Por el amor de Dios, volumen 1/30 de enero

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English: For the Love of God, Volume 1/January 30

© The Gospel Coalition

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Por D.A. Carson sobre Vida Devocional
Capítulo 32 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1

Traducción por Arturo Valbuena M.


30 DE ENERO

Génesis 31, Marcos 2; Esther 7; Romanos 2

LOS TRES ACTOS DE PIEDAD MÁS COMUNES entre los muchos judíos eran la oración, el ayuno y la limosna, es decir, dar dinero a los pobres. Así que cuando los discípulos de Jesús parecían un poco indiferentes a la segunda, esta iba a provocar interés. Los fariseos ayunaron; los discípulos de Juan el Bautista ayunaron. Pero el ayuno no era característico de los discípulos de Jesús. ¿Por qué no? (Marcos 2:18-22).

La respuesta de Jesús es impresionante: “¿Cómo pueden los invitados del esposo ayunar mientras él está con ellos? No pueden, siempre y cuando ellos estén con él. Pero vendrá la hora cuando el esposo se les irá, y ese día ayunarán” (2:19-20). Aquí está Jesús profundamente consciente de sí mismo de que Él mismo es el esposo mesiánico, y que en su presencia inmediata la respuesta correcta es regocijo. El reino estaba comenzando, el rey ya estaba presente, y al día de las bendiciones prometidas estallaba empezando. Esto no era un momento de luto, demostrado por el ayuno.

Sin embargo, cuando Jesús fue a hablar de que el novio partiría de sus discípulos, y que este evento podría provocar el duelo, es muy dudoso que nadie, en ese momento, comprendía el significado de la expresión. Después de todo, cuando el Mesías vino, habría justicia y el triunfo de Dios. ¿Quién podría hablar de que el Mesías se iría? Toda la analogía del novio estaba volviéndose opaco.

Pero después de la muerte y resurrección de Jesús, después de su glorificación, y después de la promesa de su regreso al final de los tiempos, el rompecabezas se completa. Los discípulos experimentarían una terrible tristeza durante los tres días de la tumba antes de que la resurrección gloriosa de Jesús eliminara para siempre su desesperación. Y en un sentido atenuado, los discípulos de Jesús experimentarían ciclos de sufrimiento que requerirían de ayuno cuando confrontaban al maligno en la espera del bendito retorno su Maestro. Pero no ahora. En este momento, la tristeza y el ayuno eran francamente innecesarios. El Mesías prometido, el Esposo celestial, estaba entre ellos.

La verdad, Jesús dice, es que con el comienzo del reino, las estructuras tradicionales de vida y formas de la piedad cambiarían. No sería apropiado el injerto de lo nuevo en lo viejo, como si lo viejo fuese la estructura de soporte, exactamente de la misma manera que no es adecuado reparar un desgarre en un vestido viejo usando telas nuevas sin encoger, o el uso de odres viejas y frágiles para contener el vino nuevo aún en fermentación, cuyos gases, sin duda, va hacer explotar la vieja piel. Lo viejo no apoya lo nuevo, sino que lo dirige, lo prepara para ello, y luego lo acepta. Así, Jesús prepara a sus discípulos para los grandes cambios que van a comenzar.


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