El Señor y el Leproso
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio." -- Marcos 1: 40-42
Amados hermanos, acabamos de leer que nuestro Señor había estado orando de manera especial. Había ido solo a las faldas de un monte, para tener comunión con Dios. Simón y el resto de sus acompañantes lo buscaban, pero Él regresó temprano en la mañana con la hierba del cerro pegada en sus vestidos, impregnado del aroma del campo, de un campo que el Señor Dios había bendecido.
Viene entre la gente, cargado con el poder que había recibido en la comunión con Su Padre. Ahora podemos esperar ver milagros. Y efectivamente los vemos, porque los demonios le temen y salen huyendo cuando Él pronuncia la Palabra. Y en seguida se acerca a Él alguien, un ser extraordinario, condenado a vivir apartado del resto de los hombres, para que no anduviera contaminando por todos lados.
Pero el leproso se le acerca, se pone de rodillas ante Él y expresa su confiada fe en Él, que puede sanarlo. Hoy el Hijo del Hombre es glorioso en su poder de salvar. Este día el Señor Jesucristo tiene todo poder en el cielo y en la tierra. Está cargado de una energía divina para bendecir a todos los que se le acercan para ser sanados.
¡Oh, que podamos ver el día de hoy algún gran milagro de Su poder y Su gracia! ¡Oh, poder tener uno de los días del Hijo del Hombre aquí y ahora! Para ello es absolutamente necesario que encontremos un caso en el que pueda obrar Su poder espiritual. ¿No habrá aquí alguien en quien Su gracia pueda manifestar Su omnipotencia?
¡No ustedes, hombres buenos, que poseen su justicia propia! Ustedes no le dan un espacio para que Él pueda trabajar. Ustedes que tienen salud no tienen necesidad de médico: en ustedes no hay ninguna posibilidad que Él manifieste su fuerza milagrosa.
Pero allá están los hombres que buscamos. Desamparados, perdidos, llenos de maldad y condenándose a sí mismos, ustedes son las personas que buscamos. Ustedes que se sienten como si estuvieran poseídos por espíritus malignos, ustedes que son leprosos con la lepra del pecado, ustedes son los individuos en quienes Jesús encontrará espacio amplio y suficiente para la manifestación de Su santa habilidad.
Yo podría decir de ustedes, como una vez Él dijera del hombre que nació ciego: están aquí para que las obras de Dios se manifiesten en ustedes. Ustedes, con su culpa y su depravación, ustedes aportan las vasijas vacías en las cuales Su gracia puede ser vertida, almas enfermas en quienes Él puede manifestar Su poder sin igual para bendecir y salvar.
¡Entonces, ustedes pecadores, tengan esperanza! Levanten su vista hoy y vean al Señor que se acerca, y esperen que aun en ustedes, Él obrará grandes milagros. Este leproso será una imagen, sí, espero que sea un espejo en el que se vean ustedes mismos. Pido que al exponer los detalles de este milagro, muchos de mis lectores puedan ponerse en el lugar del leproso, y hacer exactamente lo que él hizo y que reciban, tal como él la recibió, la limpieza proveniente de la mano de Cristo. ¡Oh Espíritu del Dios viviente, los millares de nuestro Israel te suplicamos ahora que obres, para que Jesús, el Hijo de Dios, sea glorificado aquí y ahora!
I. Voy a empezar mi reflexión acerca de esta narración del Evangelio, destacando, primero, que LA FE DE ESTE LEPROSO HIZO QUE ANHELARA SER SANO.
Era un leproso; no me voy a desviar ahora para describir los horrores que están contenidos en esa tremenda palabra; pero él creía que Jesús podía sanarlo, y su fe le despertó el profundo anhelo por ser salvo de inmediato.
¡Ay! Tenemos que tratar con leprosos espirituales carcomidos por la inmunda enfermedad del pecado; pero algunos de ellos no creen que puedan ser sanados alguna vez, y el resultado es que su falta de esperanza los conduce a pecar con mayor avidez. "Me da lo mismo que me cuelguen por una oveja que por un cordero", es el sentir íntimo de muchos pecadores cuando piensan que ya no queda ni misericordia ni ayuda disponibles para ellos. Debido a que no tienen esperanza, se hunden más profundamente en el pantano de la iniquidad.
¡Oh, que ustedes puedan ser liberados de esa idea errónea! La misericordia todavía gobierna esta hora. Puedes tener esperanza cuando Jesús te envía su Evangelio, y te pide que te arrepientas. "Creo en el perdón de los pecados"; ésta es una dulce frase de un credo verdadero. Creo también en la renovación del corazón de los hombres; porque el Señor puede dar un nuevo corazón y un espíritu recto a los hombres perversos e ingratos. Quisiera que ustedes lo creyeran verdaderamente, porque, si así fuera, eso los llevaría a buscar el perdón de sus pecados y la renovación de sus mentes. ¿Lo creen ustedes? Entonces vengan a Jesús y reciban las bendiciones de Su gracia inmerecida.
Tenemos un buen número de leprosos entre nosotros, con la palidez de su enfermedad grabada sobre sus frentes, muy visible para quienes los miran y, aún así, son indiferentes: no lamentan su perversidad, ni quieren ser limpiados de ella. Conviven con el pueblo de Dios y escuchan la doctrina de un nuevo nacimiento, y las buenas nuevas de perdón, y oyen esas enseñanzas como si no tuvieran ninguna aplicación para ellos.
