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English: The Man of One Subject

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Porque me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a él crucificado" -- 1 Corintios 2:2 (RVA)

Pablo era un hombre de mucha determinación: todo lo que emprendía lo llevaba a cabo con todo su corazón. Si le oías decir "yo me he propuesto…", podías estar seguro de un vigoroso curso de acción. "Pero una cosa hago" era siempre su lema. La unidad de su alma y una poderosa determinación eran los principales rasgos de su carácter. Había sido antes un gran opositor de Cristo y de Su cruz, y había mostrado su oposición mediante feroces persecuciones.

No era de sorprender que cuando se convirtió en un discípulo de este mismo Jesús al que había perseguido, lo hiciera de manera ardiente y pusiera todas sus facultades al servicio de la predicación de Cristo crucificado. Su conversión fue tan notable, tan completa y total, que es natural verlo tan lleno de energía por la verdad como antes había sido su violento enemigo. Un hombre tan íntegro como era el apóstol Pablo, tan completamente capaz de concentrar todas sus fuerzas, tan enteramente entregado a la fe de Jesús, tenía que incorporarse a Su causa con todo su corazón y su alma y su fuerza, dispuesto a no saber de nada más, excepto de su Señor crucificado.

Sin embargo, no piensen que el apóstol era un hombre al que fácilmente absorbía un solo pensamiento. Por encima de la mayoría de los hombres, Pablo era alguien que razonaba, calmado, juicioso, franco y prudente. Veía las implicaciones y las relaciones de las cosas y no daba importancia a los asuntos triviales. Tal vez, aun más allá de lo que fuera perfectamente justificable, llegó a ser todo para todos, para de todos modos salvar a algunos y, por tanto, cualquier resolución que tomara, la tomaba sólo después de consultar con la sabiduría. Pablo no era un fanático del tipo que puede ser comparado a un toro que cierra sus ojos y embiste de frente, sin ver nada de lo que está a su derecha o a su izquierda; él veía con calma, con quietud, todo lo que estaba a su alrededor, y aunque al final se lanzaba en línea recta hacia su objetivo, lo hacía con sus ojos bien abiertos, sabiendo perfectamente que lo que hacía, era lo mejor y lo más sabio en favor de la causa que quería promover.

Si, por ejemplo, en Corinto se hubiera requerido que su ministerio comenzara con la proclamación de la unidad de la Deidad o con la reflexión filosófica acerca de las posibilidades de que Dios se encarnara; si éstos hubieran sido los planes más sabios para dar a conocer el reino del Redentor, Pablo los hubiera adoptado. Pero él los consideró detenidamente, y una vez que los examinó con sumo cuidado, concluyó que nada se podía conseguir con una predicación indirecta, presentando la verdad a medias. Por tanto, decidió proseguir de frente promoviendo el Evangelio mediante la proclamación del Evangelio. Ya fuera que los hombres escucharan o que se abstuvieran de escuchar, resolvió ir al grano de una vez y predicar la cruz en su desnuda simplicidad. En vez de saber muchas cosas que lo podían conducir al tema principal, no quiso saber nada en Corinto, sino a Jesucristo, y a él crucificado.

Pablo pudo haber dicho: "Voy a tantear el terreno y educar a la gente hasta una determinada medida antes de presentar mi tema más importante; descubrir mi verdadera intención desde el principio puede resultar como el despliegue de la red a la vista de los pájaros, lo cual no hace sino ahuyentarlos. Seré precavido y reticente y los llevaré con astucia, atrayéndolos a la búsqueda de la verdad." Pero no fue así: evaluando completamente la situación como un hombre prudente debe hacerlo, llega a esta decisión: que no sabrá nada entre ellos excepto a Jesucristo, y a él crucificado.

Sería muy bueno que la "cultura" de la que escuchamos en estos días y el tan celebrado "pensamiento moderno" llegaran a la misma conclusión. Este teólogo tan renombrado y erudito, después de leer, tomar notas, aprender y asimilar internamente todo como pocos hombres podrían hacerlo, llegó a esto como la esencia de todo: "Me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a él crucificado."

Quiera Dios que la habilidad crítica de nuestros contemporáneos y sus laboriosas invenciones los lleven a esa misma conclusión, por la bendición del Espíritu Santo.

I. Nuestra primera consideración esta mañana será: ¿CUÁL ERA ESE TEMA QUE PABLO CONSIDERÓ CON EXCLUSIÓN DE TODO LO DEMÁS CUANDO PREDICABA A LA IGLESIA DE CORINTO? Ese tema era uno, aunque muy bien pudiera ser dividido en dos: era la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo, poniendo especial énfasis en aquella parte de Su obra que siempre se enfrenta a las mayores objeciones, es decir, Su sacrificio sustitutivo, Su muerte redentora. Pablo predicaba a Cristo en todos Sus oficios, pero daba particular importancia a Cristo crucificado.

