Pensando Que Estaba Entre La Compañía

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English: Supposing Him to have been in the Company

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Por Charles H. Spurgeon sobre Jesucristo
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Y pensando que estaba entre la compañía." Lucas 2: 44.

Quienes estuvieron presentes en aquella ocasión, seguramente recordarán nuestra meditación acerca del versículo "Pensando que él era el jardinero." Aunque era sólo una suposición basada en un evidente error, nos brindó una oportunidad para una reflexión sumamente provechosa.

Aquí tenemos otra suposición y otra vez un error -un error que produjo mucho dolor a quienes lo cometieron-; sin embargo, en las manos del Espíritu de Dios, puede aportar una instrucción provechosa para nosotros mientras reflexionamos sobre el tema.

I. Vamos a comenzar nuestro sermón afirmando que ESTA ERA UNA SUPOSICIÓN SUMAMENTE NATURAL. Que el niño Jesús estuviera en la compañía que iba de regreso a Nazaret, era algo muy probable. Cuando los judíos subían a Jerusalén una vez al año, procedentes de sus diferentes tierras repartidas, formaban grupos de familias al salir, y luego, conforme avanzaban en el camino, estos grupos se combinaban con otros y llegaban a conformar clanes más grandes; conforme los caminos se aproximaban a Jerusalén, la gente se juntaba en grandes caravanas: así subían a la Casa de Dios en compañía.

Debe haber sido una época deliciosa, especialmente cuando cantaban esos "Cánticos Graduales" que supuestamente fueron escritos para esos peregrinos. Con sus oraciones, y sus alabanzas, y una conversación santa, y ante la perspectiva de reunirse todos en Jerusalén, el trono del grandioso Rey, deben haber constituido unos felices grupos de peregrinos.

Era muy natural que, cuando todo hubiera terminado en Jerusalén, el niño Jesús regresara a casa, y sabiendo el tiempo en que Sus padres regresarían, habría estado listo para partir con ellos; pero no pudiendo reunirse con ellos, se uniría a la compañía con la que había venido para regresar a Nazaret.

Sus padres no esperaban encontrarlo viajando solo: por eso lo buscaban entre la compañía. Jesús era un niño que amaba la compañía de otras personas. Él no era impasible, y por consiguiente, egoístamente autosuficiente; no era hosco ni evitaba la integración en la vida social. No afectaba singularidad. En el más elevado sentido sí era singular, pues era "santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores"; pero a lo largo de toda Su vida nunca tuvo por objetivo la singularidad, ya fuera en el vestido, en el alimento, en la conversación, o en el comportamiento.

Creció hasta llegar a ser un hombre entre los hombres, que compartía con ellos incluso en las bodas y en los funerales: ningún hombre era más verdaderamente humano que el hombre Cristo Jesús. Hemos de creer que cuando niño, era como los demás niños en todo, excepto en el pecado; también como hombre, era como los demás hombres en todo, excepto en el mal.

Jesús no era alguien cuya compañía debiera evitarse por causa de sus malos modales; más bien se buscaba, debido a la dulzura de Su disposición. No se hacía desagradable, para luego coronar esa antipatía ocultándose de aquellos a los que fastidiaba.

Ellos conocían la dulzura del carácter de su amado hijo y la sociabilidad de Su disposición; por eso supusieron que estaba entre la compañía. Esta suposición se nos ocurriría más rápidamente a nosotros, sabiendo lo que sabemos de Él, que es más de lo que sabían Sus padres; pues sabemos que desde tiempos antiguos, Sus delicias fueron con los hijos de los hombres; sabemos que vino a menudo entre los hombres en forma de ángel antes de Su encarnación, y que cuando vino al mundo, lo hizo para buscar a los hombres.

Como hombre nunca parecía más feliz que cuando estaba en medio de Sus discípulos, o rodeado de publicanos y pecadores, o alimentando multitudes famélicas. Amaba tan grandemente a la humanidad que amaba estar "en compañía".

Vivir y trabajar en una ciudad como Londres, con todos sus millones de habitantes, genera una carga suficiente para quebrantar el corazón de uno, al considerar el pecado de la ciudad, su irreligión y su olvido de Dios. Es dulce esperar que Aquel que amaba estar "en compañía" cuando estaba aquí, venga en verdad y bendiga a este gentío.

Si alguna vez fue necesario un médico, es en este gigantesco hospital; si alguna vez fue necesario un pastor, es entre estas ovejas que perecen. Jesús tiene tal amor por los hijos de los hombres, y tal deseo de reunirlos consigo, que aun ahora que Su obra redentora está consumada, Él está siempre con nosotros. Él ha sido alzado, y ahora atrae a todos los hombres hacia Sí; y, por tanto, esperamos encontrarlo en el centro de estas muchedumbres.

Aquellos que buscan a las densas masas de la humanidad pueden esperar que este mismo Jesús esté con ellos con Su pleno poder de salvar. Si se trata del rescate de los que están pereciendo, Él estará en la compañía. Era una suposición sumamente natural que encontrarían a Jesús entre la compañía, por la dulzura y la amigable disposición de Su temperamento.

Nunca sospecharon que lo encontrarían en algún lugar indebido. Por sus mentes no atravesó ningún pensamiento de que pudiera encontrarse en alguna guarida del vicio, o en alguna asamblea de la vanidad, aunque todo eso proliferaba en Jerusalén. Nosotros ciertamente esperamos encontrar a nuestro Señor en medio de la muchedumbre de hombres y mujeres que perecen, buscándolos y salvándolos; pero sabemos que no le encontraríamos entre aquellos que encuentran placer en la risa estruendosa y el júbilo desenfrenado.

