfermo esta noche: tu pobre cuerpo débil a duras penas pudo arrastrarse para llegar a esta asamblea del pueblo de Dios.
Bien, bien, es algo muy duro tener que sufrir así, pero si no te pudieras gozar en un cuerpo sano, de todas formas gózate en Su salvación. Mira a Jesús esta noche; pon tu confianza únicamente en Él, y tendrás un suficiente manantial de gozo aunque no poseas ninguna otra cosa. Posiblemente algunos de ustedes que se aferran a Cristo y se regocijan en Él, tendrán que enfrentar duros tiempos en casa: tu padre se burlará de ti, tu madre no simpatizará contigo; mañana tus compañeros de trabajo, si se enteran que has sido convertido, se reirán, se burlarán y se mofarán de ti. ¿Qué dices? ¿Eres un cobarde? ¿Vas a echarte para atrás porque demanda algún sacrificio? ¡Oh!, si así fuera, entonces serías verdaderamente indigno del nombre, y tú mismo estás aceptando serlo; pero si fueras lo que deberías ser, dirías: “que se rían de mí cuanto quieran, y que me escupan cuanto les plazca, yo me gozaré en Tu salvación”.
“Si sobre mi rostro por causa de Tu amado nombre,
La vergüenza y el reproche son arrojados;
Saludo al reproche y doy la bienvenida a la vergüenza,
Pues Tú me recordarás”.
Se requiere de alguna valentía, pero debemos tenerla en la causa de Cristo. Esos mezquinos y miserables seres viles que sólo quieren salir para seguir a Cristo cuando hay un clima soleado, y regresarse cuando alguna nube oscurece el cielo, bien merecen sobre ellos la ira venidera. Son como los nautilos, que disfrutan sobre el mar plácido, pero ante la primera ola que se desarrolla, recogen sus velas y se hunden el océano para no ser vistos más.
¡Oh, guárdense, guárdense, guárdense de una religión de clima soleado; guárdense de una religión que no soporta el fuego; han de ser de tal manera que, aunque todo el mundo abandonare a Cristo, ustedes dirían: “me gozaré en Su salvación”; y si les abrieran la puerta para que salgan, si los corrieran del propio mundo, y los consideraran inadecuados para vivir, ustedes estarían contentos de que así fuera, siempre y cuando pudieran ser contados con el pueblo de Dios, y se les permitiera regocijarse en Su salvación.
¿Despierta esto –conforme hablo- una santa emoción en alguna alma aquí presente? ¿Hay alguien aquí que haya sido un extraño para mi Señor, que pudiera decir esta noche: “yo deseo gozarme en Su salvación”?
Yo no puedo olvidar -siendo un jovencito y estando sentado bajo una galería de un pequeño lugar de adoración, oyendo el Evangelio que era predicado sencillamente- el bendito instante cuando fui llevado a seguir a Cristo. Nunca me he avergonzado de haberlo hecho. Nunca he tenido que lamentarlo. Él es un bendito Señor. Él me ha tratado últimamente con aspereza, pero es un bendito Señor. Quisiera pisar Sus talones al igual que un perro, pues es mejor ser Su perro que ser el favorito del diablo. Él es un bendito Señor. Que diga lo que quiera y que haga lo que quiera. ¡Oh!, ¿no hay ningún adolescente aquí, ningún joven, ningún niño, ninguna muchacha; no hay nadie de cabellos canos que diga: “me gozaré en Su salvación”? Oh, eterno Espíritu, ven y toca algún corazón, y haz que éste sea el día de su nacimiento espiritual, para que pueda decir: “yo, yo, yo me regocijaré en Tu salvación”.
Pero tenemos que proseguir, pues el tiempo apremia. En tercer lugar, tenemos que considerar en el texto:
III. UNA EMOCIÓN DELEITABLE.
Hemos considerado la salvación divina y la abierta declaración; ahora advertiremos la emoción deleitable. “Gozoso tu salvación”. Es algo desafortunado que el cristianismo esté asociado con la melancolía. No pienso prohibir los anuncios públicos para esa boda, pues no son de un parentesco cercano, pero desearía que cada día fueran más espaciados. Ser cristiano es algo bueno para contrarrestar la melancolía. Es algo desafortunado que el cristiano se vuelva melancólico. Si hay alguien en el mundo que tiene un derecho a tener un rostro fulgurante y claro y un ojo refulgente, es el cristiano cuyos pecados le son perdonados siendo salvado con la salvación de Dios.
Sin embargo, para que un hombre se goce en la salvación de Dios, tiene que conocerla, antes que nada. Tiene que haber una comprensión inteligente de lo que es. A continuación, tiene que aferrarse a ella mediante el acto de fe de que es suya. Luego, habiéndose aferrado a ella, tiene que estudiarla para saber el precio al que fue comprada, y todas las cualidades –las cualidades divinasque se derivan de ella.