El apóstol primeramente predicaba sobre la persona de su grandioso maestro, Jesucristo. Cuando Pablo hablaba de Jesús de Nazaret, no había ningún margen de duda. Lo presentaba como un hombre real -y no un fantasma- que fue crucificado, muerto y sepultado, y que resucitó de los muertos con una existencia corporal real. Tampoco había ninguna duda acerca de Su Divinidad. Pablo predicaba a Jesús como el Hijo del Altísimo, como la sabiduría y el poder de Dios, "en el que habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad". Al escuchar a Pablo, no existía ninguna duda que creía tanto en la divinidad como en la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, y le rendía culto y lo adoraba como al Dios verdadero del Dios verdadero. Predicaba Su persona con toda claridad de lenguaje y con amor cálido. El Cristo de Dios era todo en todo para Pablo.

El apóstol hablaba igualmente con toda claridad del trabajo del Redentor, poniendo especial énfasis sobre Su muerte. "¡Horrible" -decía el judío-, "cómo puedes presumir acerca de un hombre que murió como un criminal y era maldito ya que fue colgado de un madero!" "¡Ah" -decía el griego- "no queremos saber más de un Dios que murió! Ya deja de hablar acerca de la resurrección. Nunca vamos a creer en semejante locura."

Sin embargo, Pablo no hizo de lado estas cosas diciendo "Señores, comenzaré por contarles la vida de Cristo y la excelencia de su ejemplo y mediante esto espero convencerlos de que había algo de divino en Él, para posteriormente concluir que hizo una expiación por el pecado." Todo lo contrario, empezaba con Su bendita persona y claramente lo describía según había sido enseñado por el Espíritu Santo, y en cuanto a la crucifixión, la ponía en primer plano, dándole el lugar de prominencia. No decía: "Bien, por lo pronto no tocaremos el tema de su muerte" o "Lo consideraremos desde la perspectiva de un martirio mediante el cual Él ratificó su testimonio", sino que se gloriaba en el Redentor crucificado, el Cristo muerto y sepultado, el Cristo que cargó con los pecados, el Cristo hecho maldición por nosotros, como está escrito: "Maldito todo el que es colgado en un madero." Éste fue el tema en que se concentró en Corinto: y no tocó ningún otro. Más aún, no solamente decidió limitar su predicación a ese punto, sino que resolvió no saber de ningún otro tema; quería excluir de su mente cualquier otro pensamiento, excepto el de Jesucristo y Él crucificado.

Esto debió de parecer muy poco político. Consúltenlo en una asamblea de sabios según el mundo, y seguramente condenarán este enfoque imprudente; en primer lugar, este tipo de predicación alejaría a todos los judíos. Estando los judíos apegados a las Escrituras del Antiguo Testamento y conociendo las enseñanzas acerca del Mesías y creyendo firmemente en la unidad de la Deidad, ellos habían avanzado un buen trecho hacia la luz, y si Pablo hubiera evitado los puntos de discordia por un poco de tiempo más, ¿no los habría acercado un poco más y así, gradualmente, los conduciría a la cruz? Los sabios habrían señalado la esperanza que había para los israelitas, si se les trataba con discreción, y su consejo habría sido: "No te pedimos que renuncies a tus sentimientos, Pablo, simplemente disfrázalos un poco de tiempo más. No digas lo que no es verdad, pero, a la vez, puedes decir sólo parte de la verdad para no espantar a estos judíos llenos de esperanza."

El apóstol no cedía ante tales políticas; no iba a ganar ni a judíos ni a gentiles diciendo verdades a medias, puesto que sabía que tales convertidos no son verdaderos. Si el hombre que está cerca del reino va a ser ahuyentado del Evangelio al oír la cruda verdad, no es la responsabilidad de Pablo; él sabe que el Evangelio debe de ser a los unos "olor de muerte para muerte", mientras que a los otros "olor de vida para vida" y, por lo tanto, independientemente del resultado, él debía entregar su propia alma: los resultados no le correspondían a él, sino al Señor.

A nosotros nos corresponde decir la verdad con denuedo, y en cada caso seremos olor grato a Dios; pero querer contemporizar esperando obtener conversiones, es hacer un mal para obtener un bien, y esto debe estar fuera de nuestra consideración en todo momento. Otro diría: "Pero Pablo, si tú haces esto, vas a generar oposición. ¿No sabes que el Cristo crucificado es un objeto de escarnio y un reproche para todos los seres pensantes? En Corinto hay un buen número de filósofos y, créeme, harás el ridículo de manera monumental con sólo que abras tu boca para hablar del Crucificado y de Su resurrección. ¿No te acuerdas cómo se burlaron de ti en la Colina de Marte, cuando predicaste sobre ese tema? No los provoques a desprecio. Debate con su gnosticismo y muéstrales que tú también eres un filósofo. Sé todo para todos, sé un intelectual entre los intelectuales y muestra tu retórica entre los oradores. Mediante estas técnicas harás muchas amistades y así gradualmente tu conducta conciliatoria los conducirá a aceptar el Evangelio." El apóstol sacude su cabeza, su pie golpea el suelo y con voz firme declara: "Ya lo he decidido" -dice-, "he llegado a una conclusión, están desperdiciando sus comentarios y su consejo en lo que a mí concierne; he decidido no saber nada en medio de los corintios sin importar cuán cultos sean los que son gentiles allí o cuánto amen la retórica; sólo quiero saber de Jesucristo, y él crucificado." Ésa es la posición de Pablo.