Nunca buscamos a Jesús en el teatro o en la cantina: sería una irreverencia suponer que podría estar allí. No lo buscamos nunca donde pudiera surgir una duda tocante a la moral, pues Él es libre de mancha.

Esperamos encontrarlo donde Su pueblo se reune para la adoración; lo buscamos en los lugares donde hombres honestos están laborando duro por su sustento diario, o donde yacen sufriendo la voluntad de su Padre; pero no soñaríamos encontrarlo nunca donde el mundo, la carne y el demonio tengan control supremo.

Nosotros debemos seguir Su ejemplo: no vayamos nunca donde nuestro Señor no habría ido. Hay algunos lugares donde no podemos suponer que hubiese estado; que nadie suponga que pudiera encontrarnos en esos lugares. Vayamos únicamente donde podamos permanecer en comunión con nuestro divino Maestro, y donde seríamos felices de ser encontrados si Él viniese de pronto en Su reino. Juzguemos acerca de dónde podemos ir, preguntándonos: "¿habría ido Jesús allí?", y si no hubiera ido, nuestros pies deberían rehusar llevarnos por ese camino.

II. En segundo lugar, ESTA SUPOSICIÓN LOS SUMIÓ EN GRAN TRISTEZA; de lo cual yo deduzco que nosotros no debemos dejar nada a la suposición, en relación al Señor Jesucristo. Por pensar que estaba entre la compañía, no podían hallarle, y se vieron obligados a buscarlo afligidos durante tres días.

¿Por qué lo perdieron de vista de algún modo? ¿Por qué no permanecieron con Él? No podemos culparlos, pues Él no los culpó: pero, de cualquier manera, ellos se sumieron en días y noches de aflicción, por suponer algo acerca de Él. No deben suponer nada acerca de Jesús en absoluto. No deben suponer nada acerca de Su carácter, de Su doctrina, o de Su obra; busquen siempre la certeza en tales puntos.

Escuché la historia de un alemán que desarrolló un camello a partir de su conciencia interior; no sé qué tipo de camello habrá sido: pero muchas personas desarrollan un Cristo partiendo de sus imaginaciones. No lo hagan; pues si hacen eso se inventarán un Cristo que no es nada parecido a Jesús; será una simple imagen, un falso Cristo, un Cristo ídolo.

Ningún pensamiento humano podría haber inventado jamás a nuestro Salvador. Nosotros les preguntamos a todos aquellos que dudan de la inspiración de lo cuatros evangelistas: ¿serían tan amables de escribirnos un quinto evangelio? ¿Podrían sugerir siquiera otra acción de Jesús, que encajara con el resto y que fuera del mismo orden? No podrían hacerlo. El concepto entero de Jesús es original y divino. No es posible que la más ingeniosa imaginación pudiera agregar algo a la vida de Cristo que cuadrara con lo que está registrado.

Si llegaran a leer el Protoevangelio, o El Evangelio de la Infancia, que son narraciones espurias de la niñez de Jesús, las arrojarían al fuego y dirían de inmediato: "no encajan con los registros de los verdaderos evangelistas: estas historias son ridículamente disímiles a la niñez de Jesús."

De hecho, todos los libros que pretenden ser una parte del canon, pueden ser analizados y rechazados de inmediato por el más sencillo lector que sea plenamente versado en los cuatro evangelistas. Por tanto, no supongan nada concerniente a Jesús, sino más bien lean la palabra de Dios y vean lo que revela acerca de Él.

Nunca duden de la moneda del Rey, sino acéptenla conforme ha sido acuñada en toda su pureza y preciosidad. No le agreguen nada a la palabra perfecta, para que no les sobrevengan plagas. Reciban humildemente lo que el Espíritu Santo ha escrito concerniente al hombre Cristo Jesús, el eterno Hijo de Dios, pero no introduzcan suposiciones en su teología. Esta ha sido la causa de la división de la iglesia en diferentes grupos: las verdades reveladas no han sido la manzana de la discordia, sino han sido las ficciones imaginadas. Yo podría inventar una teoría, y otro hombre, otra, y cada uno pelearía por su teoría. Una hipótesis es establecida y apoyada por la letra de la Escritura, aunque no por su espíritu; y al instante, los hombres comienzan a diferir, a disputar, y a dividir. Desechemos todas las suposiciones, pues estas cosas únicamente nos traerán aflicción al final. Creamos en el Jesús real, según nos es revelado en las Escrituras, y según el Espíritu Santo nos capacite por Su gracia para contemplarlo en el espejo de la Palabra.

"Pensando que estaba entre la compañía." Esta suposición les causó una gran aflicción. Repito una vez más, amados, que no dejen nada acerca de Jesús al azar o a la ventura. Esta verdad debe aplicarse a sus tratos personales con Él; por ejemplo, no supongan que está en sus corazones. No supongan que debido a que fueron bautizados en la infancia, están por ello en Cristo y Cristo en ustedes. Esa es una suposición peligrosa. No digan: "pero yo he sido bautizado como un creyente profesante, y por esa razón Jesús está en mi corazón."

