El Sueño de la Mujer de Pilato

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English: The Dream of Pilates Wife

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él." Mateo 27: 19

Yo deseaba sinceramente continuar con la historia de los padecimientos de nuestro Salvador previos a Su crucifixión, pero cuando me senté a estudiar el tema, me descubrí absolutamente incapaz de ese ejercicio. "Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí." Mis emociones se tornaron tan fuertes, y mi sentido del dolor de nuestro Señor se volvió tan extremadamente vívido, que sentí que debía diferir el tema por un tiempo. Pero aunque no podía velar con Él otra hora, no podía abandonar la sagrada escena.

Por tanto, fue para mí un alivio encontrarme con el episodio de la mujer de Pilato y su sueño: me permite continuar con el hilo de mi narrativa, y a la vez, relajar la extrema tensión de los sentimientos causados por una visión cercana del dolor y la vergüenza del Señor.

Mi espíritu decayó ante ese terrible espectáculo. Me pareció verlo cuando lo llevaban de regreso de la entrevista con Herodes, donde los soldados le habían menospreciado. Lo seguí de nuevo a lo largo de las calles, mientras los crueles sacerdotes se abrían paso en medio de la turba y lo llevaban apresuradamente al pretorio de Pilato. Me pareció oírlos en las calles decidiendo que Barrabás, el ladrón, fuera liberado en lugar de Jesús, el Salvador, y detecté el primer brote de aquel terrible alarido: "¡Crucifícale, crucifícale!", que lanzaban por sus gargantas sedientas de sangre: y allí estaba Él, que me amó y se entregó por mí, como una oveja en medio de los lobos, sin nadie que se apiadara de Él y sin nadie que le ayudara.

La visión me sobrecogió, especialmente cuando supe que la siguiente etapa sería que Pilato, que lo había exculpado al declarar: "Ningún delito hallo en él", lo entregaría a los atormentadores para que lo azotaran, y los soldados mercenarios lo coronaran con espinas y lo insultaran inmisericordemente, y para que fuera sacado al pueblo y fuera presentado ante ellos con aquellas palabras que desgarran el alma: "¡He aquí el hombre!" ¿Hubo jamás dolor como Su dolor?

En vez de hablar acerca de eso en este día, me siento inclinado a actuar como los amigos de Job, de quien está escrito que al mirarlo "lloraron a gritos… Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande."

Dejamos al Señor momentáneamente para considerar este sueño de la mujer de Pilato, del que se habla una sola vez en las Escrituras, y quien lo hace es Mateo. Yo no sé por qué ese evangelista fue el único comisionado para registrar el sueño; tal vez él fue único que oyó al respecto; pero ese único registro basta para nuestra fe, y contiene suficiente material para suministrarnos alimento para la meditación. Nosotros recibimos la historia como certificada por el Espíritu Santo.

Mientras desempeñó su cargo, Pilato se comportó extremadamente mal. Había sido un injusto e inescrupuloso gobernante de los judíos. Tanto los galileos como los samaritanos habían sentido el terror de sus armas, pues no dudó en masacrarlos ante la más leve señal de sublevación; y entre los propios judíos, había enviado hombres con dagas al centro de las muchedumbres en las grandes reuniones, para eliminar a aquellos que le eran odiosos. La ganancia era su objetivo, y la altivez gobernaba su espíritu. En el tiempo en que Jesús de Nazaret fue llevado delante de él, iba en camino una queja en su contra dirigida a Tiberio el Emperador, y temía ser llamado a rendir cuentas por sus opresiones, extorsiones y asesinatos. Sus pecados en aquel momento estaban comenzando a castigarlo: como lo expresaría Job: "cuando la iniquidad de mis opresores me rodeare." (Nota del traductor: la referencia que hace Spurgeon no es realmente de Job sino del Salmo 49: 5).

Una terrible porción del castigo del pecado es su poder para forzar a un hombre a cometer mayores iniquidades. Las transgresiones de Pilato estaban ahora aullando a su alrededor como una manada de lobos; no se podía enfrentar a ellas, y no contaba con la gracia para huir al único gran refugio; su temor más bien lo condujo a huir delante de ellas, y no había ningún camino abierto para él, sino aquel que lo condujo a más profundas abominaciones. Él sabía que Jesús era enteramente sin mancha. Sin embargo, puesto que los judíos clamaban pidiendo Su muerte, sintió que debía ceder a sus demandas, pues de lo contrario levantarían otra acusación en su contra, esto es, que no era leal a la soberanía del César, habiendo permitido que escapara uno que se había declarado rey. Si se hubiera comportado con justicia, no habría temido a los principales sacerdotes y escribas. La inocencia es valiente, pero la culpa es cobarde. Los viejos pecados de Pilato lo encontraron y lo debilitaron ante la presencia de la innoble turba, que de otra manera habría sido echada fuera del pretorio. Pilato tenía el poder necesario para haberlos silenciado, pero carecía de la suficiente decisión de carácter para finalizar la disputa: el poder había abandonado su mente porque él sabía que su conducta no soportaría una investigación, y temía perder su cargo, que sostenía únicamente con miras a sus propios fines.

Vean allí con lástima a esa despreciativa pero vacilante criatura, titubeando en la presencia de hombres que eran más perversos que él mismo y más decididos en su propósito. La feroz determinación de los malvados sacerdotes provocó que por una política indecisa, Pilato se acobardara en su presencia y fuera conducido a hacer lo que gustosamente habría evitado.