Si acaso alguna vez les brota un deseo a medias de que la salvación pudiera venir a ellos, es un deseo demasiado lánguido para que pueda perdurar. Todavía no se han dado cuenta de su enfermedad y del peligro que corren, y no oran pidiendo ser liberados de su condición. Siguen durmiendo en el lecho de la indolencia, y no les importan ni el cielo ni el infierno. La indiferencia hacia las cosas espirituales es el pecado de nuestros tiempos. Los hombres son insensibles de corazón acerca de las realidades eternas. Una horrible indiferencia domina a la multitud.
Pero el leproso de nuestro texto no era un insensato. Anhelaba ardientemente ser liberado de su terrible mal: con todo su corazón y su alma quería ser limpiado de su grave impureza. ¡Oh, que sucediera lo mismo con ustedes! ¡Quiera el Señor hacerles sentir cuán depravado es su corazón y cuán enfermas por el pecado están todas las facultades de sus almas! ¡Ay, queridos amigos,hay algunos que inclusive aman su lepra! ¿No es triste que debamos hablar así? Ciertamente, la locura anida en el corazón de los hombres. Los hombres no quieren ser salvados de hacer el mal. Aman los caminos y el salario de la iniquidad. Quisieran ir al cielo, pero sin tener que abandonar sus borracheras a lo largo del camino; les gustaría ser salvados del infierno, mas no del pecado que es la causa del mismo.
Su concepto de salvación no consiste en ser salvados del amor al mal, ni ser hechos puros y limpios; pero eso es lo que Dios hace cuando habla de salvación. ¿Cómo pueden anhelar ser esclavos del pecado y a la vez ser libres? Nuestra necesidad básica es ser salvados del pecado. El propio nombre de Jesús nos dice eso: es llamado Jesús porque "salvará a su pueblo de sus pecados." Estas personas no quieren una salvación que signifique un esfuerzo de sacrificio y una renuncia a sus lujurias impías. ¡Oh, leprosos desventurados, que consideran que su lepra es una belleza y se deleitan en el pecado, que a los ojos de Dios es más repulsivo que la peor enfermedad corporal! iOh, que Cristo Jesús viniera y les modificara su manera de ver las cosas hasta poseer la misma mente de Dios hacia el pecado; y ustedes saben que lo llama "esta cosa abominable que yo aborrezco." Si los hombres pudieran ver que su amor por el pecado es una enfermedad más grave que la lepra, ciertamente buscarían ser salvados, ¡y ser salvados de inmediato! ¡Espíritu Santo, convéncelos de su pecado, para que los pecadores anhelen ser limpiados!
Los leprosos estaban obligados a estar juntos: los leprosos se juntaban con leprosos, y deben haber formado una confraternidad horrible. ¡Cuán felices hubieran sido de poder escapar de ella! Pero yo conozco a leprosos espirituales que aman la compañía de sus colegas leprosos. Sí, y entre más leproso llega a ser ese hombre, más lo admiran. El pecador atrevido es frecuentemente el ídolo de sus compañeros. Aunque su vida sea repugnante, otros se le unen precisamente por esa razón. A eso individuos les agrada aprender algo más sobre la maldad, están impacientes por ser iniciados en una forma más oscura del placer impuro.
¡Oh, cómo anhelan escuchar esa última canción lujuriosa, leer esa última novela pornográfica! El anhelo de muchos es conocer el mayor mal posible. Se congregan entre ellos, y disfrutan de manera horrible de conversaciones y actos que serían un horror para todas las mentes puras. ¡Extraños leprosos, que acumulan su lepra como un tesoro! Aun aquellos que no cometen pecados descarados y visibles, disfrutan de valores paganos y opiniones escépticas, que constituyen una lamentable forma de lepra mental. ¡Oh, enfermedad terrible, que hace que los hombres duden de la palabra del Dios viviente!
A los leprosos no se les permitía juntarse con gente sana, excepto bajo severas restricciones. De tal forma que no se podían reunir con sus amigos más íntimos y queridos. ¡Qué tristeza! ¡Ay! Yo conozco a personas separadas de esta manera, que no desean asociarse con hombres piadosos. Para ellos una compañía santa es aburrida y pesada, no se sienten libres ni cómodos en tal sociedad y, por lo tanto, la evitan en lo posible tanto como lo permita la decencia. ¿Cómo pueden esperar vivir con los santos eternamente, cuando los evitan ahora por ser amigos aburridos y deprimentes?
Queridos lectores, he venido aquí esta mañana con la esperanza de que Dios bendiga esta Palabra para algún pobre pecador que siente que es pecador, y que desea ser limpiado: así es el leproso que busco con todo mi corazón.
Ruego a Dios que bendiga la Palabra para los que desean escapar de las malas compañías, que ya no quieren sentarse en compañía de burladores, ni correr en las sendas de los impíos. A aquellos que se han cansado de sus compañeros pecadores y quieren huir de ellos para no ser atados junto con ellos en las gavillas que arderán en el fuego eterno, a esos les hablo en este momento con el amante anhelo de que puedan ser salvos.