La gracia interna no está ligada al signo externo. El bautismo de agua no transmite el Espíritu de Dios. Bienaventurados aquellos que, teniendo el Espíritu, pueden usar la ordenanza para su provecho; pero no supongan que la gracia de Dios está ligada a algún rito externo. No digan: "he comido en la mesa de la comunión, y por eso Jesús está en mi corazón." Pueden comer y beber de Su mesa, y, sin embargo, no conocerlo nunca, y puede ser que Él no los conozca nunca.

Las ceremonias externas no transmiten la gracia a personas desprovistas de gracia. No den por sentado que debido a que son admitidos en una iglesia cristiana, y son aceptados por la generalidad como creyentes, que entonces tienen que serlo. Temo que algunos de ustedes lleguen a pensar que su membresía de la iglesia es un certificado de salvación. La membresía no les fue otorgada con esa visión; nosotros sólo juzgamos favorablemente sobre su conducta y su profesión, pero no podríamos leer sus corazones.

Ni siquiera deben suponer que la gracia ha de estar necesariamente en sus almas debido a que han sido cristianos profesantes durante muchos años, pues el lapso de tiempo no puede convertir a la falsedad en verdad. Es difícil saber por cuánto tiempo la hipocresía pueda ser mantenida, o hasta qué punto un hombre pueda estar autoengañado; incluso podría ser posible que muriera con sus ojos vendados gracias a la excesiva falsía del pecado.

No supongas que Jesús está en tu corazón porque seas un anciano, o un diácono, o un pastor. Yo no haré ninguna suposición en mi propio caso, pues ¡ay de mí si, después de haber sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado!

Esas cosas han sucedido: Judas era uno de los doce. Hay hombres que han poseído una dulce voz pero han sido dueños de un corazón amargo: han sido enseñados en la palabra de Dios en cuanto a su letra, pero no han conocido el poder del Espíritu eterno, y de esta manera han perecido.

En verdad les digo, en el nombre de Cristo, que a menos que el Espíritu de Dios efectivamente repose sobre cada uno de nosotros personalmente, sería totalmente vano que supusiéramos que Él está en nuestros corazones por causa de profesiones y ordenanzas, pues la suposición podría ser una falsedad condenatoria, y podría adormecernos en un sueño fatal. ¡Cuán terrible sería si fuésemos llevados a nuestra ejecución con los ojos vendados por una suposición!

Además, queridos amigos, no supongan jamás que está en nuestras asambleas sólo porque nos reunamos en esta casa. No suban a un lugar de adoración y afirmen con certeza que Jesús está allí. Podría suceder que Él no haya estado allí durante muchos días. ¿Acaso no es triste que, de las decenas de miles de asambleas que tienen lugar en este día, haya muchas en las que Jesús no estará presente? Esto se debe a que Su Evangelio no es predicado, o si se predicara, no es promulgado en el poder vivo del Espíritu Santo. Cristo no está presente allí donde no es honrado.

Toda su arquitectura, todas sus mitras, toda su música, toda su erudición, toda su elocuencia son muy poca cosa; Jesús podría estar ausente aun cuando todas estas cosas estuvieran profusamente presentes; y, entonces, su adoración pública sería únicamente el magnífico funeral de la religión, pero la vida de Dios estaría muy lejos.

A la larga sobreviene gran aflicción a una iglesia si sus miembros dan por hecho que Jesús deba estar entre ellos. Nuestra pregunta cada domingo por la mañana debería ser: "¿Qué os parece? ¿Vendrá Él a la fiesta?", pues si no viniese a la fiesta, sería nada más el remedo de un festival, pero no habría pan para las almas hambrientas.

Es necesario que nuestro Señor esté presente en nuestra compañía, pues de lo contrario nuestros corazones estarían quebrantados por Su ausencia. Anhelamos Su presencia incluso en la más pequeña reunión de oración, y en nuestras juntas menores, cuando nos reunimos para consultar lo relativo a Su obra. Si nos despierta mediante Su Espíritu, y nos hace ver que no ha estado en nuestras reuniones anteriores, le buscaremos en medio de la aflicción, como lo hicieron Su padre y Su madre.

Además, no demos por hecho que el Señor Jesús está necesariamente con nosotros en nuestras labores cristianas. ¿Acaso no salimos con frecuencia para hacer el bien sin una oración especial, imaginando que Jesús estará con nosotros con seguridad, como un hecho dado? Tal vez concluimos eso porque Él ha estado con nosotros por mucho tiempo, o porque nos sentimos plenamente equipados para la ocasión, o porque ni siquiera nos preocupamos si Él está con nosotros o no.

Esto es peligroso. Si Jesús no está con nosotros, nos esforzaremos arduamente toda la noche y no pescaremos nada; pero si Jesús está con nosotros, Él nos enseña cómo arrojar la red, y recogeremos una gran multitud de peces.

Si Jesús no está con nosotros, seremos como Sansón, cuando sus guedejas fueron rapadas: él salió como otras veces, pensando atacar con saña a los filisteos, como lo había hecho anteriormente, pero como Watts lo expresa, él:

"Sacudió sus inútiles miembros con gran sorpresa,
Peleó débilmente, y perdió sus ojos."

Así seremos derrotados si nos imaginamos que podríamos tener éxito ahora sin una fresca ayuda divina; y el hecho es que hemos de buscar al Señor en oración antes del menor compromiso cristiano, y entonces podremos cosechar en él, el más importante resultado de nuestras vidas.

