El Velo Rasgado
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre La Muerte de Cristo
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo." Mateo 27: 50, 51. "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne." Hebreos 10: 19, 20.
La muerte de nuestro Señor Jesucristo estuvo con toda razón rodeada de milagros; pero ella misma es una maravilla más grandiosa que todo lo que ocurrió, y sobrepasa a todos esos milagros de la misma manera que el sol brilla más que los planetas que lo rodean. Resulta muy natural que la tierra temblara, y que los sepulcros se abrieran, y que el velo del templo se rasgara, cuando Aquél que únicamente tiene inmortalidad, entrega Su espíritu. Entre más piensen en la muerte del Hijo de Dios, más se asombrarán por ella. De la misma manera que un milagro supera a un hecho común, así, esta maravilla de maravillas, se eleva por encima de todos los milagros de poder.
Que el divino Señor, aunque cubierto con el velo de carne mortal, haya condescendido a sujetarse al poder de la muerte, al punto de inclinar Su cabeza en la cruz, y someterse a ser depositado en la tumba, es el mayor de los misterios. La muerte de Jesús es la maravilla del tiempo y de la eternidad, y, así como la vara de Aarón devoró a todas las demás, esa muerte absorbe en sí todas las maravillas menores.
Sin embargo, la rasgadura del velo del templo no es un milagro que deba considerarse con ligereza. Había sido fabricado de "lino torcido, con querubines de obra primorosa." Esto nos da la idea de una tela resistente, de una pieza de tapicería duradera, capaz de resistir la más severa tensión. Ninguna mano humana habría sido capaz de romper esa cubierta sagrada; y no habría podido ser dividida en dos por alguna causa accidental; sin embargo, y es extraño decirlo, en el instante en que la santa persona de Jesús fue rasgada por la muerte, el grandioso velo que ocultaba al Lugar Santísimo "se rasgó en dos, de arriba abajo." ¿Qué significaba eso? Significaba mucho más de lo que puedo decirles ahora.
No es algo antojadizo considerarlo como un solemne acto de duelo por parte de la casa de Dios. En el Este los hombres expresan su dolor rasgando sus vestiduras; y el templo, cuando vio morir a su Señor, pareció golpeado por el horror y rasgó su velo. Sacudido por el pecado del hombre, indignado por la muerte de su Señor, en su simpatía por Aquel que es el verdadero templo de Dios, el símbolo externo rasgó su santa vestimenta de arriba abajo. ¿Acaso no significó también ese milagro, que a partir de esa hora, todo el sistema de tipos y sombras y ceremonias había llegado a su fin? Las ordenanzas de un sacerdocio terrenal fueron rasgadas con ese velo. En señal de la muerte de la ley ceremonial, su alma abandonó el sagrado santuario, y dejó su tabernáculo corporal como algo muerto. La dispensación legal había terminado.
El velo rasgado parecía decir: "A partir de este momento, Dios ya no habita más en la densa oscuridad del Santo de los Santos, y no brilla más en medio de los querubines. El recinto especial ha sido abierto, y ya no hay un santuario interior al que pueda entrar el sacerdote terrenal: las expiaciones y los sacrificios que servían de tipo, han llegado a su fin."
De conformidad a la explicación dada en nuestro segundo texto, la rasgadura del velo significó principalmente, que el camino al Lugar Santísimo, que no había sido manifestado antes, quedaba ahora abierto a todos los creyentes. Una vez al año, el sumo sacerdote levantaba solemnemente una esquina de este velo, con temor y temblor, y con sangre y santo incienso pasaba a la inmediata presencia de Jehová; pero el desgarrón del velo abrió el lugar secreto. La rasgadura de arriba abajo proporciona amplio espacio para que entren todos los que son llamados por la gracia de Dios, para que se acerquen al trono y tengan comunión con el Eterno.
Acerca de ese tema voy a intentar hablar el día de hoy, rogando en lo íntimo de mi alma que ustedes y yo, junto con todos los otros creyentes, tengamos el valor de entrar realmente al lugar detrás del velo, en este momento que nos hemos congregado para adorar. ¡Oh, que el Espíritu de Dios quiera conducirnos a la comunión más cercana que puedan tener hombres mortales con el Infinito Jehová!
En primer lugar, esta mañana, les pediré que consideren lo que se hizo. El velo fue rasgado. En segundo lugar, recordaremos lo que poseemos por esa causa: tenemos "libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo." Luego, en tercer lugar, consideraremos cómo ejercitamos esta gracia: "entramos por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne."
I. Primero, reflexionen en LO QUE SE HIZO. Es un hecho real histórico que el glorioso velo del templo fue rasgado en dos de arriba abajo: como un hecho espiritual, que es todavía mucho más importante para nosotros, es abolida la ordenanza legal que separa. Existía bajo la ley esta ordenanza: que nadie podía entrar jamás al Lugar Santísimo, con la única excepción del sumo sacerdote, y él podía hacerlo únicamente una vez al año, y no sin sangre.