El comportamiento y las palabras de Jesús habían impresionado a Pilato. Digo el comportamiento de Jesús, pues su mansedumbre sin par debe haber impactado al gobernador como algo muy inusual en un prisionero. Él había visto en muchos judíos capturados el valor fiero del fanatismo; pero no había en Cristo ningún fanatismo. Pilato había visto también en muchos prisioneros la vileza que haría cualquier cosa o diría cualquier cosa para escapar de la muerte; pero no vio nada de eso en nuestro Señor. Vio en Él una docilidad y una humildad inusuales, combinadas con una dignidad majestuosa. Contempló la sumisión mezclada con la inocencia. Esto hizo que Pilato sintiera cuán terrible es la bondad.

Pilato estaba impresionado -no podía evitar estar impresionado- con este singular ser sufriente. Además, nuestro Señor había dado el testimonio de una buena confesión delante de Pilato -ustedes recordarán cómo la consideramos el otro día- y aunque Pilato había despreciado ese testimonio con la petulante pregunta: "¿Qué es la verdad?", y había regresado al pretorio, quedó una flecha clavada en su interior que no podía extirpar. Podría haber sido principalmente superstición; pero sentía un temor por alguien de quien sospechaba a medias que se trataba de un extraordinario personaje. Pilato sentía que él mismo estaba colocado en una extraordinaria posición, al pedírsele que condenara a alguien que sabía perfectamente que era inocente. Su deber era muy claro; no podría albergar ninguna duda al respecto; pero el deber no era nada para Pilato comparado con sus propios intereses. Él perdonaría la vida del Justo si hubiera podido hacerlo sin comprometerse; pero sus cobardes temores lo redujeron a derramar sangre inocente.

En el preciso instante en que estaba vacilando, cuando había propuesto a los judíos que eligieran entre Barrabás o Jesús de Nazaret, en ese preciso instante, repito, cuando hubo tomado su sitio en el tribunal, y esperaba la decisión, le llegó una advertencia proveniente de la mano de Dios, una advertencia que iba a dejar en claro para siempre que, si condenaba a Jesús, lo haría voluntariamente con sus propias manos culpables. Jesús había de morir por el determinado consejo y el conocimiento anticipado de Dios, y, sin embargo, debía ser por manos inicuas que Él fuera crucificado e inmolado; y, por esto, Pilato no debía pecar en la ignorancia. Le vino a Pilato una advertencia proveniente de su propia esposa relativa a su sueño matutino, una visión de misterio y terror, advirtiéndole que no tuviera nada que ver con ese justo; "porque" -dijo ella- "hoy he padecido mucho en sueños por causa de él".

Hay momentos en las vidas de la mayoría de los hombres en los que, aunque hubieren errado, si no están demasiado asentados en la maldad, hacen una pausa y deliberan en cuanto a su camino; y, entonces, Dios en Su gran misericordia les envía un aviso, y coloca una señal de peligro, ordenándoles que se detengan en su loca carrera antes de que se sumerjan finalmente en la ruina irreparable. El tema de nuestro presente mensaje explora ese aviso. Oh, que el Espíritu de Dios lo haga de utilidad para muchas personas.

I. Y, primero, les pido su atención A LA COOPERACIÓN DE LA PROVIDENCIA CON LA OBRA DE DIOS. Yo digo que es una obra de Dios advertir a los hombres en contra del pecado, y les pido que vean a la Providencia obrando también con ella, para hacer ver a las mentes de los hombres, los preventivos y las advertencias de la divina misericordia.

Entonces, primero, observen a la providencia de Dios que envía este sueño. Si algo bajo la luna pudiera ser considerado estar exento de la ley, y ser una criatura del puro azar, seguramente sería un sueño. Es cierto que hubo sueños en tiempos antiguos en los que Dios habló a los hombres proféticamente; pero, ordinariamente, los sueños son el carnaval del pensamiento, un laberinto de estados mentales, una danza del desorden. Los sueños que vendrían naturalmente a la esposa de un gobernador romano no tenderían a contener mucha ternura ni conciencia, y, con toda probabilidad, por sí mismos no tendrían que ver con la misericordia.

Ordinariamente los sueños son los fenómenos más desordenados, y, sin embargo, pareciera que son ordenados por el Señor. Yo puedo entender muy bien que cada gota de espuma del mar que sale despedida de la ola cuando se estrella contra el farallón, tiene fijada su órbita tan ciertamente como las estrellas del cielo; pero los pensamientos de los hombres parecieran ser completamente sin ley, especialmente cuando el sueño profundo cae sobre ellos. Es tan imposible predecir el vuelo de un pájaro como el curso de un sueño. Esas extravagantes fantasías parecen ser indómitas e ingobernables. Muchas cosas operan naturalmente para moldear un sueño. Los sueños dependen frecuentemente de la condición del estómago, y del alimento y la bebida ingeridos por el soñador antes de retirarse a descansar. Con frecuencia deben su forma al estado del cuerpo o a la agitación de la mente. Sin duda, los sueños pueden ser causados por lo que transpira en el aposento de la casa: un pequeño movimiento de la cama provocado por ruedas que pasan, o el ruido de las pisadas de un grupo de hombres, o el paso de una empleada doméstica a través del piso, o incluso las carreras de un ratón detrás del friso, podrían sugerir o formar un sueño. Cualquier leve asunto que afecte los sentidos en ese momento puede hacer surgir en la mente adormecida una turbamulta de ideas extrañas.

