Por el amor de Dios, volumen 1/20 de abril

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Sobre esta Traducción
English: For the Love of God, Volume 1/April 20

© The Gospel Coalition

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Por D.A. Carson sobre Vida Devocional
Capítulo 112 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1

Traducción por Luximar Arenas Petty


20 DE ABRIL

Levítico 24; Salmos 31; Eclesiastés 7; 2 Timoteo 3

DAVID ESTABA EN PROBLEMAS SERIOS. Las circunstancias exactas pueden ser oscuras para nosotros, porque vivimos tres mil años después para explorar los detalles. Pero sabemos que David fue encerrado en una ciudad sitiada (Salmo 31:21) y se sintió atrapado. El estaba tan amenazado que coqueteó con el desespero. Y es entonces cuando se sintió abandonado por Dios mismo: “En mi confusión llegué a decir: ‘¡He sido arrojado de tu presencia!’” (31:22).

Ese es el peor desespero de todos, sentir que Dios te ha abandonado. Fue parte del suplicio de Job. Job sintió que podía montar un caso en su propia defensa, si solamente pudiera encontrar a Dios el tiempo suficiente para debatir con él. Pero los cielos permanecieron en silencio, y el silencio multiplicó su desespero.

Ya hemos reflexionado en el hecho de que fue el temor de sentirse abandonado por Dios lo que mantuvo a Jacob luchando con el hombre desconocido en la obscuridad (Génesis 32:22-32) y lo que mantuvo a Moisés de insistir en que Dios abandonara su amenaza de permanecer fuera del campamento de los israelitas rebeldes (Éxodo 32-34). En un universo teísta, no puede haber nada peor que ser realmente abandonado por Dios. El peor de los tormentos del infierno es que los hombres y las mujeres verdaderamente son abandonados por Dios. “Abandonad la esperanza, todos los que entréis aquí”.

Sin embargo, la triste realidad es que para nosotros quienes portamos la imagen de Dios el temor oscila entre ser abandonados por Dios, y querer escapar de su presencia. El mismo David que escribió este salmo no estaba particularmente entusiasta en deleitarse en la presencia de Dios cuando estaba codiciando a Betsabé y conspirando para asesinar a su esposo. Muy a menudo nos gustaría que Dios mirara hacia otro lado cuando deseamos burlarnos de él e insistimos en seguir nuestros propios caminos, y nos gustaría que Dios nos mostrara su presencia y su gloria, y ciertamente nos sacara de dificultades, cuando nos encontramos en situaciones desesperantes.

¡Qué bendición incalculable que Dios es mejor que nuestros temores! El no nos debe socorrer, ayudar o salvar. Aún nuestros gritos de alarma-“¡Cortado soy de delante de tus ojos!”- Pueden tener más que ver con la incredulidad desesperada que con súplicas sinceras de ayuda. Pero la experiencia de David puede animarnos, para que rápidamente escriba dos líneas más: “Empero tú oíste la voz de mis súplicas cuando a ti clamaba” (31:22).

¡Amad al SEÑOR, todos sus santos!
El SEÑOR preserva a los fieles,
y retribuye plenamente a los que obran con soberbia.
Esforzaos, y aliéntese vuestro corazón,
todos vosotros que esperáis en el SEÑOR. (Salmo 31:23-24)

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