La Mayor Parte de la Vida es Esperar
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jani Ortlund sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Desearía que alguien me lo hubiera dicho.
Recordando ahora, desearía que una señora mayor se hubiera sentado conmigo y dicho: “La mayor parte de la vida es esperar, Jani. Aprende a esperar con esperanza, y no el temor”.
Verás, crecí creyendo una mentira —una mentira que llevé conmigo a la edad adulta. Creí que la felicidad sería mía cuando mis sueños finalmente se volvieran realidad. Y entonces trabajé duro —muy duro— para reunir a mi alrededor todo lo que anhelaba mi corazón.
Contenido |
La tiranía del temor
Pero luego, cuando me vi comenzando a alcanzar algunos de mis deseos, comencé a temer que podría perderlos. ¡Qué capataz tan duro era el temor! Me paralizó dentro de una red de dudas y autoabsorción, y me robó mi gozo.
Temía la vulnerabilidad del matrimonio y temía el dolor solitario de la soltería. Temía la presión del éxito y temía la vergüenza del fracaso. Temía la infertilidad y temía el embarazo. Temía la responsabilidad de criar niños, y temía el vacío de un hogar sin hijos. Temía el estrés de trabajar fuera de mi casa, y temía el aislamiento de quedarme en casa por tiempo completo. Temía parecer inmadura y temía envejecer. ¿Qué no temía? Muy poco.
Odiaba ser tan temerosa. Odiaba lo que esos temores nos hicieron a mí y a mis seres queridos. Traté de vencerlos con el razonamiento y el excelente desempeño, lo cual solo me llevó al aterrador reconocimiento, como un letrero de neón intermitente, que finalmente captó mi atención: “Jani, no estás en control. Y nunca lo estarás”.
Vi que temía mis circunstancias más de lo que temía a Dios. Había perdido de vista la realidad de que tanto las pruebas como los triunfos son parte de la buena historia que Dios está escribiendo a través de mí. No atesoré la verdad de que Él está igualmente con nosotros en nuestras risas y nuestras lágrimas, nuestras celebraciones y nuestros sufrimientos.
A veces la vida parece muy sombría e injustamente dura. Parece así, porque lo es. Nos encontramos esperando a que ese hombre especial llame para una cita, o para que finalmente consigamos ese trabajo de ensueño, o para que las pruebas de laboratorio verifiquen nuestro anhelado “resultado negativo”. Y es difícil seguir esperando con esperanza, porque “¿Y si…?”.
El remedio para nuestros temores
¿Qué puede calmar nuestros temores? El remedio para el temor no es la retirada, o más autocontrol, o incluso el aumentar el valor. El remedio para nuestros temores es la esperanza —la esperanza en un Dios que es mucho más que un rival para cualquier cosa que temamos en este lado del cielo, un Dios que promete que Su presencia es cercana y real:
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo. (Salmo 23:4)
No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de Mi justicia. (Isaías 41:10)
La verdadera esperanza es una persona=
Sostén tus temores ligeramente. Tráelos a Dios y ofrécelos con las manos abiertas, pidiéndole que reemplace tus temores con esperanza. Suelta tus temores y aférrate a Él. Al dejar nuestros temores con Él, Él nos callará con Su amor (Sofonías 3:17), ayudándonos a preguntarnos: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Salmo 43:5).
¿Y cómo es esa esperanza? Es tan satisfactoria y segura como Dios mismo, porque la verdadera esperanza es una persona. Pablo nos dice en Romanos 15:13: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. Cuando nos aferramos al Dios de esperanza, lo que tenemos entonces no es una elevación psicológica, sino que Dios mismo es nuestro aliado para cada duda y peligro.
¿Cómo te aferras a Dios? Bueno, necesitas acercarte a Él. Necesitas llegar a conocerlo mejor. ¿Cómo puedes conocer mejor a Dios? De la misma manera que conoces a cualquiera: pasando tiempo juntos. Lo que más me ayuda a conocer al Dios de esperanza es pasando tiempo con Él —intencionalmente y consistentemente reuniéndome con Él en las páginas de la Biblia. Mucho ha cambiado en el mundo desde los tiempos de la Biblia. Pero Dios no ha cambiado. El Dios de esperanza que vemos en las páginas de la Biblia es el Dios con el que nos reunimos.
La esperanza es una elección
La esperanza es una elección. ¿Qué guía esa elección, la saborea, la alimenta? Abriendo diariamente nuestras Biblias y meditando en el Dios de esperanza. Mi suegra, Anne Ortlund, me enseñó a tomar un pasaje de las Escrituras y, mientras leo, hacer las mismas dos preguntas que hizo Saulo durante su primer encuentro con Cristo: “¿Quién eres, Señor?” y “¿Qué haré, Señor?” (Hechos 22:8, 10). Cualquier mujer, con una Biblia abierta, puede encontrar a Dios allí y fortalecerse con la esperanza haciendo estas dos preguntas.
Seamos mujeres que se asientan en la bondad de Dios. Disfrutemos de Su sabio cuidado en cada detalle de Su universo. Mantengamos esas demandas para nuestra felicidad, esos sueños sin los que no podemos vivir, con las manos abiertas ante nuestro Rey. Escojamos la esperanza. Entonces podremos decir con David: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en Ti” (Salmo 39:7).
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas