Honra a los Padres Que Dios Te Dio
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Natalia Micaela Moreno
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da. (Éxodo 20:12, LBLA)
¿Por qué Dios, con todas las posibilidades concebibles disponibles para Él, decidiría crear y criar una nueva vida a través de padres? ¿Por qué nos traería al mundo a través de un padre y una madre?
Como con todo lo que Dios hace, Él tiene muchas razones (y la mayoría de ellas desconocidas para nosotros, al menos por ahora). Génesis podría darnos la razón más amplia, más general, de hecho: “Y dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’” (Génesis 1:26). Y luego dos versículos más tarde, “Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra’” (Génesis 1:28). La paternidad toma su patrón de Dios mismo. La vida nueva viene del amor intenso e íntimo entre marido y mujer porque la vida humana comenzó del amor intenso e íntimo dentro de Dios. Él no hizo al hombre y a la mujer debido a cualquier deficiencia en sí mismo. No se sentía solo, ni estaba necesitado o aburrido. La vida fue el desbordamiento natural de su amor.
Dentro de la Trinidad, Dios mismo —Padre, Hijo y Espíritu Santo— era devoto, cautivado y desbordantemente feliz. Adán y Eva, y tú y yo, somos el fruto de un amor sin igual. Por lo tanto, Dios, queriendo profundamente, incluso ineludiblemente recordarnos por qué Él hizo el mundo —por qué Él nos hizo— nos hizo el producto del amor (incluso cuan roto, inmaduro o imprudente haya sido el amor de nuestros padres en particular). Incluso cuando no nos aman bien a nosotros (y entre sí), los padres nos recuerdan al Amor mejor, más puro y más confiable que nos creó. Dios hace que los hijos admiren a los padres, por un tiempo, para que podamos ver mucho más allá de ellos hacia Él.
Los padres son un recordatorio vívido de la plenitud de Dios, el tipo de plenitud que se derrama en la creación. Y los buenos padres, como los maravillosos padre y madre que Dios me ha dado, son reflejos especialmente brillantes de esa amorosa plenitud y creatividad. Sin embargo, los padres también son una primera oportunidad para que los hijos reciban, se sometan y obedezcan la autoridad dada por Dios, otra razón convincente para que Dios haga el mundo —y la familia— como lo hizo.
Honra a Tu Padre y Creador
Cuando Dios dice: “Honra a tu padre y a tu madre”, también está diciendo: ¿Confiarás y te someterás a mí?; ¿a mi sabio, soberano y específico plan para ti, por difícil que se sienta ese plan en el camino? Él escogió el vientre de tu madre como tu primer hogar (Salmo 139:13), y luego tejió piezas de tus padres juntas formando una nueva persona. “y de uno [Dios] hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la faz de la tierra”, nos recuerda el apóstol Pablo, “habiendo determinado sus tiempos señalados y los límites de su habitación,” (Hechos 17:26); y de quién seríamos hijos.
Entonces, ¿tomarás a este hombre y a esta mujer, los padres que Él ha elegido para ti, para amar y honrar durante el tiempo que ambos vivan? Los maestros vendrán y se irán, los jefes serán contratados y se jubilarán, los gobernadores y presidentes serán elegidos y dejarán el cargo, naciones enteras se levantarán y caerán, pero tus padres siempre serán tus padres. Porque Dios, con literalmente miles de millones de opciones, eligió a esta madre y a este padre para ti. Entonces, ¿honrarás a Él honrándolos a ellos?
Dios une estos hilos de honor a través del profeta Malaquías: “El hijo honra a su padre, y el siervo a su señor. Si entonces soy un padre, ¿dónde está mi honor? Y si soy un maestro, ¿dónde está mi miedo?” (Malaquías 1:6). Su pueblo se había vuelto reacio en su adoración, tratándolo con menos honor que a sus políticos favoritos (Malaquías 1:8). Así que Dios vuelve sobre la lógica del honor escrita en la humanidad: Como un hijo honra a un padre, así debe mi pueblo honrarme a mí. Honrar a nuestros padres es una imagen de nuestra relación con Dios, y una preparación para ello.