Si van a visitar a una pobre mujer que guarda cama, no intenten consolar a esta hija del rey sin haber buscado primero la presencia de "la Consolación de Israel." Tal vez vas a enseñar tu clase de la escuela dominical esta tarde; lo has hecho tantas veces, que tomas tu alimento y te diriges a la escuela casi sin pensar lo suficiente en lo que estás haciendo y por eso no elevas una oración pidiendo la ayuda de tu Señor. ¿Es correcto eso? ¿Puedes darte el lujo de desperdiciar un solo domingo por la tarde, o una oportunidad de hablar en el nombre de Jesús? Y, sin embargo, esa tarde sería desperdiciada si Él no estuviera contigo. Algunos de tus alumnos podrían morir antes del siguiente domingo, o podrían no regresar nunca a la clase otra vez; no salgas ni una sola vez sin tu Señor. No te sientes para enseñar como si Jesús estuviese a tus órdenes, y como si estuvieses seguro que necesariamente Él te conducirá al éxito en todos tus empeños.

Él se alejará de nosotros si caemos en un hábito de descuido y de falta de oración. ¿Por qué no estaba con Su madre en aquel día? En verdad le era necesario estar en los negocios de Su Padre celestial, pero ¿por qué permitió que Su madre humana no lo pudiera encontrar? ¿No fue acaso porque ella necesitaba ser enseñada, así como el resto de nosotros, el valor de Su compañía? Tal vez, si nunca lo echásemos de menos, no podríamos saber cuán dulce es.

Puedo imaginarme a María, cuando perdió a su amado hijo, llorando abundantes lágrimas. Luego comenzó a entender el significado de lo que el anciano Simeón le dijo: "Y una espada traspasará tu misma alma." La espada ya estaba traspasando su corazón en ese mismo momento, en preparación de otros tres días en los que guardaría luto por Él, con un dolor todavía más amargo.

Véanla cómo preguntaba por doquier: "¿Le han visto?" Ella me recuerda a la esposa del Cantar: "¿Habéis visto al que ama mi alma?" Me parece verla atravesando las calles, y diciendo a la caída de la tarde: "Lo busqué, y no lo hallé." Por doquier hacía la misma pregunta, "¿Habéis visto al que ama mi alma?", pero no recibía noticias de Él. La paz fue completamente desconocida para ella, hasta que le encontró. Pero, oh, cuán precioso fue a sus ojos cuando al fin lo descubre en el templo. ¡Cuánto cuidado tuvo de Él después, y cuán feliz fue al pensar que ningún daño le había ocurrido al amado niño bajo su cargo!

Si ustedes y yo perdemos alguna vez la compañía de Cristo en nuestro servicio, iremos a Él y clamaremos: "mi Señor, no me dejes otra vez. ¡Cuán insensato soy si Tú no eres mi sabiduría! ¡Cuán débil soy si Tú no eres mi fortaleza! ¡Soy peor que mudo si Tú no eres boca para mí! ¡Cuán carente de corazón es toda mi conversación, y cuán ineficaz en los oídos de mis oyentes, si Tú no eres el espíritu y la vida de toda mi plática!" ¡Oh, si toda nuestra predicación y enseñanza fueran en el poder de la presencia de nuestro divino Maestro, cuán diferentes serían!

Entonces, hermanos, aprendan la lección, así como yo también anhelo aprenderla, para que no supongamos nada acerca de Jesús. Debemos trabajar con seguridad en lo concerniente a las cosas eternas, pues si permitiéramos que se nos escaparan, ¿dónde estaríamos? Comprendan la verdad, y sepan que es la verdad. Nunca estén satisfechos con los condicionales "si" y "pero", y "así lo espero," y "confío que sea así", sino ¡asegúrense en cuanto a Cristo!

Si no están seguros acerca de la salud de su cuerpo, estén seguros de estar en Cristo, y, por tanto, saludables en el alma. Si no están seguros acerca de la solvencia de su firma, si no están seguros acerca de las escrituras de su propiedad, si no están seguros acerca de su certificado de matrimonio, al menos estén seguros de que tienen a Cristo en su corazón. Si tienen la menor duda hoy, no permitan el sueño a sus ojos ni el reposo a sus párpados hasta que el propio Espíritu Santo haya estampado en su espíritu la certeza de que Jesús es suyo. De esta manera, he utilizado la suposición de dos maneras.

III. Ahora, en cuanto a una tercera lección: LA SUPOSICIÓN hecha por estas dos buenas personas PUEDE INSTRUIRNOS. Usémosla en este momento, y regresemos a "Pensando que estaba entre la compañía."

Quiero dirigirme ahora a los niños que están escuchando este sermón. Esto es para ustedes. Jesús tenía aproximadamente doce años de edad, y ustedes tienen más o menos esa misma edad. Supongan que Él hubiera estado entre la compañía regresando a Nazaret. ¿Cómo se habría comportado? Piensen en Jesús como un ejemplo para ustedes. Estoy seguro que cuando toda la compañía entonaba un salmo, ese muchacho de ojos brillantes hubiera estado entre los más dulces cantores: habría cantado con todo Su corazón las alabanzas a Dios Su Padre. No habría habido distracción ni cansancio en Él, cuando Dios había de ser alabado. Habrían contado al santo niño entre los más devotos adoradores.

Por tanto, queridos niños, siempre que se reúnan con el pueblo de Dios, entreguen enteramente sus corazones a la adoración: oren con nosotros y canten con nosotros, y esfuércense por beber la verdad que se predica, pues así serán semejantes al santo Jesús. Que todos los muchachos y las muchachas oren para que, entre el pueblo de Dios, ellos puedan comportarse como Jesús lo habría hecho.

