La Obra del Espíritu Santo/Prefacio del Autor
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Abraham Kuyper
sobre Espíritu Santo
Capítulo 1 del Libro La Obra del Espíritu Santo
Traducción por Glorified Word Project
Los tratados dedicados especialmente a la Persona del Espíritu Santo son comparativamente pocos, y el tratamiento sistemático de Su Obra es incluso más escaso. En la dogmática, ciertamente, se introduce este asunto, se desarrolla y se explica, pero el tratamiento especial es excepcional.
Tanto se ha escrito sobre Cristo, y tan poco se ha escrito sobre el Espíritu Santo. El trabajo de John Owen en este asunto es el más conocido, y aún no ha sido superado. De hecho, John Owen escribió redactó tres obras acerca del Espíritu Santo, las cuales fueron publicadas en 1674, 1682 y 1693. Owen era un prolífico escritor y teólogo por naturaleza. Nacido en 1616, murió a la buena edad de setenta y cinco años, en 1691. Desde 1642, el año en que su primer libro fue publicado, continuó escribiendo libros hasta su muerte.
En 1826 Richard Baynes publicó nuevamente las obras de John Owen, D.D, editado por Thomas Russell, A.M., con notas biográficas de su vida y escritos (veintiún volúmenes). Esta edición aún se encuentra en el mercado, entregando un tesoro de sólida y exhaustiva teología.
Además de las obras de Owen, menciono las siguientes:
David Rungius, “Proof of the Eternity and Eternal Godhead of the Holy Spirit,” Wittenberg, 1599.
Seb. Nieman, “On the Holy Spirit,” Jena, 1655.
Joannes Ernest Gerhard, “On the Person of the Holy Spirit,” Jena, 1660.
Theod. Hackspann, “Dissertation on the Holy Spirit,” Jena, 1655.
J. G. Dorsche, “On the Person of the Holy Spirit,” Köningsberg, 1690.
Fr. Deutsch, “On the Personality of the Holy Spirit,” Leipsic, 1711.
Gottfr. Olearius (John F. Burgius), “On the Adoration and Worship of the Holy Spirit,” Jena, 1727.
J. F. Buddeuss, “On the Godhead of the Holy Spirit,” Jena, 1727.
J. C. Pfeiffer, “On the Godhead of the Holy Spirit,” Jena, 1740.
G. F. Gude, “On the Martyrs as Witnesses for the Godhead or the Holy Spirit,” Leipsic, 1741.
J. C. Danhauer, “On the Procession of the Holy Spirit from the Father and the Son,” Strasburg, 1663. J. Senstius, Rostock, 1718, y J. A. Butstett, Wolfenbüttel, 1749. John Schmid, John Meisner, P. Havercorn, G. Wegner, y C. M. Pfaff.
La Obra del Espíritu Santo ha sido discutida en forma separada por los siguientes autores: Anton, “The Holy Spirit Indispensable.” Carsov, “On the Holy Spirit in Conviction.” Wensdorf, “On the Holy Spirit as a Teacher.” Boerner, “The Anointing of the Holy Spirit.” Neuman, “The Anointing which Teaches All Things.” Fries, “The Office of the Holy Spirit in General.” Weiss, “The Holy Spirit Bringing into Remembrance.” Foertsch, “On the Holy Spirit’s Leading of the Children of God.” Hoepfner, “On the Intercession of the Holy Spirit.” Beltheim, Arnold, Gunther, Wendler, and Dummerick, “On the Groaning of the Holy Spirit.” Meen, “On the Adoration of the Holy Spirit.” Henning y Crusius, “On the Earnest of the Holy Spirit.”
Los teólogos daneses a continuación han escrito sobre el mismo tema: Gysbrecht Voetius en su “Select-Disput,” I, p. 466. Sam, Maresius, “Theological Treatise on the Personality and Godhead of the Holy Spirit,” en su “Sylloge-Disput,” I, p. 364. Jac. Fruytier, “The Ancient Doctrine Concerning God the Holy Spirit, True, Proven, and Divine”; exposición de John xv. 26, 27. Camp, Vitringa, Jr., “Duæ Disputationes Academicæ de Notione Spiritus Sancti,” en su Opuscula.