Honrar a nuestros padres se trata de honrar a Dios, primero porque Dios nos ha dicho que los honremos, pero también porque honrarlos construye canales más profundos y amplios en nuestros corazones para honrarlo a Él.
¿Solo Padre y Madre?
Sin embargo, cuando Dios llama a su pueblo a honrar al padre y a la madre, ¿quiere decir solo padre y madre? ¿Estará estableciendo implícitamente una trayectoria mayor y más amplia, en el quinto mandamiento, de sumisión y honor en la sociedad? La Confesión de Westminster, viendo un mundo de relaciones en esa simple frase, responde de esta manera:
Por padre y madre, en el quinto mandamiento, se entiende: no solo los padres naturales, sino todos los superiores en edad y dones; y especialmente como, por ordenanza de Dios, están sobre nosotros en lugar de autoridad, ya sea en la familia, la iglesia o la mancomunidad.
Según Westminster, el mandato “Honra a tu padre y a tu madre” incluye un principio que se extiende a toda la vida a medida que crecemos y maduramos. En otras palabras, “Honra a cualquiera que Dios haya puesto sobre ti.” El principio se mantiene en el Nuevo Testamento. El honor que mostramos a nuestros padres, las esposas cristianas también lo muestran a los maridos en matrimonio (Efesios 5:22; 1 Pedro 3:1), congregantes a pastores en nuestras iglesias (Hebreos 13:17; 1 Timoteo 5:17), y ciudadanos a los gobernantes y autoridades (1 Pedro 2:17). Más ampliamente, el apóstol Pedro nos encarga, “Honrad a todos” — a todos (1 Pedro 2:17).
Si realmente honramos a todos, especialmente a aquellos que tienen autoridad sobre nosotros; los músculos e instintos de ese honor se desarrollarán con mayor frecuencia en el hogar.
Convertirse en Humano en Casa
Los padres, entonces, se convierten en nuestra primera educación en sumisión. Citando el quinto mandamiento, el apóstol Pablo escribe a los niños: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’” (Efesios 6:1–2). Los padres son nuestro primer encuentro personal y tangible (e inevitable) con el gobierno de Dios sobre nosotros. ¿Vamos a obedecer o rebelarnos, someternos o desafiar, honrar o despreciar?
“Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto agrada al Señor” (Colosenses 3:20). Dios observa a los niños (¡incluso a los niños!), y cada vez que ve obediencia, el placer se hincha dentro de Él. Imagínate cuánto más motivados podrían estar nuestros hijos para escuchar y obedecer, completamente y de inmediato, si pudieran sentir el calor de su corazón ardiente y ver el brillo de su sonrisa incomparable. Imagina cuánto más motivados podríamos estar para persistir en disciplinarlos si experimentáramos lo mismo. La disciplina es una atracción de nuestros hijos e hijas hacia el deleite inimaginable del cielo, hacia las olas abrumadoras e interminables de su placer.
Sin embargo, si nos negamos a obedecer en casa (o nunca somos disciplinados para obedecer), seremos mucho más propensos a desobedecer a los gobernantes, jefes, pastores y, en última instancia, al mismo Dios. Como escribe Herman Bavinck,
El hecho de que una persona se haga humana ocurre dentro del hogar; aquí se sientan las bases para la formación del futuro hombre y mujer, del futuro padre y madre, del futuro miembro de la sociedad, del futuro ciudadano, del futuro sujeto del reino de Dios. (La Familia Cristiana, 108)
Las semillas de en lo que nos convertimos se siembran y nutren en las trincheras de la relación padre-hijo. Es por eso que tanto asesoramiento de adultos se centra en nuestra “familia de origen”, en otras palabras, en nuestra relación con nuestros padres.
Darse cuenta de la profunda e ineludible influencia de nuestros padres sobre nosotros puede generar al menos una de dos reacciones: victimismo fatalista o vigilancia llena de fe. ¿Seguiremos culpando a nuestros padres por lo que está mal en nosotros, o recibiremos nuestras debilidades como oportunidades para jactarnos en el poder de Dios? ¿Nos desmoronaremos en la resignada autocompasión de que nuestros padres no eran alguien diferente, o recibiremos lo que Dios ha hecho como una invitación única y personal a confiar, seguir y honrarlo a Él?
