El Lugar Vacío:Un sermón del Día de Navidad

De Libros y Sermones Bíblicos

Saltar anavegación, buscar

Recursos Relacionados
Leer más Por Charles H. Spurgeon
Indice de Autores
Leer más sobre Santificación y Crecimiento
Indice de Temas
Recurso de la Semana
Cada semana enviamos un nuevo recurso bíblico de autores como John Piper, R.C. Sproul, Mark Dever, y Charles Spurgeon. Inscríbete aquí—es gratis. RSS.

Sobre esta Traducción
English: The Empty Place - A Christmas Day Sermon

© Public Domain

Compartir esto
Nuestra Misión
Esta traducción ha sido publicada por Traducciones Evangelio, un ministerio que existe en internet para poner a disponibilidad de todas las naciones, sin costo alguno, libros y artículos centrados en el evangelio traducidos a diferentes idiomas.

Lea más (English).
Como Puedes Ayudar
Si tú puedes hablar Inglés bien, puedes ofrecerte de voluntario en traducir

Lea más (English).

Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


“Y el lugar de David quedó vacío”. 1 Samuel 20: 25.

Puede haber mucho que aprender de un lugar vacío. El mundo tiene en alta estimación a los lugares que han quedado vacíos por la partida al hogar de sus hombres ilustres. El mundo recuerda a quienes le han servido; quienes han servido a la Iglesia también son recordados, y las sillas que quedan vacías en el mundo, en la Iglesia, y en la familia, despiertan muchísimos recuerdos.

No pretendo ceñirme a un solo tema esta noche; pienso que tengo, en estas palabras sobre el lugar de David, una encomienda móvil y, sujetándome siempre a mi texto, podré considerar una gran cantidad de temas, y hablar brevemente sobre cada uno de ellos.

I. Entonces, primero, hemos de considerar EL LUGAR VACÍO EN LA CASA DEL PERSEGUIDOR: “El lugar de David quedó vacío”.

David tuvo un buen motivo para dejar vacío su lugar en torno a la mesa de Saúl, pues el apasionado rey era tan malicioso y estaba tan amargado en su contra que buscaba acabar con su vida. Saúl, en sus arranques de cólera insana, en varias ocasiones había arrojado jabalinas contra el hombre al que tanto debía, y el envidioso rey dispuso matar a su rival en la primera oportunidad propicia. Por tanto, David, muy apropiadamente, abandonó el lugar donde su vida corría continuamente peligro.

¡Oh, cuán felices somos, en estos días, porque no estamos sujetos a los fieros sufrimientos ni a las crueles persecuciones que los primeros cristianos e incluso nuestros propios antepasados, tuvieron que sufrir! Con cuánta frecuencia, en una familia judía, tan pronto como un joven se convertía en un seguidor de Cristo, era desconocido por todos los de su casa a partir de ese momento. ¡Era un seguidor del odiado Nazareno! “Caiga sobre él la maldición”, decía su padre, e incluso la ternura de una madre parecía extinguirse, de tal manera que no podía pensar en su hijo sin amargura ni hiel.

Algo semejante ocurría en las antiguas familias romanas. El hijo de un noble romano entraba en un pequeño lugar donde una gente humilde e iletrada se reunía para oír la predicación del Evangelio, para cantar himnos al nombre de Jesús y para santificar un día de la semana; y allí, aquel joven corazón aprendía la historia de la cruz, y por la gracia de Dios era llevado al amor del Salvador. Tan pronto como el hecho se conocía, los oficiales de justicia le arrebataban el hijo al padre de la casa y arrastraban al joven creyente a prisión, y de esta manera otro asiento quedaba vacío.

Cuando la persecución empeoró gravemente en los antiguos tiempos romanos, ustedes saben cómo los hombres buenos, y los grandes, y los veraces, los fuertes y los viejos, el hombre joven y la doncella, todos tenían igualmente que huir para salvar sus vidas. Si se hubieran quedado, habría sido únicamente para ser arrastrados delante del pretor romano para que acabara con ellos rápidamente en la hoguera o en la arena del circo. Al poco tiempo nada quedaba de ellos excepto un montón de cenizas del fuego que consumió al mártir o unos cuantos huesos que las bestias salvajes no quisieron comer. De esta manera, otra vez “el lugar de David quedó vacío”.