Es muy importante observar adicionalmente que el apóstol estaba convencido que su tema iba a atraer de tal manera a sus oyentes, que no necesitaba recurrir a la excelencia de palabras para presentarlo ni adornarlo con sabiduría humana. Tal vez han escuchado ustedes del famoso pintor que pintó al rey Jaime I. Lo representó sentado bajo una enramada con todas las flores de la estación a su alrededor y nadie prestó la menor atención al semblante del rey, puesto que todas las miradas eran cautivadas por la belleza de las flores. Pablo resolvió no tener flores a su alrededor, sino que el cuadro que él iba a dibujar debía ser de Cristo crucificado sin adornos y la doctrina de la cruz, con la exclusión de cualquier flor que proviniera de poetas o de filósofos.

Algunos de nosotros debemos ser discretos acerca de nuestra resolución de evitar un lenguaje florido, ya que podemos ser muy poco dotados al respecto; pero el apóstol era un hombre de poderes naturales sutiles y de amplios logros, un hombre al que no podrían despreciar los críticos de Corinto. Sin embargo, Pablo se despojó de todo ornamento para dar paso a la belleza sin adornos de la cruz.

De la misma manera que él no agregaría flores, tampoco iba a ennegrecer la cruz con humo: pues hay una forma de predicar el Evangelio que lo asfixia en el misterio y la duda, de tal manera que los hombres no pueden entenderlo. Un grupo numeroso de personas está siempre calentando y removiendo un gigantesco caldero filosófico, humeante con un denso vapor, que oculta a la cruz de Cristo de la manera más horrible. ¡Ay de aquella sabiduría que oculta la sabiduría de Dios! Es la forma más culpable de locura. Algunas personas predican a Cristo de la misma manera que es representado, a veces, un buque de guerra en alguna pintura. El pintor ha plasmado únicamente el humo de tal forma que te preguntas: "¿Y dónde está el barco?" Pues bien, si revisas con detenimiento, puedes eventualmente discernir un fragmento de la parte superior de uno de los mástiles y, tal vez, una porción de su estructura; el barco estaba allí, indudablemente, pero el humo lo ocultaba.

De la misma manera Cristo puede estar en la predicación de algunos hombres, pero esta predicación se encuentra rodeada de tanta nube de pensamiento, de tan densa cortina de profundidad, de tan horrible ropaje de filosofía, que te impiden ver al Señor. Pablo pintaba bajo un limpio cielo. No quería utilizar ninguna oscuridad ilustrada; decidió abandonar cualquier técnica de la oratoria cuando hablaba; no pensar con la profundidad que presumen los filósofos, sino sólo saber de Jesucristo, y él crucificado, y presentarlo en Su propia belleza natural, sin adornos. Prescindió de todo elemento accesorio que tendiera a distraer el ojo de la mente del punto más importante: Cristo crucificado.

"Un experimento imprudente", diría alguien. ¡Ah!, hermanos, es el experimento de la fe, y la fe es justificada por sus hijos. Si confiamos en el simple poder de persuasión, confiamos en lo que es nacido de la carne; si dependemos del poder de la argumentación lógica, entonces nuevamente confiamos en lo que es nacido de la razón del hombre; si confiamos en las expresiones poéticas y en los atractivos giros del lenguaje, estamos buscando medios carnales; pero si descansamos en la omnipotencia desnuda de un Salvador crucificado, en el poder innato de la maravillosa obra de amor que fue consumada sobre el Calvario, y creemos que el Espíritu de Dios hará de esta obra el instrumento de la conversión de los hombres, el experimento no puede terminar en el fracaso.

¡Oh, queridos hermanos, qué tarea debe haber sido esta para Pablo! Él no era como algunos de nosotros, que ni estamos familiarizados con la filosofía ni somos capaces en la oratoria. Él dominaba ambos campos de tal manera que seguramente necesitaba controlarse continuamente. A veces me parece verlo, acosado en su mente por un pensamiento profundamente intelectual y asediado a la vez por una bella forma de expresarlo, y lo veo controlarse poniéndose riendas él mismo y diciendo a su mente: "Dejaré estos profundos pensamientos a los romanos, compartiré esto con ellos en el capítulo octavo de la carta que les escribiré; pero en cuanto a estos corintios, no tendrán nada sino a Cristo crucificado, puesto que son muy carnales, crudamente esclavos del talento, y se irán con la idea de que la excelente manera en que presenté la verdad constituyó su fuerza. Tendrán a Cristo solamente, y solamente a Cristo. Ellos son unos niños y como a tales tengo que hablarles; ellos son unos niños en Cristo, y tienen necesidad de leche y yo tengo que darles sólo leche. Ellos se consideran inteligentes y cultos; son arrogantes, altaneros, repletos de divisiones y controversias; no les diré nada excepto la historia, "la vieja, vieja historia de Jesús y de su amor", y les diré esa historia con toda simpleza como a un niño chiquito. Un amor sin límites hacia sus almas hizo que enfocara su testimonio hacia el tema central de Jesús crucificado.