Espero que mis palabras lleguen con aplicación divina a algún pobre corazón aquí que clama: "Quiero ser contado como un habitante del pueblo de Dios. Quiero ser un portero en la casa del Señor. ¡Oh, que lo terriblemente pecaminoso en mí fuera vencido, para poder tener comunión con los piadosos, y ser yo mismo uno de ellos!"
Espero que el Señor haya traído aquí a este lugar precisamente a tales hombres perdidos, para que Él pueda encontrarlos. Los busco con lágrimas en mis ojos. Pero mis débiles ojos no pueden leer el carácter interno. Y es bueno que el amoroso Salvador, que discierne los secretos de todos los corazones y lee todos los anhelos interiores, esté mirando desde las atalayas del cielo para descubrir a quienes están viniendo a Él aunque todavía estén muy lejos. ¡Oh, que los pecadores puedan ahora suplicar y orar para que sean limpiados de sus pecados! ¡Que aquellos que se han acostumbrado a la maldad anhelen romper con sus hábitos malignos! El predicador se sentirá muy feliz si se encuentra rodeado de penitentes que detestan sus pecados y de hombres culpables que claman pidiendo perdón y que quieren ser cambiados de tal manera que ya no vuelvan a pecar.
II. En segundo lugar, señalemos que LA FE DE ESTE LEPROSO ERA LO SUFICIENTEMENTE FUERTE COMO PARA HACERLE CREER QUE PODRÍA SER SANADO DE SU ABOMINABLE ENFERMEDAD.
La lepra era una enfermedad indescriptiblemente repugnante. Como existe aun ahora, es descrita por los que la han visto de una manera que no voy a mencionar, para no atormentar los sentimientos de ustedes, repitiendo esos detalles deprimentes.
La siguiente cita puede ser más que suficiente. El Dr. Thomson, en su famosa obra "La Tierra y el Libro" habla de los leprosos en el Oriente, y dice: "Pierden el cabello de la cabeza y de las cejas; las uñas se aflojan, se pudren y se caen; las nudillos de los dedos de las manos y de los pies, se secan y se desprenden lentamente. Las encías se contraen, y los dientes se caen. La nariz, los ojos, la lengua y el paladar se consumen lentamente."
Esta enfermedad convierte al hombre en una masa repugnante, un ambulante manojo degenerativo. La lepra es una muerte horrible y prolongada. El leproso, en el relato que estamos considerando, tenía una triste experiencia personal en este sentido, y aun así creía que Jesús podía limpiarlo. ¡Cuán espléndida fe! ¡Oh que ustedes que sufren de la lepra moral y espiritual pudieran creer de esta manera! Jesucristo de Nazaret puede curarlos aun a ustedes. La fe triunfó sobre el poder de la lepra. ¡Oh, que para ustedes venciera a lo terrible del pecado!
Era sabido que la lepra era incurable. No había ningún caso de lepra declarada que se hubiera curado mediante algún tratamiento médico o quirúrgico. Esto hizo que la cura de Naamán en épocas pasadas fuera tan notable. Observen, además, que nuestro Salvador mismo, hasta donde yo sé, nunca había sanado a un leproso, hasta ese momento que este pobre desgraciado apareció en escena. Había curado fiebres y había echado fuera demonios, pero la cura de la lepra era, en la vida del Salvador, algo que todavía no había ocurrido. No obstante, aquel hombre, atando cabos sueltos, y comprendiendo un poco de la naturaleza y el carácter del Señor Jesucristo, creyó que Él podía curarlo de su enfermedad incurable. Sintió que, aun si el gran Señor no había curado la lepra todavía, era capaz de realizar un milagro así y decidió ir a Él.
¿No es ésta una fe grandiosa? ¡Oh, que pudiera encontrarse una fe así entre mis lectores en esta hora! Escúchame, oh pecador que tiemblas: si estás tan lleno de pecados hoy, como el huevo está lleno de alimento, Jesús puede quitarlo todo. Aun si tu inclinación a pecar es tan indomable como el jabalí en el bosque, Jesucristo, el Señor de todo, puede someter tus iniquidades y convertirte en un siervo obediente de su amor.
Jesús puede convertir al león en un cordero, y puede hacerlo ¡AHORA! Puede transformarte allí donde estás sentado, salvándote en esa misma banca mientras yo predico la palabra. Todo es posible para Dios Salvador, y todo es posible para aquel que cree. Quisiera que tuvieras una fe como la que tuvo el leproso, y aun si fuera todavía menor podría cumplir su propósito, ya que tú no tienes que luchar con las dificultades con las que él tuvo que luchar, puesto que Jesús ya ha salvado a muchos pecadores como tú, y ha cambiado a muchos corazones tan duros como el tuyo. Si Él ha de regenerarte, no estará haciendo por ti nada extraño, sino sólo uno de los milagros cotidianos de Su gracia. Ha sanado ya a miles de tus hermanos leprosos: ¿no puedes creer que Él puede curar la lepra que hay en ti?
Este hombre tenía una fe maravillosa, pues creía de esta manera aun cuando era personalmente la víctima de ese mal mortal. Una cosa es confiar en un doctor cuando uno está sano, pero otra cosa muy diferente es confiar en él cuando el cuerpo se está pudriendo. Que un pecador real, consciente, confíe en el Salvador no es cosa fácil.
