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English: Distraction Can Cost You Everything

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Uno de los dichos más repetidos de Jesús en los Evangelios es alguuna versión de este: “Si alguno tiene oídos para oír, que oiga” (Marcos 4:23, LBLA). Si somos sabios, escucharemos atentamente cualquier cosa que Jesús diga, especialmente lo que Él dice repetidamente. Y en este caso, escuchar es precisamente lo que nos dice que hagamos.

Hay una razón muy, muy importante detrás de la exhortación de Jesús:

“Cuidaos de lo que oís. Con la medida con que midáis, se os medirá, y aun más se os dará. Porque al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Marcos 4:24-25).

¿Entiendes lo que Jesús está diciendo? El hecho de que esta advertencia en sí sea algo difícil de entender ilustra su punto: escucha y reflexiona cuidadosamente, ya que, si no lo haces, no entenderás, y si no entiendes, perderás cualquier capacidad de comprensión que sí tienes.

Todo depende de lo bien que escuches lo que Dios está diciendo —lo que comúnmente llamamos la Palabra de Dios. Y escuchar bien a Dios requiere mucha atención. ¿Estás prestando atención?

Contenido

El extraño propósito de las parábolas

Jesús promulga esta advertencia en el contexto de contar una serie de parábolas. Las parábolas eran cuentos-acertijos en las que Jesús escondió profundos secretos del reino de Dios en metáforas breves, que a menudo sonaban mundanas. En las historias registradas en Marcos 4, usa los terrenos de un granjero (Marcos 4:1-8), una lámpara de aceite (Marcos 4:21-25) y semillas (Marcos 4:26-32).

Léelos. ¿Los entiendes? Claro, Jesús explica la parábola de los suelos (Marcos 4:13-20). Pero ¿qué hay de la lámpara o las semillas? Estas historias suenan más simples de lo que son. Realmente no las entenderemos a menos que estemos prestando atención.

¡Y tenemos Biblias! Ninguno de los oyentes originales de Jesús había escuchado estas parábolas antes. No se escribieron para poder leerlas una y otra vez, examinar su estructura gramatical y convenientemente hacer referencias cruzadas con otras Escrituras. Los primeros oyentes escucharon estas historias una vez. Si no estaban prestando atención, perdían el Reino. Es una distracción costosa.

Cuando Jesús les explicó a sus discípulos por qué enseñaba en parábolas, dijo que lo hizo, citando partes de Isaías 6:9-10, para que sus oyentes “viendo vean pero no perciban, y oyendo oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados” (Marcos 4:12). Nuevamente aquí, la explicación difícil de entender de Jesús ilustra su punto: si no escuchamos con atención, perderemos lo que está diciendo.

¿Dios realmente está contando acertijos para que la gente no entienda? Sí y no. Jesús contó las parábolas para revelar los misterios espirituales del Reino, y realmente quería que la gente los entendiera. Por eso dijo: “Si alguno tiene oídos para oír, que oiga” y “Presten atención”. Pero su método revelador puso a prueba la vigilancia y seriedad espiritual de los oyentes. Aquellos que estaban escuchando oír de verdad, oirían. Pero el espiritualmente sordo y distraído no lo haría. Jesús quería dar el Reino a los primeros, no a los últimos. Aquellos que no prestaban atención revelarían su sordera espiritual —una sordera que tiene serias consecuencias: perder el Reino de Dios.

Los caminos contraintuitivos de Dios

Si las palabras de Jesús aquí suenan contraintuitivas, lo son. Jesús habló y actuó de manera consistente con las palabras y los caminos de Dios a lo largo de la Biblia, capturados en este texto:

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).

He visto este pasaje, o parte de él, citado en memes, calendarios y tarjetas de felicitación cristianos, a menudo con un hermoso paisaje inspirador, una vista del mar o el cielo en el fondo. Pero si insertáramos imágenes bíblicas como fondos, serían cosas como un árbol prohibido en el Edén, la existencia de Satanás, un diluvio horrible, Abraham a punto de sacrificar a Isaac, Jacob disfrazado de Esaú, José languideciendo en la cárcel, Israel con un mar ante ellos y el ejército egipcio detrás, Rahab la prostituta cananea casándose dentro del linaje mesiánico, David escondiéndose de Saúl en una cueva, Jeremías llorando por las mujeres judías que hervían a sus bebés, el bebé Jesús durmiendo en un abrevadero y, sobre todo, el Jesús adulto mutilado y colgando de una cruz romana.