Así les he mostrado cuál era su tema. II. Ahora, en segundo lugar, AUNQUE PABLO CONCENTRABA SUS ENERGÍAS EN UN PUNTO DE SU TESTIMONIO, ESTO ERA MÁS QUE SUFICIENTE PARA SU PROPÓSITO. Si la meta del apóstol hubiese sido halagar a un auditorio inteligente, el tema de Cristo y Él crucificado no lo habría logrado. Si de igual manera Pablo hubiera querido mostrarse como un sabio maestro, naturalmente habría buscado un tema nuevo, algo un poco más deslumbrante que la persona y la obra del Redentor. Y si Pablo hubiera deseado (como me temo que algunos de mis hermanos lo desean) reunir a un grupo de mentes altamente independientes, que es una manera elegante de describir a los libre-pensadores; reunir, digo, en un grupo a una selecta iglesia de hombres de cultura y de intelecto, que generalmente quiere decir un club de hombres que desprecian el Evangelio, ciertamente no se hubiera ceñido a predicar a Jesucristo y Él crucificado.

Esta clase de hombres le negaría toda esperanza de éxito con un tema como ése. Ellos le asegurarían que una predicación de ese tipo sólo le permitiría atraer a la clase más pobre y menos educada, a las sirvientas y a las ancianas; pero Pablo no se habría desconcertado con tales observaciones, puesto que él amaba las almas de los más pobres y de los más débiles, y, además, él sabía que lo que había ejercido poder sobre su mente educada podía con toda certeza ejercer poder también sobre otras personas inteligentes, y así se apegó a la doctrina de la cruz, con la fe que tenía en el instrumento que podría lograr de manera efectiva su único designio con toda clase de hombres.

Hermanos, ¿qué era lo que Pablo deseaba hacer? Ante todo, Pablo deseaba despertar en los pecadores la conciencia del pecado. Y lo que logra esto de manera perfecta es la doctrina que el pecado fue llevado por Cristo y fue la causa de Su muerte. El pecador, iluminado por el Espíritu Santo, ve de inmediato que el pecado no es algo insignificante, que no puede ser perdonado sin una expiación, que conlleva un castigo que debe ser aplicado al pecador. Cuando el culpable ha visto al Hijo de Dios sangrar hasta Su muerte en medio de dolores indecibles a consecuencia del pecado, ha aprendido entonces que el pecado es una carga enorme y aplastante. Si el mismo Hijo de Dios clama bajo su peso, si Su agonía de muerte rasga los cielos y sacude la tierra, ¡qué terrible mal debe de ser el pecado! ¿Qué efecto tendrá sobre mi alma si en mi propia persona estoy condenado a llevar sus consecuencias? Así argumenta de manera correcta el pecador y así es llevado a la conciencia de su culpa.

Pero Pablo también quería despertar en las mentes de los culpables esa humilde esperanza que constituye el grandioso instrumento que lleva a los hombres a Jesús. Deseaba llevarlos a la esperanza de que se puede otorgar el perdón de manera consistente con la justicia. Oh, hermanos, Cristo crucificado es el único rayo de luz que puede penetrar la densa oscuridad de la desesperación, llevando el corazón arrepentido a esperar el perdón del justo Juez. ¿Acaso puede dudar el pecador que ha visto a Jesús crucificado? Cuando entiende que hay un perdón para cada transgresión, albergado en las heridas sangrantes de Jesús, ¿no se enciende de inmediato en su pecho la mejor clase de esperanza y es conducido a exclamar: "Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado"?

Pablo anhelaba mucho llevar a los hombres a una fe real en Jesucristo. Pero la fe en Jesucristo sólo puede darse por medio de la predicación de Jesucristo. La fe viene por el oír, pero ese oír tiene que ser en relación con el tema sobre el que descansa la fe. ¿Quieres tener creyentes en Cristo? Predica a Cristo. Las cosas de Cristo, aplicadas por el Espíritu, conducen a los hombres a poner su confianza en Cristo. Y eso no era todo. Pablo quería que los hombres abandonaran sus pecados, y ¿qué los podía llevar a odiar el mal de tal manera sino ver los sufrimientos de Jesús a causa de los pecados?

Nosotros conocemos el poder del sangrante Salvador que nos hace querer vengarnos del pecado. ¿Cuánta indignación, cuánto examen de conciencia, cuánta firme determinación, cuánto remordimiento amargo, cuánto arrepentimiento profundo no hemos sentido cuando hemos comprendido que nuestros pecados se convirtieron en los clavos, el martillo, la lanza, sí, los verdugos del Bienamado?

Y Pablo anhelaba formar en Corinto una iglesia de hombres consagrados, llenos de amor, conocedores de la abnegación, una nación santa, celosos en la realización de buenas obras. Y permítanme preguntarles, ¿qué más se le puede predicar a alguien para promover su santificación y su consagración, fuera de Jesucristo, quien nos ha redimido y así nos ha hecho siervos Suyos para siempre? ¿Qué argumento es más fuerte que el hecho de que no nos pertenecemos a nosotros mismos, puesto que hemos sido comprados por un precio?

Afirmo que Pablo tenía en Cristo crucificado el tema que correspondía a su objetivo; un tema que respondería al caso particular de cualquier hombre sin importar su nivel de degradación o su grado de cultura, y un tema que sería muy útil para los hombres en las primeras horas después de su nuevo nacimiento, e igualmente útil para cuando estuviesen listos a participar de la herencia de los santos en la luz. Pablo tenía el tema para hoy y mañana, y un tema para el siguiente año, pues Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Tenía en Jesús crucificado el tema adecuado tanto para el palacio del príncipe como para la choza del campesino, el tema para la plaza pública y para la academia, para el templo pagano y para la sinagoga.

