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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


“Delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura.” Isaías 42: 16.

En su empeño en pos de la santidad, el peregrino se ve rodeado a menudo de tinieblas: en cambio, en la senda del mal, el viajero es ofuscado por un fulgor deslumbrante de luz. Es la manera que emplea el tentador para hacer lo más atractivo posible el camino hacia el infierno, con el fulgurante esplendor del placer carnal. El pecado está rodeado de un fascinante lustre que hechiza al incauto buscador del placer, y le conduce a su propia destrucción. Miren el palacio del aguardiente, dedicado al demonio de la ebriedad; ¡es más radiante que cualquier otra casa de la calle! ¡Miren cómo centellea con abundantes lámparas, y espejos y bronce bruñido! Las flores que brotan en la entrada de la guarida de la serpiente antigua son de vivos colores. Así como las sirenas de la antigua fábula clásica encantaban a los marineros con sus cantos, de tal manera que, bajo el embrujo de su música, encaminaban la proa de sus embarcaciones hacia las rocas de una segura destrucción, así también el pecado compele a los hijos de los hombres a la ruina de sus almas. El mal pareciera estar siempre circundado por una luz que deslumbra y fascina, de igual manera que el resplandor de la vela atrae a la mariposa a su propia destrucción.

Basándonos en el texto, pareciera que muchas lóbregas nubes se ciernen frecuentemente sobre el camino de la justicia y la verdad, dándole un carácter escabroso y torcido, pues, si no fuera así, no sería necesario que se dijera: “Delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz”; tampoco sería necesario que una mano divina interviniera para cambiar lo escabroso en llanura.

Hermanos, el día del mal comienza con una mañana halagadora que se torna en una noche diez veces más lisonjera, pero el día de Dios, el día del bien, comienza a la caída de la tarde, como los días prístinos de la creación: la tarde y la mañana fueron el primer día.

Nosotros, los que seguimos al Señor, tenemos primero nuestra noche, y todavía ha de despuntar nuestro día, cuyo sol nunca habrá de ocultarse. Dios reserva lo mejor para el final; en cambio, en el banquete de Satanás, se saca primero el mejor vino, y después el de inferior calidad; sí, las heces son exprimidas al final para que las beban los malvados de la tierra. En cuanto a los justos, antes de que comience su solemne festín, tienen que sorber ajenjo aquí, que les abrirá el apetito y el gusto por los banquetes en que los vinos añejos refinados saciarán sus almas.

El tema de esta mañana es la grandiosa promesa de Dios que, aunque Su pueblo estará algunas veces cubierto de lobreguez, sus tinieblas serán cambiadas en luz. Ante el avance de la fe, las cosas más terribles pierden su terror. Primero usaremos esta verdad específica en referencia a los creyentes, y luego la utilizaremos para animar a los buscadores sinceros.

I. Primero, dirigiéndonos AL CREYENTE, toquemos nuevamente la campana del texto y percibiremos que posee una dulce voz de plata: “Delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura.”

Creyente, observa que ante ti hay con frecuencia horrendas tinieblas. Acerca de esas tinieblas hagamos estas observaciones consoladoras: primero, que muchas de las tinieblas son el producto de tu propia imaginación. Así como sentimos mil muertes al temer una, así también sentimos mil aflicciones ante el temor de amarguras que nunca vendrán. Probablemente la mayor parte de nuestras aflicciones se generan, y son nutridas y perfeccionadas enteramente, en un cerebro ansioso e imaginativo. Muchas de nuestras penas no son tejidas en el telar de la providencia, sino que son tejidas puramente en casa, y son la urdimbre de nuestra propia invención. Algunas mentes son especialmente fértiles en infligirse torturas; tienen una facultad creativa para todo lo que es melancólico, desesperado y desdichado. Si fueran colocadas en las islas más luminosas de los bienaventurados bajo cielos despejados, donde pájaros de preciosas alas gorjearan una perpetua melodía, y la tierra fuera rica en colores y perfumes, no estarían contentas hasta no haberse imaginado una séptuple Estigia, un Tártaro infernal, un valle de sombras de muerte. Su ingeniosidad es estimulada incluso por las misericordias de Dios, y aquello que haría que otros se regocijaran, los induce a temblar, porque el gozo podría ser de corta vida. Como ciertos pintores, se deleitan en densas masas de sombra.

Hermano mío, tal vez tengas delante de tu mente en esta precisa mañana, lo que pareciera ser un grueso muro de horror, pero que no es nada sino sólo una nube. Si te quedas esperando, te podrías imaginar que la obstrucción aumenta, pero si te armas de valor y avanzas para enfrentar ese horror imaginario, te reirías de ti mismo, y de tus miedos insensatos, y te preguntarías cómo fue posible que estuvieras alguna vez abatido por algo que no era nada, y turbado por aquello que no existía excepto en tus sueños.

Yo recuerdo muy bien que una noche, habiendo predicado en una aldea retirada, caminaba solo de regreso a casa por un sendero solitario. No recuerdo qué era lo que me aquejaba, pero estaba propenso a alarmarme, y entonces vi con seguridad algo que estaba parado junto al seto, algo espantoso, del tamaño de un gigante con los brazos extendidos. Seguramente, -pensé- esta vez me he topado con lo sobrenatural; aquí está algún espíritu inquieto efectuando su marcha de media noche bajo la luna, o algún demonio del infierno. Deliberé conmigo mismo por un momento, y como no creía en los fantasmas, cobré valor, y decidí resolver el misterio. El monstruo permanecía al otro lado de la zanja, justo junto al vallado. Salté sobre la zanja, y me encontré sujetándome a un viejo árbol, que algún individuo bromista se había molestado en pintar de blanco, con miras a asustar a los incautos. Ese viejo árbol me ha sido muy útil con mucha frecuencia, pues he aprendido a saltar sobre las dificultades, y he descubierto que se desvanecen o se convierten en triunfos.