Si alguien hubiera intentado entrar allí habría tenido que morir, como culpable de grande arrogancia y de intrusión sacrílega en el lugar secreto del Altísimo. ¿Quién podría estar en la presencia de Aquél que es un fuego consumidor? Esta ordenanza de mantener distancia corre a lo largo de toda la ley; pues inclusive el lugar santo, que era el vestíbulo del Santo de los Santos, era únicamente para los sacerdotes. El lugar del pueblo era uno de distancia. En la propia institución inicial de la ley, cuando Dios descendió en el Sinaí, la ordenanza fue: "señalarás término al pueblo en derredor." No había ninguna invitación para acercarse. No que el pueblo quisiera hacerlo, pues toda la montaña humeaba y aun "Moisés dijo: Estoy espantado y temblando." "Y Jehová dijo a Moisés: Desciende, ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos." Aun si una simple bestia tocaba el monte, debía ser apedreada, o asaeteada. El espíritu de la antigua ley era de distancia reverente.
Moisés, y aquí y allá algún otro hombre elegido por Dios, podían acercarse a Jehová; pero en cuanto al grueso de la gente, el mandamiento era: "No te acerques." Cuando el Señor reveló Su gloria al promulgar la ley, leemos: "y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos." Todo esto se acabó. El precepto de mantenerse alejados está abrogado, y la invitación es: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados." "Acerquémonos" es ahora el espíritu filial del Evangelio. ¡Cuán agradecido estoy por ello! ¡Qué gozo proporciona eso para mi alma! Algunos miembros del pueblo de Dios no han experimentado esto todavía, ya que ellos adoran de lejos.
Muchas oraciones deberían ser altamente admiradas por su reverencia, pero carecen de la confianza de un niño. Yo puedo admirar el lenguaje solemne y majestuoso de adoración que reconoce la grandeza de Dios; pero no enfervorizará mi corazón ni expresará mi alma, hasta tanto no haya mezclado con ello la gozosa cercanía de ese perfecto amor que echa fuera el miedo, y se aventura a hablar con su Padre celestial como el niño habla con su padre terrenal.
Hermano mío, ya no permanece ningún velo. ¿Por qué te colocas tan lejos, y tiemblas como un esclavo? Acércate con una plena certeza de fe. El velo está rasgado: el acceso es libre. Ven con libertad al trono de la gracia. Jesús te ha llevado cerca, tan cerca de Dios como Él mismo está cerca. Aunque hablamos del Lugar Santísimo, del propio lugar secreto del Altísimo, sin embargo, es de este lugar imponente, de este santuario de Jehová, que se ha rasgado el velo; por tanto, no permitas que nada impida tu entrada. Ciertamente ninguna ley te lo prohíbe; más bien, el infinito amor te invita a acercarte a Dios.
Este desgarrón del velo también significó la extirpación del pecado que separa. El pecado es, después de todo, el gran separador entre Dios y el hombre. Ese velo de azul y púrpura y lino torcido no podía realmente separar al hombre de Dios: pues Él no está lejos de ninguno de nosotros, en lo relativo a Su omnipresencia. El pecado es un muro de separación mucho más eficaz: abre un abismo entre el pecador y su Juez. El pecado bloquea la oración, y la alabanza, y toda forma de ejercicio religioso. El pecado hace que Dios camine en sentido contrario a nosotros, porque nosotros caminamos en sentido contrario a Él. El pecado, al separar al alma de Dios, causa la muerte espiritual, que es tanto el efecto como el castigo de la transgresión.
¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo? ¿Cómo puede un Dios santo tener comunión con criaturas impías? ¿Morará la justicia con la injusticia? ¿Habitará la pureza perfecta con las abominaciones del mal? No, eso no puede ser. Nuestro Señor Jesucristo quitó el pecado mediante el sacrificio de Sí mismo. Él quita el pecado del mundo y por eso el velo se rasgó. Por el derramamiento de Su sangre preciosísima, somos limpiados de todo pecado, y se cumple esa promesa pletórica de gracia: "Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones." Cuando el pecado se ha ido, la barrera se derrumba y es rellenado el golfo insondable.
El perdón que quita el pecado, y la justificación que proporciona justicia, elaboran una certificación de limpieza tan real y tan completa que nada separa ahora al pecador de su Dios reconciliado. El Juez es ahora el Padre: Él, que una vez debía necesariamente haber condenado, es encontrado absolviendo y aceptando con justicia. El velo es rasgado en este doble sentido: la ordenanza separadora es abrogada, y el pecado separador es perdonado.
A continuación debe recordarse que la corrupción que separa es también quitada por medio de nuestro Señor Jesús. No es únicamente lo que hemos hecho, sino lo que somos lo que nos mantiene separados de Dios. El pecado está arraigado en nosotros: aun aquellos que poseen gracia que habita en ellos, deben quejarse: "queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí."
¿Cómo podemos tener comunión con Dios, si nuestros ojos están vendados, nuestros oídos tapados, nuestros corazones endurecidos, y nuestros sentidos apagados por el pecado? Toda nuestra naturaleza está corrompida, envenenada y pervertida por el mal; ¿cómo podemos conocer al Señor? Amados, por la muerte de nuestro Señor Jesús, el pacto de gracia es establecido con nosotros, y sus provisiones llenas de gracia son en este sentido: "este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré."