Un horrible trabajo fue realizado, también, cuando la Iglesia de Roma tenía plenos poderes y los oficiales de la Inquisición, en altas horas de la noche, tocaban a la puerta del hogar de algún hombre cristiano, y lo apresaban, ya fuera a él, o a su esposa, o a su hijo o a su hija. Tenían que entregarse sin decir palabra, para ser emparedados en las húmedas y tenebrosas bóvedas de esa institución infernal para no ser vistos nunca más, excepto, en algún terrible día cuando eran sacados en medio de burlas, para ser quemados vivos porque rehusaban inclinarse delante de imágenes de marfil y de madera y llamar a esos ídolos el Cristo a quien debería rendirse homenaje y reverencia.

Ustedes saben lo que sucedió en nuestra propia tierra: cómo muchos asientos quedaron vacíos durante las persecuciones de la Reina María; y posteriormente, cuando nuestros nobles señores no aceptaron conformarse a la Iglesia establecida de esta tierra, eran acosados hasta las guaridas y cavernas de la tierra, como si hubiesen sido bestias salvajes en vez de hombres de quienes el mundo no era digno. Muchos de los más valerosos y mejores hijos de Inglaterra huyeron a América y encontraron otro hogar más seguro allá, en Nueva Inglaterra, donde las rocas silvestres eran menos empedernidas que los corazones de los hombres de aquí, de Inglaterra.

Cada vez y cuando, cuando se ha levantado la persecución en contra de la verdad, el asiento de David ha quedado vacío. Si los días de los mártires volvieran a presentarse, ¿podríamos dejar vacíos nuestros lugares? ¿Podría el esposo dejar que su esposa y sus hijos siguieran la causa de Cristo? ¿Podría el hijo renunciar otra vez al amor del padre? ¿Podrían apartarse de todos sus seres queridos para demostrar que, verdaderamente, le pertenecen a Cristo, y que le aman más que a padre o madre, esposo o esposa, o a cualquier miembro de su parentela cercana?

¡Que Dios nos conceda que el verdadero espíritu del mártir no se desvanezca en nuestros corazones, aun si, en la agraciada providencia de Dios, no es llamado a ejercitarse terriblemente como entre los valerosos campesinos de Suiza, o los nobles ‘covenanters’ (firmantes del pacto escocés de la reforma religiosa) o los viejos disconformes de este país!

¡De cualquier manera, sea lo que fuere que seamos llamados a soportar, hemos de ser fieles y leales al Evangelio por cuya causa nuestros padres se desangraron y murieron; y si retornaren alguna vez los tiempos de persecución -y pudieran regresar- hemos de estar dispuestos a abandonar de nuevo el lugar de comodidad, lujo y paz, por la causa de nuestro Señor Jesucristo!

II. Hay otro lugar que algunas veces queda vacío, esto es, EL LUGAR DE LOS PLACERES PECAMINOSOS. Este lugar vacío es el resultado de la obra de la gracia de Dios en el corazón.

Yo sé que, en cuanto a algunos presentes, podría decirse con gran agradecimiento, que el lugar de David está vacío. Ah, querido amigo, ¿dónde estaba tu lugar, hace siete años, en una noche como ésta en nuestra así llamada tierra cristiana? Ah, bien, no queremos que digas dónde estaba; es mejor que calles con respecto a eso; pero, con un santo rubor, y luego con devoto agradecimiento a Dios, regocíjate porque, en lo que a ti concierne, el lugar de David en el sitio de los escarnecedores está ahora vacío. Tú sabes que el asiento de la cantina no te convendría ahora, como tampoco el lugar donde el canto lascivo despierta el entusiasta aplauso de la libidinosa concurrencia; estarías fuera de lugar en la compañía de los insolentes, los necios, los blasfemos y de aquellos que encuentran sus placeres olvidando a su Dios, y no consideran pecado quebrantar Sus leyes. ¡No, gracias a Dios, ese lugar está vacío ahora!