La mitad de nuestras aflicciones son aterradoras sólo ante su perspectiva, porque no sabemos en qué consisten; pero si las esperamos pacientemente en la fe, no serán sino ligeras y pasajeras. Así, dispersando la lobreguez de nuestra lúgubre imaginación, delante de nosotros Dios cambia con frecuencia las tinieblas en luz.

Además, mucha de la tenebrosidad que realmente existe es exagerada. Puede haber algún motivo de alarma, pero realmente ni siquiera la mitad de lo que nuestra imaginación fragua. “Contra mí son todas estas cosas”, dice Jacob: “José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis”. Había algo de cierto en esta queja. José no estaba con su padre, Simeón estaba en prisión; pero el anciano se imaginaba que José había sido devorado por una bestia salvaje, y que Simeón se vería convertido en un esclavo perpetuo en una tierra extraña. Sus temores habían engrandecido el problema que existía.

Y, creyente, probablemente lo mismo suceda contigo. Descubrirás que la carga que ahora parece ser demasiado pesada si la levantas, será fácilmente transportada sobre esos hombros que la gracia divina fortalecerá, si tienes la suficiente confianza para aventurarte en la tarea. Esa cruz no está hecha de hierro; es sólo una cruz de madera; podría estar pintada con los colores del hierro, pero no es de hierro; ya ha sido cargada, ay, y una cruz todavía mucho más pesada ha sido cargada por otros hombres en tiempos precedentes: cárgala sobre tu espalda como un hombre, cárgala como un hombre de Dios. Toma tu cruz cada día, y sigue adelante con tu Señor, y descubrirás que los montes se encogen como toperas, que los gigantes son vistos como enanos, que los dragones y los grifos no son sino murciélagos y búhos, y que el propio leviatán es un enemigo derrotado.

Recuerden, también, que en muchos casos, los infortunios desaparecen en el preciso momento en que esperamos que sean abrumadores. Mientras los estamos anticipando, parecen bloquear la senda completamente sin dejar ninguna vía de escape, pero en nuestro osado avance hacia ellos, se desvanecen y huyen delante de nosotros. Contemplen a los ejércitos de Israel: han escapado de Egipto, pero son perseguidos por sus capataces. Llegan a un punto en el que se ven cercados a ambos lados por montañas, mientras los carros de Egipto están en la retaguardia. ¿Cómo podría ser posible que escaparan? Están rodeados en la tierra, el desierto los ha encerrado. “¡Adelante”, -grita el profeta- “adelante, huestes de Dios!” Pero, ¿cómo podrían avanzar? El Mar Rojo obstruye precisamente su paso; pero tan pronto como los pies de los sacerdotes tocan las aguas del mar, las profundidades se dividen y las aguas se yerguen como un muro, pues Dios ha abierto un sendero para Su pueblo a través del corazón del mar. No se podría desear un mejor camino que el que encontraron en el fondo arenoso del mar. El problema, que ciertamente se mostraba como insalvable, se convirtió en el objeto de un triunfo inusitado; el cántico de María y las voces de las hijas de Israel contenían una mayor exultación que la que habrían podido conocer de no haber clamado en voz alta: “Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete.”

Hermanos, en un caso semejante, sus tribulaciones podrían desvanecerse tan pronto como les llegaran; ustedes desconocen el plan que Dios les tenga reservado. Él tiene un arma sin utilizar que será la flecha de la liberación del Señor para ustedes. El Señor tiene un plan contra las estratagemas de sus enemigos. Ustedes sólo ven una parte de Su esquema; todavía no ha mostrado todos Sus recursos; y cuando exponga más plenamente Su maravilloso plan, se quedarán asombrados e incluso bendecirán Su nombre por la aflicción, pues les proporcionó una oportunidad muy noble para revelarles la fidelidad y el poder de su Dios.

Lo mismo que ocurrió en el Mar Rojo, les sucedió a los ejércitos de Dios cuando llegaron al Jordán, pues el Jordán fue detenido, y huyó ante la presencia del Dios de Israel. Si ustedes sufrieran aflicción tras aflicción, también experimentarían liberación tras liberación. ¡Piensen en aquella maravillosa ocasión en la que se demostró que Dios puede limpiar los cielos más negros, y darnos un día en lugar de la noche! Me refiero al caso de Ezequías. ¡Qué carta tan blasfema e insultante le llegó del Rabsaces! ¡Qué lenguaje tan ultrajante utilizó el malhablado lugarteniente de Senaquerib en contra del rey de Judá! El pobre Ezequías era un hombre de un espíritu santo y tierno, y se encontraba angustiosamente desfallecido; pero cuando extendió esa perversa carta delante del Señor, y se inclinó cubierto de cilicio, poco sabía de cuán misericordiosamente Dios impediría que la aflicción le llegara jamás de ninguna otra manera, excepto la de discursos y jactancias. “Así dice Jehová acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, ni arrojará saeta en ella; no vendrá delante de ella con escudo, ni levantará contra ella baluarte. Por el camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad, dice Jehová”. Y así sucedió; y así, oh hijo de Dios, podría suceder con las aflicciones que ahora obstruyen tu senda: se desvanecerán conforme avances.

Reflexionen, además, que cuando esto no ocurre exactamente, y la aflicción llega realmente, el Señor tiene una forma de hacer que las tribulaciones de Su pueblo cesen cuando alcanzan su punto culminante. Así como el mar, cuando alcanza el nivel más alto de la marea, ya no puede avanzar más, sino que, después de hacer una pausa por un momento para gozar de la plenitud de su fuerza, debe regresar luego a su punto menguante, así también sucede con nuestras más desesperadas aflicciones, pues alcanzan el punto establecido, y luego se retiran.