Sin embargo, cualquiera que fuera la causa que operara en el caso de esta dama, la mano de la providencia estaba en todo ello, y su mente, aunque era libre como el viento, no deambuló a la deriva sino justamente de acuerdo a la voluntad de Dios, para efectuar el propósito divino. Tenía que soñar justamente eso, y nada más que eso, y ese sueño debía ser de tal y tal orden, y de ningún otro. Incluso en el país de los sueños no se conoce otros dios sino Dios, y aun los fantasmas y las sombras van y vienen según Sus instrucciones, y ni las imágenes de una visión nocturna pueden escapar de la suprema autoridad del Altísimo.

Vean la providencia de Dios en el hecho de que el sueño de la mujer de Pilato, independientemente de su causa, fuera de tal forma y llegara en un momento como ese. Algunos antiguos escritores atribuyen su sueño al demonio, que de esta manera esperaba prevenir la muerte de nuestro Señor e impedir así nuestra redención. Yo no estoy de acuerdo con esa idea; pero aun si así fuera, admiraría aun más la providencia que invalida incluso los ardides de Satanás para cumplir los propósitos de la sabiduría. Pilato debía ser advertido para que su sentencia fuera su propio acto y su propia acción, y esa advertencia le es dada por medio del sueño de su esposa. Así obra la Providencia.

A continuación, observen la providencia de Dios al disponer que con este sueño hubiese un gran sufrimiento mental. "¡He padecido mucho en sueños por causa de él!" Yo no podría saber qué visión pasó por delante del ojo de su mente, pero fue algo que le causó una terrible agonía.

Un artista moderno ha pintado un cuadro de lo que él se imaginaba que era el sueño, pero no voy a intentar seguir a ese gran hombre en el ejercicio de su fantasía. La mujer de Pilato podría haber contemplado en su sueño el terrible espectáculo de la corona de espinas y de los azotes, o incluso la crucifixión y la agonía de la muerte; y en verdad no conozco nada que consiga hacer sufrir al corazón muchas cosas concernientes al Señor Jesús, que una mirada a Su muerte. Alrededor de la cruz se reúne suficiente dolor para provocar muchas noches de insomnio, si al alma le quedara una pizca de ternura.

O quizá su sueño pudo haber sido de un tipo muy diferente. Podría haber visto en visión al Justo viniendo en las nubes del cielo. Su mente podría haberle visto sobre el gran trono blanco, y se trataba del mismo hombre que su esposo estaba a punto de condenar a morir. Podría haber visto a su esposo cuando era llevado a juicio, siendo un prisionero que debía ser juzgado por el Justo que había sido acusado ante él tiempo atrás. Podría haberse despertado, sobrecogida por el grito de su esposo al tiempo de hundirse en el abismo que no conoce fondo.

Cualquiera cosa que hubiera sido, ella había experimentado repetidas emociones dolorosas en el sueño, y se despertó sobrecogida y atónita. El terror de la noche se había apoderado de ella, y amenazaba con convertirse en un terror para ella por el resto de sus días, y, por tanto, se apresuró a detener la mano de su esposo.

Ahora, en esto está la mano de Dios, y la simple historia sirve para probar que los errantes zíngaros del país de los sueños siguen bajo Su control, y puede hacer que produzcan turbación y angustia, si algún gran fin ha de conseguirse por ello.

Es igualmente notable que ella enviara el mensaje a su marido: "No tengas nada que ver con ese justo." Nosotros olvidamos la mayoría de los sueños; mencionamos como notables unos cuantos, y únicamente de vez en cuando se nos graba uno de tal forma que lo recordamos durante años. Difícilmente alguien de ustedes haya tenido algún sueño que lo hubiera conducido a enviar un mensaje al magistrado en su tribunal. Ese recurso sería utilizado únicamente en un caso urgente. Aunque el juez fuera tu propio marido, dudarías mucho antes de preocuparlo con tus sueños mientras él estaba ocupado con importantes asuntos públicos. Generalmente un sueño puede esperar hasta que el trabajo termine.

Pero era tan profunda la impresión que permanecía en la mente de esta dama romana, que no espera hasta que su marido regrese a casa, sino que le envía un mensaje de inmediato. Su consejo es urgente: "No tengas nada que ver con ese Justo." Ella tiene que advertirle ahora, antes de que él le aseste algún golpe, y con mayor razón antes que ensangrente sus manos con Su sangre. No le envió a decir: "haz algo leve con Él, y azótalo y déjalo en libertad", sino que le dijo: "no tengas nada que ver con Él. ¡No digas ni una sola palabra áspera, ni le hagas ningún daño! ¡Libéralo de Sus adversarios! ¡Si ha de morir, que sea por otra mano y no por la tuya! Esposo mío, esposo mío, esposo mío, te lo suplico, no tengas nada que ver con ese justo. ¡Déjalo en paz, te lo ruego!"

Ella formula su mensaje muy enfáticamente. "No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de Él. ¡Piensa en tu mujer! ¡Piensa en ti mismo! Mis sufrimientos por causa de este Santo han de servir de advertencia para ti. ¡Yo te ruego que lo dejes en paz!" Y, sin embargo, ¿saben?, su mensaje suena más bien autoritario a mis oídos, siendo el mensaje de una mujer a su marido, ¡y siendo él un juez! Contiene un tono que no está ordinariamente presente en las comunicaciones de las esposas con sus esposos. "No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él."