La gracia realiza un maravilloso cambio en un hombre. No es tanto que no se atreva a ir donde solía encontrar deleite; no querría ir ni que le pagaran por ello, es más, incluso si le azotaran para obligarlo a ir. Nosotros no renunciamos a los antiguos placeres simplemente porque pensemos que sean malos; sabemos que lo son y eso bastaría para abandonarlos; pero también renunciamos a ellos porque ya no son más placeres para nosotros. Ya no tenemos ahora ningún deleite en absoluto en ellos, ni lo tendríamos aunque fuéramos libres de elegirlos para nosotros. Si la ley de Dios fuera suspendida y se nos permitiera tomar del placer del pecado todo lo que quisiéramos, no tomaríamos nada, puesto que ya no es un placer para nosotros.

Oh, da gracias, querido amigo, porque la gracia ha operado tal cambio en ti y has de resolver en tu corazón que, como la gracia ha hecho esto por ti, harás tu mejor esfuerzo para que la gracia realice la misma obra de gracia a favor de tus amigos, para que otros sean rescatados de las filas de Satanás. ¡Oh, qué boquete abre Dios algunas veces en el ejército del diablo cuando toma a uno de sus más activos soldados, y lo alista en el ejército de Jesucristo, y luego lo convierte en un sargento reclutador para alistar a otros bajo las órdenes de su nuevo Capitán! No hay siervos de Dios como aquellos que han sido valerosos soldados de Satanás. Saulo de Tarso, una vez que fue convertido en apóstol, no sólo no estaba un ápice detrás del propio líder, sino que podríamos aventurarnos a decir que era el más destacado de todos los apóstoles, y que hizo más por Cristo que cualquiera de ellos. ¡Oh, que muchos lugares de David entre aquellos que buscan los placeres pecaminosos queden rápidamente vacíos por medio de la gracia todopoderosa de Dios! Y si el diablo lo llenara con otro de sus necios adoradores, ¡pedimos a Dios que se agrade en vaciar ese lugar una y otra vez! Que muchos, como Moisés, escojan antes ser maltratados con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres del pecado por un tiempo.

III. Ahora voy a hablar de otros lugares vacíos que son mejores que los ya mencionados. Durante el año pasado, nos sucedió varias veces a nosotros que el lugar de David quedó vacío. Quiero decir que, por un tiempo, EL LUGAR DE NUESTRA OFICIO HA ESTADO VACÍO.

Tal vez algunos de ustedes no hayan tenido ni una sola hora de enfermedad durante el año pasado; entonces, voy a recordarles sobre sus misericordias para que estén muy agradecidos con Dios por ellas. Pero algunos de nosotros hemos experimentado días, algunos hemos experimentado semanas y algunos incluso hasta meses, en los que el lugar de David quedó vacío. Tal vez no por largo tiempo cada vez, pero usualmente este púlpito ha tenido que quedar vacío en algún momento u otro durante el año con respecto al predicador regular. Las enfermedades dejaron imposibilitado de algún modo al predicador por algún tiempo; y muchas personas experimentan, cada vez y cuando, una época en la que tienen que ausentarse de la capilla, y del negocio y del círculo familiar, y se requiere de una vigilancia extra en el hogar y de un especial cuidado, y pudiera ser que, algunas veces, haya motivo de ansiedad y miedo. Tal vez, en algunos de los casos ha habido mucha preocupación válida. Recuerda aquellas noches cuando la fiebre estaba a punto de empeorar, aquellas horas cuando había ansiosos susurros de los seres queridos en torno a tu cama: “¿logrará sobreponerse? ¿Podrá sobrevivir?” Tú recuerdas esas experiencias difíciles de soportar; quiero que las recuerdes para que bendigas al Señor, que te ha perdonado la vida y te ha devuelto la salud y la fortaleza. Si el lugar de David no ha quedado vacío con frecuencia, debes estar agradecido por la salud que Dios te ha dado; si ha quedado vacío por algún tiempo, pero estás aún en la tierra de los vivos, debes agradecer la restauración que el Señor te ha concedido.