Cuando es este el caso, cuando la voluntad de Dios está grabada en el corazón y es enteramente cambiada la naturaleza, entonces el velo divisorio que nos esconde de Dios, es retirado: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Bienaventurados son todos aquellos que aman la justicia y la buscan, pues se encuentran en un camino en el que el Justo puede caminar en comunión con ellos.
Los espíritus que son semejantes a Dios, no están separados de Dios. La diferencia de naturaleza pone el velo; pero el nuevo nacimiento, y la santificación que le sigue, por medio de la preciosa muerte de Jesús, quitan ese velo. Quien odia al pecado, procura la santidad y se ejercita para perfeccionarla en el temor de Dios y está en comunión con Dios. Es algo bendito cuando amamos lo que Dios ama, cuando buscamos lo que Dios busca, cuando coincidimos con las metas divinas, y somos obedientes a los mandamientos divinos: pues con tales personas habitará el Señor. Cuando la gracia nos hace partícipes de la naturaleza divina, entonces somos uno con el Señor, y es quitado el velo.
"Sí," dirá alguien, "ahora veo cómo es quitado el velo, de tres maneras diferentes; pero aún así, Dios es Dios, y nosotros no somos sino pobres hombres insignificantes: entre Dios y el hombre debe haber necesariamente un velo separador, puesto por la gran disparidad entre el Creador y la criatura. ¿Cómo puede tener comunión lo finito con lo infinito? Dios es todo en todo, y más que todo; nosotros no somos nada, y menos que nada; ¿cómo podemos juntarnos?"
Cuando el Señor se acerca a Sus favorecidos, ellos reconocen cuán incapaces son de soportar la gloria excesiva. Aun el amado Juan dijo: "Cuando le vi, caí como muerto a sus pies." Todo esto es cierto; pues el Señor dice: "No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá." Aunque este es un velo mucho más delgado que esos que ya he mencionado, sigue siendo un velo; y es difícil que un hombre se sienta cómodo con Dios.
Pero el Señor Jesús pone un puente sobre la distancia que separa. ¡Vean, el bendito Hijo de Dios ha venido al mundo, y ha asumido nuestra naturaleza! "Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo." Aunque Él es Dios, como Dios es Dios, sin embargo Él es verdaderamente hombre, como el hombre es hombre. Fíjense bien cómo en la persona del Señor Jesús vemos a Dios y al hombre en la alianza más cercana posible; pues están unidos en una persona para siempre. El golfo es rellenado con plenitud por el hecho que Jesús ha completado todo por nosotros hasta el amargo fin, la muerte, y muerte de cruz. Ha seguido la carrera de la humanidad hasta el propio sepulcro; y así vemos que el velo, que estaba colocado entre la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre, es rasgado en la persona de nuestro Señor Jesucristo. Entramos al lugar más santo por medio de Su carne, que vincula la humanidad con la Deidad.
Ahora ustedes ven lo que significa que el velo haya sido quitado. Noten con solemnidad que esto es válido únicamente para los creyentes: quienes rechazan a Jesús, rechazan el único camino de acceso a Dios. No nos podemos acercar a Dios, excepto mediante el desgarrón del velo por la muerte de Jesús. Había un camino-tipo hacia el propiciatorio de antes, y ese camino consistía en hacer a un lado el velo; no había otro. Y no hay ahora ningún otro camino para que cualquiera de ustedes vaya a la comunión con Dios, excepto a través del velo rasgado, la muerte de Jesucristo, a Quien Dios ha establecido para que sea la propiciación por el pecado. Si vienen por este camino, pueden venir gratuitamente. Si rehúsan venir por este camino, entonces pende entre ustedes y Dios, un velo infranqueable. Sin Cristo ustedes se encuentran sin Dios y sin esperanza. Jesús mismo les asegura: "Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis." ¡Que Dios nos conceda que esto no le ocurra a ninguno de ustedes!
Para los creyentes el velo no está enrollado sino rasgado. El velo no fue descolgado, y doblado cuidadosamente, y retirado, para volver a ser colocado en su lugar en el futuro. ¡Oh, no! Sino que la mano divina lo tomó y lo rasgó de arriba abajo. No puede volver a colgarse otra vez; eso es imposible. Entre quienes están en Cristo Jesús y el grandioso Dios, no habrá nunca otra separación. "¿Quién nos separará del amor de Cristo?" Solamente se fabricó un velo, y como ese fue rasgado, el único y solo separador ha sido destruido. Yo me deleito al pensar en esto. El propio diablo no podrá nunca separarme ahora de Dios. Podrá intentar impedir que yo tenga acceso a Dios, y de hecho lo hará; pero lo que puede hacer es colgar un velo rasgado. ¿De qué le serviría eso sino para mostrar su impotencia? Dios ha rasgado el velo, y el diablo no puede remendarlo. Hay acceso entre un creyente y su Dios; y debe existir tal libre acceso para siempre, pues el velo no está enrollado, ni ha sido puesto a un lado para ser colgado de nuevo en días venideros; está rasgado y ya no sirve para nada.
