Por el amor de Dios, volumen 1/24 de noviembre
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 330 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Arturo Valbuena M.
24 DE NOVIEMBRE
1 Crónicas 19-20; 1 Pedro 1; Jonás 3; Lucas 8
UNA DE LAS GRANDES PRETENSIONES DE la existencia humana es que esta vida mortal dura para siempre. Aunque los jóvenes teóricamente saben que hay un final para cada vida humana, actúan como si la muerte nunca va atraparlos. Décadas más tarde, saben mejor, pero aun así la mayoría actúa como si sus familias inevitablemente continuarán, o al menos su cultura o su nación, sobrevivirán.
Los más previsores saben que no es así. Las personas mueren, también lo hacen las conexiones familiares. Para todos menos los más comprometidos con la arqueología genealógica, no sabemos mucho acerca de nuestras familias por las últimas tres o cuatro generaciones, y por lo tanto nosotros mismos no seremos recordados en unas pocas generaciones. Poderosos imperios caen. Ellos se dividen, se declinan al estado de vasallo como poderes de tercera o de cuarta categoría, o se disuelven en el olvido. Podríamos tener un destino inmortal, pero nada restrictivamente ligado a esta vida es seguro, nada es inmutable, nada perdura. “Todos los hombres son como la hierba, y toda su gloria es como las flores del campo, la hierba se seca y la flor se marchita” (1 Pedro 1:24).
Sin embargo, hay una frase más en esta cita de Isaías 40:6-8: “pero la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1:25). Se deduce, entonces, que los seres humanos que desean lo trascendente no pueden hacer nada mejor que alinearse con la palabra inmutable y perdurable de Dios. Y hay varias sugerencias en este capítulo en cuanto a lo que eso significa en términos prácticos.
(1) “Y esta es la palabra que les fue predicada” (1:25): el mismo Evangelio que le fue pronunciado a los lectores de Pedro es la palabra del Señor que permanece para siempre. La adhesión al Evangelio es la adhesión a lo que es eterno. Lo mismo no puede decirse de la adhesión a un sistema político o una teoría económica o al avance profesional.
(2) Más concretamente, los cristianos “han renacidos, no de simiente corruptible sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1:23). Lo que nos ha transformado y nos concede nueva vida de Dios mismo no ha sido impregnación física, sino un nuevo nacimiento espiritual, provocado por la palabra perdurable de Dios.
(3) La palabra mediada a través de profetas anteriores a Jesús, mirando hacia adelante a la revelación que vino exclusivamente con él (1:10-12). Eso significa que todo era único: éste fue siempre el plan, sin embargo muchos que los profetas del Antiguo Testamento habían o no habían comprendido el mismo.
(4) El “nuevo nacimiento” (1:03) que hemos experimentado por la acción de la palabra perdurable de Dios nos introduce a “una herencia que nunca puede perecer, arruinar o desaparecer, reservada en los cielos para ustedes, que por la fe son guardados por el poder de Dios” (1:4-5).
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