Vean a Abraham: Dios le había ordenado que sacrificara a su hijo. Abraham, probablemente confundiendo el significado del Señor, pensó que tenía que sacrificar al hijo de la promesa. Se dirige al monte Moriah, prepara un altar, toma con él la leña, ata a su hijo, y lo coloca sobre el altar; pero justo cuando ha desenvainado el cuchillo, y está a punto de realizar el acto de solemne obediencia sacrificando lo que le era más caro, se escucha una voz: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.” Dios interviene justo a tiempo; pero observen cuándo ocurre eso: es decir, cuando el patriarca ha demostrado la completa renuncia de su propia voluntad, y se ha sometido en todo a la voluntad de Dios, entonces llega la liberación.

¡Lo mismo sucederá contigo, oh atribulado creyente! Cuando la aflicción ha sido aceptada en tu propio corazón, y has hecho a un lado tu terquedad y tu obstinación, y ya no estás murmurando ni quejándote y rebelándote, entonces Dios quitará los carbones del horno, porque el oro está purificado.

Esa es la grandiosa historia de la confianza de Alejandro en su amigo y médico. Cuando el médico le había mezclado una poción para curar su enfermedad, pusieron una carta en mano de Alejandro, advirtiéndole que no bebiera de la medicina, pues estaba envenenada. Alejandro sostenía la carta en una mano y la copa en la otra, y en presencia de su amigo y médico, bebió la poción, y después que hubo vaciado la copa, le pidió a su amigo que leyera la carta, y juzgara cuánta confianza le tenía. Alejandro tenía una fe tan inconmovible en su amigo que no admitía ninguna duda. “Ahora mira”, -dijo- “cómo he confiado en ti”.

Esta es la seguridad que el creyente ha de practicar para con su Dios. La copa es muy amarga, y algunos nos dicen que resultará ser mortal; que es tan nauseabunda que nunca sobreviviremos si ingerimos la poción. La incredulidad murmura a nuestro oído: “la tribulación que te llega te aplastará por completo”. Bébela, hermano mío, y di: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré”. No puede ser que Dios sea infiel a Su promesa, o que se desentienda de Su pacto. Tu tribulación, entonces, cesará cuando culmine: Él cambiará las tinieblas en luz delante de ti cuando la hora más negra de la noche haya sonado.

Hermanos, hay una reflexión sumamente alentadora concerniente a la adversidad que está delante de nosotros, es decir, que cada prueba de nuestra vida de peregrinación fue prevista por Dios, y podemos estar seguros de que ha sido anticipada. Muchas ciudades sitiadas han sido capturadas porque no se esperaba el asedio, y por tanto, no se habían establecido los debidos acopios de provisiones y municiones para el día malo. Pero Dios que almacenó siete años de alimentos en Egipto contra siete años de hambruna que previó, se cuida de hacer reservas para Sus santos contra las emergencias venideras. ¡Cuán prontamente Moisés habría estado ansioso por la intendencia de las tribus en el desierto! “¿Cómo será alimentado todo este ejército? ¿Dónde encontraremos agua? ¿Podrá Dios poner mesa en el desierto?” Pero con una fe simple, Moisés condujo al pueblo escogido al desierto, y, he aquí, los cielos derramaron una lluvia de abundancia, y de la roca pedernalina brotaron refrescantes torrentes, de tal forma que el ejército no conoció ninguna carestía durante cuarenta años, aunque no habían recogido cosechas ni vendimias en todo ese espacio de tiempo.

Una vez más hemos de recordar que, si la aflicción nos sobreviniera a cualquiera de nosotros con la plenitud de su fuerza, y Dios no mitigara de ninguna manera la furia de la tormenta, sin embargo, contamos con Su promesa al respecto, y podemos confiar enteramente en ella: como tus días serán tus fuerzas. Creo que les he mencionado anteriormente que estar exentos de problemas no sería algo deseable, pues la vida del hombre que no tiene aflicciones es poco interesante, es pobre de incidentes, sin interés, innoble y estéril; pero la vida de un hombre que ha hecho negocios en aguas profundas, contiene algo noble y viril; y considerando que la gracia es siempre proporcional a la prueba, pienso que sería sabio elegir la prueba por el motivo de recibir la gracia que es prometida junto con ella.

Observé en una vitrina la semana pasada, un pequeño invento de singular interés. Un pequeño alambre de metal, con un disco circular en cada extremo, estaba colgado de un hilo, y permanecía oscilando sin cesar entre dos pequeñas baterías galvánicas, primero tocaba una y luego la otra. Una tarjetita informaba que esta pieza de metal había continuado moviéndose de un lado a otro entre esas dos baterías durante más de treinta años, y durante ese tiempo había sobrepasado una distancia de diez mil kilómetros. Todo el artefacto estaba tan protegido dentro de un estuche de cristal que nada le podría estorbar, y así mantenía el parejo tenor de su camino con una historia que podría ser resumida en dos líneas de la prosa más sencilla. A un lado y al otro, a un lado y al otro, durante treinta años, y esa era toda su monótona historia.