Los estudios del presente siglo sobre el mismo tema difícilmente pueden ser comparados a las obras de John Owen. Mencionamos los siguientes: Herder, “Vom Paraclet.” Kachel, “Von der Lästerung wider den Heiligen Geist,” Nürnberg, 1875. E. Guers, “Le Saint-Esprit, Étude doctrinale et pratique sur Sa Personne et Son OEuvre,” Toulouse, 1865. A. J. Gordon, “Dispensation of the Spirit.”
Esta pobre bibliografía deja en claro lo insuficiente del tratamiento sistemático en cuanto a la persona del Espíritu Santo. Lo estudios sobre la Obra del Espíritu Santo son incluso más escasos. Es verdad que existen muchas disertaciones sobre las diferentes partes de su Obra, mas esta nunca se ha tratado en su unidad orgánica. Ni siquiera por Guers, el cual reconoce que su pequeño libro no tiene la intención de ser ubicado dentro de la dogmática.
De hecho, Owen aún no ha sido superado y por lo tanto sigue siendo solicitado por los buenos teólogos, tanto laicos como clérigos. Aún así, la obra maestra de Owen no da a entender que un estudio aun más detallado de este asunto sea algo irrelevante. Aunque sea un campeón invencible para los arminianos y semi-arminianos de fines del siglo diecisiete, su armadura es demasiado liviana como para responder a los errores doctrinales del tiempo presente. Por esta razón, el autor ha tomado la tarea de entregar al público cristiano pensante una exposición de la segunda parte de este grandioso asunto, en una manera adaptada a las pretensiones de la época y a los errores de hoy. El autor no ha tratado la primera parte, la Persona del Espíritu Santo, pues este no es un tema controversial. De hecho, la Divinidad del Espíritu Santo es confesada o negada, pero los principios de los cuales confesión o negación son el resultado obvio divergen de manera tal que es imposible sostener una discusión entre quien los confiesa y quien los acepta. Si aquellos entraran en tal discusión, tendrían que bajar la guardia en el punto de principios fundamentales y discutir cuál es la Fuente de la Verdad. Y cuando esto se haya dejado claro, podrán discutir un asunto especial como el del Espíritu Santo. Pero antes de esto, una discusión entre ellos que niegue la Revelación sería casi sacrílega.
Pero con la Obra del Espíritu Santo, esto es diferente. Porque aunque los que profesan ser cristianos reconocen su Obra, y todo lo que esta incluye, y todo lo de que de ella fluye, los diferentes grupos en los cuales ellos se dividen lo representan en maneras divergentes. ¡Cuántas diferencias hay en este punto entre calvinistas y éticos, reformados, kohlbruggianos y perfeccionistas! Las representaciones de los sobrenaturalistas prácticos, místicos y antinomianos difícilmente se pueden reconocer.
Me pareció infactible y confuso atacar a estas desviadas opiniones en puntos secundarios. Estas diferencias jamás deben ser discutidas si no es sistemáticamente. Aquel que no ha delineado primeramente el dominio entero en el cual el Espíritu Santo obra, no puede medir ninguna parte de él exitosamente, ni para ganar a un hermano ni para la gloria de Dios.
Así, dejando las polémicas casi enteramente fuera, he hecho el esfuerzo de representar la Obra del Espíritu Santo en sus relaciones orgánicas, de modo que el lector quede habilitado para estudiar el dominio entero. Y al estudiarlo, ¿quién no se sorprenderá de las dimensiones cada vez más grandes de la Obra del Espíritu Santo en todas las cosas relativas a Dios y al hombre?
A pesar de honrar al Padre y de creer en el Hijo, ¡cuán poco vivimos en el Espíritu Santo! A veces incluso nos parece que el Espíritu Santo es añadido accidentalmente a la grandiosa obra de redención sólo para efectos de nuestra santificación.
Por esta razón nuestros pensamientos se ocupan tan poco del Espíritu Santo; por esta razón se le honra tan poco en el ministerio de la Palabra; por esta razón el pueblo de Dios, postrado en súplica ante el Trono de Gracia, lo hace tan poco el objeto de su adoración. Sientes involuntariamente que de tu piedad, que ya es bastante pobre, el Espíritu Santo recibe una porción demasiado escasa.
Y ya que este es el resultado de una falta inexcusable de conocimiento y de apreciación de Su gloriosa Obra en toda la creación, un entusiasmo santo se apoderó de mí, en el poder de Dios, para proporcionar un poco de ayuda en este asunto a mis amigos campeones en la fe entregada una vez por los padres.