Muestra una maravillosa providencia de Dios que esta dama hubiera sido conducida a enviar un mensaje tan fuerte a su obstinado esposo, para instarle, para impetrarle, para implorarle, casi para exigirle que dejara ir a ese justo. ¡Oh, Providencia, cuán poderosamente puedes obrar! Oh, Señor, el serafín te obedece pero Tú encuentras un servidor igualmente dispuesto en una esposa que, a Tu mandato, se interpone entre su esposo y un crimen.

Además, quiero que noten acerca de esta providencia el tiempo peculiar en el que llegó su advertencia. Era evidentemente un sueño de la mañana: "Hoy he padecido mucho en sueños." El día no hacía mucho había despuntado: todavía era temprano en la mañana. Los romanos creían en la superstición de que los sueños matutinos son verdaderos. Yo supongo que ella tuvo ese sueño después de que su esposo salió. Si se me permitiera no señalar un hecho, sino sólo hacer una conjetura que me parece sumamente probable, ella era una mujer muy amada, pero enfermiza, por lo que necesitaba descansar hasta más avanzado el día que su esposo; y cuando él hubo abandonado su lecho, ella tuvo todavía otro sueño, y siendo una persona sensible, y más proclive a soñar, se despertó de su sueño matutino oprimida por un terror del que no podía despojarse.

Pilato se había marchado, y a ella le fue dicho que se encontraba en el pretorio. Ella le preguntó a sus asistentes por qué había ido allí tan temprano, y ellos respondieron que había habido un clamor inusual en el patio, pues los principales sacerdotes y una turba de judíos había estado allí, y el gobernador había salido a verlos. Posiblemente también le dijeran que Jesús de Nazaret había sido llevado prisionero allí, y los sacerdotes estaban exigiéndole a Pilato que lo matara, aunque habían oído que el gobernador decía que no encontraba delito en Él.

"Anda" -le dijo ella a su sierva- "llama a uno de los guardias, y pídele que vaya de inmediato a mi esposo, y le comente lo que yo te diga. Pídele que hable alto, para que algunos de los crueles judíos puedan oírlo, y desistan de su atroz propósito: que diga que yo le imploro a mi marido que no tenga nada que ver con ese justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él."

Ustedes ven que precisamente en el momento en que se sentó en el tribunal, le llegó la advertencia. Cuando hubo una pequeña pausa, y Pilato estaba ansioso de absolver a su prisionero, en ese preciso instante de tiempo que era el más esperanzador, este peso fue arrojado en el lado derecho de la balanza, introducido de una manera sumamente sabia y misericordiosa para evitar que Pilato cometiera ese atroz pecado. ¡La advertencia llegó en el momento preciso, como decimos, aunque, ay, llegó en vano!

Admiren la puntualidad de la Providencia. Dios nunca se adelanta; y nunca se atrasa. Será visto en lo concerniente a todo lo que hace que en el mismísimo día establecido por la profecía llega el cumplimiento. Mi alma tiembla mientras canta la gloria de su Dios, cuya providencia es sublime, como la ruedas de Ezequiel; pero las ruedas están llenas de ojos, y, al girar, todos los alrededores son observados y atendidos de tal forma que no hay equivocaciones ni inadvertencias, ni accidentes ni demoras. La operación del Señor es puntual y eficaz.

Con esto concluyo lo relativo a la Providencia, y pienso que todos estarán de acuerdo en que mi punto está demostrado: que la providencia está siempre obrando conjuntamente con la gracia de Dios. Un gran escritor que no sabe mucho acerca de las cosas divinas, nos dice, sin embargo, que él percibe un poder en el mundo que obra para justicia. ¡Eso es exactamente así! Ha hablado muy bien, pues ese es el principal de los poderes.

Cuando ustedes y yo salimos a advertir a los hombres del pecado, no estamos solos, toda la Providencia nos apoya. Cuando predicamos a Cristo crucificado, somos obreros conjuntamente con Dios; Dios está obrando con nosotros, como también por nosotros. Todo lo que ocurre está conduciendo hacia el fin para el que trabajamos, cuando buscamos convencer a los hombres de pecado y de justicia.

Donde está el Espíritu de Dios, todas las fuerzas de la naturaleza y de la providencia son convocadas. La caída de los imperios, la muerte de los déspotas, el surgimiento de naciones, el establecimiento de acuerdos o su quebrantamiento, las guerras atroces y las hambrunas devastadoras, todo eso está logrando el grandioso fin.

Sí, y los asuntos domésticos, tales como la muerte de los hijos, la enfermedad de las esposas, la pérdida del trabajo, la pobreza de la familia, y miles de otras cosas están obrando, y obrando, y obrando para el mejoramiento de los hombres; y ustedes y yo, al prestar nuestra pobre debilidad para cooperar con Dios, estamos marchando con todas las fuerzas del universo. Entonces, reciban consuelo de esto. Oh, obreros de Jesús que sufren muchas cosas por Él, tengan buen ánimo, pues las estrellas en sus cursos luchan por los siervos del Dios vivo, y las piedras del campo están en alianza con ustedes.

II. En segundo lugar, yo deduzco de esta historia LA ACCESIBILIDAD DE LA CONCIENICA PARA DIOS. ¿Cómo hemos de tener acceso a Pilato? ¿Cómo hemos de advertirle? Pilato ha rechazado la voz de Jesús y la presencia de Jesús. ¿No podrían ir por Pedro para que contendiera con él? Ay, Pedro ha negado a su Maestro. ¿No podrían entonces traer a Juan? Incluso él ha abandonado al Señor. ¿Dónde se podría encontrar a algún mensajero? Será encontrado en un sueño. Dios llega a los corazones de los hombres, a pesar de lo endurecidos que puedan estar. Nunca los den por perdidos; nunca pierdan la esperanza de despertarlos.