Cuando tienes la esperanza que hay algo bueno en ti, es fácil confiar; pero tener la conciencia de una ruina total y a pesar de ello, creer en el remedio divino, ésta es una fe verdadera. Ver cuando alumbra el sol es normal; pero para poder ver en la oscuridad, se requiere de los ojos de la fe: creer que Jesús te ha salvado cuando ves las señales de ello, es simplemente un proceso lógico; pero confiar en Él para que te limpie mientras todavía estás inmundo por el pecado, ésta es la esencia de una fe salvadora.
La lepra estaba firmemente establecida y plenamente desarrollada en este hombre. Lucas dice que estaba "lleno de lepra": tenía en él todo el veneno que un pobre cuerpo puede contener, había llegado a su peor condición; y aun así creyó que Jesús de Nazaret lo podía limpiar. ¡Confianza gloriosa! Oh querido lector, si estás lleno de pecado, si tu inclinación y tus hábitos son lo peor que pueden ser, ruego al Espíritu Santo que te dé suficiente fe para creer que el Hijo de Dios puede perdonarte y renovarte, y que puede hacerlo inmediatamente. Con una palabra de Su boca, Jesús puede convertir tu muerte en vida, tu corrupción en gracia. Los cambios que nosotros no podemos obrar en los demás, y mucho menos en nosotros mismos, Jesús lleva a cabo, por su Espíritu invencible, en el corazón de los impíos.
Él puede levantar hijos a Abraham de estas piedras. Sus milagros morales y espirituales muchas veces ocurren en casos que parecen irremediables, casos que la compasión misma procura olvidar ya que sus esfuerzos han sido vanos durante tanto tiempo.
Lo que más me agrada de la fe de este hombre es que no creyó simplemente que Jesucristo podía limpiar a un leproso, sino que ¡podía limpiarlo a él! Dijo: "Si quieres, puedes limpiarme. " Es más fácil creer cuando se trata de otras personas. Realmente esa confianza tan impersonal y en nombre de otros no es fe. La verdadera fe va dirigida en primer lugar a uno mismo, y luego a los demás. Oh, yo sé que algunos de ustedes dirán: "Creo que Jesús puede salvar a mi hermano. Creo que puede salvar al más vil de los pecadores. Si supiera que ha salvado al peor borracho de Southwark, no me sorprendería."
¿Puedes creer todo esto y aun así dudar que te pueda salvar a ti? Esta es una sorprendente contradicción. Si Él cura la lepra de otro, ¿acaso no puede curar tu lepra? Si un borracho es salvado, ¿por qué no puede ser salvado otro borracho? Si el temperamento incontrolable de un hombre es sometido, ¿por qué no puede ser doblegado el de otro hombre? Si la lujuria, la codicia, la mentira y el orgullo han sido curados en muchos, ¿por qué no en ti? Aun si eres blasfemo, la blasfemia ha sido curada; ¿por que no ha de ocurrir lo mismo en tu caso?
Él puede curarte de esa forma particular de pecado que te domina, sin importar el grado de poder al que haya llegado; porque nada es demasiado difícil para el Señor. Jesús puede cambiarte y limpiarte ahora. En un instante puede darte una vida nueva y formar un nuevo carácter ¿Puedes creer esto? Esta es la fe que glorificó a Jesús y trajo salvación a este leproso; y es la fe que te salvará al instante si la pones en práctica ahora. ¡Oh, Espíritu del Dios viviente, obra esta fe en la mente de mis queridos lectores, para que su causa sea escuchada por el Señor Jesús, y sigan por su camino curados de la peste del pecado!
III. Ahora observen, en tercer lugar, que la fe de este hombre, ESTABA FIJA EN JESUCRISTO SOLAMENTE. Permítanme leer nuevamente las palabras de ese hombre. Le dijo a Jesús: "Si quieres, puedes limpiarme." Pongan todo el énfasis en los pronombres. Véanlo arrodillándose ante el Señor, y óiganlo decir: "Si Tú quieres, Tú puedes limpiarme a mí." No se le ocurre dirigirse a los discípulos; no, a ninguno de ellos en particular, ni a todos ellos en general. No tenía la menor intención de confiar para nada en alguna medicina que los doctores podían recetarle. Todo eso quedaba fuera. Ni soñar en otra esperanza; pero con su mirada puesta totalmente en el Obrador de milagros de Nazaret, clama: "Si QUIERES, PUEDES limpiarme." No tenía la menor sombra de confianza en sí mismo; toda falsa ilusión de ese tipo había sido desterrada por la atroz experiencia de su enfermedad. Sabía que nadie podría librarlo en este mundo, y que por ningún poder de su propio cuerpo podría echar fuera el veneno; pero confiadamente creyó que el Hijo de Dios podía, Él solo, llevar a cabo la curación. Esta era una fe dada por Dios, la fe de los elegidos de Dios, y Jesús era su único objeto.
¿Cómo es que este hombre llegó a poseer tal fe? No puedo decirles los medios externos, pero creo que podemos adivinarlo razonablemente. ¿Habría escuchado predicar a nuestro Señor? Mateo coloca este relato inmediatamente después del Sermón del Monte, y dice: "Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme."