Adondequiera que Pablo fuera, Cristo sería la sabiduría de Dios y el poder de Dios tanto para el judío como para el gentil, y esto, no sólo como una benéfica influencia, sino para la salvación definitiva de todo aquel que cree.

III. Pero debo proseguir al tercer comentario, que EL APÓSTOL NO PODRÍA CAUSAR DAÑO A NADIE AL LIMITARSE A EXPONER ESTE TEMA. Ustedes saben, hermanos, que cuando alguien se encasilla en un solo tema se vuelve muy fuerte en eso, pero se torna muy débil en otras áreas, de tal forma que el hombre de un solo pensamiento es descrito generalmente según el dicho: 'cada loco con su tema'. Pues bien, éste era el tema favorito de Pablo, pero era el tipo de tema en el que un hombre se puede concentrar sin lesionarse a sí mismo o a su vecino: seguirá siendo un hombre íntegro y completo, aunque se someta de manera total y única a este tema.

Pero déjenme decirles que Cristo crucificado es el único tema con esta característica. Permítanme mostrarles que esto es así. Ustedes conocen a una clase de ministros que predican doctrina y únicamente doctrina. Su modo de predicar se parece al conteo de los dedos de una mano: "uno, dos, tres, cuatro, cinco", y para variar: "cinco, cuatro, tres, dos, uno", siempre un conjunto de verdades determinadas y nada más. ¿Cuál es el impacto de este ministerio? Pues es, generalmente, formar una generación de hombres que piensan que lo saben todo, pero que en realidad saben muy poco: muy decididos y esto es positivo; pero muy estrechos, muy limitados, muy intolerantes, lo cual es negativo. No puedes predicar únicamente doctrina sin que tu mente se contraiga y contraigas la mente de tus oyentes.

Hay otros que predican experiencia únicamente. Son muy buenas personas; no los estoy condenando como tampoco a sus amigos, los predicadores doctrinales, aunque ellos también pueden causar daño. Algunos de ellos tocan únicamente las notas sombrías de la experiencia, diciéndonos que nadie puede ser un hijo de Dios, a menos que esté consciente del horrible carácter de su pecado innato, y gima cada día bajo el peso que le oprime. Hace algunos años escuchábamos bastante acerca de estas notas sombrías, aunque ahora hay menos abundancia de ellas. ¿Me equivoco al afirmar que esta enseñanza forma una raza de hombres que muestran su humildad, juzgando a todos aquellos que no pueden gemir de una manera tan grave como ellos?

Una nueva clase se ha levantado recientemente que predica acerca de la experiencia, pero su entonación se da en las notas altas de la escala. Ellos flotan muy arriba, pienso, al estilo de los globos. Sólo reconocen el lado brillante de la experiencia, sin querer enfrentar el lado oscuro y la muerte. Para ellos no existe la noche; elevan sus cantos en días de perpetuo verano. Han conquistado el pecado y se han ignorado a sí mismos. Bueno, eso afirman ellos, aunque nosotros no nos hubiéramos dado cuenta si no nos lo hubiesen dicho; al contrario, nos hubiéramos imaginado que tenían una muy enriquecida idea acerca de ellos mismos y de sus logros.

Espero equivocarme, pero nos ha parecido a algunos de nosotros, en recientes fechas, que el ego ha crecido de manera descomunal en algunos de nuestros hermanos; ciertamente sus prácticas y su predicación consisten en gran medida en declaraciones verdaderamente maravillosas acerca de su propia condición admirable. Me encantaría saber acerca de su progreso en la gracia, si acaso éste es real; pero yo quisiera verificar esto personalmente o comprobarlo por medio de terceros, puesto que hay un inspirado proverbio que dice: "Deja que otros te alaben, mas no tus propios labios."

En lo que a mí respecta, si alguien considerara adecuado alabarme, preferiría que guardara su lengua, porque el engrandecimiento de los hombres no es un buen negocio. Únicamente el Señor debe ser engrandecido. Me parece que es claro que se originan graves fallas en el hecho de predicar una vida interior, en lugar de predicar a Cristo, que es la vida misma.

Otra clase de ministros han predicado casi sólo sobre preceptos. Necesitamos a estos hombres como también necesitamos a los otros; todos son útiles y funcionan como antídoto los unos contra los otros, pero sus ministerios son incompletos. Si escuchan predicaciones acerca de deberes y mandamientos, está muy bien, pero si ése es el único tema, la enseñanza se torna legalista a la larga; y en poco tiempo el verdadero Evangelio que tiene el poder de hacernos cumplir el precepto, es desplazado a un segundo plano, y ni el precepto puede ser cumplido después de todo. Tienen que hacer esto, tienen que hacer aquello, tienen que hacer lo de más allá y terminan por no hacer nada. Si un hermano pretendiese predicar sobre ordenanzas únicamente, como aquellos que siempre están ensalzando lo que se conoce como los santos sacramentos -bien, ustedes saben hacia dónde va esa enseñanza-, se encamina hacia el sureste, y su línea favorita atraviesa la ciudad de Roma.