Si mi ministerio, su ministerio y el ministerio del bendito Libro parecieran todos como nada, Dios puede alcanzar la conciencia por medio de un sueño. Si la espada no los puede alcanzar, entonces lo que parecería ser una flecha extraviada proveniente de un arco disparado a la ventura encontrará las junturas de la armadura. Hemos de creer en Dios en cuanto a los hombres malvados, y nunca decir de ellos: "es imposible que sean convertidos." El Señor puede herir a leviatán, pues Sus armas son muchas y adecuadas para el enemigo.

Yo no creo que un sueño tendría un efecto sobre mi mente para convencerme; pero ciertas mentes están abiertas en esa dirección, y para ellas un sueño puede ser un poder. Dios puede usar incluso la superstición para lograr Sus propósitos benéficos.

Mejor aún, Pilato era accesible a través del sueño de su mujer. Henry Melvill tiene un muy maravilloso discurso sobre este tópico, en el que intenta mostrar que probablemente si Pilato hubiera soñado él mismo este sueño, no habría sido tan eficaz para él como que su mujer lo hubiera soñado. Él toma como suposición -que nadie puede negar- que Pilato tenía una mujer afectuosa y tierna, y que era muy amada por él. La única breve narración que poseemos de ella da ciertamente esa impresión; es evidente que ella amaba tiernamente a su marido, y por eso quería impedir que actuara injustamente con Jesús. Enviar una advertencia por medio de ella era alcanzar la conciencia de Pilato a través de sus afectos. Si su amada esposa estaba turbada era seguro que eso pesaría grandemente en su ánimo: pues él no querría que ella se turbara. Pilato ansiaba proteger a su amada de cualquier brizna de viento y darle perfecto consuelo, y cuando ella se lo pide, él se deleita en concedérselo: no es, por tanto, un pequeño problema para él que ella esté sufriendo, y sufriendo tanto como para enviarle un mensaje, sufriendo por causa de uno que merece su buena opinión, uno que él mismo sabe que no ha cometido ningún delito.

Si esta dama era ciertamente la esposa de Pilato desde su juventud, tierna y muy amada, y si se estaba enfermando gradualmente ante sus ojos, su pálido rostro se erguiría ante su amorosa mirada, y las palabras suyas tendrían un poder ilimitado sobre él cuando le dijo: "He padecido mucho en sueños." Oh, Claudia Prócula, si ese era tu nombre, hizo bien el Señor de misericordia en confiar Su mensaje a tus labios persuasivos, pues de ti brotaría con una influencia diez veces mayor.

La tradición declara que esta dama era cristiana, y la iglesia griega la ha colocado en su calendario como una santa. Para esto no contamos con ninguna evidencia; todo lo que sabemos es que era la esposa de Pilato, y que usó de su influencia de esposa para tratar de impedir que cometiera ese crimen. ¡Cuán a menudo una mujer tierna, sufrida y amorosa ha ejercido un gran poder sobre un hombre tosco y rudo! El Infinitamente Sabio sabe esto, y por ello a menudo les habla a los pecadores mediante esta agencia influyente. Él convierte a una persona de la familia para que sea Su misionera para los demás miembros. De esta manera Él habla con algo mejor que las lenguas de los hombres y de los ángeles, pues usa al amor mismo para que sea Su orador. El afecto tiene más potencia que la elocuencia.

Por eso, amigo mío, Dios te envió durante breve tiempo a esa amada niña que charlaba contigo acerca del Salvador. Ella se ha ido al cielo ahora, pero la música de sus pequeños himnos resuena en tu oído incluso ahora, y su plática acerca de Jesús y los ángeles permanece todavía contigo. Ella ha sido llamada a casa; pero Dios te la envió por una estación para embelesarte y ganarte para el camino recto. De esta manera Él te pidió que abandonaras el pecado y vinieras a Cristo.

Y tu amada madre, que ahora está delante del trono, ¿recuerdas lo que te dijo cuando agonizaba? Tú me has escuchado muchísimas veces, pero no habías oído nunca un sermón de parte mía como ese mensaje que provino de su lecho de moribunda. No podrías olvidarlo, ni quedar libre de su poder. Ten cuidado de que no lo trates a la ligera. Para Pilato, el mensaje de su mujer era el ultimátum de Dios; ya no le volvió a advertir nunca más, e incluso Jesús se quedó callado delante de él.

Oh, amigo mío, para ti podría ser que tu hija, o tu madre, o tu afectuosa esposa fueran el último mensajero de Dios, el esfuerzo final del ángel amonestador para conducirte a una mente renovada. Un pariente amoroso suplicando con lágrimas es a menudo la lejana esperanza de la misericordia. Un ataque planeado tan hábilmente y conducido tan sabiamente puede ser considerado como el último asalto del amor sobre un espíritu obstinado, y después de esto será abandonado a sus propios artificios.

La selección de la esposa fue hecha sin duda por la infinita sabiduría y ternura, por si fuera posible que Pilato fuera detenido en su carrera de crimen y fuera fortalecido para llevar a cabo un acto de justicia por medio del cual habría evitado el más terrible de los crímenes.