Los caminos de Dios ciertamente no son nuestros caminos. Ninguno de nosotros habría escrito la historia de la redención como lo ha hecho Dios. La historia en sí misma apunta a una personalidad e intencionalidad detrás de ella.

Y si prestamos atención, podemos detectar la misma personalidad e intencionalidad en la manera extraña en que Jesús comunica el reino de Dios en parábolas difíciles de entender. Ninguno de nosotros lo haría de esa manera.

Familiar, afluente y distraído

El calificador clave es si estamos prestando atención. Porque, como dijo Jesús, si no estamos prestando atención a lo que Dios dice, perderemos lo que Dios está haciendo. Es una distracción costosa.

Por la gracia de Dios, tenemos una ventaja sobre los oyentes originales de Jesús: tenemos la Palabra escrita y autorizada de Dios. De hecho, nunca tantos cristianos han tenido tanto acceso a la Palabra de Dios como lo tenemos hoy.

Pero no debemos permitirnos pensar que tanto acceso y familiaridad con la enseñanza de Jesús significa que no corremos el mismo peligro que los oyentes del siglo primero. Puede que tengamos una visión más clara del Reino que las multitudes que escucharon las parábolas de Jesús, pero estamos tan en peligro de la sordera como cualquiera lo haya estado (Hebreos 5:11).

Nunca los creyentes han poseído tanta riqueza como los cristianos occidentales de hoy, lo que nos presenta muchas tentaciones y amenaza con destruirnos (1 Timoteo 6:9-10). Y nunca los cristianos han sido bombardeados con tantas y tan variadas distracciones como nosotros. Demasiado familiar, demasiado afluente y demasiado distraído es una receta para el tipo de sordera que a menudo se manifiesta como poder explicar lo que Jesús quiere decir sin hacer lo que dice.

Es un falso consuelo poder enseñar un texto con precisión si no lo obedecemos, si nos gobiernan funcionalmente nuestras ansiedades y deseos carnales y no los mandamientos y las promesas de Jesús. Esta puede ser una forma más engañosa de sordera que simplemente no escuchar u olvidar.

Prestar mucha más atención

“Por tanto, debemos prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos” (Hebreos 2:1). Si no estamos prestando atención, es posible que ni siquiera nos demos cuenta de que nos estamos desviando. Podemos mirar a nuestro alrededor y ver a muchos otros cristianos sordos y distraídos que hablan el hablar de Jesús sin caminar el caminar de Jesús, que piensan que eso debe ser normal, y suponen que estamos bien. La única manera de saber si estamos prestando suma atención a lo que Jesús dice, en la manera en que lo quiere decir, es si realmente estamos haciendo lo que dice (Juan 14:15).

La vida cristiana es una vida atenta (Marcos 13:37; Lucas 21:36; Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses 5:6; 1 Pedro 5:8). La vida cristiana es una vida que oye (Marcos 4:24; Lucas 8:21; Juan 10:27; Romanos 10:17; Hebreos 3:7-8). Pero escuchar atentamente a Jesús no es algo que surja de forma natural. Debe ser cultivado y guardado diligentemente. Y no hay una fórmula para cómo prestar más atención. Se cultiva haciendo habitual la atención —practicando los hábitos de la gracia. Aprendemos a prestar atención intencionalmente tratando de prestar atención. El Espíritu nos ayudará si le pedimos al Padre que nos enseñe (Lucas 11:9-10; Salmo 25:4).

Entonces, cueste lo que cueste, debemos prestar atención a lo que escuchamos. Porque los caminos y las palabras de Jesús a menudo son contraintuitivos, y vivimos en una época que distrae destructivamente. Y todo depende de lo bien que escuchemos a Jesús.


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