Más aún, querido hermano, aun si predicas a Jesucristo únicamente, te debes concentrar en el punto en que se concentró Pablo, esto es, "él crucificado", ya que no lo debes ver bajo ningún otro aspecto exclusivamente. Por ejemplo, la predicación de la segunda venida, que en su lugar y proporción, es admirable, ha sido tomada fuera de su lugar por algunos, y se ha convertido en el fin último y en el todo de su ministerio. Eso, ustedes lo pueden ver, no es lo que Pablo había elegido, y no es una selección segura. En muchos casos, el más flagrante fanatismo ha sido el resultado de concentrarse exclusivamente en la profecía, y probablemente más hombres han enloquecido a causa de ese tema, que a causa de cualquier otra cuestión religiosa. Yo no sabría si alguien puede volverse fanático acerca de Cristo crucificado, pero nunca he escuchado nada al respecto. Si un hombre puede volverse loco por su amor hacia el Redentor crucificado, no lo sé, nunca me he encontrado con un caso así. Pero si yo me volviera loco, me gustaría que fuera por esa causa, y me gustaría transmitir esa locura a muchos, puesto que es el tema ideal para perder la razón: ser irrazonablemente absorbido en Cristo crucificado, perder el sentido por la fe en Jesús. La realidad es que no puede afectar la mente, es una doctrina que puede ser escuchada eternamente, y siempre tendrá frescura, será nueva y adecuada para nuestra total humanidad.

Digo que la adhesión a esta doctrina no puede causar ningún daño, y la razón es ésta: contiene todo lo que es vital en sí misma. Si te mantienes en el límite de Cristo y Él crucificado, habrás presentado a los hombres todo lo esencial para esta vida y para la venidera; les habrás dado la raíz de la cual puede brotar tanto la rama como la flor, y el fruto del pensamiento santo y la palabra y la obra. Basta que un hombre conozca a Cristo crucificado y conocerá a Quien es la fuente de vida eterna. Éste es un tema que no despierta una parte del hombre, mientras la otra parte permanece dormida; no estimula su imaginación y deja sin ninguna enseñanza a su juicio; no alimenta el intelecto y mata de hambre el corazón. No hay ninguna facultad de nuestro ser que no sea afectada permanentemente por Cristo crucificado. La humanidad perfecta de Cristo crucificado afecta la mente, el corazón, la memoria, la imaginación, el pensamiento, todo. Así como en la leche se encuentran todos los ingredientes necesarios para la vida, así en Cristo crucificado se encuentra todo lo que necesitamos para el sustento de nuestra alma. Así como la mano del músico principal de David tocaba cada una de las diez cuerdas de su arpa, así Jesús extrae una dulce música de toda nuestra humanidad.

En relación con predicar a Cristo exclusivamente, también debemos agregar que esta predicación nunca despertará rencores. Nunca saturará las mentes de los hombres con preguntas y contiendas, a diferencia de esos temas sutiles que prefieren tratar algunos hombres.

Cuando algunos temas son decididos por mi opinión y por tu opinión, y por la opinión de un tercero e incluso de un cuarto individuos, seguramente se va generar una contienda; pero el que se mantiene al pie de la cruz de Cristo, y se acoge a ella, está precisamente donde puede abrazar a toda la hermandad de verdaderos cristianos, puesto que todos estamos perfectamente unidos en una sola mente y en una sola opinión allí. No cabe gloriarse de la opinión del hombre en la cruz. "Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cristo", vienen por no apegarse a Jesús crucificado; pero si nos apegamos a la cruz como pecadores culpables que necesitan ser limpiados por medio de la sangre preciosa, y que encuentran toda su salvación en ese lugar, entonces no tendremos el tiempo para erigirnos como líderes religiosos y para causar divisiones en la iglesia de Cristo. ¿Ha existido alguna secta en la cristiandad generada por la predicación de Cristo crucificado? No, mis hermanos, las sectas son creadas por la predicación de algo muy por encima de esto, pero esto es el alma y la esencia del cristianismo, y por consiguiente, el vínculo perfecto de amor que mantiene a los cristianos unidos.

IV. No diré nada más, pero pasaré a mi última reflexión, que es ésta: Debido a que Pablo hizo de éste su único tema cuando estaba en Corinto, y no hizo ningún daño a nadie con este único tema, cosa que no podemos afirmar de ningún otro tema, LES RECOMIENDO QUE TODOS NOSOTROS HAGAMOS DE ESTE TEMA EL CENTRO DE NUESTROS PENSAMIENTOS, DE NUESTRA PREDICACIÓN Y DE NUESTROS ESFUERZOS.

Hombres y mujeres inconversos, a ustedes me dirijo en primer lugar. No tengo nada más que predicar para ustedes que a Jesucristo y a Él crucificado. Pablo sabía que había grandes pecadores en Corinto, ya que era costumbre en el mundo de entonces llamar a un hombre licencioso, 'un corintio'. Ellos eran un pueblo que llevaban la depravación y la lascivia a sus máximos excesos posibles, y, sin embargo, en medio de ellos, Pablo no sabía de nada excepto de Cristo y Él crucificado, ya que todo lo que el pecador más grande puede necesitar se encuentra allí.