Estoy persuadido de que Jesús habría sido encontrado en esa compañía escuchando a aquellos que hablaran de cosas santas; Él habría estado especialmente ávido de oír explicaciones de lo que había visto en el templo. Cuando la conversación se volvía al cordero Pascual, ¡cómo la habría escuchado ese amado niño, que también era "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!

Me parece ver Su dulce rostro vuelto hacia los que hablaban de la sangre rociada. Seguramente habría dicho: "¿qué se quiere significar mediante esta ordenanza?" Habría estado ansioso de compartir con los adultos todos los solemnes pensamientos del día.

Así que, siempre que vengan a la casa de Dios, procuren aprender todo lo que puedan de toda la enseñanza de la palabra de Dios. Busquen buena compañía, y aprendan de ella. Presten oídos sordos a aquellos que hablan perversamente, pero siempre estén listos a escuchar todo lo concerniente a su Dios, su Salvador, su fe, y el cielo en donde esperan morar.

Estoy seguro que si hubiera estado en la compañía que iba a casa, Él habría sido el niño más servicial, útil, y complaciente de toda la compañía: si alguien hubiera necesitado que se le ayudara con una carga, este niño de doce años habría sido el primero en ofrecerse, en la medida que se lo permitiera su fuerza; si se hubiera requerido hacer algo necesario, Él habría sido el primero en hacerlo. Él crecía en gracia para con Dios y los hombres, porque se entregaba para servir a todo mundo.

El hijo de María se ganaba el amor de todos los que le rodeaban, porque era abnegado, amable, benévolo, y dispuesto. Hacía todo lo posible para hacer felices a los demás; y bienaventurados son aquellos muchachos y muchachas que aprenden bien esta lección.

¡Oh, muchachos, ustedes mismos serán felices si viven para hacer felices a los demás! Actúen de esta manera con sus padres, con sus hermanos y hermanas, amigos y compañeros de escuela, y en esto serán semejantes a Jesús.

Además, estoy seguro que Jesús no habría hecho en esa compañía lo que demasiados muchachos están propensos a hacer. No habría sido revoltoso, ruidoso, importuno y desobediente; habría sido más bien un consuelo y una delicia para todos los que le rodeaban. Sin duda habría sido el muchacho más vivaz y más jovial de toda la compañía, pero no habría sido tosco, grosero, voluntarioso o cruel. No habría ninguna disputa donde Él estuviera; Su propia presencia habría engendrado paz entre todos los muchachos que estaban con Él. Me gustaría que reflexionaran sobre todo lo que Jesús hubiera hecho y lo que no hubiera hecho, y entonces me daría mucho gusto verlos actuando como Él lo haría. Llévense a casa esta palabrita, queridos niños: pregúntense con frecuencia, ¿qué habría hecho Jesús?, pues la mejor regla para ustedes es lo que Jesús hubiera hecho.

Y ahora, para ustedes, compañeros mayores, "pensando que estaba entre la compañía;" si ustedes hubiesen estado en la compañía, les garantizo que no hubiera habido ningún padre o madre que no hubiera estado dispuesto a cuidar de Él. Cada matrona aquí presente dice: "yo lo habría tomado bajo mi protección." Ustedes dicen eso honestamente, ¿no es cierto? Lo dicen de corazón, estoy seguro. Bien, cuentan con una oportunidad de demostrar que son sinceras, pues Jesús está todavía en nuestra compañía. Pueden encontrarlo en la forma de los pobres. Si ustedes lo habrían cuidado a Él, remedien las necesidades de los pobres; háganlo al menor de estos, y se lo habrán hecho a Él.

Pueden encontrar a Jesús en la forma de los enfermos; visítenlos. Yo quisiera que un mayor número de personas del pueblo de Dios se volvieran asiduos visitantes de los enfermos, visitándolos en su soledad, y ayudándoles en sus necesidades. Como ustedes afirman que habrían cuidado a Jesús, demuéstrenlo de inmediato recordando Sus palabras: "Estuve enfermo, y me visitasteis."

Si habrían cuidado de Jesús, pueden demostrarlo cuidando a los jóvenes, pues cada niño viene a nosotros bajo el cuidado guardián de Aquel que dijo: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis." Ustedes que pasan sus ratos libres buscando bendecir a los jóvenes, están demostrando que, si hubiesen estado en esa compañía, habrían cuidado al niño Jesús.

Por sobre todo, consideren a los huérfanos; pues, si Él hubiese estado en esa compañía, habría sido prácticamente un huérfano, pues había perdido por un tiempo a Sus padres. Muchos de ustedes tienen corazones tan maternales y tiernos que habrían dicho: "debo cuidar a ese muchacho brillante y hermoso que ahora está sin padres. Evidentemente los ha perdido. ¡Ven acá, muchacho, ven acá!" Habrían sentido un gozo al haberlo besado, y haberlo estrechado en su pecho.

Demuéstrenlo cuidando a los huerfanitos doquiera que se encuentren, y hagan que cada uno de ellos represente para ustedes al Jesús como habría sido aquel día si la suposición de Sus padres hubiese sido correcta. Veamos si el amor que sienten por Jesús cuando leen sus Biblias no es mera emoción o sentimiento, sino que hay un principio práctico que lo respalda y afecta en este día su vida y su conducta. Hemos llegado hasta aquí, y espero que el sermón no haya estado desprovisto de provecho. Esperamos que el Espíritu de Dios no ayude todavía más.