El desgarrón no está en una de sus esquinas, sino en el propio centro, como nos informa Lucas. No es una ligera rasgadura a través de la cual podemos ver algo; es un desgarrón de arriba abajo. Una entrada ha sido abierta para los peores pecadores. Si solo se hubiera abierto un pequeño hoyo en el velo, los ofensores menores podrían haberse arrastrado a través de él; pero qué acto de abundante misericordia es este, que el velo fue rasgado en el centro, y rasgado de arriba abajo, de tal forma que ¡el primero de los pecadores puede encontrar un amplio espacio! Esto también muestra que para los creyentes no hay impedimento para el más pleno y libre acceso a Dios. ¡Oh, armémonos de valor, el día de hoy, para venir al lugar en el que Dios no solamente ha abierto la puerta, sino que ha sacado la puerta de sus goznes; sí, la quitó, incluyendo los postes y las rejas y todo!
Quiero que noten que este velo, cuando fue rasgado, fue rasgado por Dios, no por el hombre. No fue el acto de una turba irreverente; no fue el atropello de medianoche de un conjunto de sacerdotes sacrílegos: fue únicamente el acto de Dios. Nadie estuvo detrás del velo; y en su lado exterior, estaban los sacerdotes cumpliendo únicamente su vocación ordinaria de ofrecer sacrificios. Deben haberse asombrado cuando vieron que el lugar santo quedaba al descubierto en un momento. ¡Cómo deben haber huido, cuando vieron el sólido velo dividido sin mediar ninguna mano humana, en un segundo de tiempo!
¿Quién lo rasgó? ¿Quién sino el propio Dios? Si otro lo hubiese hecho, podría haber habido un error al respecto, y el error podría necesitar ser subsanado, remplazando la cortina; pero si el Señor lo ha hecho, fue hecho correctamente, fue hecho definitivamente, fue hecho irreversiblemente. Es Dios mismo Quien ha puesto el pecado sobre Cristo, y en Cristo ha quitado el pecado. Dios mismo ha abierto la puerta del cielo a los creyentes, y ha diseñado una amplia avenida en la cual pueden transitar hacia Él, las almas de los hombres. Dios mismo ha colocado la escalera entre la tierra y el cielo. Vengan a Él ahora, ustedes que son humildes. ¡Miren, Él ha abierto una puerta ante ustedes!
II. Y ahora, en segundo lugar, les pido que procedan conmigo, queridos amigos, a una verificación experimental de mi tema. Ahora notamos LO QUE TENEMOS: "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo." Observen el triple "teniendo" en el párrafo ante nuestra consideración, y no se contenten si no tienen los tres. "Teniendo libertad para entrar." Hay grados de libertad; pero este es uno de los más elevados. Cuando el velo fue rasgado, se requería cierta libertad para mirar dentro. Yo me pregunto si los sacerdotes al pie del altar tenían verdaderamente el valor de mirar al propiciatorio. Sospecho que estaban sumidos en el asombro, que huyeron del altar, temiendo una muerte súbita. Se requiere una medida de valor para mirar fijamente al misterio de Dios: "Cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles."
Es bueno que no miremos las cosas profundas de Dios, con un ojo simplemente curioso. Yo cuestiono si alguien es capaz de espiar el misterio de la Trinidad, sin exponerse a gran riesgo. Algunos, queriendo mirar allí con los ojos de su intelecto natural, han sido cegados por la luz de ese sol, y a partir de allí han vagado en tinieblas. Se necesita libertad para mirar los esplendores del amor redentor que elige.
Si alguien miró al Lugar Santísimo cuando el velo estaba siendo rasgado, se contaba entre los hombres más valerosos; pues otros podrían haber temido correr la misma suerte de los hombres de Bet-semes. Amados, el Espíritu Santo los invita a mirar en el lugar santo, y verlo con un ojo reverente; pues está lleno de enseñanzas para ustedes. Entiendan el misterio del propiciatorio, y del arca del pacto cubierta de oro, y de la vasija del maná, y de las tablas de piedra, y de la vara de Aarón que floreció. Miren, miren libremente por medio de Jesucristo: ¡pero no se contenten con mirar solamente! Escuchen lo que dice el texto: "Teniendo libertad para entrar." ¡Bendito sea Dios porque nos ha enseñado esta dulce manera de no mirar más desde lejos, sino de entrar a lo más recóndito del santuario con confianza! "Libertad para entrar" es lo que debemos tener.
Sigamos el ejemplo del sumo sacerdote, y, habiendo entrado, ejecutemos las funciones de la persona que entra. "Libertad para entrar" sugiere que actuamos como hombres que están en el lugar debido. Estar detrás del velo llenaba al siervo de Dios de un abrumador sentido de la presencia divina. Si alguna vez en su vida estaba cerca de Dios, ciertamente estaba cerca de Dios en ese momento, cuando muy solo, encerrado, y excluido del resto del mundo, no tenía a nadie a su lado, excepto al glorioso Jehová.