Luego tiene que sujetarla firmemente, y buscar extraerle su dulzura. ¿Qué hay en la salvación de Dios que debería hacer que nos regocijemos? Yo no sé qué seleccionar, pues todo es gozo y todo es regocijo. Basta para hacer que nuestro corazón resuene de gozo, el pensar que haya una salvación para unas pobres almas como nosotros. Muy bien podríamos colgar afuera todos los pendones de nuestros espíritus, y esparcir flores en las calles de nuestra alma pues el Rey Jesús ha venido para morar allí. Toquen todas las campanas; denle un glorioso recibimiento. Toda el alma ha de ser dichosa cuando Jesús entra y trae la salvación con Él, pues la salvación de Cristo es tan adecuada que haríamos bien en regocijarnos.
Amado hermano, si eres salvo, yo sé que la salvación de Cristo se adaptó a ti. Lo hizo conmigo con exactitud, fue hecha a propósito para mí. Estoy tan seguro de ella como si no hubiera otro pecador que deba ser salvado. Fue el Evangelio el que trajo poder al débil, es más, el que dio vida al que estaba muerto; trajo todo a quien no tenía nada; es justo el tipo de Evangelio para un pecador sin un centavo y en bancarrota como yo.
Nosotros nos regocijamos en la adecuación del Evangelio; nos regocijamos en su gratuidad: no tenemos que pagar nada; no hay un precio que pagar, ni de la promesa ni de nada que hubiere sido nuestro. La salvación nos fue dada gratuitamente en Cristo Jesús. Entonces, ¡regocijémonos en ella! ¡Oh, regocijémonos en la riqueza de esa salvación! Cuando el Señor perdonó nuestros pecados, no perdonó la mitad de ellos dejando todavía algunos registrados en el libro, sino que con un trazo de la pluma entregó un recibo completo cubriendo todas nuestras deudas. Cuando descendimos a la fuente repleta de sangre, y nos lavamos, no salimos de allí medio limpios, sino que no había ni mancha ni arrugas en nosotros; quedamos blancos como nieve recién caída.
Gloria a Dios por una salvación tan rica como ésta. Y en aquel día no nos salvó Él con una salvación de “talvez” y de “quizás” que nos colocó en una roca, diciendo: “Manténganse allí; tienen que depender de ustedes mismos”, sino que éste fue el pacto que hizo con nosotros: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos”.
Fue una salvación completa, que no permite un fracaso. La salvación que es dada al alma que cree, es de esta manera, “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. “Sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Yo creo que la perseverancia de los santos es la verdadera gema del Evangelio. Yo no podría sostener la verdad de la Escritura si esto pudiera ser refutado, pues cada página pareciera contener esto, por sobre todo, que “Proseguirá el justo su camino, y el limpio de manos aumentará la fuerza”. En esto se regocija mi alma: que tengo una salvación que predicarles que, si la reciben, los salvará eficazmente si sus corazones fueran entregados a Cristo, y los guardará, y los preservará, y los llevará al reino eterno de Su gloria. Yo me regocijaré en el carácter cierto y permanente de esa salvación.
¡Oh!, hay suficiente en la salvación de Cristo para llenar el cielo de bienaventuranza; hay suficiente para llenarnos de alabanzas. Retomemos el tema; hablémonos los unos a los otros en nuestro camino acerca de ella; hablemos a los pecadores al respecto de ella; ensalcemos la religión por medio de nuestra alegría. Lejos esté de nosotros la liviandad, pero la felicidad ha de ser la esfera más dichosa en la que vivamos, aunque no tengamos otra cosa en la que regocijarnos, pues nos basta con eso. Sin importar cuáles fueren nuestra condición y nuestros prospectos, podemos regocijarnos en la salvación de Dios, y no dejemos de estar llenos de esta emoción sumamente bienaventurada.
Y ahora debo concluir. El texto contiene una palabra del futuro que no debemos pasar por alto. Aquí hay un jubiloso Evangelio, “Y me goce en tu salvación”. Podrían leerlo así: “me regocijaré”, o “me voy a regocijar”, sería perfectamente correcto. El hebreo no tiene tiempo presente. Pareciera haber renunciado a todos los tiempos, como Dios mismo, que era, es y será. Me regocijaré en Tu salvación. Ahora tenemos aquí:
IV. UNA ESPERANZA BENDITA.
Podríamos vivir hasta llegar a ser viejos, pero no nos cansaríamos nunca de Cristo. Si somos Su pueblo, nunca tendremos una causa para apartarnos de Él; “Gozoso de tu salvación”. Pudiera pedir que suba a esta plataforma un anciano hermano, a quien todos ustedes reconocerían, que tiene debilidades y la edad lo consume, pero no hay un alma más feliz en esta casa que él; y después de hacerle hablar ante ustedes, pudiera invitar a muchas ancianas también, y les preguntaría qué piensan de Cristo, y estoy seguro de que dirían con un mayor énfasis de lo que yo podría hacerlo: “me regocijaré en tu salvación”.