IV. Pero ahora voy a cambiar completamente la línea de nuestro pensamiento por un momento. Dejemos al niño Jesús ahora, y permítanme usar las palabras concernientes a Jesús en la plenitud de Su poder. PENSANDO QUE ESTABA ENTRE LA COMPAÑÍA EN TODA SU GRACIOSA INFLUENCIA, ¿qué pasaría entonces?

Entonces, hermanos, primero, ¡cuán feliz será esa compañía! Pues sabiendo que Cristo está en su compañía, los santos no pueden sino estar contentos. Ustedes han visto el cuadro que representa a algunos mártires recluidos juntos en prisión. Ellos serían quemados muy pronto, y se consuelan unos a otros. Ahora, pensando que estaba entre la compañía, como no dudo que así fuera, yo hubiera querido haber estado allí, incluso al precio de participar en su suplicio. ¿No hubieran querido estar allí también ustedes?

O vean, unas cuantas personas pobres se reunieron en una casucha para hablar acerca de Jesús, como lo hacen muy pocas personas ahora; ¡Jesús está allí, y sus corazones están ardiendo dentro de ellos! ¡Cuán favorecidos son! Aunque sus corazones hubiesen estado de otra manera tristes, sin embargo, pensando que estaba entre la compañía, cuán tranquilos se ponen todos los dolientes; cuán ligera se vuelve toda carga, cómo se goza todo corazón dolorido, pues en Su presencia hay plenitud de gozo. Si tuvieran a Cristo en su círculo familiar, se tornaría en un círculo de deleite.

Pensando que estaba entre la compañía, además, ¡cuán unido se volvería todo Su pueblo! Siempre que el pueblo cristiano riñe, es porque Jesús no está entre la compañía. Siempre que hay falta de amor, siempre que hay falta de clemencia, cuando la gente cae en la censura y en las disputas de unos con otros, mi corazón me dice: "pensando que estaba entre la compañía, no habrían actuado así." Lo habrían mirado, y de inmediato se habrían perdonado mutuamente. Es más, difícilmente habrían tenido necesidad de perdonarse, pues no se habrían infligido ninguna ofensa mutua, sino que sus corazones habrían fluido conjuntamente en una corriente común.

Las ovejas están esparcidas por doquier sobre los montes hasta que llega el pastor, pero ellas conocen su voz, y se reúnen con él. Jesús es el centro y la fuente de unidad, y cuando lo tenemos reinando en Su plena gloria en medio de la iglesia, las divisiones y los cismas cesan de existir.

"Pensando que estaba entre la compañía," cuán santos se volverían. El pecado muere cuando Jesús lo mira, y las descarriadas pasiones de los hombres ceden ante Su dulce influencia.

¡Cuán devotos serían todos los corazones "pensando que estaba entre la compañía!" ¡Qué oración habría, y qué alabanza! No habría ninguna prisa en el devocional matutino, ni habría sueño junto a la cama por la noche si Jesús estuviera en nuestra compañía. Entonces, nuestro corazón estaría orando todo el día, y nos deleitaríamos en orar juntos por Su venida y Su reino.

Cuán enseñables somos, también, cuando Jesús está en la compañía, abriendo las Escrituras y abriendo nuestros corazones; y de qué dulce comunión gozaríamos. Nuestras almas se elevarían a Su alma, y ¡cómo seríamos enlazados en el Cristo! Cuán feliz, cuán unida, cuán santa es la compañía pensando que Él está en ella.

Cuando Jesús está entre la compañía, cuán vivaces son todos ellos. Vamos, en estas cálidas mañanas algunos parecen medio propensos a caer en el sueño, aun en la casa de oración: "El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil." Pero cuando Jesús está entre la compañía, el espíritu triunfa sobre la carne, y nos sentimos llenos de vida, y de poder y de energía en el servicio divino.

Cuando nuestros corazones arden internamente por causa de Sus palabras, nuestros cuerpos no se pueden enfriar. Cuando el alma es reanimada por Su presencia, entonces el hombre completo está despierto. Así como cuando sale el sol, su luz despierta a miles de durmientes, aunque no se escuche ninguna voz, así las sonrisas de Jesús despiertan a una iglesia durmiente, y la motivan al celo y a la energía.

Si Jesús está entre la compañía, ¡cuán denodados nos volvemos! ¡Cuán celosos por Su gloria! ¡Cuán decididos a conquistar almas! Me temo que es debido a que Jesús no está en la compañía, que permitimos que muchos pecadores pasen a nuestro lado sin una advertencia, y desperdiciamos preciosas oportunidades de servir a nuestro Señor.

Ustedes habrán oído del santo señor Payson, el teólogo norteamericano, quien era un hombre que caminaba con Dios en su ministerio. Había salido un día con un hermano ministro que tenía que visitar la casa de una dama, y Payson le acompañó. La dama insistió que ambos se quedaran a tomar el té. Ella no era una mujer cristiana, Y Payson tenía otros asuntos que hacer, y, por tanto, vaciló; pero como ella le insistiera mucho, se sentó, e invocó la bendición divina, lo cual hizo en términos tan dulces y llenos de santa unción, que impresionó a todo mundo. La dama lo atendió con gran amabilidad, y cuando él se levantó para marcharse, le dijo a la dama: "señora, yo le agradezco mucho por su gran amabilidad para conmigo; pero, ¿cómo trata usted a mi Señor?" La pregunta obró en esa dama una obra de gracia; ella fue llevada a Jesús; ofreció su casa para la predicación, y se dio un avivamiento.

