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English: Chief of Sinners

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Por John Sartelle sobre Figuras Bíblicas
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Traducción por Alejandra Poszler


Ahí estaba Saúl. . . Un judío de sangre azul de la tribu de Benjamín, un Fariseo y el hijo de un Fariseo. Ahí estaba Saúl. . . un estudiante brillante con las mejores credenciales académicas. Ahí estaba Saúl. . . joven pero ya un líder reconocido por el Sanhedrin. Él estaba a la vanguardia liderando la oposición en contra de la secta herética de galileos sin educación e incultos que habían seguido al falso mesías de Nazaret. Ahí estaba Saúl. . . fuerte y decidido. El entendía que en la lucha por la verdad, a veces se necesita derramar sangre. Ahí estaba Saúl. . . su reputación moral y religiosa impecable, sin fallas en su rectitud. Ahí estaba Saúl. . . joven, intelectual, bien educado, bien conectado, honesto, confiable y poderoso. Ahí estaba Saúl. . . liderando orgullosamente una fuerza del Sanhedrin con autoridad para arrestar a los herejes de Jesús en Damasco.

En un instante, todo eso cambió. Había una luz cegadora, más brillante que el sol. El orgulloso Saúl se encontró acostado en la calle polvorienta, con dificultades para levantarse por el peso de la luz. Después escuchó una voz que lo llamó por su nombre. "'Saúl, Saúl, ¿por qué Me estás persiguiendo?'" Saúl no tenía idea. ¿Qué estaba pasando? Quién estaba hablando a él? "'¿Quién eres, Señor?'" "'Soy Jesús, a quien estás persiguiendo.'" En ese instante el mundo de Saúl se desintegró. Su vida estructurada en forma sólida cayó a sus pies como cae un rascacielos por bien colocado explosivos. Dos palabras — "Soy Jesús — destruyeron su existencia pasada y su futuro bien planeado. El orgulloso cazador se había convertido en una presa indefensa.

Pero eso sólo fue el comienzo. Saúl, orgulloso de una rectitud moral sin fallas, se convirtió en Pablo, el peor de los pecadores. Las palabras hubieran sido repulsivas para el antiguo Saúl; nunca las hubiera pensado, mucho menos pronunciado. Pero las palabras fluían del corazón no pretencioso de Pablo. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno. . . Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico. . . . . ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7:18–19, 24).

Para Saúl, un Mesías crucificado era un oxímoron. Ningún Mesías se sometería a una muerte tan vergonzosa. Pero Pablo escribió: "Porque la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios. . . pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado" (1 Cor. 1:18; 2:2).

Para Saúl, los Gentiles eran no circuncidados, no limpios, no dignos de ser parte de la gente elegida por Dios, y extraños del pacto de Dios con Israel (Efesios 2:11–12). Pablo tuvo muchas dificultades e incluso se convirtió en prisionero para contarles el Evangelio a los Gentiles. A veces la providencia de Dios es divertida. Él eligió enviar al Judío sumo, que consideraba a los Gentiles extranjeros impuros, para que les enseñe Su Evangelio a los Gentiles.

Saúl pareció estar destinado a ser un hombre de poder, riqueza, autoridad, influencia y erudición. ¡Qué humillación! Él fue abandonado cerca de los muros de Damasco en una canasta durante la noche, corriendo por su vida. Durante 14 años él llevó una vida aparentemente insignificante hasta Barnabás lo llevó a Antioch para ayudar en la enseñanza allí. Él fue apedreado y dado por muerto en una ciudad poco conocida llamada Lystra. Él fue golpeado por lo menos ocho veces. Él pasó años en prisión. Los intelectuales de Atenas se burlaron de él.

¿Qué nos dice el arrogante Saúl que se convirtió en el humilde Pablo? Él nos dice que seguir a Jesús es sinónimo de humildad. No hay espacio para ser orgulloso frente a Dios. No tenemos nada a menos que Dios nos los dé. “Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor. 4:7). No podemos alardear de nuestra salvación. "Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe" (Eph. 2:8–9). No podemos siquiera pensar que somos más santos que otros Cristianos. “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo” (Fil. 2:3). No puede haber orgullo en el ministro como él predica. Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder" (1 Cor. 2:4).

A menudo caemos en el pensamiento del mundo con respecto al poder. Pensamos: “Cuando soy poderoso en este mundo, eso significa que haré poderoso Dios en este mundo por mi posición." Es Dios el que nos hace poderosos, nosotros no lo hacemos poderosos a Él. ¿Y cómo nos hace poderosos en este mundo? "Y El me ha dicho: 'Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.' Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12:9–10). El poder de Dios se ve mejor cuando estamos débiles y lo sabemos.

Había un lugar del que Pablo alardeaba. Él estaba orgulloso de Jesucristo. Él contaba las palizas, su tiempo en la cárcel, todo el sufrimiento por Cristo, un privilegio maravilloso. Él simplemente no podía creer que había recibido el inconmensurable honor de sufrir con Jesucristo. Él respondía a la humillación del sufrimiento como los discípulos respondían en los Actos 5:41: "Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre." El viejo Saúl nunca lo hubiera entendido.


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