¿Se las había arreglado este hombre para colocarse al margen de la muchedumbre para escuchar a Jesús predicar, y Sus maravillosas palabras lo convencieron de que el gran Maestro era algo más que un hombre? Al notar el estilo, la forma y el tema de ese maravilloso sermón, se habrá dicho a sí mismo: "Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre. Verdaderamente es el Hijo de Dios. Creo en Él. Confío en Él. Puede limpiarme."
¡Que Dios bendiga la predicación de Cristo crucificado para ustedes, que hoy leen este sermón! ¿No puede ser esto usado por el Señor, y convertido en poder de Dios para salvación de todo aquel que cree?
Quizá este hombre había visto los milagros del Señor. Estoy convencido que así fue. Había visto echar fuera los demonios, y se había enterado de la suegra de Pedro, que había estado postrada enferma con fiebre, y había recuperado su salud instantáneamente. Con mucha razón pudo haber razonado el leproso: hacer esto requiere omnipotencia. Y una vez reconocido el hecho de que la omnipotencia está obrando, entonces la omnipotencia puede también tratar con la lepra de la misma manera que lo hace con la fiebre.
¿No razonaba acertadamente si lo hacía de esta manera: lo que el Señor ha hecho, puede volver a hacerlo: si en un caso ha manifestado todo el poder, Él puede mostrar ese mismo poder en otro caso? Es de esta manera que los hechos del Señor corroboraban sus palabras, y daban un fundamento sólido para la esperanza del leproso. Hermano, ¿acaso no has visto a Jesús salvar a otros? ¿No has leído al menos de Sus milagros de gracia? Cree en Él entonces, por causa de Sus obras, y dile: "Señor, si quieres, puedes limpiarme."
Adicionalmente, creo que este hombre debe haber oído algo de la historia de Cristo, y pudo haber conocido las profecías del Antiguo Testamento relativas al Mesías. No lo sabernos con certeza, pero algún discípulo pudo haberle informado del testimonio de Juan en relación a Cristo, y las señales y milagros que apoyaban el testimonio de Juan. De este modo, pudo haber discernido al Mesías de Dios en el Hijo del hombre, la Deidad Encarnada. En todo caso, ya que el conocimiento debe anteceder a la fe, seguramente habría recibido suficiente conocimiento como para sentir que podía confiar en esta gloriosa persona, y creer que, si Él quería, Jesús podía limpiarlo.
Oh mis queridos lectores, ¿acaso no pueden confiar en el Señor Jesucristo de este modo? ¿No creen, espero que sí, que Él es el Hijo de Dios y, de ser así, por qué no confiar en Él? ¡Él, que nació de María en Belén, era Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre! ¿No crees esto? Entonces, ¿por qué no confías en la obra de Dios en tus tribulaciones? Crees en Su vida consagrada, Su agonía en la cruz, Su resurrección, Su ascensión, y que está sentado en poder a la diestra del Padre; ¿por qué no confías en Él? Dios lo ha exaltado hasta lo sumo, y ha hecho que en Él resida toda plenitud: Él puede salvar hasta lo sumo, ¿por qué no vienes a Él? Cree que Él puede salvarte, y luego con todos tus pecados delante de ti, rojos como la grana, y con todos tus hábitos pecaminosos y tus inclinaciones al mal delante de ti, grabados como las manchas del leopardo, cree que el Salvador de los hombres puede volverte más blanco que la nieve con respecto a tu culpa pasada ahora mismo y librarte de la tiranía del mal ahora y después.
Un Salvador divino tiene que poder limpiarte de todo pecado. Sólo Jesús puede hacerlo. Él puede hacerlo, hacerlo Él solo, hacerlo ahora, hacerlo en ti, hacerlo con una palabra. Si Jesús quiere hacerlo, eso es todo lo que se necesita, porque Su voluntad es la voluntad del Señor Todopoderoso. Di: "Señor, si quieres, puedes limpiarme." La fe debe aferrarse sólo a Jesús. No hay otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvos. Ruego al Señor que dé esa fe a todos mis queridos amigos lectores el día de hoy que todavía no han recibido limpieza de las manos del Señor. Jesús es el ultimátum de Dios sobre la salvación: para los hombres culpables es la única esperanza de perdón así como de renovación. Acéptalo ahora mismo.
IV. Ahora permítanme ir un paso adelante: LA FE DE ESTE HOMBRE ERA EN RELACIÓN CON UNA SALUD REAL Y EFECTIVA. No consideraba al Señor Jesucristo como un sacerdote que realizaría ciertas ceremonias sobre él, y luego diría formalmente: "Eres limpio"; porque eso no hubiera sido verdad. Quería ser curado realmente de su lepra; quería que esas escamas secas que cubrían su piel, desaparecieran; que su carne volviera a ser como la carne de un niño; quería que la podredumbre que estaba carcomiendo su cuerpo, fuera detenida, y que su salud fuera realmente restablecida.
Amigos, es fácil creer en una simple absolución sacerdotal si uno tiene la suficiente credulidad; pero necesitamos algo más. Es muy fácil creer en la regeneración del bautismo, pero ¿de qué sirve? ¿Cuál es su resultado práctico? El bebé sigue siendo el mismo de antes, después de haber sido regenerado bautismalmente, y cuando crece da claras muestras de ello. Es fácil creer en el sacramento si uno es lo suficientemente insensato; pero no es efectivo, a pesar de que creas en él. Ningún poder santificador viene con las ceremonias o por medio de ellas.