Casi desearía que mi abuelo viviera y estuviera detrás de mí esta noche, pues en una ocasión tomé el púlpito con él, y cuando llegué al punto de hablar de experiencia, me jaló un extremo de mi saco haciéndome una seña y pasó al frente y dijo: “Mi nieto puede decirles que lo cree, pero yo puedo decírselos por experiencia”, y así prosiguió hablando al respecto el viejo caballero. Bien, muchos cristianos de avanzada edad podrían decirles que se han regocijado en la salvación de Dios. En verdad se regocijan y, en vez de que la edad opaque el gozo de su juventud, ha sazonado y endulzado una fruta que era dulce incluso desde el principio.
¡Oh!, cuando nuestros cabellos se tornen canos con los años, y las nieves de muchos inviernos cubran de blanco nuestra cabeza, todavía hemos de gozarnos en la salvación de Dios.
Pero, entonces, ya sea que alcancemos la vejez o no, hay algo que es cierto: seguramente moriremos, y cuando muramos, ¿qué haremos? Sé en qué estás pensando. Dices: “voy a gemir”. Ay, pecador, tú estás pensando en el amigo que está limpiando el sudor frío de la frente y de esos ojos cerrados. Ahora, esas cosas pudieran no ocurrir nunca. Con frecuencia oímos que son mencionadas en referencia a los lechos de los moribundos, pero no están tan constantemente allí como para ser necesarios. Y si estuviesen allí, pero perdiéramos la propia vista antes que la vida termine: ¿qué pasa entonces? Vamos, la visión de Cristo, quien es nuestra salvación, y en quien nos regocijamos, será entonces más gloriosamente clara y más radiantemente hermosa, porque las visiones y los sonidos de la tierra se habrán desvanecido ante nosotros.
Ahora, en vez de mirar estas partes externas de la muerte, piensen en esto: “Me regocijaré en tu salvación”. Cuando me separé de nuestro querido hermano Cook, hace unos pocos días, no podía decir mucho. Estaba muy, muy débil, pero lo que sí dijo fue justo esto: “Jesús, Jesús, Jesús es todo”. Bien, yo hablé, y leí, y oré, etcétera, y cuando hubimos terminado, él simplemente dijo: “la sangre, la sangre, la sangre, esa es toda mi esperanza”. Vamos, se veía tan tranquilo frente a la perspectiva de la muerte, como se ve cualquiera de ustedes sentado aquí, y se deleitaba tanto con la esperanza de estar donde Jesús está, como jamás se deleitó una novia ante la llegada del día del matrimonio. Era deleitable ver la bendita calma y la paz que poseía aquel hombre de Dios. Y cuando llegue el momento de mi muerte, como quiera que sea, sin importar cuál sea mi posición en la Iglesia de Dios, si estoy en Cristo, me regocijaré en Su salvación; haré que el oscuro valle resuene con Sus loas; haré que el propio río de la muerte retroceda como el Mar Rojo lo hizo antiguamente, con mis triunfantes cánticos; entraré en el cielo con esta frase en mi corazón y en mis labios: “¡me regocijaré en Tu salvación! “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza, por los siglos de los siglos”.
Y, hermanos, si eso es lo que podemos hacer al morir, eso es lo que haremos por los siglos de los siglos, “me regocijaré en tu salvación”. Millones de edades, a través de todos los ciclos de años que se interpongan antes de que Cristo entregue el reino al Dios y Padre, y luego hacia delante a lo largo de la eternidad, esto será siempre nuestro fundamento de regocijo: “me gozaré en tu salvación”. Ahora, yo no puedo ir y pararme en la puerta y hablar a cada uno conforme vayan saliendo de la congregación, pero si fuese posible, me gustaría pararme allí y dar la mano a cada uno que hubiere estado en el templo esta noche, y decirle: “Bien, amigo, ¿cómo te va? ¿Puedes decir: ‘me regocijaré en Tu salvación’?” Como no puedo hacer eso, desearía que fuera posible hablarles en las calladas sombras de la noche, cuando despertaran, de tal forma que pudieran oír una voz resonando en sus oídos: “¿te regocijas en la salvación de Dios?” Tal vez, algunos de ustedes podrían haber venido cubriendo una gran distancia a través del mar. Muy pronto podrían estar otra vez a bordo de un barco. Pudiera ser que se encuentren en peligro, o podría ser que posteriormente se encuentren enfermos.
Bien, que la congregación de esta noche, en este día del mes de Julio se alce delante de sus mentes, aunque olviden al predicador (y eso no importaría), pero si escuchan una voz que pregunta: “¿Puedes regocijarte en la salvación de Dios?” Yo espero que, aunque sea dentro de veinte años, que pueda ser entonces como la voz de Dios para tu alma, y te lleve al Salvador. Pero sería muchísimo mejor si vinieras a Él esta noche, y podrías hacerlo. ¡Que el Espíritu de Dios te traiga! Todo aquel que crea en el Señor Jesucristo tiene vida eterna. El Evangelio entero está envuelto en el mensaje de Cristo, que Él ha enviado por medio de Sus apóstoles, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Para cada uno de ustedes ésta, ésta es la palabra: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. Que Dios añada Su propia bendición, por Cristo nuestro Señor. Amén.
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