Por el amor de Dios, Volumen 1/5 de abril
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 97 del Libro Por el amor de Dios, Volumen 1
Traducción por Arturo Valbuena M.
5 DE ABRIL
Levíticos 8; Salmos 9; Proverbios 23; 1 Tesalonicenses 2
AL INICIO DEL EXPERIMENTO AMERICANO en la democracia, los Padres Fundadores adoptaron distintas posiciones, hoy aceptadas por pocos, que estaban profundamente en deuda con la herencia judío - cristiana. Esto no quiere decir que los Padres Fundadores eran todos cristianos. Muchos no lo eran; eran deístas indefinidos. Pero entre estas presunciones bíblicas estaba la creencia que los seres humanos no son buenos por naturaleza y tienen un potencial enorme para la maldad.
Por esta razón, cuando los Padres construyeron su sistema político, nunca apelaron a “la sabiduría del pueblo estadounidense” u otra consigna parecida muy popular hoy. Francamente, estaban un poco nerviosos acerca de dar demasiado poder a las masas. Esa es la razón por la cual no había elección directa del presidente: había una intervención del “colegio electoral”. Solamente hombres (blancos) con un interés en el país podían votar. Incluso entonces, los sectores pertinentes del gobierno estaban limitados por un sistema de controles y equilibrios, porque para los Padres, la demagogia populista era tan aterradora como la monarquía absoluta (como vimos en otro contexto el 20 de enero).
Ciertamente una de las grandes ventajas de casi cualquier sistema de democracia verdadera (verdadera en este contexto presupone una oposición viable, libertad de prensa, y un sistema de votación mayormente incorruptible) es lo que proveen las masas con el poder concedido a los líderes quienes nos desilusionan. En ese sentido, la democracia todavía funciona: el gobierno debe ser con el consentimiento de los gobernados. Aún la herencia primitiva tan disipada hoy que los políticos de todos los sectores requiere de la sabiduría del pueblo. Manipulados por los medios de comunicación, la votación de sus bolsillos, el apoyo de los intereses sectoriales o asuntos mono focales, los votantes en Estados Unidos y otras democracias occidentales no muestran grandes señales de trascendente sabiduría. Peor aún, trabajamos bajo la ilusión (de veras, fomentamos la ilusión) que de alguna manera las cosas estarán bien siempre que muchas personas voten. Nuestro sistema de gobierno es nuestra Torre de Babel: se supone que debe hacernos inconquistables. El imperio soviético tambalea; otras naciones se desploman, se dividen, están destruidos por la guerra civil, por el genocidio de tribus, por la miseria absoluta, por la corrupción endémica, por la ideología marxista o alguna otra ideología. Nosotros no. Pertenecemos a una democracia, “de soberanía popular”.
Ni por un momento debemos despreciar lo bueno de vivir en un país con un nivel relativamente alto de ingresos, un gobierno estable, y algo de responsabilidad. Pero tal bendición no es garantía de justicia. “Pero el Señor reina por siempre; para emitir juicio ha establecido su trono. Juzgará al mundo con justicia; gobernará a los pueblos con equidad”. (Salmos 9:7-8).
Escucha la voz de la Escritura: “¡Levántate, Señor! No dejes que el hombre prevalezca; ¡Haz que las naciones comparezcan ante ti! Infúndeles terror, Señor; ¡que los pueblos sepan que son simples mortales!” (Salmos 9:19-20).
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