Exponiendo el ídolo de la gloria propia
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Mariana Ramirez
El amor a nuestra propia gloria es la competencia más grande que tiene Dios en nuestro corazón. A veces podemos cubrir a este ídolo con un disfraz piadoso. En Mateo 21 LBLA, Jesús desenmascara a este ídolo con una sola pregunta.
Fue la última semana antes del día del juicio de Jesús - el día en el que se presentaría ante la vara de justicia de su Padre cargando los pecados de todos los que alguna vez creyeron en él o creerían en él y en su lugar sería aplastado por la ira del Padre.
Ya no evitaba a los líderes judíos de la política y religión. Confrontaba abiertamente sus errores e hipocresía, echando gasolina al fuego de su miedo y odio hacia él.
Bajo la mirada de los líderes judíos, Jesús estaba fuera de control. Había sido un problema creciente durante un par de años. Pero el domingo, había causado estragos en el templo, expulsando a los comerciantes de sacrificios como si fuera el dueño del lugar. Esto después de haber entrado a Jerusalén como un héroe siendo vitoreado por miles - muchos de los cuales lo proclamaban el Mesías. ¡Y no los refuto!
Los líderes rechazaron a Jesús como el Cristo. Después de todo, era de Galilea, abandonada por Dios. Era un blasfemo y rompedor crónico del Sábado - ¡Y así los llamó hipócritas!
Ahora se había convertido en una gran crisis. Si no tomaban una medida decisiva pronto, los romanos se involucrarían.
El problema era el público. Tenían que encontrar la manera de ganarse a la gente de su lado.
Después de deliberar, concibieron una pregunta que seguramente dejaría a Jesús en medio de un dilema. Cualquier respuesta lo incriminaría, dividiría al público y les daría causa para arrestarlo.
El lunes por la mañana, mientras Jesús enseñaba en el templo, la delegación designada se dirigió a él a través de la multitud. El portavoz le preguntó en voz alta, “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio esta autoridad? “.
Jesús, estando sentado, se inclinó un poco hacia atrás y los miró con los ojos entrecerrados. La tensión era espesa.
Luego respondió, “Yo también os haré una pregunta, que si me la contestáis, yo también os diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde era el bautismo de Juan?, ¿del cielo o de los hombres?”.
Fue un contraargumento impresionante. Ellos titubearon. El público comenzó a murmurar. La indecisión era humillante.
Se agruparon para una rápida conferencia. “Si decimos: ‘del cielo’, Él nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’ Y si decimos: ‘De los hombres’, tememos a la multitud; porque todos tienen a Juan por profeta”. ¿Como había hecho Jesús para darle vuelta al dilema?
Decidieron responder. “No sabemos”. Fue una mentira políticamente conveniente.
La ira contenida brilló en los ojos de Jesús. “Tampoco yo os diré con qué autoridad hago estas cosas”.
La pregunta que hicieron los líderes judíos, por si sola, no estaba mal. Se suponía que ellos debían proteger la verdad de Dios y al pueblo de Dios. Es por eso que Jesús estaba dispuesto a responder. Pero su pregunta de requisito previo reveló que la aparente gana de proteger la verdad era una farsa.
El amor de Juan el Bautista por la verdad y gloria de Dios le había costado la muerte. El amor de Jesús por la verdad y gloria de Dios haría que fuera aplastado por la ira de Dios. La pregunta de Jesús estaba diseñada para revelar si los líderes amaban la verdad y gloria de Dios más que la aprobación del público. Si le respondían directamente, les daría una respuesta directa a su pregunta.
Pero “temían a la multitud”. En otras palabras, amaban sus posiciones y reputaciones más de lo que amaban la verdad - más de lo que amaban a Dios. “Porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura (ellos) en lugar del Creador…” (Romanos 1:25).
Debemos recordar que nosotros hacemos lo mismo cada que distorsionamos o negamos la verdad por el bien de nuestras reputaciones. La gloria propia es revelada como un ídolo cuando el Señor nos presenta la oportunidad de glorificarlo hablando con verdad sobre nuestras convicciones o nuestros pecados, pero no estamos dispuestos a hacerlo por miedo a lo que alguien más pensará de nosotros.
Todos lo hemos hecho. ¡Gracias a Dios por la cruz! “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Resolvamos amar más la gloria de Dios que la nuestra, siendo rigurosamente veraces en nuestras profesiones y convicciones.
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