Así que, entonces, podemos concluir con seguridad que el Señor tiene Sus misioneros allí donde el misionero citadino no puede entrar; Él envía a los niñitos a cantar y orar allí donde el predicador no es escuchado nunca; Él mueve a la piadosa mujer a proclamar el Evangelio con su boca y con su vida donde la Biblia no es leída. Él envía a una dulce niña para que crezca y gane a un hermano o a un padre donde a ninguna otra voz le sería permitido hablar de Jesús y de Su amor. Damos gracias a Dios que así sea; proporciona esperanza para los hogares de esta ciudad atea; nos da esperanza incluso por aquellos por quienes la campana del día domingo tañe en vano. Ellos oirán, ellos deben oír a estos predicadores del hogar, a estos mensajeros que luchan con sus corazones.

Ay, y permítanme agregar que donde Dios no emplea un sueño, ni usa a una esposa, Él puede acceder a las conciencias de los hombres sin usar medios visibles, sino por pensamientos que vienen sin ser invitados y que permanecen en el alma. Verdades enterradas por largo tiempo súbitamente se levantan, y cuando el hombre está en el propio acto del pecado, es detenido en el camino, como Balaam fue detenido cuando el ángel se encontró con él. Cuán a menudo ha ocurrido que la conciencia choca con un hombre culpable en el mismo momento en el que tenía la intención del placer comprado con agravio, ¡como Elías se encontró con Acab a las puertas de la viña de Nabot! Cómo da un respingo el rey cuando divisa al profeta: hubiera preferido ver al propio demonio antes que a Elías. Airadamente grita: "¿Me has hallado, enemigo mío?" Aunque, en realidad, Elías era su mejor amigo, si lo hubiera sabido. A menudo la conciencia ataca bruscamente a un hombre cuando el exquisito manjar del pecado ha sido enrollado bajo su lengua, y está apenas sentándose para disfrutarlo: la visita de la conciencia convierte la miel robada en amargura, y el gozo prohibido en angustia. La conciencia con frecuencia acecha como un león en la maleza, y cuando el pecador va pasando por el ancho camino, salta sobre él, y durante un rato se ve en serios apuros.

El hombre malo es comparable a leviatán, de quien leemos que la gloria de su vestido son escudos fuertes, cerrados entre sí estrechamente; de tal forma que la espada que sea asestada sobre él no puede resistir, ni la lanza, ni el dardo ni la jabalina; y, sin embargo, el Señor tiene la forma de llegar a él y de herirlo muy severamente. Por tanto, debemos esperar y orar en relación a los peores hombres.

Hermanos y hermanas, usen para el bien de los hombres cualquier cosa que se ponga en su camino. Usen no solamente el sobrio argumento y la sana doctrina, sino que incluso si un sueño ha tocado su corazón, no duden en repetirlo donde pueda causar efecto. Cualquier arma puede ser usada en esta guerra. Pero asegúrense de buscar efectivamente las almas de los hombres, todos ustedes. Ustedes que son esposas, sean movidas especialmente a realizar esta sagrada obra. Recuerden a la mujer de Pilato, y piensen en ella en el momento que da afectuosamente la advertencia a su marido, y vayan y hagan lo mismo. Nunca dejen de darle a un esposo impío la palabra que podría convertirlo del error de sus caminos. Y ustedes, amados hijos, ustedes hermanas, ustedes que son del tipo más gentil, no duden, a su propia manera tranquila, en ser los heraldos de Jesús en el lugar que les hubiere correspondido.

En cuanto a todos nosotros, estemos atentos para aprovechar cada ocasión para reprimir el pecado y promover la santidad. Debemos advertir a los impíos de inmediato; pues también el hombre a quien somos enviados no ha cometido todavía el acto fatal. Hemos de pararnos en el resquicio mientras haya todavía espacio para el arrepentimiento. Pilato está ahora mismo sentado en el tribunal. El tiempo es precioso. ¡Dense prisa! ¡Dense prisa, antes de que cometa el hecho de sangre! ¡Envíenle el mensajero! ¡Deténganlo antes de que el acto sea consumado; aunque él se queje por su interferencia! Díganle: "No tengas nada que ver con ese justo; porque he padecido mucho por causa de él, y te ruego que no hagas nada contra él."

Ese es nuestro segundo punto. Que Dios lo bendiga; aunque yo no pueda predicar sobre él como quisiera, el Espíritu de Dios puede infundirle poder.

III. En tercer lugar, tenemos ahora la lamentable tarea de observar EL FRECUENTE FRACASO INCLUSO DE LOS MEJORES MEDIOS. Me he aventurado a decir que, hablando humanamente, el mejor instrumento para tocar la conciencia de Pilato, era que su mujer fuera conducida a reconvenirle. Él escucharía sólo a unos cuantos, pero a ella sí le escucharía; y, sin embargo, incluso su advertencia fue en vano. ¿Cuál fue la razón?

Primero, el interés propio estaba involucrado en el asunto, y ese es un factor poderoso. Pilato tenía temor de perder su cargo de gobernador. Los judíos se enojarían si no obedecía sus crueles exigencias; podrían quejarse con Tiberio, y perdería su lucrativa posición.