Pero, hermanos y hermanas, quiero preguntarles y preguntarme: ¿damos a Dios la recompensa debida por todo lo que nos ha dado? Él nos ha favorecido con una vida prolongada; ¿está siendo invertida esa vida para Él? Pudiera ser que, en aquel lecho de enfermo, volvimos el rostro hacia la pared y oramos en la amargura de nuestro espíritu, y luego hicimos votos de lo que haríamos si el Señor nos salvara la vida; o, si no lo pusimos en absoluto en la forma de un voto, resolvimos que si éramos restaurados, seríamos más fervientes y más diligentes en la causa del Señor de lo que habíamos sido hasta entonces. ¿Hemos redimido esas promesas? ¿Despierto tal vez algunos recuerdos vergonzosos? Me parece que debería; los despierto en mi propio corazón, y no me sorprendería si lo hiciera también en el suyo.

Si así fuera, entonces esta oración debe elevarse desde cada corazón: “Señor mío, Tú me has redimido con Tu sangre preciosa, y me has hecho Tuyo; Tus promesas están sobre mí, y yo vengo ante Ti la noche de este último domingo de otro año e instruyo que atemos víctimas con cuerdas a los cuernos del altar.

“Mi vida, que Tú has convertido en Tu cuidado,
Señor, yo la entrego a Ti”.

¡Indícame qué quieres que haga; dame fuerzas y sabiduría para hacerlo; guárdame diligente en Tu servicio y firme en Tu temor, hasta que el lugar de David quede vacío aquí abajo por última vez y me lleves a lo alto, para llenar el otro lugar que has preparado para mí a Tu diestra!”

Pensé que sería bueno despertar estos pensamientos en las mentes de aquellos que tienen un especial interés en esta parte de mi tema.

IV. Durante el último año, muchos de ustedes aquí presentes han tenido UN LUGAR EN LA ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS.

No me gusta mucho hacer la pregunta de cuán a menudo el lugar de David en la congregación de los justos ha quedado vacío. Tengo muy poca necesidad de decirles jamás algo a ustedes, queridos amigos, acerca de cualquier falta continua de asistencia a los medios de gracia. Creo que no hay personas de quienes me haya enterado jamás que sean encontradas más regularmente escuchando la predicación de la Palabra, o participando en algún servicio religioso. Sin embargo, podría haber algunos entre ustedes que se han ausentado cuando debían estar presentes; o podría haber miembros de otras congregaciones que han caído en hábitos laxos y relajados dejando de congregarse, “como algunos tienen por costumbre”, tal como ocurría en los días de Pablo. Aquellos que son así entre nosotros deben poner un alto a esos hábitos tan pronto como se presenten. Son de gran detrimento para todo crecimiento espiritual.

No creo que encuentren a un hombre sano que tome sus comidas a todo tipo de intervalos irregulares. Como regla general, el cuerpo necesita sus períodos regulares para recibir alimento y sustento; y lo mismo ocurre con el alma. Difícilmente encontrarían que un cristiano goza de buena salud si descuida el tiempo señalado para ser alimentado con el alimento espiritual.

Ustedes que son inconversos deberían prestar una especial atención a esta parte de mi tema. Creo que no necesito decirle mucho al cristiano sobre la necesidad de asistir a la casa del Señor, pues él ama el lugar donde mora la honra de Dios. Puede decir:

“He estado allí, e iré todavía,
Es como un pequeño cielo aquí abajo”.

Pero en cuanto a ustedes, que no son convertidos, me deleita verlos en la casa de Dios, dispuestos y hasta ansiosos de escuchar Su Palabra, pues ¿qué sabemos, qué sabemos, qué sabemos si Dios pudiera bendecir ahora la palabra para ustedes? “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Cuando estás lejos del sonido de la voz del predicador, hay menos probabilidad de que la gracia se encuentre contigo para despertar tu conciencia y volverte a Cristo. Mientras estás congregado con el pueblo de Dios, espero gustosamente que Dios bendiga la verdad predicada para la salvación de tu alma. Acude a menudo, entonces, a ese lugar de adoración donde Jesucristo es ensalzado, y busca tener un interés personal en Su grandiosa salvación.

Me encanta verlos revoloteando en torno a la Palabra, escuchando la predicación del Evangelio; pero no permitan, se los suplico, que siempre sea válido que son únicamente oyentes; pues, si sólo son oyentes y no hacedores de la Palabra, están simplemente destruyendo sus propias almas. ¿Saben cuál es su gran peligro, el peligro de ustedes que solamente son oyentes, y no siempre asisten para oír? Ustedes corren el terrible peligro de perder sus almas.