¡Oh, amados míos, que nosotros podamos entrar hoy al Lugar Santísimo en ese sentido! Desconectados del mundo, tanto impío como cristiano, sepamos que el Señor está aquí, muy cerca y manifiesto. Oh, que podamos clamar ahora con Agar: "¿No he visto también aquí al que me ve?" ¡Oh, cuán dulce es experimentar a través del gozo personal, la presencia de Jehová! ¡Cuán alentador es sentir que el Señor de los ejércitos está con nosotros! Nosotros sabemos que nuestro Señor es una ayuda muy real en la tribulación. Uno de los gozos mayores del cielo consiste en poder cantar: Jehová Sama: el Dios que está presente.
Al principio temblamos en la divina presencia; pero conforme sentimos más el espíritu de adopción, nos acercamos con sagrado deleite, y nos sentimos tan plenamente en casa con nuestro Dios, que cantamos con Moisés: "Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación." No vivan como si Dios estuviese tan lejos de ustedes como el este lo está del oeste. No vivan pegados a la tierra; sino vivan en lo alto, como si estuvieran en el cielo. En el cielo estarán con Dios; pero en la tierra Él estará con ustedes: ¿acaso hay mucha diferencia? "Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." Jesús ha hecho que nos acerquemos por Su sangre preciosa. Intenten día a día vivir en la mayor cercanía con Dios, como sentía el sumo sacerdote cuando estaba por un momento dentro del secreto del tabernáculo de Jehová.
El sumo sacerdote tenía un sentido de comunión con Dios; no solamente estaba cerca, sino que él hablaba con Dios. No puedo saber lo que decía, pero pienso que en ese día especial, el sumo sacerdote se libraba de la carga del pecado y de la aflicción de Israel, y presentaba sus peticiones al Señor. Aarón, solo allí, debía haber estado lleno de recuerdos de su propia culpa, y de las idolatrías y de las apostasías del pueblo. Dios brillaba sobre él, y él se inclinaba ante Dios. Tal vez escuchaba cosas que no le era permitido expresar, y otras cosas que no podría haber expresado aunque le hubiera sido permitido.
Amados, ¿saben ustedes lo que es tener comunión con Dios? Las palabras son pobres vehículos para este compañerismo; pero, ¡cuán bendito es esto! La pruebas de la existencia de Dios son totalmente superfluas para quienes tienen el hábito de conversar con el Eterno. Si alguien escribiera un ensayo para demostrar la existencia de mi esposa, o de mi hijo, yo en verdad no lo leería, excepto para disfrutarlo; y las pruebas de la existencia de Dios para el hombre que tiene comunión con Dios, son más o menos lo mismo. Muchos de ustedes caminan con Dios: ¡qué bendición! La comunión con el Altísimo eleva, purifica, fortalece. Entremos con libertad. Entremos en Sus pensamientos revelados, de la manera que Él entra en los de ustedes, lleno de gracia: elévense a Sus planes, como el condesciende a los suyos; pidan ser alzados a Él, como Él se digna habitar con ustedes.
Esto es lo que la rasgadura del velo nos trae cuando tenemos libertad de entrar; pero, observen bien, el desgarrón del velo no nos trae nada en tanto que no tengamos el valor de entrar. ¿Por qué nos quedamos fuera? Jesús nos lleva cerca, y verdaderamente nuestra comunión es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo. No nos demoremos en recibir esa libertad, y acerquémonos con valor al trono.
El sumo sacerdote atravesaba el velo de azul, púrpura, carmesí y lino torcido, con sangre y con incienso, para que pudiera orar por Israel; y allí se quedaba ante el Altísimo, suplicándole que bendijera al pueblo. Oh, amados, la oración es una institución divina, y nos pertenece. Pero hay muchos tipos de oración. Está la oración del que parece que tiene el impedimento de entrar al santo templo de Dios; está la oración de otro que está en el atrio de los gentiles, muy lejos, mirando hacia el Templo; está la oración que se acerca donde está Israel y suplica al Dios de los elegidos; está la oración que se hace en el atrio de los sacerdotes, cuando el hombre de Dios santificado hace intercesión; pero la mejor oración de todas es la que se ofrece en el Lugar Santísimo. No hay temor que la oración no sea escuchada cuando es ofrecida en el Lugar Santísimo. La propia posición del hombre demuestra que él es aceptado por Dios. Está parado en el lugar de aceptación más seguro, y está tan cerca de Dios que cada uno de sus deseos es oído. Allí el hombre es visto al revés y al derecho; pues él se encuentra muy cerca de Dios. Sus pensamientos son leídos, sus lágrimas son vistas, sus suspiros son escuchados; pues él tiene libertad de entrar. Puede pedir lo que quiera, y se le concederá.
Así como el altar santifica la ofrenda, así el Lugar Santísimo, abierto por la sangre de Jesús, asegura una respuesta cierta a la oración que es ofrecida allí. ¡Que Dios nos dé tal poder de orar! Es algo maravilloso que el Señor preste oídos a la voz de un hombre; sin embargo, tales hombres existen. Lutero, al salir de su encierro, exclamó, Vici: "he vencido." Aún no se había enfrentado a sus enemigos; pero habiendo prevalecido ante Dios por los hombres, él sentía que debía prevalecer ante los hombres por Dios.