Las tranquilas vidas de los hombres siguen más o menos el mismo orden: van a su trabajo el lunes por la mañana y regresan a casa por la noche, y hacen lo mismo el martes y todos los días del año; no hay terribles pugnas, no hay fieras tentaciones, no hay victorias de la gracia, no hay experiencias divinas de amor celestial; toda su vida interior es de escaso interés, por ser tan libre de toda prueba. ¡Pero miren al hombre que está sujeto a pruebas, temporales y espirituales, y que es versado en dificultades de todo tipo! Él es como aquella masa de hierro en la proa de un hermoso barco, que ha surcado el Océano Pacífico y se ha bañado en el Atlántico; las tormentas lo han golpeado y un sin fin de olas se han estrellado contra él; ha visto los terrores de todos los mares y ha resplandecido a la luz del sol de ambos hemisferios. Ha servido a su época de manera sumamente gloriosa, y cuando está viejo y desgastado por la herrumbre, un mundo de interés lo circunda.

Si nuestras aflicciones se multiplican, hemos de recordar que recibiremos gracia abundante junto con ellas, y la mezcla de la prueba y de la gracia volverá sublimes nuestras vidas, impedirá que seamos conducidos como bestias brutas, y nos emparentará con aquellos que a través de mucha tribulación han ascendido a sus tronos. La batalla y la tormenta, la refriega y la victoria, la depresión y el entusiasmo, y todo lo demás que nos acontece en una vida variada y llena de eventos, ayudarán para que nuestro eterno descanso y nuestra gloria sean más dulces para nosotros.

Debemos abandonar estas cavilaciones sobre tristezas esperadas, descansando sin dudar sobre la promesa del Señor que cambiará las tinieblas en luz delante de nosotros, por algún medio u otro, y no nos fallará de ninguna manera en la hora de nuestra necesidad.

Durante un minuto o dos, permítanme invitarlos más especialmente de nuevo a ustedes, hijos de Dios, a hacer hincapié en la promesa de que el Señor cambiará sus tinieblas en luz. ¡Cuán pronto puede lograr esto la Omnipotencia! A nosotros nos toma mucho tiempo crear la luz; debemos formar compañías y erigir maquinarias antes de poder cambiar la noche de nuestras grandes ciudades en un día parcial; pero mañana por la mañana, por negra que hubiere sido la noche previa, el gran Padre de las Luces iluminará a nuestra nación entera en unos cuantos minutos, y hará que cada ola del mar, y cada gota de rocío del prado resplandezcan con un lustre de plata. Dios sólo tiene que ordenarle al sol que desarrolle su curso, y el mundo queda iluminado y las sombras huyen. ¡Cuán perfectamente es hecha la obra! La iluminación no tiene rival en la profusa gloria. Todos nuestros medios de iluminación son pobres comparados con la luz del sol; son tan escasos que hemos de medirlos necesariamente en sus pies cúbicos, y distribuirlos en pequeñas porciones a cambio de oro, mientras que el Señor derrama Su iluminación infinitamente superior en océanos inmensurables sobre montes y valles, campos y ciudades, alegrando así la choza como el palacio, y bruñendo tanto el ala del escarabajo como el piñón del águila.

De igual manera nuestro Padre celestial puede cambiar fácilmente las más profundas aflicciones de Su pueblo en los gozos más sublimes, y no necesita vejar a los hijos de los hombres con labor para cumplir Su propósito de piedad; Su propia diestra, Su propio Espíritu clemente, pueden derramar una plenitud de consolación en un instante.

Para consuelo de ustedes, adviertan algunas de las maneras en las que el Señor de Amor disipa la medianoche del alma. Algunas veces Él quita toda la lobreguez con el sol de Su providencia. Ordena que la prosperidad brille a través de la ventana de la choza, y el pobre se vuelve rico; levanta al mendigo del muladar, y lo sienta en medio de los príncipes. Las alas de los ángeles acarrean un remedio para el enfermo, y el hombre que se revuelca en su cama por largo tiempo sale afuera para respirar el dulce aire puro que le había sido denegado durante tanto tiempo. El grandioso Árbitro de todos los eventos sólo le da vueltas a la rueda de la fortuna, y aquellos que estaban más abajo ahora están más alto: los últimos son los primeros y los primeros los últimos.

Él puede hacer lo mismo por cualquiera de nosotros, tanto en las cosas temporales como en las espirituales, si le parece bueno. Sólo tiene que ordenar que se haga, y nuestra pobreza será cambiada en plenitud. Nuestro Señor alienta con frecuencia a Su pueblo con la luna de Su experiencia, que brilla con luz prestada, pero lo hace con una brillantez apaciguada y tranquila, bien amada de los hijos de la tristeza. Él nos ordena que recordemos los días pasados, y nuestro espíritu hace una investigación diligente; encontramos que nunca ha abandonado a Su pueblo, ni nos ha traicionado. Recordamos cuando estábamos en un caso semejante al caso presente y notamos que estábamos bien sostenidos, y que al final fuimos liberados, y así somos alentados a creer que hoy será como en el pasado, y más abundantemente todavía.

Frecuentemente nuestro Padre celestial alienta a Sus hijos con la visión de Jesús que va adelante. Ese desfiladero entre rocas suspendidas es sumamente oscuro. Yo, una pobre criatura tímida, retrocedo y no quiero atravesarlo; pero ¡cómo es restaurada mi valentía al ver a Jesús portando la linterna de Su amor y adentrándose delante de mí en la densa oscuridad! ¡Escucha! Le oigo decir: “Sígueme”; y mientras habla percibo una luz que brota de Su sagrada persona; cada espina de Su corona resplandece como una estrella; las joyas de Su pectoral fulguran como lámparas, y Sus heridas centellean con esplendor celestial. “No temas”, -dice- “pues he sido afligido en todas tus aflicciones. Fui tentado en todo según tu semejanza, pero sin pecado.” ¡Quién podría decir el estímulo dado al heredero del cielo por el hecho de que el Hermano mayor ha pasado a través de todo el tenebroso pasaje que conduce al reposo prometido! Dios tuvo un Hijo sin pecado, pero nunca tuvo un hijo sin disciplina. Aquel que siempre hizo la voluntad de Su Padre, tuvo que sufrir. Ánimo, corazón mío, ánimo; pues si Jesús sufrió, si esa congoja que rasga el corazón fue sentida por él, tú puedes en verdad tener buen ánimo.