Lo que me temo en relación a algunos de ustedes es que pospondrán su decisión, y esperarán, y esperarán, y esperarán y esperarán hasta que no sientan más interés del que sienten ahora de escuchar el Evangelio, y gradualmente vendrán a la casa de oración menos frecuentemente, y el lugar de David estará más a menudo vacío; y muy pronto el Evangelio se volverá rancio para ustedes, y esta mi pobre voz sonará con un tono tan apagado, y mi mensaje sonará tan a lugares comunes, que su asiento será encontrado siempre vacío. Cuando esto llegue a suceder, me temo que serán encontrados descarriados más lejos y más lejos de los senderos del bien, y de la verdad, y de la esperanza, y que estarán completa y desesperadamente perdidos.

¡Que Dios los conduzca a decidir por Cristo Jesús antes de que este año de gracia pase! ¡Que pueda ser, incluso ahora, el año de nuestro Señor para su alma, el año en el que el propio Señor entre en su espíritu y tome posesión de su naturaleza entera! Entonces sé que el asiento de David en la asamblea del pueblo de Dios no estará vacío con frecuencia.

V. Ahora tengo que decir sólo unas cuantas palabras especiales para los miembros de la iglesia acerca de SU LUGAR EN LA REUNIÓN DE ORACIÓN.

“El lugar de David quedó vacío”. ¿Qué era lo que se estaba llevando a cabo? “Bien, ¡era únicamente una reunión de oración!” Sí, pero, pero, pero, pero, pero, pero, eso es decir mucho. ¿Dio algún miembro de la iglesia esa respuesta? No creo que ni uno s0lo lo hiciera; pero quisiera preguntarles a todos los miembros de esta iglesia: “¿cuántas veces han asistido a la reunión de oración en este año?” Hay algunos de ustedes que nunca están ausentes a menos que algo les imposibilite para asistir del todo. Me alegra incluso ver a algunos de ustedes que llegan tarde los lunes por la noche. Si no pueden venir a las siete, vengan a las siete y media o vengan a las ocho; vengan a cualquier hora que puedan, para poder insertar su porción de suplicación con el resto de los hermanos y de las hermanas.

Pero estoy avergonzado de algunos de nuestros miembros. Ellos dirán: “¿a quiénes te refieres?” El domingo pasado un niñito vino a este Tabernáculo por primera vez; entonces, cuando me paré en el púlpito y comencé a predicar, el pequeño amigo le dijo a su niñera: “Señorita, ¿el señor Spurgeon me está hablando a mí?” Yo quisiera que todos ustedes dijeran lo mismo, si mis palabras fueran aplicables a ustedes; pues estoy hablando a algunos de los miembros de la iglesia cuando digo que me avergüenzo de ustedes porque no asisten nunca a las reuniones de oración. No incluyo en esta censura a quienes viven a una gran distancia, o están plenamente ocupados con sus familias o con los cuidados de negocios, pues harían mal en venir. ¡Dios no quiera que les pida que le presenten un deber manchado con la sangre de otro deber! Pero hay algunos que podrían estar aquí y deberían estar aquí en nuestras reuniones de oración, y están sufriendo espiritualmente un daño positivo en sus propias almas por causa de su ausencia, además de la pérdida que están ocasionando al tesoro de la iglesia, pues la riqueza de la iglesia radica en el poder de intercesión. Descubriremos que la medida de la influencia de la iglesia está en una exacta proporción a la cantidad de oración presentada por los miembros; si no hay mucha oración, no puede haber mucho poder. “Pero podemos orar en casa”, dirá alguien. Sí, yo sé que pueden hacerlo; pero, como regla, pienso que la gente que ora en casa es la gente que ora también en las reuniones de oración. El hecho de que nos congreguemos para la oración es muy generalmente (tomando en consideración las circunstancias especiales) el exponente de nuestra oración privada. Permítanme aguijonear a cualquiera de ustedes cuyo lugar en las reuniones de oración ha estado vacío, para que no suceda eso de nuevo.