Pero el sumo sacerdote, si ustedes recuerdan, después de haber tenido comunión y haber orado a Dios, salía y bendecía al pueblo. Se revestía con sus vestiduras de gloria y belleza, que había puesto a un lado para entrar al Lugar Santísimo, y entraba vestido simplemente de blanco, y nada más; y ahora salía llevando el pectoral y todos sus preciosos ornamentos, y bendecía al pueblo. Eso es lo que harán ustedes, si tienen la libertad de entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús: ustedes bendecirán al pueblo que los rodea. El Señor los ha bendecido, y los convertirá en una bendición. Su conducta ordinaria y su conversación serán un bendito ejemplo; las palabras que ustedes hablan por Jesús, serán como un rocío del Señor: el enfermo será consolado por sus palabras; el desalentado será alentado por la fe de ustedes; el tibio será recuperado por su amor. Estarán diciendo, prácticamente, a cada uno de los que conocen: "Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia." Ustedes se convertirán en un canal de bendición: "de su interior correrán ríos de agua viva." ¡Que cada uno de nosotros tenga la libertad de entrar, para que salgamos cargados de bendiciones!
Les pido amablemente que miren el texto, y notarán algo que yo simplemente voy a sugerir: que esta libertad está bien cimentada. Me encanta ver cuando el apóstol usa un "así que": "Así que, hermanos, teniendo libertad." Pablo es a menudo un verdadero poeta, pero siempre usa la lógica con corrección; es tan lógico como si estuviera tratando con matemáticas en vez de teología. Aquí escribe uno de sus "así ques."
¿Por qué es que tenemos libertad? ¿Acaso no es a causa de nuestra relación con Cristo, que nos convierte en "hermanos"? "Así que, hermanos, teniendo libertad." El creyente más débil tiene tanto derecho de entrar al Lugar Santísimo como lo tenía Pablo; esto debido a que él es un miembro de la hermandad. Yo recuerdo una rima de John Ryland, en la que dice del cielo:
"Todos ellos estarán allá, los grandes y los pequeños;
Pobre, voy a darle la mano al bendito Pablo."
No tengo ninguna duda que tendremos una posición y una comunión así. Mientras tanto, le damos la mano a él y él nos llama hermanos. Somos hermanos los unos de los otros, porque somos hermanos de Jesús. Donde vemos que va el apóstol, allí iremos; sí, más bien, donde vemos que entra el Grandioso Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, allí lo seguiremos. "Así que, hermanos, teniendo libertad."
Amados, ahora no tenemos ningún temor de morir en el Lugar Santísimo. El sumo sacerdote, quienquiera que fuera, debe haber temido siempre ese día solemne de expiación, cuando tenía que pasar al lugar silencioso y aislado. Yo no puedo decir si es verdad, pero he leído que hay una tradición entre los judíos, que se ataba una cuerda al pie del sumo sacerdote para que pudieran sacar su cadáver en caso que muriera en la presencia del Señor. No me sorprendería que su superstición hubiera ideado una cosa así, pues es una terrible posición la de un hombre que entra en la habitación secreta de Jehová. Pero no podemos morir en el Lugar Santísimo ahora, puesto que Jesús ha muerto por nosotros. La muerte de Jesús es la garantía de vida eterna de todos aquellos por quienes murió. Tenemos libertad para entrar, pues no pereceremos.
Nuestra libertad deriva de la perfección de Su sacrificio. Lean el versículo catorce: "hizo perfectos para siempre a los santificados." Nosotros confiamos en el sacrificio de Cristo, creyendo que Él fue nuestro sustituto tan perfecto, que no es posible que muramos después que nuestro sustituto murió; y debemos ser aceptados, porque Él es aceptado. Creemos que la sangre preciosa ha quitado nuestro pecado tan eficaz y eternamente, que ya no somos más detestables para la ira de Dios. Podemos estar con seguridad donde el pecado debe ser golpeado, si hubiera algún pecado en nosotros; pues estamos tan lavados, tan limpiados, y tan plenamente justificados que somos aceptados en el Amado. El pecado es tan completamente quitado de nosotros por el sacrificio vicario de Cristo, que tenemos libertad para entrar donde mora el propio Jehová.
Más aún, tenemos esto por cierto, que como un sacerdote tenía un derecho de morar cerca de Dios, nosotros también poseemos ese privilegio; pues Jesús nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, y todos los privilegios del oficio nos son otorgados conjuntamente con el propio oficio. Tenemos una misión dentro del lugar santo; somos llamados para entrar allí por un negocio divino, y por eso no tenemos el temor de ser intrusos. Un ladrón puede entrar en una casa, pero no entra con libertad; siempre tiene miedo de ser sorprendido. Ustedes podrían entrar en la casa de un extraño, sin ser invitados, pero no sentirían ninguna libertad allí.
Nosotros no entramos en el Lugar Santísimo como ladrones que violan una casa, ni como extraños; venimos obedeciendo un llamado, para cumplir un oficio. Una vez que aceptamos el sacrificio de Cristo, estamos en casa con Dios. ¿Dónde será libre un hijo, sino en la casa de su padre? ¿Dónde estará el sacerdote, sino en el templo de su Dios, para cuyo servicio es apartado? ¿Dónde vivirá el pecador lavado con la sangre, sino con su Dios, con Quien ha sido reconciliado?
