Los salmos saben lo que sientes

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English: The Psalms Know What You Feel

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Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Alicia Mateos Castro


¡Todo lo que respira alabe al Señor! ¡Alabado sea el Señor! (Psalm 150:6)

El primer y el último salmo nos hablan mucho sobre lo que Dios quiere que veamos y oigamos en todos los salmos. Se cita mucho más el primero que el último:

¡Cuán bienaventurado es el hombre
que no anda en el consejo de los impíos,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la silla de los escarnecedores,
sino que en la ley del Señor está su deleite,
y en su ley medita de día y de noche! (Salmo 1:1–2)

El Salmo 1 nos cuenta que las personas más felices y productivas, en cualquier lugar de la tierra y en cualquier momento de la historia, serán las que más se deleiten en las palabras de Dios. Las palabras de este libro — y las de cualquier otro de la Biblia — se pensaron para leerse despacio, luchar con ellas, saborearlas. Y no solo unos minutos al día, sino a lo largo del día. El salmo es una invitación a una vida de meditación rica y gratificante.

Si el primer salmo nos cuenta cómo oír a Dios, el segundo nos cuenta cómo responder. Las almas humildes, sabias y felices dejan que sea Dios el primero en hablar, pero el encuentro con él termina por sacarles palabras. Como los discípulos “[…] no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). ¿Cómo cierra Dios 150 salmos? Con un mandato claro y un estribillo: “¡Todo lo que respira alabe al Señor! ¡Alabado sea el Señor!”

El Salmo de cierre

Cualquiera puede deducir lo que el último salmo quiere que hagamos en respuesta a lo que ha dicho Dios. Las trece líneas dicen lo mismo: “¡Alabado sea el Señor!”

Da igual dónde estemos o lo desoladora o díficil que sea nuestra vida, siempre tenermos una razón para a alabar a nuestro Dios — para parar y adorarle por lo que es y lo que ha hecho. “¡Alabadle por sus hechos poderosos; alabadle según la excelencia de su grandeza!” (Salmo 150:2). Nuestras razones para alabarle — sobre todo sus hechos poderosos y su gloria — siempre eclipsan y pesan más que lo que sufrimos, y aún más ahora que Cristo ha venido, muerto y resucitado. Dios no resta importancia o ignora nuestro sufrimiento, pero su bondad hacia nosotros siempre es mayor que las pruebas que nos envía. Y así los salmistas pueden decirnos a cada uno de nosotros, en cada momento de nuestras vidas, “¡Alabado sea el Señor!”

Sin embargo, los salmos no son un mero estribillo que se repite una y otra vez, sino una sinfonía, llena de tantas experiencias y emociones como los humanos sufran y sientan. Los cinco libros que componen los Salmos son verdaderamente una clase sobre la adversidad humana.

Alabar a través del dolor

Cuando pensamos en los salmos, quizá nos tiente pensar que son sencilos, positivos y repetitivos, pero dan voz a todo el espectro de la pena y el sufrimiento.

¿Te sientes abandonado por Dios? Los salmos saben lo que sientes: “¿Por qué, Señor, rechazas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?” (Psalm 88:14).

¿Hay algún temor que amenace con consumirte? Los salmos saben lo que sientes: “El día en que temo, yo en ti confío. En Dios, cuya palabra alabo, en Dios he confiado, no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Salmo 56:3–4).

¿Alguien ha intentado amargarte la vida? Los salmos saben lo que sientes: “Más que los cabellos en mi cabeza son los que sin causa me aborrecen; poderosos son los que quieren destruirme, sin razón son mis enemigos, me hacen devolver aquello que no robé” (Salmo 69:4).

¿Necesitas sabiduría para una decisión o situación dura? Los salmos saben lo que sientes: “Enséñame, oh, Señor, el camino de tus estatutos y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento para que guarde tu ley y la cumpla de todo corazón” (Salmo 119:33–34).

¿Te ha traicionado alguna persona a la que quieres? Los salmos saben lo que sientes: “Porque no es un enemigo el que me reprocha, si así fuera podría soportarlo; ni es uno que me odia el que se ha alzado contra mí, si así fuera, podría ocultarme de él. sino tú, que eres mi igual, mi compañero, mi íntimo amigo” (Salmo 55:12–13).

Y a través de montañas y valles, dificutades y triunfos, éxtasis y agonía, tenemos un bello hilo común, la alabanza. En la agonía del miedo, alábale. En la vulnerabilidad de la incertidumbre, alábale. En la oscuridad de la duda, alábale. Incluso en el dolor de la traición, alábale. La alabanza no siempre suena igual, pero aún la oímos en cualquier circunstancia. Y así acaba el libro, tras cada altibajo, con una llamada: “Alábale. . . . Alábale. . . . Alábale.” ¿Puedes alabarle donde estás ahora mismo?

Con todo lo que tengas

Puede que nos tiente pasar por alto los versículos del 3 al 5 en el Salmo 150

Alabadle con sonido de trompeta;
alabadle con arpa y lira.
Alabadle con pandero y danza;
alabadle con instrumentos de cuerda y flauta.
alabadle con címbalos sonoros;
alabadle con címbalos resonantes

En la mayoría del culto moderno no hay tantas arpas, liras ni panderos. Sin embargo, la cuestión no son los instrumentos concretos. La cuestión es que Dios merece más que nuestras palabras.

Merece nuestras palabras: “¡Todo lo que respira alabe al Señor!” Dios hizo pulmones, cuerdas vocales y oxígeno para que, al final, pudiéramos usarlo para adorarle. El propósito de respirar es la alabanza. Pero las palabras no son suficientes para su grandeza. Lo sentimos cuando rezamos y cantamos, ¿no? Sentimos que es sincero y, aún así, tan insuficiente. Deberíamos sentirnos así. La insuficiencia de nuestra oración nos recuerda que Dios siempre es mejor de lo que podemos entender y expresar, y nos lleva a buscar formas más creativas de decírselo.

Tal vez cojamos una lira o un arpa. Tal vez sacudamos un pandero o rompamos a bailar Tal vez golpeemos un par de címbalos. Sin embargo, más que instrumentos, presentamos “… [nuestros] cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Alabamos con nuestras vidas — nuestras decisiones, nuestras conversaciones, nuestro gasto, nuestro tiempo.

Por lo que, en cualquier circunstancia que Dios te haya dado, y con cualquier energía o recursos que él te haya dado, alaba al Señor por quien es y por todo lo que ha hecho por ti.


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