Que el Espíritu Santo, cuya Obra he pronunciado en palabras humanas y con lengua tartamuda, corone esta labor con tal bendición, de manera que puedas sentir más de cerca Su Presencia invisible, y que Él pueda brindar a tu corazón intranquilo abundante consuelo.
—Ámsterdam, 10 de Abril de 1888—
Posdata a lectores norteamericanos, añado una observación más.
Esta obra contiene ocasionales polémicas en contra del metodismo, las cuales para muchos ministros y miembros de las iglesias llamadas “metodistas” pueden parecer injustas y fuera de lugar. Que quede claramente dicho, por lo tanto, que mi controversia con el metodismo nunca va dirigido a estas iglesias en particular. El metodismo contra el cual contiendo prevaleció hasta hace poco en casi todas las iglesias protestantes como fruto insalubre del Avivamiento al principio de este siglo. El metodismo al cual me refiero aquí es idéntico a lo que el Sr. Heath, en The Contemporary Review (Mayo, 1898), criticó como lamentablemente inadecuado para ubicar otra vez al protestantismo a la cabeza del movimiento espiritual.
El metodismo nació del declive espiritual de la Iglesia Episcopal de Inglaterra y Gales. Surgió como la reacción del individuo y de lo subjetivo espiritual contra el poder destructivo de lo objetivo en la comunidad como se manifestó en la Iglesia de Inglaterra. Como tal, la reacción fue preciosa y sin duda un don de Dios, y habría continuado así de saludable en sus funcionamientos si hubiera preservado su carácter de reacción predominante.
Debería haber pensado en la Iglesia como comunidad como un poder objetivo, y en este dominio objetivo debería haber vindicado la importancia de la vida espiritual individual y de la confesión sujetiva.
Pero falló en esto. De la vindicación de los derechos de los sujetos, pasó pronto al antagonismo en contra de los derechos objetivos de la comunidad. Dogmáticamente, esto trajo como resultado la controversia acerca de la obra objetiva de Dios, a saber, Su decreto y Su elección, y eclesialmente, el antagonismo en contra de la obra objetiva del oficio por medio de la confesión. Dio supremacía al elemento subjetivo en el libre albedrío del hombre y al elemento individual al momento de tomar decisiones frente a conflictos extra eclesiásticos en la Iglesia. Y así no mantuvo ningún otro fin que la conversión de pecadores individuales; y para esta tarea abandonó lo orgánico y retuvo sólo el método mecánico.
Como tal, durante el así llamado Avivamiento celebró su más glorioso triunfo, penetrando en casi todas las iglesias protestantes, e incluso en la Iglesia Episcopal, bajo el nombre de Evangelicalismo o Iglesia baja. Como segunda reacción al segundo declive de las iglesias protestantes de aquel tiempo, sin duda este triunfo trajo una gran bendición.
Pero cuando surgió la necesidad de reducir esta nueva vida espiritual a un principio definido sobre el cual construir una vida cristiana-protestante y una cosmovisión en oposición a las filosofías no-cristianas y a la vida y cosmovisión esencialmente panteístas, y darles posición y mantenerla—ahí fracaso vergonzosamente. Le faltaban principios consciente y nítidamente definidos; con su individualismo y subjetividad, no pudo responder a los cuestionamientos sociales, y debido a su completa falta de unidad orgánica, no pudo formular una vida y una cosmovisión independientes; así es, por el lado que se le mirara, fue un obstáculo para tales formulaciones.
Por esta razón es absolutamente necesario enseñar a las iglesias protestantes a ver claramente esta sombra oscura del metodismo, mientras que, al mismo tiempo, deben continuar estudiando su preciosa importancia como reacción espiritual.
De ahí viene mi disputa con el metodismo y mi persistente apunte hacia la necesidad imperativa de vindicar, en oposición y junto a la subjetividad puramente mecánica, los derechos de la orgánica social en toda la vida humana, y de satisfacer la necesidad del poder de la objetividad en presencia de las extravagantes declaraciones de la subjetividad. Esto urge tanto más ya que la tendencia moderna está ganando terreno en la teología metodista de Norteamérica.
La Obra del Espíritu Santo no puede ser desplazada por la actividad del espíritu humano.
Kuyper.
Ámsterdam, 21 de Abril de 1899.
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