Amados míos en el Señor, compañeros soldados de Cristo, ¿cuál ha sido la fuente y el secreto de nuestra fuerza, como iglesia, hasta este punto? Ha sido nuestra oración. ¡Cuán bien recuerdo aquellas reuniones de oración que tuvieron lugar en la Capilla de Park Street! Cuando comenzamos, éramos sólo unas cuantas criaturas débiles que, en la mayoría de las reuniones de oración que tuvimos, nos reuníamos en una pequeña sacristía; pero pronto tuvimos que abrir nuestras puertas de par en par, y pasar a la capilla, y nunca hemos regresado a la sacristía desde entonces. Y, ¡oh, el poder que el Señor graciosamente nos concedió por la oración! Sentí allí, y muchos de ustedes también lo sintieron, que parecía que por nuestra súplica hacíamos descender la bendición de Dios sobre nosotros; y entonces nuestros números se vieron rápidamente incrementados, las almas fueron convertidas y Dios fue glorificado. Si decaemos en la oración, nos condenaremos a nosotros mismos. Hemos comprobado, no por rumores sino por experiencia personal, que la oración es poder; y si relajamos nuestra oración y la reducimos en alcance o incluso en tiempo, mereceremos que este lugar sea convertido en un refrán y un objeto de rechiflas, y que toda nuestra prosperidad nos sea quitada, y que se escriba ‘Icabod’ sobre nuestros muros.

¡Que Dios conceda que esta voz quede silenciada por la muerte antes de que este pueblo deje de ser jamás un pueblo de oración! Antes bien, que nuestra entrega a la oración sea avivada y nuestras intercesiones sean multiplicadas; y que no se diga de ningún hombre o mujer temerosos del Señor, que su lugar está vacío cuando el pueblo de Dios se congrega para orar.

VI. Hay otro lugar de David que algunas veces queda vacío, y eso no debería ser, y es EL LUGAR DEL SERVICIO CRISTIANO.

Mis queridos hermanos y hermanas, nuestros dones son variados; le ha agradado a Dios colocarnos en diferentes posiciones, y darnos diferentes talentos; pero todo hombre y mujer salvados tienen alguna obra que hacer para Cristo. ¿Estamos haciendo esa obra? Allí está nuestra escuela dominical; me conturba siempre que me entero que se necesitan maestros allí. Hay muchas otras escuelas en las que los miembros de esta iglesia están ocupados como maestros. Nosotros estamos supliendo, podría decirlo sin ninguna exageración, la mitad de los maestros de las escuelas dominicales de la mitad de las denominaciones en el distrito, pues siempre les he dicho: “Vayan a cualquier parte que puedan para encontrar una oportunidad de hacer el bien; no se preocupen dónde esté. Si tienen la habilidad para enseñar, vayan y enseñen en cualquier escuela en la que sus servicios sean necesarios”. Sin embargo, hay algunos entre ustedes que esconden sus talentos en un pañuelo y no los usan; y, como consecuencia, hay algún lugar de David que está vacío.

Ustedes no son llamados a la misma obra para Cristo. Me agrada echar de menos a algunos en esta noche a quienes vi aquí esta mañana; y no me preocuparía echar de menos a algunos de ustedes por la misma razón. ¿Por qué? Porque se han ido a enseñar a escuelas gratuitas para pobres, o para hablar en las estaciones de misiones o en los albergues. Cuando un cristiano me dice: “se necesitan obreros en tal y tal escuela gratuita o en tal salón de misión: me gustaría estar oyendo un sermón, pero prefiero hacer el bien que volverme bueno”, yo le digo: “correcto, hermano mío, mientras Londres es lo que es, has de contentarte con recibir un sermón al día, y alimentar tu alma con eso, y luego ir y hacer todo lo que puedas por tu Señor el resto del día domingo”.

Sería bueno que los miembros más jóvenes de nuestras iglesias asistan constantemente a los medios de gracia, porque necesitan ser instruidos en las cosas divinas; pero todo cristiano instruido está obligado a ser un obrero para Cristo en medio de las masas que perecen a nuestro alrededor.

Busquen servir a su Salvador dondequiera que Él abra una puerta de utilidad. No necesitan salir a la calle esta noche para predicar, pues el clima no es el adecuado para los servicios al aire libre justo ahora, pero cuando llegue el verano, cada esquina de la calle debe contar con su evangelista, y todo hombre, mujer y niño que amen al Señor, deben hacer la obra que Él desea que hagan; y que no se diga de ninguno de nosotros que “el lugar de David quedó vacío”.