Ay, cosas semejantes a estas están manteniendo cautivos a algunos de ustedes en este momento. Ustedes no pueden permitirse ser sinceros o rectos pues eso les costaría demasiado. Ustedes conocen la voluntad del Señor; ustedes conocen lo que es recto; pero renuncian a Cristo al desentenderse de Él, y al perseverar en los caminos del pecado para ganar su paga. Temen que ser un verdadero cristiano implicaría la pérdida de la buena voluntad de un amigo, o el patrocinio de un impío, o la sonrisa de un influyente mundano, y esto no lo pueden tolerar. Ustedes cuentan el costo, y calculan que es demasiado alto. ¡Resuelven ganar el mundo, aunque pierdan su alma! ¿Qué pasa entonces? ¡Irán ricos al infierno! ¡Este es un triste resultado! ¿Acaso ven algo deseable en un logro así? ¡Oh, que consideraran sus caminos y escucharan la voz de la sabiduría!

La siguiente razón que explica por qué la petición de su mujer fue ineficaz, fue el hecho de que Pilato era un cobarde. Era un hombre con legiones que lo respaldaban, y sin embargo estaba temeroso de una turba judía, temeroso de liberar a un pobre prisionero que sabía que era inocente; ¡temeroso porque sabía que su conducta no toleraría una inspección! ¡Pilato era, moralmente, un cobarde! Multitudes de personas van al infierno porque no tienen el valor de luchar para abrirse paso en su camino al cielo. "Pero los cobardes y los incrédulos… tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda." Así dice la palabra de Dios. Tienen miedo de encontrarse la risa del necio, y así se apresuran al menosprecio eterno. No podrían tolerar ser arrancados de sus antiguos compañeros, y provocar comentarios y el sarcasmo de los ingenios impíos, y así conservan a sus compañeros y perecen con ellos. No tienen la resolución de decir "No", y nadar contra la corriente; son unas criaturas tan cobardes que prefieren perderse para siempre que enfrentar un pequeño escarnio.

Sin embargo, aunque había cobardía en Pilato, había también presunción. Aquel que le tenía miedo al hombre y tenía miedo de hacer lo correcto, se atrevía a incurrir en la culpa de derramar sangre inocente. Oh, la cobardía de Pilato de tomar agua y lavarse las manos, como si pudiese eliminar la sangre con agua; y luego decir: "Inocente soy yo de la sangre de este justo" -que constituía una mentira- "allá vosotros". Mediante esas últimas palabras echó culpa de sangre sobre sí, pues entregó a su prisionero a las crueldades de los judíos, quienes no hubieran podido poner su mano sobre Él, a menos que Pilato les hubiese dado permiso.

Oh, el atrevimiento de Pilato de cometer el asesinato a los ojos de Dios y negarlo. Hay una extraña mezcla de cobardía y valor en torno a muchos hombres; le tienen miedo a un hombre, pero no le tienen miedo al Dios eterno que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. Esta es la causa de que los hombres no sean salvados, aun cuando los mejores medios sean utilizados, porque son presuntuosos, y se atreven a desafiar al Señor.

Además de esto, Pilato era de doble ánimo: tenía un corazón y un corazón. Tenía un corazón que buscaba lo que era recto, pues intentó soltar a Jesús; pero tenía otro corazón que perseguía las ganancias, pues no correría el riesgo de perder su puesto incurriendo en el disfavor de los judíos. Contamos con muchas personas a nuestro alrededor que son de doble ánimo. Los tales están presentes aquí esta mañana; ¿pero dónde estaban anoche? ¡Ustedes serán tocados por el sermón de hoy! ¿Cómo serán afectados mañana por una conversación impúdica o una canción lasciva? Muchos hombres corren en dos direcciones; parecieran ser sinceros en cuanto a sus almas, pero están mucho más ávidos de la ganancia o el placer. Es extraña la perversidad del hombre, que llega al punto de partirse en dos.

Hemos oído historias de tiranos que atan a los hombres a caballos salvajes que los arrastran despedazándolos, pero las personas hacen esto consigo mismas. Tienen demasiada conciencia para no descuidar el domingo, y para no dejar de asistir a la casa de oración; demasiada conciencia para no llegar a ser completamente irreligiosas, o para no ser honestamente infieles; y, al mismo tiempo, no tienen la suficiente conciencia para no ser hipócritas. Permiten que el: "no me atrevo" sea el sirviente del: "yo quisiera". Quisieran actuar justamente, pero resultaría demasiado costoso. No se atreven a correr riesgos, y, mientras tanto, corren el terrible riesgo de ser echadas para siempre de la presencia de Dios para ir al lugar donde la esperanza no puede llegar nunca.

¡Oh, que mis palabras fueran disparadas como por una culebrina! ¡Oh, que lanzaran una bala de cañón contra la indecisión! Oh, que yo pudiera hablar como el propio trueno de Dios, que hace parir a las ciervas y quiebra las peñas: de igual manera quisiera yo advertir a los hombres contra estos desesperados males que frustran los esfuerzos de la misericordia, de tal forma que, incluso cuando la propia mujer del hombre, con el amor más tierno, le pide que escape de la ira venidera, él todavía elige su propia destrucción.

IV. Por último, tenemos un punto que es todavía más terrible: LA SOBRECOGEDORA CONDENACIÓN DE AQUELLOS QUE TRANSGREDEN ASÍ. Este Pilato era culpable más allá de toda excusa. Él, deliberadamente y por su propia y espontánea voluntad condenó al justo Hijo de Dios a muerte, habiendo sido informado de que Él era el Hijo de Dios, y sabiendo tanto por su propio examen como por su esposa que Él era un "justo".