Creer que el Señor Jesucristo puede hacernos amar las cosas buenas que una vez odiamos, y apartarnos de las cosas pecaminosas que una vez disfrutamos, esto es creer realmente y de verdad en Él. Jesús puede cambiar totalmente la naturaleza, y hacer de un pecador un santo. Ésta es fe de un tipo práctico, ésta es la fe que vale la pena tener.
Ninguno de nosotros podría imaginarse que este leproso creía que el Señor Jesús podía hacer que se sintiera bien pero que siguiera siendo un leproso. Algunos parecen imaginar que Jesús vino para permitirnos continuar en nuestros pecados con una conciencia tranquila; pero no es así. Su salvación es limpieza del pecado, y si amamos el pecado no hemos sido salvos de él.
No podemos tener justificación sin santificación. No vale la pena argumentar con sutilezas; tiene que haber un cambio, un cambio radical, un cambio en el corazón. De otra manera no somos salvos. Te pregunto ahora: ¿Deseas un cambio moral y espiritual, un cambio de vida, de pensamiento y de motivación? Esto es lo que Jesús nos da. Así como este leproso necesitaba una curación física a fondo, así necesitas tú una renovación total de tu naturaleza espiritual, para llegar a ser una nueva criatura en Jesucristo.
Oh, cómo quisiera que muchos de ustedes anhelaran esto, pues sería una señal alentadora. El hombre que anhela ser puro está comenzando a ser puro; el hombre que anhela sinceramente vencer el pecado ya le ha dado la primera puñalada. El poder del pecado es quebrantado en el hombre que confía en Jesús para que lo libere de él. El hombre que se angustia bajo la esclavitud del pecado no seguirá siendo por mucho tiempo su esclavo; si cree que Jesucristo puede liberarlo, su esclavitud acabará pronto. Algunos pecados que se han convertido en hábitos arraigados, desaparecerán al instante cuando Jesucristo mire a ese hombre con una mirada de amor.
He conocido muchos casos de personas que por muchos años nunca habían hablado sin juramentos, o expresiones sucias, pero que, al convertirse, nunca han vuelto a usar un lenguaje semejante, y rara vez se han sentido tentados a hacerlo de nuevo. Este es uno de los pecados que parece morir con el primer disparo, y es algo maravilloso que así sea. He conocido a otros que fueron tan transformados instantáneamente que la misma inclinación que era la más fuerte en ellos ha sido la última en molestarles después: han tenido tal reversión de la acción de la mente que, mientras que otros pecados los han preocupado durante años, y, han tenido que guardarse estrictamente de ellos, su pecado favorito y dominante jamás ha vuelto a tener la más mínima influencia sobre ellos, excepto para producirles un arranque de horror y un profundo arrepentimiento.
¡Oh, que tuvieras fe en Jesús que Él puede derribar y echar fuera los pecados que reinan en ti! Cree en el brazo conquistador del Señor Jesús, y él lo hará. La conversión es el milagro permanente de la iglesia. Donde es auténtica, es una clara prueba del poder divino que acompaña al Evangelio, tal como fue echar fuera demonios o hasta levantar a los muertos en la época de nuestro Señor. Todavía vemos estas conversiones; y tenemos prueba de que Jesús puede todavía obrar grandes maravillas morales.
Oh, querido lector, ¿dónde estás tú? ¿Puedes creer que Jesús puede hacerte un hombre nuevo? Oh, hermanos, que han sido salvados, les ruego que eleven una oración en este momento por los que no han sido limpiados de la nauseabunda enfermedad del pecado. Oren para que puedan tener la gracia de creer en el Señor Jesús para la purificación del corazón, el perdón de los pecados y la dádiva de la vida eterna. Luego, cuando la fe sea concedida, el Señor Jesús obrará su santificación, y nadie podrá impedirlo de ninguna manera. Oremos un momento en silencio. (Aquí hubo una pausa, y subió al cielo una oración silenciosa.)
V. Ahora avanzaremos otro paso: LA FE DE ESTE HOMBRE FUE ACOMPAÑADA CON LO QUE APARENTA SER VACILACIÓN. Pero después de pensarlo bien, no puedo creer en tal vacilación como muchos han considerado que era. Él dijo: "Si quieres, puedes limpiarme." Había un "si" en esta frase, y ese "si" ha despertado dudas en muchos predicadores. Algunos piensan que indica que dudaba que el Señor quisiera. No creo que el lenguaje justifique una suposición tan drástica.
Muy probablemente quiso decir esto: "Señor, no sé todavía si has sido enviado para sanar leprosos; no me consta que jamás lo hayas hecho; pero, aun así, si está dentro de lo que abarca tu misión, creo que lo harás, y es seguro que puedes, si quieres. Tú puedes curar no sólo algunos leprosos, sino a mí en particular; tú puedes limpiarme." Ahora bien, creo que esto es algo válido que él quiso decir, ya que no había visto que curara a algún leproso: "Si está dentro de lo que abarca Tu misión, creo que Tú puedes sanarme."