Mejor aún es el consuelo derivado de la grandiosa verdad de que Jesús está realmente presente en las aflicciones diarias de los creyentes. Jesús toca a mi puerta y dice: “Ven conmigo desde el Líbano, oh esposa mía; ven conmigo desde el Líbano. Mira desde la cumbre de Amana, desde la cumbre de Senir y de Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos.” Yo miro desde la ventana a la noche fría y terrible, y le respondo: “La noche es oscura y triste. Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar? No puedo levantarme y seguirte.” Pero el Amado no ha de ser rechazado así; Él toca otra vez, y dice: “Salgamos al campo, moremos en las aldeas; allí te daré mis amores.” Vencido por Su amor, me levanto y me voy con mi Esposo celestial. Si las gotas de lluvia caen inmisericordemente sobre mí, no importa, pues es sumamente dulce ver que Su cabeza está también llena de rocío, y Sus cabellos de las gotas de la noche. El viento ululante agita Sus vestidos al igual que los míos; Sus pies hollan los mismos lugares cenagosos que los míos; y en todo momento me llama ‘Su bienamada, Su amor, Su paloma, Su perfecta’, y me cuenta de la tierra que está más allá de las tinieblas, y habla del monte de la mirra y de las eras de las especias, de la cumbre de Amana, Senir y Hermón. Mi alma se derrite mientras mi Amado habla, y mi corazón siente dulzura, más allá de toda expresión, al caminar con Él; pues, he aquí, mientras Él está cerca de mí, la noche es iluminada con innumerables estrellas, el cielo está encendido de gloria, cada nube resplandece como el ala de un serafín, mientras que el ventarrón despiadado es incapaz de enfriar el corazón que arde por dentro mientras Él habla conmigo por el camino.

En años posteriores solemos hablar entre nosotros de esa noche oscura y de su portentoso brillo; de ese viento frío que fue tan extrañamente mitigado, e incluso nos decimos los unos a los otros: “yo ansiaría atravesar mil noches en tal compañía; yo estaría dispuesto a ir en un viaje de medianoche por siempre con el más amado de los amigos, pero, ¡oh!, donde Él está, la noche se convierte en día; en Su presencia el sufrimiento es gozo; cuando Él se revela, los dolores son placeres, y la tierra florece con flores del Edén”. Así, el Bienamado cambia con Su presencia nuestras tinieblas en luz.

Muy a menudo ustedes y yo hemos conocido por experiencia cómo el Señor ha cambiado nuestras tinieblas en luz, cuando, en un momento, un texto de la Escritura ha resplandecido delante de nuestros ojos como el fuego de un faro. Yo bendigo a Dios porque hay partes de este precioso libro que no sólo retengo en mi memoria, sino en mi corazón. Han sido tan aplicadas a mi vida en tiempos de necesidad, que olvidarlas sería completamente imposible; han abierto un camino de fuego hacia mi naturaleza interior, y se han convertido en parte y porción de mi conciencia. Tú no puedes, por ti mismo, hacer que un texto esté muy lleno de vida y poder, por pensar simplemente en él, ni orar en relación a él, ni estudiar el original, pero el Espíritu Santo vivifica la palabra de la misma manera que nos vivifica a nosotros. Una palabra del Señor se alzará de la página algunas veces, como si hubiese estado allí como un ángel dormido; nos tomará de la mano, nos abrazará y nos revivirá, hasta que clamemos asombrados: “¡Oh, palabra de Dios preciosa e inextinguible! Oh, dulce palabra recién salida del labio de Jesús, ¿cómo es posible que te haya leído tan a menudo, sin que nunca entendiera tu preciosidad y tu plenitud hasta ahora?” Esta es una de las formas en las que nuestro Señor cambia las tinieblas en luz, arrebatando un tizón del altar de Su palabra y ondeándolo como una antorcha delante de nosotros, para que podamos avanzar bajo su luz.

Así pueden ver, amados, que Dios puede cambiar las tinieblas en luz muy prontamente. Ahora, el texto nos conduce un poco más adelante, y habla de “lo escabroso”. Entonces, cristiano, por un momento piensa en lo escabroso de tu porción. Igual que la senda de los hijos de Israel a través del desierto, tu curso pareciera ir hacia atrás y luego hacia delante, como el sendero que serpea tortuosamente entre cardos y espinos a través de bosque. El Amigo fiel de los peregrinos conoce el camino que tomas: todos tus pasos están ordenados por el Señor, y a su debido tiempo, de acuerdo a Su palabra, los convertirá en llanura. Tal vez lo escabroso de tu porción radica en tu pobreza. Nunca tienes más de lo que apenas alcanza. Alimento y vestido has tenido, pero aun así ha sido pan seco, y escasos vestidos. Lejos de que te haya ido suntuosamente, casi has conocido la carencia de Lázaro a la puerta del hombre rico. Has llegado hasta este punto en tu viaje, pero aun así, la tuya, ha sido una vida de necesidades y de gran zozobra. Le das gracias a Dios, no te quejas, pero sabes muy bien que la carencia es algo escabroso.