Ahora, si Jesús no hubiera estado con Payson, ¿qué habría sido de esa mujer? Me temo que nos acercamos y nos alejamos de hombres y mujeres moribundos, y dejamos que perezcan, sí, dejamos que sean condenados sin que hagamos un esfuerzo por su salvación, y todo debido a que no hemos obedecido la voz que nos habla como habló a Abraham: "Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto." Nunca seremos perfeccionados como siervos de Dios a menos que caminemos conscientes de Su presencia; pero si caminamos delante de Él, y Él está con nosotros, entonces seremos denodados en la conquista de almas.

Estoy seguro, queridos amigos, que si Jesús estuviera entre la compañía, entonces estaríamos confiados, y todas las dudas se desvanecerían. ¡Cuán firmemente debemos creer, pues estamos viviendo en comunión con "la Verdad"!

¡Cuán seguramente seríamos protegidos de la tentación, así como las ovejas son protegidas del lobo cuando el pastor está cerca! ¡Qué vidas bienaventuradas y celestiales viviríamos! En verdad representaría sólo un pequeño cambio para nosotros ser levantados de la tierra al cielo si Jesús estuviera siempre en la compañía, en la familia, y en el negocio; en nuestras labores y recreaciones, en nuestras alegrías y en nuestras tristezas.

V. Por último, y solamente por un minuto, a modo de tocar la conciencia, quiero detenerme en la reflexión que JESÚS HA ESTADO ENTRE LA COMPAÑÍA, ya sea que lo hayamos visto o no. Quiero que vuelvan su mirada a lo que Él ha visto entre la compañía de ustedes, suponiendo que hubiere estado allí, cuando estaban disputando la otra noche. Sí, había surgido un punto doctrinal, y difirieron al respecto. ¿Acaso no te calentaste, hermano mío, hasta ponerte muy rojo? ¿Acaso no te alejaste de aquel amigo con quien habías disputado casi odiándole? Sabes que fue así.

Pensando que Jesús hubiese estado entre la compañía, Él no hubiera sonreído al ver esa disputa. Si hubiera estado allí, habría estado apesadumbrado por la forma en que recordabas Su doctrina pero olvidabas Su espíritu. Si hubieses percibido Su presencia, habrías expresado tu argumento mucho más dulcemente, y habrías hablado, no con el objetivo de doblegar a tu oponente con el argumento, sino con el propósito de instruirlo y de glorificar a tu Señor. Sabes que no cediste en un punto donde debiste haber cedido; sabías en ese momento que estabas equivocado, pero tu amigo te presionó fuertemente, y te dijiste: "no voy a ceder, aunque me doy cuenta que él tiene la razón."

Aunque supongo que diferiremos acerca de muchos puntos hasta que el Señor venga, sin embargo, cuando se den diferencias, nos presentarán grandiosas oportunidades para una santa caridad y una edificación mutua, y estas serán aprovechadas de buena gana, si Jesús está entre la compañía.

La próxima vez que tengamos una discusión, que cada uno se diga: "Jesús está entre la compañía; por tanto, mientras hablemos a favor de lo que creemos que es verdad, hagámoslo con un espíritu de amor." Nuestros argumentos no perderán fuerza si son sumergidos en el amor. La verdad no es nunca más fuerte que cuando camina con la caridad.

Pero, además, pudiera suceder que hace muy poco tiempo, algunos de ustedes actuaran de tal manera que ningún observador común pudiera haber visto alguna diferencia entre ustedes y los hombres mundanos. Ustedes estaban haciendo negocios, tratando con uno que procuraba lograr lo mejor para él, mientras ustedes procuraban hacer lo mejor para su propio beneficio. ¿Los estoy culpando por eso? No por ser prudentes y circunspectos; pero yo supongo que ustedes deberían culparse por ir más allá de esto. No hicieron nada que yo pudiera catalogar como deshonesto, pero, ¿no navegaron espantosamente cerca del viento? Expresaron algo que no debo llamar una mentira, pero tampoco era tal como ustedes quisieron darlo a entender: ¿o acaso lo era?

Los hombres de negocios a menudo tienen por objetivo lograr una indebida ganancia uno del otro: el lema es "el diamante corta al diamante," y a veces se trata de algo peor. Si los cristianos pensaran, en todos sus tratos, que Jesús está entre la compañía, cómo cambiaría su comportamiento. Piensa en Jesús de este lado del mostrador, a tu lado mientras estás vendiendo, y de aquel lado del mostrador junto contigo que estás comprando. Ustedes dos necesitan Su presencia, pues el comprador está generalmente tan decidido a engañar tanto como el vendedor; él quiere comprar los bienes a menor precio de lo que valen, y por eso el vendedor le pone la carnada al anzuelo.

El comercio se está pudriendo por completo, pero la culpa no está de un solo lado. Cuando las personas han de tener los bienes muy por debajo del precio de su producción, no deberían sorprenderse si se les vendiera un artículo inferior que tenga buena apariencia, pero que resulta ser algo sin valor.