¡Oh, el gozo de hacer el bien! Hermanos, después del cielo, el mayor gozo que puede ser encontrado es el gozo de hacer el bien a los demás. ¿Te encontraste alguna vez con algún pobre hombre que te dijera: “Bendito sea su corazón porque usted me condujo al Salvador”? ¿Viste alguna vez a una mujer que te mirara al rostro con un amor indecible, y te dijera: “usted es mi padre en Cristo Jesús; usted me llevó a los pies del Salvador”? Si una vez conociste ese gozo, tendrías siempre mucho apetito de más de ese gozo; nunca estarías plenamente satisfecho con lo que has hecho, y siempre estarías necesitando hacer todavía más y más. Yo he saboreado esta dulzura y la he encontrado tan refrescante para mi espíritu que quisiera que cada miembro de esta iglesia la probara también. Cuando nuestro Señor pase lista de aquellos que están haciendo todo el bien que pueden en la escuela dominical, y en la escuela gratuita para niños pobres, y en la predicación, y en la enseñanza, y en las visitas, y distribuyendo opúsculos y no sé cuántas cosas más, yo espero que todos serán capaces de responder, humilde pero firmemente: “Heme aquí, Señor mío, haciendo Tu obra conforme Tú me has dotado”.

Yo creo que muchos de ustedes harían mejor la obra de Cristo en el hogar. No necesitan enseñar en la escuela dominical, pues pueden tener una escuela en su propio hogar. Muchas hijas están mejor ocupadas en vigilar a los más jóvenes de su propia familia que en cualquier otra parte. Sin embargo, con excepciones como ésas, les ruego que tomen el sentido general de lo que he dicho; me dirijo a hombres sabios, entonces, juzguen lo que digo y créanme que hay algo por hacer para cada quien que ame al Señor. Ustedes no tienen que rendirme cuentas a mí, ni a los ancianos de la iglesia, sino que deben rendir cuentas al Príncipe de la Corona, al Príncipe Imperial del cielo, a Cristo Jesús, nuestro Señor. Él les compró con Su sangre preciosa; son Suyos. Entonces, sírvanle; no permitan que esté vacante jamás el lugar de servicio por causa de su negligencia o indolencia.

VII. Además, “el lugar de David quedó vacío”. Yo espero que NUESTRO LUGAR EN LA MESA DEL SEÑOR no quede vacío nunca mientras sea posible que lo ocupemos.

No hay nadie en esta iglesia, que yo conozca, que se ausente de la mesa del Señor muy crasamente; pero aun así hay espacio para mejoras en este asunto para el caso de algunos de nosotros. A mí me gusta asistir a la mesa de la comunión cada semana; y mi propia convicción solemne es que eso no es demasiado frecuente. Si hubiera alguna regla al respecto en la Escritura, ciertamente no hay ninguna regla para asistir una vez al mes, y mucho menos para asistir una vez al trimestre; si hubiera alguna regla, es que, en el primer día de la semana, cuando nos reunimos en la asamblea, deberíamos partir el pan en memoria del amor agonizante de nuestro Salvador. Yo les recomiendo a nuestros hermanos y hermanas que consideren si guardan la fiesta con la frecuencia que deberían, recordando la asombrosa pasión y muerte de nuestro Señor. Pudiera ser que pierden mucho beneficio espiritual porque su lugar en la mesa del Señor está vacío, cuando debería estar lleno.

VIII. Pero he de apresurarme a la conclusión. Hermanos, mañana, cuando guardemos la fiesta de Navidad, habrá muchas reuniones familiares y en esas reuniones familiares habrá ALGUNOS HOGARES EN LOS QUE EL LUGAR DE DAVID ESTARÁ VACÍO.