O, tal vez, has sufrido alguna calamidad muy escabrosa. Tu amado esposo te fue arrebatado cuando los niños necesitaban de su cuidado y educación, y cuando la labor de esos fuertes brazos era necesaria para encontrar el sustento para los pequeñines. ¡Ay, pobre viuda!, esa fue una pérdida muy escabrosa para ti. O, tal vez, aquel esposo ha enterrado a su amada esposa, y siente que su pérdida es irreparable: algo escabroso que no puede entender. No puede adivinar por qué el omnisciente Dios ha permitido que una madre así sea arrebatada de sus hijos que necesitaban su mano moldeadora. Si algunas otras personas hubiesen muerto, habrías comprendido la razón: estaban maduros y listos; pero aquí estaban los jóvenes y activos, cuya vida parecía ser tan necesaria, y estos te han sido arrebatados, dejando detrás una fuente de perennes lágrimas. Esto es lo escabroso de tu lote. Tal vez durante el último pánico sufriste muy severamente; tú no habías sido uno de los especuladores, y no te habías aventurado más allá de tu profundidad, pero aun así, incidentalmente, la caída de otros te arrastró hacia abajo. No entiendes suficientemente la razón de ese duro golpe, y es para ti algo muy escabroso; lo has mirado desde un ángulo y desde otro, pero no puedes ver el por qué y la razón de ello; tú crees que Dios es sabio, pero eso sigue siendo un asunto de fe en este caso; tú no puedes ver todavía que sea algo sabio. Posiblemente lo escabroso tuyo radique en una familia problemática en tu hogar. Ay de aquellos que tienen hijos torcidos, pues más filosos que el colmillo de un áspid es un hijo ingrato. ¿Tienes una hija malvada? ¡Ay, cuán grande tribulación la tuya! ¿Tienes una esposa de mal carácter y artera, o un esposo duro y pagano? ¿Amas tú la verdad de Dios, pero tienes un socio que odia las cosas buenas? ¿Regresarás a casa hoy para oír la voz de la blasfemia que proviene de tu pariente? Tu porción es en verdad escabrosa.

Lo peor de todo es que si no tienes ninguna otra cosa escabrosa, estoy seguro de que has de confesar que tienes una naturaleza torcida. Si tu propio corazón no fuera tu plaga, todo lo demás no importaría gran cosa; pero, ¡oh!, qué tal nuestro orgullo, nuestra pereza, nuestros malos deseos, nuestro temperamento airado, nuestras dudas, nuestros temores, y desalientos, el ego es lo más escabroso que el hombre tiene que llevar. Entonces podría ser que también tengas tentaciones escabrosas. Eres tentado a la blasfemia; odias su simple pensamiento, sin embargo esa horrible sugerencia te persigue; eres tentado a los vicios de los que has sido preservado por la gracia, pero en los cuales, como ocurre con un huracán, Satanás quiere hacerte girar. Tus tentaciones abundan día a día, y te parece que eres como un hombre asediado por diez mil abejas; te cercan por completo, sí, te cercan por completo y no sabes cómo destruirlas. Tan abundantes como tus pensamientos, así parecen ser tus muchas tentaciones. Bien, todas estas son cosas escabrosas, y en un mundo caído como este, las cosas escabrosas siempre serán muy comunes.

Ahora viene la promesa: “Dios cambiará lo escabroso en llanura delante de Su pueblo.” Pudiera ser que los caminos ya estén allanados ahora, y que enderezarlos sólo consista en hacer que nos parezcan nivelados, pues, con frecuencia, aquello que considerábamos un infortunio era lo mejor que nos hubiera podido ocurrir jamás. Nos quejamos de nuestras cruces, pero, ¿acaso nuestras cruces no son nuestro mejor patrimonio? ¡Cuán a menudo damos coces contra nuestro bien más excelso! Arrancamos esa hierba del jardín que contiene la más noble medicina en cada hoja. Oh, que recibamos gracia para saber que hay mucho bien real en la aflicción, y que nuestras pruebas son cosas escabrosas sólo porque somos bizcos.

El Señor puede cambiar también lo escabroso en llanura, y lo que no pliegue lo puede romper. ¡Con cuánta frecuencia en una familia el impío Saulo es convertido en el santo Pablo! ¡El carácter torcido ha sido enderezado; y donde el hombre rehúsa ser enderezado, el terrible juicio de Dios ha quitado al torcido de la casa, para que el justo pueda tener paz y consuelo!

No tengas temor, creyente, la gran hacha del Señor puede limpiar un camino a través de las densas forestas de tus más grandes tribulaciones. ¿Acaso no ves al grandioso Pionero delante de ti? Sus salidas son de antaño, y es conocido por el nombre de “El Quebrantador”, pues abate todo lo que pudiera obstaculizar la marcha de Su pueblo. Como los ingenieros en la avanzada de un ejército, esos grandiosos zapadores antiguos y los mineros que limpian el camino para el ejército, así el Señor preparará una calzada para todos Sus santos, hasta que los lleve a la ciudad que tiene fundamentos y cuyo arquitecto y constructor es Él.

Si no hiciere esto, te dará poder para saltar por encima de la dificultad, y te ordenará a ti, Su siervo, que vayas derecho en la senda del deber, y se te dará una fuerza que no es tuya: de tal forma que dirás con alguien de tiempos antiguos: “Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros”. Tú clamarás como Débora: “Marcha, oh alma mía, con poder”. Si nuestra vía estuviera siempre limpia en el camino del deber, ¿dónde estaría nuestra fe? Pero cuando forzamos nuestro camino al cielo a través de multitudes de enemigos, abriéndonos paso a base de pura fuerza a través de los escuadrones del infierno, entonces nuestro grandioso Capitán es glorificado, y Su gracia es hecha resplandecer. Tengamos buen ánimo, entonces, pues el Señor cambiará lo escabroso en llanura al final.