¡Sentir esta libertad constituye un gozo celestial! Tenemos ahora tal amor por Dios, y tal gozo en Él, que nunca cruza por nuestras mentes que somos transgresores cuando nos acercamos a Él. Nunca decimos: "Dios, mi temor," sino "Dios de mi alegría y de mi gozo." Su nombre es la música a la que están sintonizadas nuestras vidas: aunque Dios sea un fuego consumidor, lo amamos como tal, pues Él consumirá nuestra escoria, y nosotros queremos deshacernos de ella. Dios no es enfadoso para nosotros bajo ningún aspecto. Nos deleitamos en Él, sea lo que sea. Entonces pueden ver, amados, que tenemos una buena base de libertad, cuando entramos en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús.
No puedo dejar este punto hasta no haberles recordado que podemos tener esta libertad de entrar en cualquier momento, porque el velo está siempre rasgado, y nunca es restaurado a su antiguo lugar. "Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera;" pero el Señor no nos dice así a nosotros. Amado hijo de Dios, tú puedes tener en todo momento "libertad para entrar." El velo está rasgado tanto de día como de noche. Sí, déjame decirlo, aun cuando tu ojo de fe esté disminuido, de todas maneras, entra; cuando las evidencias sean oscuras, aún así ten "libertad para entrar"; y aun si has pecado infelizmente, recuerda que el acceso está abierto a tu oración penitente. Atraviesa el velo rasgado, pecador como eres. ¡Qué importa que hayas recaído en el pecado, qué importa que estés afligido por el sentido de tus descarríos, ven aun así! "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones," sino entra de inmediato; pues el velo ya no está allí para excluirte, aunque la duda y la incredulidad te hagan pensar lo contrario. El velo no puede estar allí, pues fue rasgado en dos de arriba abajo.
III. Mi tiempo se ha escabullido, y no tendré espacio para hablar como hubiera querido hacerlo sobre el último punto: CÓMO EJERCITAMOS ESTA GRACIA. Permítanme darles las notas de lo que habría dicho.
Entremos a esta hora en el Lugar Santísimo. ¡Miren el camino! Venimos por la vía de la expiación: "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo." Me han hecho sentir muy mal últimamente, las palabras fieras y blasfemas que han usado ciertos caballeros de la escuela moderna, concernientes a la sangre preciosa. No voy a ensuciar mis labios repitiendo las cosas tres veces malditas que se han atrevido a expresar mientras pisotean la sangre de Jesús. En todas partes, a lo largo de este Libro divino, pueden encontrarse con la sangre preciosa. ¿Cómo puede llamarse a sí mismo cristiano, alguien que con un lenguaje profano e impertinente, habla de la sangre de la expiación?
Hermanos míos, no hay un camino al Lugar Santísimo, aunque el velo esté rasgado, sin sangre. Ustedes podrán suponer que el sumo sacerdote antiguamente llevaba la sangre porque el velo estaba allí; pero tú tienes que traerla contigo aunque el velo ya no esté. El camino está abierto, y tú tienes libertad para entrar; pero no sin la sangre de Jesús. Sería una libertad impía si se pensara en acercarse a Dios sin la sangre del grandioso Sacrificio. Siempre debemos usar el argumento de la expiación. Puesto que sin el derramamiento de sangre no hay remisión de pecado, de la misma manera, sin esa sangre, no hay acceso a Dios.
A continuación, el camino por el que venimos es un camino indefectible. Por favor, noten esa palabra: "Por el camino nuevo"; esto quiere decir por un camino que siempre es fresco. El griego original sugiere la idea de "sacrificado recientemente." Jesús murió hace mucho tiempo, pero Su muerte es la misma ahora como en el momento de su ocurrencia. Nosotros venimos a Dios, queridos amigos, por un camino que siempre es eficaz con Dios. No pierde nunca, nunca, ni un ápice de su poder y frescura.
"Amado Cordero agonizante, Tu sangre preciosa
No perderá nunca su poder."
El camino no está gastado por el tráfico pesado: siempre es un camino nuevo. Si Jesucristo hubiera muerto ayer, ¿no sientes que podrías argumentar Su mérito hoy? Muy bien, puedes argumentar ese mérito después de estos diecinueve siglos, con la misma confianza con que lo harías en aquella primera hora. El camino a Dios es abierto siempre de nuevo. En efecto, las heridas de Jesús sangran incesantemente nuestra expiación. La cruz es tan gloriosa como si Él estuviera todavía en ella. En lo relativo a la frescura, vigor, y fuerza de la muerte expiatoria, vamos por un camino nuevo. Que siempre sea nuevo para nuestros corazones. Que la doctrina de la expiación no se vuelva rancia nunca, sino que tenga rocío sobre ella para nuestras almas.
Luego el apóstol agrega, que es un "camino vivo." ¡Una palabra maravillosa! El camino que seguía el sumo sacerdote hacia el lugar santo, era naturalmente un camino material, y por tanto un camino muerto. Nosotros venimos por un camino espiritual, adecuado a nuestros espíritus. El camino no podía ayudar al sumo sacerdote, pero nuestro camino nos ayuda abundantemente. Jesús dice, "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida." Cuando venimos a Dios por este camino, el propio camino guía, conduce, soporta y acerca. Este camino nos da la vida con la que podemos venir.