Además, admiro en este texto la deferencia con que el leproso trata la soberanía de la voluntad de Cristo con respecto al otorgamiento de sus dones. "Si quieres, puedes limpiarme"; como diciendo: "Yo sé que tienes el derecho de distribuir estos grandes favores exactamente como te agrade. No te puedo reclamar nada; no puedo decir que estás obligado a limpiarme. Apelo a Tu misericordia y libre voluntad. Todo descansa en Tu voluntad."
El hombre nunca había leído el versículo que dice: "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia," pues todavía no había sido escrito; pero tenía en su mente el espíritu humilde que esa gran verdad sugiere.
Reconoció que la gracia debía manifestarse como un don inmerecido de la voluntad de Dios cuando dijo: "Señor, si quieres." Amados, nunca debemos dudar de la voluntad de Dios para darnos de Su gracia cuando nosotros tenemos la voluntad de recibirla; no obstante, quisiera que cada pecador sintiera que no puede reclamarle nada a Dios.
Oh, pecador, lo tienes merecido si el Señor te entregara a la inmundicia como lo hizo con los paganos descritos en el primer capítulo de la epístola a los Romanos. Si nunca te mirara con ojos de amor, ¿qué podrías decir en contra Su justa sentencia? Tú has pecado intencionalmente, y mereces que te dejen en tu pecado. Confesando todo esto, aún así nos aferramos a la firme creencia en el poder de la gracia, y clamamos: "Señor, si quieres, puedes." Apelamos al amor misericordioso de nuestro Salvador, confiando en Su poder sin límites.
Vean también, cómo el leproso, así lo creo, realmente habla sin ninguna vacilación, si es que le comprenden bien. No dice: "Señor, si extiendes tu mano, puedes limpiarme"; ni "Señor, si hablas, puedes limpiarme", sino sólo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme": con tan sólo quererlo, puedes hacerlo.
¡Oh, fe espléndida! Si te sientes inclinado a detectar un poco de titubeo en ella, te invito a admirarla por correr tan bien con un pie cojo. Aun si había alguna debilidad en su fe, esa fe era tan fuerte que la debilidad sólo manifiesta su fuerza. Pecador, así es, y pido a Dios que tu corazón pueda entenderlo, que si el Señor lo quiere, puede limpiarte. ¿Crees tú esto? Si es así, lleva a cabo en la práctica lo que tu fe te sugiere, a saber, que te acerques a Jesús y le supliques, y obtengas de Él la limpieza que necesitas. A ese fin espero guiarte, según el Espíritu Santo me capacite para hacerlo.
VI. En sexto lugar, observen que, POR LA FE DE ESTE HOMBRE SURGIÓ UNA ACCIÓN SINCERA. Creyendo que, si Jesús quería, podía limpiarle, ¿qué hizo el leproso? Vino inmediatamente a Jesús. No sé desde qué distancia, pero se acercó a Jesús lo más que pudo. Luego leemos que le imploró; es decir que le suplicó, y le suplicó y le volvió a suplicar. Clamó: "¡Señor, límpiame! ¡Señor, cura mi lepra!" Y esto no fue todo; cayó de rodillas y adoró, porque leemos: "hincada la rodilla". No sólo se hincó, se hincó ante Jesús. No tuvo ninguna dificultad en rendirle honor divino. Adoró al Señor Cristo, rindiéndole un homenaje reverente. Luego pasó a honrarle con un reconocimiento público de Su poder, Su maravilloso poder, Su infinito poder, diciendo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme."
No me sorprendería que algunos de los presentes hubieran empezado a sonreír por lo que consideraban como una fanática credulidad por parte del pobre hombre. Murmuraban: "¡Qué insensato es, creyendo que Jesús de Nazaret puede curarlo de su lepra!" Rara vez se había oído semejante confesión de fe. Pero a pesar de lo que los críticos y escépticos pudieran pensar, este valiente hombre declaró con audacia: "Señor, esta es mi confesión de fe: Creo que si quieres, puedes limpiarme."
Ahora, pobre alma, tú que estás llena de culpa y endurecida por el pecado y, a pesar de ello, anhelas ser curada, mira directamente al Señor Jesucristo. Él está aquí ahora. Siempre está con nosotros cuando se predica el Evangelio. Míralo con los ojos de tu mente, porque Él te mira. Tú sabes que Él vive, aunque no lo veas. Cree en este Jesús viviente; cree para que seas limpiado de manera perfecta. Clama a Él, adórale, confía en Él. Él es verdadero Dios del verdadero Dios; inclínate ante Él y entrégate a Su misericordia. Regresa a casa, y de rodillas di: "Señor, creo que puedes limpiarme." Él escuchará tu clamor y te salvará. No habrá ningún espacio de tiempo entre tu oración y la gratuita recompensa de la fe, de la cual voy a hablar ahora.
VII. Por último, SU FE TUVO SU RECOMPENSA. Ténganme un minuto de paciencia. La recompensa de la fe de este hombre fue, primero, que sus propias palabras fueron atesoradas. Mateo, Marcos, Lucas, los tres evangelistas registran las palabras precisas que usó este hombre: "Señor, si quieres, puedes limpiarme."
