Rechazado por los Hombres, Incluso Nuestros Amigos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Christina Fox sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Natalia Micaela Moreno
Las heridas de un amigo pueden doler mucho más que las de un enemigo. Es el tipo de dolor que corta profundamente. Es una herida que duele y palpita y tarda en sanar. El rechazo es inesperado, y por lo tanto peor, más doloroso.
Todos hemos experimentado el rechazo en algún momento de nuestras vidas. Ya sea siendo elegido último para un juego en el recreo o siendo rechazado para un trabajo o siendo ridiculizado por nuestra fe, el rechazo de cualquiera duele. Pero el rechazo de la mano de un amigo duele aún más. Y cuanto más profunda es la amistad, más insoportable es el dolor.
Hay una cosa que nos trae esperanza en medio de cualquier rechazo: Nuestro Salvador también fue rechazado, incluso por sus amigos más cercanos.
Un Salvador Rechazado
Pedro era uno de los amigos más confiables de Jesús. Él estuvo con Jesús desde el comienzo de su ministerio. Se había alejado de su sustento para seguir a Cristo. Pedro fue el primero en clamar que Jesús es el Señor y uno de los pocos que vio a Jesús en toda su gloria en la Transfiguración. Debido a esa historia, el relato de las negaciones de Pedro es aún más conmovedor.
Después de que Judas traicionara a Jesús y los soldados lo arrestaran, Pedro los siguió hasta la casa del sumo sacerdote. Mientras estaba afuera junto al fuego, esperando a escuchar lo que sucedería, los que estaban en el patio lo reconocieron como uno de los seguidores de Jesús.
“Ciertamente éste también estaba con El, pues él también es galileo.” Pero Pedro dijo: “Hombre, yo no sé de qué hablas.” Y al instante, estando él todavía hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro la palabra del Señor, cómo le había dicho: “Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces.” Y saliendo fuera, lloró amargamente. (Lucas 22:59–62, LBLA)
Nuestro Salvador conoce el dolor de las amistades rotas. Él sabe lo que es cuando los amigos nos fallan, nos rechazan y nos abandonan. “Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción” (Isaías 53:3, LBLA).
También fue rechazado por aquellos con los que había crecido en su ciudad natal de Nazaret (Marcos 6:4). Tal vez algunos que agitaron ramas de palma y colocaron sus capas cuando Jesús entró en Jerusalén, solo una semana después, gritaron: “¡Sea crucificado!” En su arresto, todos sus discípulos huyeron y lo abandonaron cuando más los necesitaba (Mateo 26:31). Y en la cruz, soportó todo el peso del rechazo cuando el Padre derramó su ira sobre él por nuestros pecados, “Y a la hora novena Jesús exclamó con fuerte voz: “Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?”, que traducido significa, “Dios mio, Dios mio, ¿por qué me has "abandonado"?”” (Marcos 15:34, LBLA).
Mi Siempre Fiel Amigo
He sido rechazado por amigos varias veces en mi vida. La confusión y el choque del rechazo son paralizantes. Mi mente no puede evitar ensayar los recuerdos con sospecha. Regreso a través de los años que pasé con aquellos que me lastimaron y me pregunto si estaba equivocado acerca de todo lo que había pensado acerca de nuestra amistad. No puedo evitar retirarme para protegerme de más daños. Me resisto a confiar en los demás con mi corazón. Peor aún, soy propenso a albergar ira, resentimiento y amargura hacia aquellos que me lastiman.
Pero luego miro al Rechazado. Miro el dolor y el abandono que enfrentó por mí — a causa de mí — y me ayuda a enfrentar mis rechazos. El evangelio, las buenas nuevas de lo que Jesús hizo a través de su vida, muerte y resurrección, me da esperanza en medio de mi dolor. El dolor que siento por las relaciones rotas me recuerda el quebrantamiento de Jesús por mí.
Más aún, el evangelio me recuerda que soy igual que Pedro y los discípulos. Si estuviera lejos de la gracia transformadora de Dios en mi corazón, siempre rechazaría el amor de Dios. Yo lo negaría y "lo" abandonaría. Al ver el rechazo de Jesús, me recuerda que me han perdonado por cosas mucho peores, y me ayuda a dejar de lado la ira y la amargura, y en su lugar extender el perdón.
El rechazo que Jesús soportó me muestra que él es mi amigo perfecto, siempre fiel. Su amor por mí no es voluble. No depende de lo que hago por él, y no cambia. “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:38–39, LBLA). Cuando mis amigos me lastiman, siempre tengo un amigo en Jesús. Él entiende mi dolor y mi tristeza. Él tiene compasión por mis lágrimas. Él siempre está conmigo, y siempre puedo confiar en él.
Mientras vivamos en este mundo manchado de pecado, todos experimentaremos el rechazo, incluso, tal vez especialmente, de queridos amigos a quienes hemos amado y en quienes hemos confiado durante años. Jesús nunca prometió protegernos del dolor o la tristeza, sino estar con nosotros cuando sucedan y finalmente librarnos a través de ellos para sí mismo.
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