Es un camino dedicado: "Que él nos abrió." Cuando un nuevo camino es abierto, es apartado y dedicado para uso público. Algunas veces un edificio público es inaugurado por un rey o un príncipe, y así es dedicado para su propósito. Amados, el camino a Dios por medio de Jesucristo, es dedicado por Cristo, y ordenado por Cristo para uso de los pobres pecadores creyentes, tales como nosotros. Él ha consagrado el camino hacia Dios, y lo dedicó para nosotros, para que podamos usarlo libremente. Ciertamente, si un camino a sido apartado para mí, puedo usarlo sin ningún temor; y el camino a Dios y al cielo por medio de Jesucristo está dedicado por el Salvador para los pecadores; es el camino real del Rey para los viajeros que van con destino a la Ciudad de Dios; por tanto, usémoslo. "¡Que él nos abrió!" ¡Benditas palabras!
Por último, es un camino lleno de Cristo; pues cuando venimos a Dios, venimos por medio de Su carne. No podemos ir a Jehová, excepto por el Dios encarnado. Dios en carne humana es nuestro camino a Dios; la muerte sustitutiva del Verbo hecho carne es asimismo el camino al Padre. No podemos ir a Dios, excepto por representación. Jesús nos representa ante Dios, y venimos a Dios por medio de Él, quien es nuestra cabeza del pacto, nuestro representante y precursor ante el trono del Altísimo. No intentemos orar jamás sin Cristo; no intentemos cantar jamás sin Cristo; no intentemos predicar jamás sin Cristo. No realicemos ninguna función santa, ni pretendamos tener comunión con Dios de ningún tipo, excepto a través de ese desgarrón que Él ha hecho en el velo con Su carne, santificado por nosotros, y ofrecido sobre la cruz a favor nuestro.
Amados, habré terminado cuando haya resaltado dos versículos, que son necesarios para completar el sentido, pero que me vi obligado a omitir hoy, pues no habría tiempo para considerarlos. Somos llamados para tomarnos santas libertades con Dios. "Acerquémonos," de inmediato, "con corazón sincero, en plena certidumbre de fe." Hagámoslo libremente, pues tenemos un grandioso Sumo Sacerdote. El versículo veintiuno nos recuerda esto. Jesús es el gran Sacerdote, y nosotros somos sub-sacerdotes bajo Él, y puesto que Él nos ordena que nos acerquemos a Dios, y Él mismo nos enseña el camino, sigámoslo a lo recóndito del santuario. Porque Él vive, nosotros también viviremos. No moriremos en el lugar santo, a menos que Él muera. Dios no nos golpeará a menos que lo golpee a Él. Así, "teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe."
Y luego el apóstol nos dice que no solamente podemos venir con libertad, porque nuestro Sumo Sacerdote va adelante en el camino, sino porque nosotros mismos estamos preparados para entrar. El sumo sacerdote tenía que hacer dos cosas antes de que pudiera entrar: una era ser rociado con la sangre, y esto lo tenemos; pues tenemos "purificados los corazones de mala conciencia."
El otro requisito para los sacerdotes era que tuvieran "lavados los cuerpos con agua pura." Esto lo hemos recibido de manera simbólica en nuestro bautismo, y en la realidad, en el lavamiento espiritual de la regeneración. Para nosotros se ha cumplido la oración:
"Que el agua y la sangre
Que brotaron del costado rasgado
Sean del pecado la doble cura,
Y me limpien de su culpa y su poder."
Hemos conocido el lavamiento del agua por la Palabra, y hemos sido santificados por el Espíritu de Su gracia; por tanto, entremos en el Lugar Santísimo. ¿Por qué debemos permanecer alejados? Corazones rociados con sangre, cuerpos lavados con agua pura: estas son los preparativos ordenados para una entrada aceptable. ¡Acérquense, amados! Que el Espíritu Santo sea el espíritu de acceso para ustedes ahora. ¡Vengan a su Dios, y luego habiten con Él! Él es su Padre, su todo en todo. Siéntense y regocíjense en Él; tomen su porción de amor y no permitan que su comunión sea interrumpida de aquí al cielo. ¿Por qué habría de ser interrumpida? ¿Por qué no comenzar hoy ese dulce gozo de reconciliación perfecta y deleite en Dios, que irá aumentando en intensidad hasta que puedan ver al Señor en visión abierta, y ya no salgan más de allí? El cielo traerá un gran cambio de condición, pero no en nuestra posición, si aun ahora mismo ya estamos detrás del velo. Será únicamente un cambio como el que hay entre el día perfecto y la aurora; pues tenemos el mismo sol, y la misma luz proveniente del sol, y el mismo privilegio de caminar a la luz. "Hasta que apunte el día, y huyan las sombras, vuélvete, amado mío; sé semejante al corzo, o como el cervatillo sobre los montes de la División." Amén y Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Hebreos 10.
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