Por el amor de Dios, volumen 1/21 de abril

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Sobre esta Traducción
English: For the Love of God, Volume 1/April 21

© The Gospel Coalition

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Por D.A. Carson sobre Vida Devocional
Capítulo 113 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1

Traducción por Luximar Arenas Petty


21 DE ABRIL

Levítico 25; Salmos 32; Eclesiastés 8; 2 Timoteo 4

“DICHOSO AQUEL A QUIEN SE LE PERDONAN SUS TRANSGRESIONES, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmos 32:1-2). En un universo teísta donde Dios lleva los libros, es difícil imaginar una bienaventuranza mayor.

La tragedia más triste es que cuando las personas reflexionan en este hecho -que tenemos que darle cuentas a él, y que no hay escape de su justicia- casi instintivamente, hacen las cosas mal. Ellos resuelven tomar el camino de la autosuperación, voltean una nueva hoja, ocultan o incluso niegan los pecados de la juventud frívola. De esta manera añaden a su culpa algo adicional - el pecado de la mentira.

No nos atrevemos a pedir por justicia -seríamos abatidos. Pero ¿cómo podemos escondernos de Dios que todo lo ve? Eso es autoengaño. Hay solamente un camino a seguir que no nos destruya: debemos ser perdonados. “Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones”. Y ¿qué está vinculado con ese perdón? Para comenzar, esa persona no fingirá que no hay que perdonar los pecados: “en cuyo espíritu no hay engaño”.

Es por eso que los versículos siguientes hablan tan abiertamente de la confesión (32:3-5). Fue cuando David “guardo silencio” (esto es, acerca de sus pecados) que sus “huesos se fueron consumiendo”; su angustia fue tan abrumadora que le trajo dolor físico lamentable. David se retorcía en el sentido que Dios mismo estaba contra él: “Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí”. (32:4) ¿La solución gloriosa? “Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al Señor’, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado” (32:5).

El escritor del Nuevo Testamento más cercano a decir lo mismo es Juan en su primera carta (1 Juan 1:8-9). Escribiendo a los creyentes, Juan dice, “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad”. Allí está de nuevo: el autoengaño vinculado con la negación de nuestros pecados. “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad”. Allí está de nuevo: la única solución para la culpa humana. Este Dios no nos perdona, porque él sea consentidor o demasiado perezoso para tener cuidado, sino porque hemos confesado nuestros pecados, y sobre todo porque él es “fiel y justo”: “fiel” al pacto que él ha establecido. “justo” como para no condenarnos cuando Jesús mismo es la propiciación por nuestros pecados (2:2).



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