Resulta evidente que no les encontraron ninguna falla como lo han hecho otros; al contrario, las consideraron unas joyas dignas de ser registradas en el escenario de sus Evangelios. Tres veces fueron registradas porque son una espléndida confesión de fe hecha por un pobre leproso enfermo.
Creo que Dios es tan glorificado por esa frase del leproso como lo es por el canto de los querubines y serafines cuando entonan continuamente: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos." Los labios del pecador que declara su fe cierta en el Hijo de Dios pueden susurrar sonetos para Dios más dulces que los de los coros angelicales. Las primeras palabras de fe de este hombre están envueltas en el lino fino de los tres Evangelios y guardadas en el tesoro de la casa de Dios. Dios valora el lenguaje de la confianza humilde.
Su próxima recompensa fue que Jesús se hizo eco de sus palabras. El leproso dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme" y Jesús respondió: "Quiero, sé limpio." Así como el eco responde a la voz, Jesús respondió a quien le suplicaba. El Señor Jesús se complació tanto de las palabras de este hombre que las tomó cuando fueron pronunciadas por su boca, y Él mismo las usó diciendo: "Quiero, sé limpio." Si puedes al menos hacer una confesión como la de este leproso, yo creo que nuestro Señor Jesús desde Su trono celestial contestará tu oración.
Tan potentes fueron las palabras de este leproso que conmovieron maravillosamente a nuestro Señor. Lean el versículo cuarenta y uno: "Y Jesús, teniendo misericordia." La palabra griega usada aquí, si la pronunciara ante ustedes, casi sugeriría su propio significado. Expresa una agitación de todo el ser, una conmoción de todas las partes interiores. El corazón y los órganos vitales del hombre se mueven activamente.
El Salvador se conmovió grandemente. Ustedes han visto a un hombre conmovido, ¿no es cierto? Cuando un hombre fuerte ya no puede contenerse, y se ve forzado a ceder a sus sentimientos lo han visto ustedes temblar de pies a cabeza y, al final, dar rienda suelta a su emoción. Lo mismo sucedió con el Salvador: fue movido a misericordia, su gozo ante la fe del leproso lo dominó. Cuando escuchó al hombre hablar con tanta confianza en Él, el Salvador fue movido con una pasión sagrada, la cual, siendo un sentimiento de simpatía por el leproso, se llama "compasión". ¡Oh, pensar que un pobre leproso tuvo tal poder sobre el Hijo de Dios! Y, tú lector, sumido en todo tu pecado y miseria, si puedes creer en Jesús, puedes conmover el corazón de tu bendito Salvador. Sí, aun ahora sus entrañas suspiran por ti.
En cuanto nuestro Señor Jesús sintió esta compasión extendió su mano, y tocó al hombre y lo sanó inmediatamente. No requirió un largo tiempo para realizar el milagro; la sangre del leproso se refrescó y se limpió en apenas un segundo. Nuestro Señor pudo obrar este milagro, y hacer que todo fuera nuevo en este hombre porque "todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho." Restauró el pobre, deteriorado, putrefacto cuerpo de este hombre, y lo limpió inmediatamente. Para asegurarle que estaba limpio, el Señor Jesús le mandó que fuera al sacerdote y buscara un certificado de buena salud.
Estaba tan limpio que podía ser examinado por las autoridades de salud y vencer cualquier sospecha. La salud que había recibido era real y radical y, por lo tanto, podía retirarse ya y obtener la certificación correspondiente. Si nuestros convertidos no pasan pruebas prácticas, no valen nada; dejemos que aun nuestros enemigos juzguen si no son mejores hombres y mujeres cuando Jesús los ha renovado. Si Jesús salva a un pecador, no le importa que todos comprueben el cambio. Jesús no busca exhibición, sino que busca la revisión de aquellos capacitados para juzgar. Nuestros convertidos pasarán la prueba. ¡Acérquense, ángeles!, ¡Acérquense, inteligencias puras, capaces de observar a los hombres en secreto!
He aquí un desdichado pecador que se acercó esta mañana. Parecía primo hermano del diablo; pero el Señor Jesucristo lo ha convertido y cambiado. ¡Ahora obsérvenlo, ustedes, ángeles; véanlo en su casa y en su habitación! Obsérvenlo en su vida privada. Podemos leer el veredicto de ustedes. "Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente"; y esto es prueba de lo que tú piensas. Es un cambio tan maravilloso, y los ángeles están tan seguros de ese cambio, que otorgan inmediatamente su certificación. ¿Cómo dan sus certificados? Pues, cada uno manifiesta su gozo al ver al pecador apartarse de sus caminos pecaminosos.
¡Oh, que los ángeles tuvieran este tipo de trabajo el día de hoy! Querido lector: ¡Espero que tú seas uno de aquellos por quienes ellos se regocijan! Si crees en Jesucristo, y si confías en Él como el Enviado de Dios, completamente con toda tu alma, serás limpio. Contémplalo en la cruz, y ve cómo el pecado desaparece. Contémplalo resucitado de entre los muertos y ve una nueva vida implantada. Contémplalo reinando con poder y ve al mal vencido. Estoy listo a ser encadenado por mi Señor, ser su garantía a fin de que tú, lector, vengas a Él; Él te limpiará. Cree en tu Salvador, y tu salud es ya un hecho. ¡Que Dios te ayude, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.
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