No tienes nada en ti, pecador, y no tienes necesidad de nada que le lleves a Jesús. Me dices que no sabes nada acerca de las profundas doctrinas del Evangelio: no las necesitas conocer al momento de venir a Cristo. La única cosa que debes conocer es ésta: que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino al mundo para salvar a los pecadores y cualquiera que crea en Él no perecerá, sino que vivirá eternamente. Me dará mucho gusto que recibas instrucción en la fe posteriormente, y que conozcas las alturas y las profundidades de ese amor que sobrepasa todo conocimiento, pero en este momento lo único que necesitas conocer es a Jesucristo crucificado, y si nunca pasas de allí, si tu mente es de una naturaleza tan débil que nunca puedas entender nada de mayor profundidad que esto, yo, por lo menos, no sentiré ninguna preocupación, ya que habrás encontrado lo que te librará del poder y del castigo del pecado, y lo que te llevará al cielo para estar donde ese mismo Jesús que fue crucificado se sienta en el trono a la diestra de Dios.

¡Oh, querido corazón abrumado por la pena, si quieres encontrar alivio, podrás hacerlo en sus heridas! Si quieres encontrar descanso, tienes que encontrarlo en las heridas de sus manos. Si quieres escuchar tu absolución, tiene que provenir de los mismos labios que pronunciaron dulcemente: "Consumado es". Dios quiera que no sepamos nada en medio de los pecadores excepto Cristo y él crucificado. Mírenlo a Él, y únicamente a Él y encontrarán el descanso para sus almas.

En cuanto a ustedes, mis hermanos y hermanas, que conocen a Cristo, tengo esto que decirles: mantengan esto a la vanguardia, y ninguna otra cosa sino sólo esto, porque es contra esto que el enemigo se enfurece. La parte de la línea de batalla que es atacada más fieramente por el enemigo, es ciertamente la más estratégica. Los hombres odian a aquellos a quienes temen. El antagonismo de los enemigos del Evangelio es principalmente contra la cruz. Desde el principio fue así. Ellos gritaban: "Que descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos." Escribirán para nuestro beneficio bellas vidas de Cristo y nos dirán que fue un hombre excelente y darán a nuestro Señor el homenaje que sus labios de Judas pueden otorgarle; se referirán también a Su sermón del monte y dirán qué profundidad de percepción tuvo del corazón humano y nos dirán que enseñaba un espléndido código moral, y así sucesivamente. Dirán: "Seremos cristianos pero rechazamos totalmente el dogma de la expiación."

Nuestra respuesta es que nos importa un bledo lo que tengan que decir acerca de nuestro Señor si niegan Su sacrificio sustitutivo. Si le dan vino o vinagre, no es un tema relevante en tanto que rechacen lo que nos dice el Crucificado.

Las alabanzas de los incrédulos nos dan asco; ¿quién quiere escuchar las alabanzas a Dios provenientes de labios contaminados? Esas palabras dulzonas son muy semejantes a aquellas que salieron de la boca del diablo cuando dijo: "Yo sé quién eres: ¡el Santo de Dios!" Jesús le reprendió diciendo: "¡Cállate y sal de él!" De la misma manera queremos decirles a los incrédulos que exaltan la vida de Cristo: ¡Cállate! Conocemos tu enemistad, aunque la disfraces como quieras. O Jesús es el Salvador de los hombres o no es nada; si no aceptan a Cristo crucificado, no lo pueden aceptar de ninguna otra manera.

Mis hermanos en Jesús, los invito a gloriarnos en la sangre de Jesús; hagan que sea manifiesta como si hubiese sido rociada en el dintel y en los dos postes laterales de nuestras puertas y dejemos que el mundo sepa que la redención por medio de la sangre está escrita en las más íntimas partes de las tablas de nuestros corazones. Hermanos, éste es el punto de prueba de cada maestro. Cuando un pescado se descompone, comienza a apestar por la cabeza, según dicen, y ciertamente cuando un predicador se vuelve un hereje, siempre es en relación con Cristo. Si no entiende con claridad a Jesús crucificado -y escuchas uno de sus sermones-, ésa es tu mala suerte; pero si regresaras para escucharlo de nuevo y oyeras un sermón igual al primero, entonces ésa sería culpa tuya: si fueras por tercera vez, habrías cometido un crimen. Si algún hombre tiene dudas acerca de Cristo crucificado, que recuerde los versos de Hart, porque dicen la verdad:

"No puedes tener razón en todo lo demás,
a menos que pienses la verdad acerca de Él."

No quiero examinar a los hombres en relación con las doctrinas de la Confesión de Fe de Westminster. Yo comienzo aquí: "¿Qué piensas tú de Cristo?" Si no puedes contestar esa pregunta, anda y publica tus puntos de vista donde quieras, pero tú y yo estamos tan separados como lo están los polos, y no deseo tener ninguna comunión contigo. Debemos de hablar muy claramente aquí.

Es "Cristo crucificado" lo que Dios bendice para conversión. Dios bendijo a William Huntingdon para convertir almas por su medio: estoy seguro de eso, aunque no soy un partidario de Huntingdon. Dios bendijo a John Wesley para convertir almas por su medio: también me queda muy claro eso, aunque no soy un partidario de Wesley. Dios bendijo a ambos en tanto dieron testimonio de Cristo; y encontrarán que en la proporción que la expiación de Cristo esté presente en un sermón, es la sangre vital de ese sermón, y eso es lo que Dios santifica para la conversión de los hijos de los hombres. Por tanto, ten el tema siempre en un lugar muy prominente.