El honor se verá diferente en diferentes relaciones, y el honor puede no siempre sentirse como el honor para algunos padres, especialmente con padres que nos han herido o abandonado. Parte de volverse verdaderamente humano, sin embargo, es aprender a aceptar y administrar (y a veces soportar) todas las providencias de Dios, incluyendo las providencias muy personales de los padres.
Autoridad Estacionaria, Honor Duradero
La educación que experimentamos como niños bajo nuestros padres —aprender a obedecer y someterse a la autoridad dada por Dios— es tanto fundamental como temporal. Fundamental, por las razones descritas anteriormente. Temporal, porque honrar a nuestros padres madurará durante nuestra vida. Dios ha escogido que los niños honren a sus padres de manera diferente que los adultos.
Para los adultos, he escuchado a un consejero experimentado hacer la distinción entre honrar a nuestros padres y obedecer a nuestros padres. Jesús nos llama a honrar siempre a nuestros padres; Él no nos llama a obedecer a nuestro padre y a nuestra madre una vez que establezcamos nuestra propia casa. Esta distinción (y transición) es realmente crítica para honrar saludablemente a nuestros padres, especialmente si y cuando nos vamos y nos unimos a un cónyuge: “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Para honrar a los padres como Dios lo exige, un esposo o esposa debe dejarlos como Dios lo exige, estableciendo líneas claras que no estaban allí antes.
A los padres se les da una autoridad estacionaria sobre los hijos, pero están dotados de honor perpetuo. No importa cuán viejos, maduros e independientes seamos, Dios todavía dice:
Escucha a tu padre, que te engendró,
y no desprecies a tu madre cuando envejezca. (Proverbios 23:22)
Si, al dejar a nuestro padre y a nuestra madre, dejamos de escucharlos o empezamos a despreciarlos, no los hemos dejado como Dios quiere que lo hagamos. Partir realmente es vital para la fidelidad a medida que envejecemos, maduramos y nos casamos, y el honor real y duradero —escuchar, estimar, celebrar, cuidar, bendecir— sigue siendo así de vital.
A Los Que Honran Bien
Debido a que Dios nos ordena honrar a nuestros padres, podemos asumir que seremos tentados a no honrarlos. Podemos asumir que honrar a nuestros padres será a veces difícil, confuso e incluso doloroso. Si los padres fueran siempre fáciles de amar, no necesitaríamos órdenes para honrarlos. Como padre relativamente nuevo, ya sé que no siempre seré fácil de amar. Tenemos mandamientos —honrar a nuestros padres, practicar la honestidad, rechazar la tentación sexual, negar la codicia y la envidia, amar a nuestro prójimo— precisamente porque la fidelidad no será natural, simple o sin esfuerzo.
Debido a que honrar a nuestros padres a menudo será un desafío, Dios nos da un mandato y una promesa. De nuevo, Pablo ensaya el mandamiento:
Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo. “Honra a tu padre y a tu madre” (que es el primer mandamiento con promesa), “para que te vaya bien, y para que tengas larga vida sobre la tierra.” (Efesios 6:1–3)
A aquellos que honran al padre y a la madre, Dios les promete una vida, alegría y seguridad que otros no experimentarán. Nota que esto no es solo para Israel del Antiguo Testamento, sino para la iglesia de hoy. Pablo revive tanto el mandamiento como la promesa. La Tierra Prometida, sin embargo, ya no está en Canaán, sino en los campos abiertos y sobre las imponentes montañas y a lo largo de las prístinas costas de una nueva tierra; un cielo nuevo y una nueva tierra donde Dios vive (Apocalipsis 21:1–3). Y nuestras almas respiran ese aire y saborean ese placer incluso ahora, mientras caminamos por este mundo maldito y desmoronado en Cristo.
La promesa aquí no garantiza que si honramos a nuestros padres nuestra vida terrenal (o nuestra relación con ellos) necesariamente será más fácil o mejor. Pero honrar persistentemente a nuestros padres y madres, especialmente cuando no es fácil o cómodo, prueba que somos hijos milagrosos: hijos de la promesa, hijos del cielo, hijos escogidos y preciosos de nuestro Padre celestial.
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