Observen que el mensaje que Pilato recibió era sumamente claro. Fue sugerido por un sueño; pero no hay nada desvariado en él. Contiene toda la claridad que puede ser expresada en palabras: "No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él." Pilato condenó al Señor con sus ojos abiertos, y esa es una terrible manera de pecar.

Oh, mis queridos amigos, ¿me estoy dirigiendo a algunos aquí que tienen el propósito de hacer algo muy pecaminoso, pero han recibido últimamente una advertencia de Dios? Yo quisiera agregar una amonestación más. Yo les ruego por el Dios bendito, y por el sangrante Salvador que, como se aman a ustedes mismos, y como aman a su compañera de quien les pudo provenir la advertencia, ¡que se paren, y detengan su mano! ¡No hagan esta cosa abominable! Ustedes sabrán. La advertencia no se les hace de alguna manera misteriosa y oscura; sino que llega muy directa a ustedes en términos inconfundibles. Dios les ha enviado a la conciencia, y ha iluminado esa conciencia, de tal manera que les habla en un español muy claro. El sermón de este día los detiene en la calzada del pecado, pone una pistola en su oído, y les exige "la bolsa o la vida". Si se movieran un centímetro sería a riesgo de su propia alma. ¿Me están escuchando? ¿Habrán de considerar esta reconvención enviada del cielo? Oh, que se quedaran quietos un rato y oyeran lo que Dios les habla mientras les pide que se entreguen a Cristo hoy.

Podría ser ahora o nunca en cuanto a ustedes, como sucedió con Pilato aquel día. A Pilato le fue descrito plenamente el mal que estaba a punto de cometer, y, por tanto, si seguía adelante, su presunción sería muy grande. Su esposa no había dicho: "no tengas nada que ver con ese hombre", sino "con ese justo", y esa palabra resonó en sus oídos, y se repitió una y otra vez hasta que él mismo la repitió también. Lean el versículo veinticuatro. Cuando se estaba lavando sus perversas manos, dijo: "Inocente soy de la sangre de este justo", el propio nombre que su mujer había dado a nuestro Señor. ¡Las flechas se clavaron en él! ¡No podía quitárselas de encima! Como una bestia salvaje, tenía la jabalina clavada en su costado, y aunque se apresuró al bosque de su pecado, estaba evidentemente todavía enconada en él: las palabras: "ese justo" le causaban obsesión.

Algunas veces Dios hace que un hombre vea el pecado como pecado, y le hace ver su negrura; y si luego persevera en el pecado, se vuelve doblemente culpable, y atrae sobre sí una intolerable condenación que sobrepasa a la de Sodoma de antaño.

Además de eso, Pilato estaba pecando no sólo después de una clara advertencia y una advertencia que destacaba la negrura del pecado, sino que estaba pecando después de que su conciencia había sido tocada y conmovida a través de sus afectos. Es algo terrible pecar contra la oración de una madre. Ella se interpone en tu camino; ella extiende sus brazos y con lágrimas declara que obstruirá tu camino a la perdición. ¿Acaso forzarás tu paso hacia la ruina sobre su cuerpo postrado? ¡Ella se arrodilla! Se aferra a tus rodillas, te ruega que no te pierdas. ¿Acaso eres tan brutal como para hollar su amor? Tu hijita te suplica; ¿desatenderás sus lágrimas? Ay, te pertenecía, pero la muerte la ha arrebatado, y antes de partir te suplicó que la siguieras al cielo y cantó su pequeño himno:

"Sí, nos reuniremos en el río."

¿Acaso arrojarás a un lado a tu bebé como si fueses otro Herodes que quiere asesinar a los inocentes, y todo con el objeto de que te puedas condenar a ti mismo para siempre y ser tu propio destructor? Es duro para mí hablarte de esta manera. Si algunos de ustedes se dan por aludidos, será duro para ustedes oírlo; yo en verdad espero que sea tan duro que al final dirán: "voy a ceder al amor que me asedia con tan tiernos ruegos."

No sería un trozo de pura imaginación si concibiera que en el último gran día, cuando Jesús se siente en el tribunal, y Pilato esté allí para ser juzgado por las acciones hechas en el cuerpo, que su esposa sea un testigo dispuesto contra él para condenarlo. Yo puedo imaginar que en el último gran día habrán muchas escenas parecidas, en las que aquellos que nos amaron más, producirán la más válidas evidencias en contra nuestra, si todavía estamos en nuestros pecados.

Yo sé cómo me afectó siendo un adolescente, cuando mi madre, después exponer frente a sus hijos el camino de salvación, nos dijo: "si rechazaran a Cristo y perecieran, no podría interceder a favor de ustedes y decir que eran ignorantes. No, sino que habré de decir Amén a su condenación." ¡Yo no podía soportar eso! ¿Habría de decir mi madre "Amén" a mi condenación? Y, sin embargo, tú que eres la esposa de Pilato, ¿qué otra cosa podrías hacer? Cuando todos tendrán que decir la verdad, ¿qué podrías decir sino que tu esposo fue tierna y sinceramente advertido por ti y a pesar de ello entregó al Salvador a sus enemigos?

Oh, lectores impíos, mi alma se conmueve por ustedes: "Volveos, volveos… ¿por qué moriréis?" ¿Por qué habrían de pecar contra el Salvador? Que Dios les conceda que no rechacen su propia salvación, sino que se vuelvan a Cristo y encuentren redención eterna en Él. "Todo aquel que en él cree… tiene vida eterna."

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Romanos 3.


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