Oh, que ustedes que son cristianos supusieran siempre que Jesús está en su compañía. A duras penas me puedo imaginar a Judas engañando a Juan bajo la mirada de Jesús; ni a Felipe negociando duramente con el muchacho que tenía los panes de cebada. ¿Acaso no deberían ser nuestros tratos entre los hijos de los hombres de tal manera que fueran aprobados por Jesús? Él es nuestro Maestro y Señor; debemos imitarlo, y no hacer nada de lo que debamos avergonzarnos bajo Su mirada.

No me acusen de ser personal ahora, pues si lo hicieran, me declararía culpable. Si la gorra te queda, póntela. El otro día estabas entre la compañía, y ciertas personas estaban hablando impíamente, o, ¿acaso era escepticismo lo que estaban expresando? Y tú, como discípulo de Cristo, los escuchaste, y ¿qué hiciste? ¿Diste testimonio de la verdad? Dijeron un chiste. Era claramente sucio, ¡pero tú te reíste! ¿No es cierto? Pero, ¡ay, no dijiste nada por tu Señor! ¡Sin embargo, Él estaba en la compañía, viéndolo todo! Tuviste varias oportunidades, pero no dijiste ni una palabra a favor de la verdad y de la santidad.

Ahora, suponiendo que Jesús estaba entre la compañía, pienso que estaría sumamente agraviado. De seguro tu Señor debe haber pensado: "¡Cómo, dijeron todo esto en mi contra, y no hubo ni una sola palabra de réplica de parte de aquel a quien redimí con mi propia sangre!" ¿No eras acaso otro Pedro repitiendo la historia de sus negaciones de su Señor? No lo negaste con juramentos y maldiciones, pero te gobernó el mismo espíritu cobarde.

¡Oh, que te hubieras manifestado en tus verdaderos colores! No sabes qué influencia habrías tenido para bien. Si colocamos al Señor Jesucristo siempre delante de nosotros, ¿no seríamos valerosos para testificar y no estaríamos prestos a defender?

Recuerden nuevamente aquellas noches en las que unos cuantos amigos se han reunido: ¿no han constituido a menudo una pérdida de tiempo? "Pensando que estaba entre la compañía", como realmente lo está, ¿piensan acaso que la noches deberían pasarse como ocurre frecuentemente?

El doctor Chalmers, un hombre verdaderamente devoto, nos comenta que, una vez, en la casa de un noble, pasó una noche con varios amigos, y discutieron el tema de la causa de la indigencia, que es un tema muy adecuado de conversación. Un anciano jefe montañés de Escocia entre la compañía, escuchaba con gran atención al doctor, pues Chalmers era un experto en la materia. En verdad no habían pasado la noche impropiamente: pero al rato se escuchó un ruido inusitado, y un pesado gemido. El jefe se estaba muriendo. En unos cuantos minutos estaba muerto, y el doctor Chalmers lo abrazó, siendo el vivo cuadro de la turbación. "Ay," -gritó- "si yo hubiese sabido que mi amigo estaba a unos cuantos minutos de la eternidad, le habría predicado a él y a todos ustedes, a Cristo Jesús y a éste crucificado."

¡Con cuánta mayor razón deberían arrepentirse muchos cristianos de su conversación! ¡Cuán amargamente deberían volver su mirada sobre las horas desperdiciadas! Pensando que Jesús estaba entre la compañía, ¡cuán a menudo habrá sido agraviado por nuestras frivolidades!

¿No piensan ustedes que es un gran descrédito para nosotros como pueblo cristiano, que nos reunamos con tanta frecuencia y no oremos casi nunca? Las horas más felices que pasan los cristianos son aquellas cuando hablan incluso sobre temas seculares pero con gracia, e invariablemente se elevan a temas más santos, y mezclan en su conversación la oración y la acción de gracias. Luego, cuando se retiran, sienten que han pasado la noche de una manera que Jesús aprobaría.

¿Acaso no oí el otro día acerca de algún amigo cristiano que iba a renunciar a su trabajo para Cristo? ¿Y también acerca de una docena de amigos cristianos que iban a separarse y a descontinuar su santo servicio para Jesús? Uno iba a abandonar la escuela dominical, en la que había estado involucrado durante años; otro iba a permitir que una iglesia débil se desmembrara y se hiciera pedazos, pues se había cansado de trabajar bajo el peso del desánimo: otro dijo: "ya cumplí mi turno, y ahora hay que dejar que otro haga el trabajo."

Pensando que Jesús estaba entre la compañía, ¿ustedes creen que observaciones de ese tipo le agradarían? Si Jesús fuese percibido entre nosotros, ¿volvería la espalda alguno de nosotros en el día de la batalla? No, hermanos, puesto que Jesús está con nosotros, sirvámosle mientras tengamos vida. Recuerden las palabras de John Newton cuando le dijeron que era demasiado viejo para predicar: el venerable hombre exclamó: "Cómo, ¿acaso cesará de predicar el viejo blasfemador africano mientras haya aliento en su cuerpo? ¡Jamás!"

No toleren que alguna dificultad, o debilidad, les impida perseverar en el servicio de Jesús, de alguna manera o de otra, y cuando efectivamente sientan como si deberían abandonar las filas, ¡piensen que Él está entre la compañía, y prosigan su marcha!

¡Adelante, hermanos! ¡Jesús va a la cabeza! ¡Adelante, pues Su presencia es victoria! Que Dios les bendiga, queridos amigos, y que todo este día Jesús esté entre la compañía, para que sea un domingo santificado para sus almas. Amén.


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