Dos lecciones más, y luego procederé a dirigir unas cuantas palabras al buscador. Una es para el hijo de Dios. Si Dios cambiará todas tus tinieblas en luz y todo lo escabroso en llanura, no debes anticipar tus tribulaciones. Ahora son tinieblas; déjalas en paz, hombre, porque serán cambiadas en luz. Ahora son escabrosas; bien, déjalas que maduren, y Dios las cambiará en llanura. Alguna fruta que recoges de tus árboles es de tal naturaleza que si fueras a intentar comerla en el otoño, sería muy amarga, y te haría mucho daño; pero guárdala un poco, y ¡mira cómo se torna sabrosa y jugosa! ¡Es una lástima destruir la fruta y angustiarte por un uso prematuro! Sucede exactamente lo mismo con tus tribulaciones. Ahora son tinieblas; no te entrometas con ellas, déjalas hasta que Dios las haya madurado y las haya cambiado en luz.

Aquel hombre es empleado para transportar sacos de harina cada día. Él carga tantos quintales cada vez, que en el día suman toneladas; y tantas toneladas al día darán un total de un enorme peso en un año. Ahora, supongan que el primero de Enero este hombre fuera a calcular la carga del año, y dijera: “tengo todo ese inmenso peso que cargar; no puedo hacerlo”; ustedes le recordarían que no tiene que cargarlo todo de una vez; tiene todos los días de trabajo del año para cargarlo.

Así nosotros ponemos todas nuestras tribulaciones juntas, y clamamos: “¿cómo podré recuperarme de ellas?” Bien, te vendrán únicamente una a la vez, y conforme lleguen, la fuerza vendrá con ellas. Un hombre que ha caminado mil kilómetros, no viajó los mil kilómetros dando un paso, ni en un día, sino que tomó su tiempo y lo hizo; y nosotros también hemos de tomarnos nuestro tiempo, y con paciencia cumpliremos nuestro trabajo. Una excelente lección para todos nosotros es esta palabra: espera, espera, ESPERA.

Nuestra segunda observación es esta: debes creer siempre en el poder de la oración, pues si Dios promete cambiar tus tinieblas en luz, quiere que se lo pidas; y cuando se lo pidas, lo hará, porque así lo ha prometido. Yo quisiera que creyéramos en la oración, pero creo que la mayoría de nosotros no lo hacemos. La gente dirá: “¡Qué cosa tan maravillosa es que Dios oiga las oraciones de George Müller!” Pero, ¿acaso no es algo triste que pensemos que es asombroso que Dios oiga las oraciones? ¡Hemos llegado a un mal extremo, en verdad, cuando creemos que es maravilloso que Dios sea veraz! Era bastante mejor aquella fe del niño de una de las escuelas de Edimburgo, que había asistido a las reuniones de oración, y al final le dijo al maestro que dirigía la reunión de oración: “maestro, yo quisiera que mi hermana se pusiera a leer la Biblia; ella no la lee nunca”. Juanito, ¿por qué debe leer la Biblia tu hermana?” “Porque si la leyera una vez, estoy seguro de que le haría bien, y sería convertida y sería salva”. “¿Crees eso, Juanito?” “Sí, lo creo, señor, y quisiera que la próxima vez que haya una reunión de oración, le pida usted a la gente que ore por mi hermana, para que comience a leer la Biblia”. “Bien, bien, así lo haremos, Juan”. Entonces el maestro hizo saber que un pequeñito estaba muy ansioso de que se ofrecieran oraciones para que su hermana comenzara a leer la Biblia. En la siguiente reunión de oración, observaron que Juan se levantó y salió. El maestro consideró que era poco cortés que el niño perturbara a la gente en un salón abarrotado y saliera como lo hizo, y entonces, el siguiente día que se presentó el muchacho, le dijo: “Juan, pienso que fuiste muy rudo al levantarte en la reunión de oración y salirte. No debiste hacer eso”. “¡Oh!, señor”, respondió el muchacho- “no era mi intención ser maleducado, pero pensé que me gustaría ir a casa y ver a mi hermana leyendo su Biblia por primera vez.” Así es como debemos creer y esperar con expectación, para ver la respuesta a la oración. La muchacha estaba leyendo la Biblia cuando el niño llegó a casa. A Dios le había agradado oír la oración; y si sólo confiáramos en Dios de esa manera, veríamos a menudo que se obtendrían cosas similares. No digas: “Señor, cambia mis tinieblas en luz”, para luego salir con tu lámpara como si esperaras encontrar oscuridad, mas después de que le pidas al Señor que aparezca para ti, has de esperar que lo haga, pues conforme a tu fe te sea hecho.

II. Y ahora, antes de que concluyamos, diré sólo unas cuantas palabras PARA EL BUSCADOR.

Algunas personas aquí presentes, han estado deseosas de encontrar paz con Dios, pero todavía están agobiadas y sacudidas de un lado a otro en sus mentes. Ahora, mi querido amigo, hemos sentido gran gozo al ver tu ansiedad, pero estamos comenzando a sentir gran aflicción al pensar que esa ansiedad deba durar tanto, y que seas tan incrédulo para no poner de inmediato tu confianza en el bendito Señor Jesús. Él puede salvarte, y te salvará ahora, si confías en Él. Pareciera algo muy simple confiar únicamente en Él: simple como es, es sumamente eficaz para la paz y gozo del alma. Nos aflige pensar que has estado rehusando durante tanto tiempo darle a Cristo el crédito que tan ricamente merece. Ahora, tal vez, pudiera ser que estés enredado en cuanto a un tema doctrinal. Les has estado pidiendo a tus amigos que te expliquen esto y aquello, y todavía no se te ha aclarado nada. Permíteme decirte que me temo que nunca se te aclarará, pues hay dificultades acerca de nuestra santa religión que nunca serán explicadas de este lado de la tumba, y, tal vez, tampoco lo sean del otro; pues si nuestra religión estuviese al alcance de nuestra comprensión, sentiríamos que no vino de Dios, pero siendo más grande de lo que nuestro cerebro pueda comprender, vemos en esto algunos indicios del infinito Dios, que al revelarse a Sí mismo, no manifiesta toda Su gloria, sino únicamente una parte de ella, a los hijos de los hombres.