Cuando venía hacia acá, estaba pensando en qué incursiones ha hecho la muerte en esta congregación este año. Muchos lugares han quedado vacíos, y habrá más lugares vacíos el siguiente año. Yo echo de menos en un asiento a una hermana a quien visité en su lecho de muerte; y, en otra parte del edificio, a un hermano cuyas palabras alentadoras en sus últimos momentos hicieron bien a mi alma. Echo de menos, aquí y allá, a otros; podría recorrer con mi dedo a lo largo de estas bancas en toda el área, y subir a esta plataforma y decir seguramente, en relación a uno que ha sido llamado al hogar este año: “el lugar de David quedó vacío”. Sería difícil decir eso literalmente, porque su hijo lo llena, y ¡esperamos que lo llene por largo tiempo, y que la bendición de Dios descanse sobre él! Pero, aquí y allá, y en todas partes en este Tabernáculo, echo de menos a alguien que se ha marchado a casa. Nuestra reunión familiar se está desmoronando gradualmente; gracias a Dios, está siendo reformada allá en lo alto, donde no habrá ni muertes ni separaciones.

Cuando llegues a tu reunión familiar, tal vez tendrás que recordar que tu madre ha muerto este año, o pudiera ser que fue tu padre quien se marchó a casa, o tal vez fue el hijo mayor, o esa dulce niña de cabellos rizados. Tal vez mañana estés jubiloso y yo no te digo a ti: “no lo estés”, pero deja que estos recuerdos te sobrevengan, deja que orienten tus pensamientos hacia arriba, deja que te recuerden que las reuniones familiares son sólo por un tiempo, y que la gran reunión será arriba. Allí se reúnen los inmortales, allí no termina nunca la fiesta. Aparta tu mirada de la tierra con todos sus goces. Los que tienen esposas que sean como si no las tuvieren y los que tienen hijos miren a sus hijos como que van a morir. Que las relaciones familiares, y las amistades, y todas estas cosas sean consideradas como lo que son, como evanescentes, como cosas que perecen con el uso. Oigan el sonido de la trompeta: “arriba y a lo alto”, y que sus corazones estén donde Jesús está, y que su tesoro esté allí también. Esos seres queridos que están en el cielo les hacen señas para que los sigan, y nosotros hacemos señales para avisarles que estamos en camino. Seguramente nos mirarían con asombro si nos vieran abrazando las cosas de la tierra como si fuéramos a quedarnos aquí para siempre. Nuestra conversación debe estar en el cielo, y nuestro afecto debe estar puesto en la cosas de arriba y no en las cosas de la tierra.

IX. Mi última reflexión es esta: NO HABRÁ NINGÚN LUGAR VACÍO EN EL CIELO. En esa gran reunión de arriba, no se podrá decir: “el lugar de David quedó vacío”.

Amado, si tú eres un creyente en Cristo, si eres el santo más pobre y el menos digno de consideración de toda la casa, tendrás tu lugar en el cielo; has de tenerlo, pues Dios no tendrá un solo lugar vacío allí, y nadie sino tú, puede llenar tu lugar. Nuestro Señor Jesucristo dice - fíjate bien en Sus palabras-: “Voy, pues, a preparar lugar”. Eso es algo; pero noten las siguientes palabras: “Voy, pues, a preparar un lugar para vosotros”, para ti, no para alguien más, sino para ti.

Si tú eres un creyente en Jesucristo,tienes que tener el lugar que Jesucristo fue a preparar para ti. Hay una corona en el cielo que no se ajusta a la cabeza de nadie sino a la mía; y hay un arpa en el cielo de la cual ningunos otros dedos sino los míos pueden extraer música. Hay una mansión en los cielos que nadie sino tú puede ocupar; y hay gozos para ti únicamente, y un lugar en el círculo completo de los elegidos de Dios que ha de ser llenado, y tiene que ser llenado por ti.

¡Oh, qué gozo es este! Prosigue adelante, hermano mío, prosigue valerosamente; si las tinieblas se ponen más densas, y los peligros se multiplican, Cristo es tu vida y no puedes morir. Las alas eternas te cubrirán, y los brazos sempiternos estarán debajo de ti. Te reunirás con nosotros en el lugar en el que toda la familia estará presente, y el grandioso Padre y el Hermano mayor nos darán la bienvenida a todos, y ningún “lugar de David” estará vacío. ¡Que pueda yo estar allí, que todos podamos estar allí, y Dios recibirá la alabanza! Amén y amén.


Vota esta traducción

Puntúa utilizando las estrellas