Y ahora les pregunto, hermanos míos, una cosa más: ¿No es acaso Cristo y Él crucificado la cosa por la que debemos vivir y por la que debemos morir? Los hombres del mundo pueden vivir para sus vanidades; pueden sentir mucho gozo bajo sus respectivas calabaceras, como la de Jonás, mientras les duren; pero cuando un hombre tiene depresión de espíritu y es torturado en su cuerpo, ¿adónde puede mirar? Si es un cristiano, ¿en dónde puede refugiarse? ¡En dónde más sino en Cristo crucificado! Cuán a menudo he sentido mucho gozo al arrastrarme para entrar al templo y ponerme en los zapatos del pobre publicano y decir: "Dios, sé propicio a mí, que soy pecador", mirando únicamente a ese propiciatorio rociado con la preciosa sangre de Jesús. Esto es lo que servirá a la hora de la muerte.

No creo que a la hora de nuestra muerte busquemos el consuelo de nuestras peculiares iglesias; ni vamos a morir aferrados a las puras ordenanzas o a las doctrinas, en medio de los estertores de la muerte. Nuestra alma debe de vivir y morir por Jesús crucificado. Miren a todos los santos al momento de su muerte, y verán que regresan al gran sacrificio del Calvario. Ellos creían en una gran variedad de cosas; algunos de ellos se apoyaban en muchas muletas y caprichos y rarezas, pero el punto principal prevalece a la hora de la muerte. "Jesús murió por mí, Jesús murió por mí", todos llegan a eso.

Bien, ¿no te parecería bueno ir desde el principio al punto al que han llegado ellos al final? Y si ese punto es la base de todo, y ciertamente lo es, ¿no sería adecuado que nos apegáramos a él? Mientras algunos se glorían en esto y otros se glorían en aquello, y algunos tienen una forma de culto, y otros, otra forma, nosotros digamos: "Pero lejos esté de mí el gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo."

Hermanos, les recomiendo que hagan cada vez más prominente la cruz de Cristo, porque es lo que nos dará más cohesión y nos mantendrá en una bendita unidad. No todos podemos entender esas verdades sutiles que dependen tanto de bonitas variaciones y esas sutilezas de significado en el griego que sólo los críticos pueden descubrir. Si buscas estas bellezas, hermano, entonces debes de olvidarte de muchos de nosotros, pobres tontos, porque no podemos correr tras ellas y sólo nos confundirás. Sé que tienes ese delicado concepto bellamente fijado en tu mente y lo tienes en muy alta estima, y no me sorprende, ya que te ha costado mucha reflexión y muestra tu poder de discernimiento. Al mismo tiempo, ¿no crees que debes de bajar al nivel de algunos de nosotros, que nunca podremos alcanzar esos temas intrincados mientras vivamos? Algunos de nuestros cerebros son ordinarios. Tenemos que ganar nuestro pan y relacionarnos con gente ordinaria; sabemos que dos por dos hacen cuatro; pero no estamos familiarizados con los principios tan escondidos y ocultos en la alta filosofía a la que ustedes han subido. Yo no sé mucho de eso, yo no me remonto a esas alturas y nunca subiré allí con ustedes. Por lo tanto, ¿no sería mejor por la unidad de la fe que dejaran estos temas de lado, que practicaran más la amistad en casa, que mostraran más amor hacia sus colegas cristianos y que se aplicaran un poco más hacia los deberes de naturaleza más común? Sólo les haría un gran bien, y haría un poco más visible su humildad, si se quedaran allá abajo con Jesucristo y él crucificado.

Personalmente puedo saber muchas cosas; especialmente yo podría hacerlo, ya que todo mundo trata de enseñarme algo. Recibo carretadas de consejos: uno me jala de esta oreja y el otro me jala de la otra. Bien, yo podría saber mucho, pero me doy cuenta de que tendría que dejar a algunos de ustedes atrás si quisiera ir tras esas cosas, y los amo demasiado para hacer eso. Tengo la determinación de no saber nada entre ustedes excepto a Jesucristo y Él crucificado. A cualquier hombre que se sujete a eso le diré: "Dame tu mano, mi hermano, Jesús la lavó con Su sangre de la misma manera que lavó la mía. Ven, hermano, y miremos juntos a la misma cruz. ¿Qué piensas de ella? Hay una lágrima en tu ojo, y hay una lágrima en el mío, pero nuestros rostros se sonrojan de gozo a causa del profundo amor que clavó a Jesús allí. ¿Qué haremos con esta cruz frente a nosotros?"

Mi hermano dice: "Yo me iré a ganar almas." Le respondo: "yo también." Mi hermano dice: "Yo tengo una forma de hablar", y yo le contesto: "Yo tengo otra manera, pues nuestros dones son diferentes, pero nunca chocaremos, ya que servimos a un solo Señor y a un solo Dios, y no seremos divididos, ni en este mundo presente ni en el venidero." Dejen que Apolo diga lo que quiera, o Pablo o Pedro, y aprenderemos de todos ellos; nos dará mucho gusto hacerlo. Pero, de todos modos, no nos moveremos de la cruz, sino que estaremos muy firmes allí, ya que Jesús es el primero y el último, el Alfa y la Omega. Amén.


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