Querido amigo, cree que el amado Hijo de Dios puede salvarte, y confía en Él, y cuando hubieres hecho eso, todas estas dificultades doctrinales, en tanto que sean importantes, se desvanecerán. Él lo ha dicho, y tú comprobarás que es verdad: “Delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura.” Tú te dirás: “¿Cómo se me pudieron ocurrir tantas argucias? ¡Cuán insensato fui al estar debatiendo y cuestionando siempre, cuando la misericordia eterna me estaba siendo presentada libremente!”

Tal vez tus tinieblas surgen ahora de una profunda depresión mental. Tu noción es que no puedes creer nunca en Jesucristo hasta que esta depresión desaparezca; pero permíteme decirte que tu noción está lejos de la verdad, pues el caso es que no tienes probabilidades de salir de tu depresión en tanto que no creas primero en Jesús. Triste y afligido como estás, ¿qué te impide creer en el infinito Hijo de Dios como alguien capaz de quitar tu pecado? Él es capaz. La muerte de alguien como Él, debe contener una cantidad de mérito que no puede ser limitada. ¡Oh!, si tú pudieras hacerle el honor de confiar en Él, aunque fueras como un pobre pábilo que humeare, Él no te apagará, y aunque fueras como una indigna y débil caña cascada, si confías en Él, eres salvo. Oh, confía en Él, te lo suplico, para descanso de tu alma en la preciosa sangre, y verás que tu depresión se desvanece, que tus tinieblas serán luz, y lo escabroso será convertido en llanura.

“¡Ah”, -dirás tú- “pero yo trabajo bajo una carga de pecado!” Es cierto que hay lo suficiente en tu pecado como para turbarte, si no fuera porque por este propósito Cristo nació y vino al mundo, para quitar el pecado. ¿Por qué la necesidad de ese gran sacrificio en la cruz del Calvario si no es por las grandes ofensas? ¿Acaso no ves que la propia negrura de tu pecado es la que te hace necesitar un Salvador; no sabes que Cristo no vino para llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento? A su tiempo, Él murió por los impíos, y eso eres tú. Oh, deposita tu alma cansada en Sus brazos. ¿Por qué miras a tu alrededor en busca de esto y lo otro? ¿Por qué eres engañado con: “¡Mirad, aquí está, o, mirad, allí está!”, mirando a esto y lo otro en busca de consuelo? Ven a Él, vacío, desnudo, inmundo, ven para que seas convertido en todo lo que es bueno por medio de Él.

“Ay”, -dices- “mi naturaleza es tan mala”. Bien, pero tu depravación es conocida, y hay solución para ella en el texto. Tu pecaminosidad, como lo escabroso mencionado en el texto, será cambiada en llanura. El Señor puede dominar tu disposición natural. Cualquiera que sea la forma de tu pecado que te asedia, el Espíritu Santo es más que un contrincante para él. Aunque has pecado muy suciamente, Él puede perdonar; y aunque sientas una fuerte tentación para pecar de la misma manera otra vez, Él puede corregir la tendencia de tu naturaleza, y darte nuevos anhelos que vencerán a los viejos. ¡Oh, que mi Señor recibiera lo que le corresponde de ti, entonces no dudarías de Él! Bendito Salvador, Rey de reyes y Señor de señores, que te dignas humillarte a sufrir y morir, ¿cómo pueden los hombres dudar de Ti? ¿Cómo pueden ver Tu amado rostro, y sin embargo, desconfiar de Ti? ¿Cómo pueden ver Tus benditas manos y pies y el costado traspasado, y sin embargo, sospechar de Ti? Oh pecador, confía plenamente en Jesús, y te serán otorgados gozo y paz en este día.

Quiero que noten tres cosas en el texto, y habré concluido. Eso que nos salva no es lo que es, sino lo que será. “Cambiaré las tinieblas en luz.” “Cambiaré lo escabroso en llanura.” Lo torcido está realmente torcido ahora, pero hay una transformación en ciernes. Pecador, no es lo que eres ahora, lo que ha de ser tu salvación; eres negro y torcido, pero tu salvación te será dada aún. Serás luz en el Señor, y serás recto por medio de Su gracia.

Noten, en segundo lugar, que no es lo que ustedes puedan hacer, sino lo que Dios puede hacer. “Cambiaré las tinieblas en luz”; no es el pecador quien cambiará sus tinieblas en luz, sino “Yo”, Jehová; Yo, el que puedo hacer todas las cosas. Yo, que puedo crear y puedo destruir, “Yo cambiaré las tinieblas en luz delante de ti, y lo escabroso en llanura.”

Noten, además, que esta obra no será suya de inmediato, pero lo será pronto. No dice: “Hoy cambiaré las tinieblas en luz”, sino que dice: “Yo cambiaré”. ¡Ah!, entonces, esperemos con ansias el brillo que todavía no podemos ver, y gocémonos con la llanura que todavía no podemos discernir; pues Dios guardará Su palabra hasta lo más ínfimo, y Sus eternos: “Yo haré” y “se hará”, nunca caerán al suelo.

Pido a Dios que bendiga la palabra para ustedes que son creyentes atribulados, y que les dé paz y confianza; y para ustedes que son pecadores que buscan, pido que puedan confiar en Cristo, y encuentren la salvación. Que el Señor les bendiga ricamente, por nuestro Señor Jesucristo. Amén.


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