Reclutas para el Rey
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
“Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres”. 1 Samuel 22: 1, 2.
David, en las cavernas de Adulam, es un tipo de nuestro Señor Jesucristo, que fue despreciado y desechado entre los hijos de los hombres. Cristo es el ungido de Dios, pero los hombres no perciben esa unción. Él es perseguido por Su gran enemigo, el mundo, así como David fue perseguido por Saúl, y ahora prefiere morar en la cueva de Adulam que sentarse en Su trono. Cuando David experimentaba su deshonra fue el momento preciso en que sus verdaderos amigos se replegaron en torno a él. De igual manera, en esta hora cuando el nombre de Cristo es cubierto de mucha deshonra y censura, es el momento preciso de que los verdaderos seguidores del Salvador se replieguen en torno a Su estandarte y defiendan Su causa. Unirse a David después de que fuera coronado rey, hubiera sido una acción irrelevante; los hijos de Belial podrían hacerlo; pero aliarse con David cuando se vio obligado a ocultarse de sus crueles enemigos en los refugios del monte, comprobaba que aquellos hombres eran verdaderos amigos y leales súbditos de David.
Bienaventurados aquéllos a quienes les es dado alistarse bajo el estandarte de Cristo en este momento presente; bienaventurados aquéllos que no se avergüenzan de confesarlo delante de los hijos de los hombres ni de tomar valerosamente Su cruz, y bienaventurados aquéllos que sufren las pérdidas y persecuciones que a Su providencia le agrade ordenar que enfrenten. Puesto que esta noche no me propongo hablarles sobre David, sino sobre el más grandioso Hijo de David, permítanme pronunciar unas cuantas palabras iniciales, dirigidas a:
I. QUIENES YA SE HAN ALISTADO EN SU TROPA BENDITA.
Sobresalen entre aquellos miembros de la tropa de David, sus hermanos y los hombres de la casa de su padre. Así también, amados en Cristo, nosotros, los que hemos sido llamados por la gracia divina, somos considerados por Él: Sus hermanos y los hombres de la casa de Su Padre. Cuando estuvo aquí abajo, mirando a los discípulos en torno Suyo, nuestro bendito Señor dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”. Tal es Su condescendencia, que no se avergüenza de llamarnos a nosotros: hermanos. Todos cuantos le hemos entregado nuestros corazones, cuantos confiamos en Él y le amamos, somos, real y verdaderamente, Sus hermanos y los hombres de la casa de Su Padre. Su Padre es nuestro Padre, Su gozo es nuestro gozo y Su cielo será nuestro cielo en breve.
Hermanos míos en Jesucristo, sólo les diré ahora esto a ustedes: pongamos todo el empeño en confesar valerosamente nuestro parentesco con David, nuestro Señor, y no nos avergoncemos nunca de defender la causa de Cristo. Hay diferentes maneras de hacer el papel de cobardes; procuremos evitarlas todas. El ministro que tiene suficiente valor cuando predica ante la multitud, podría sentir que su labio tiembla cuando le tiene que hablar a un individuo cara a cara. ¡Oh Dios, libra a tus siervos de esa forma de cobardía! También algunos entre ustedes podrían ser capaces de hablar con una o dos personas, pero, tal vez, si se mezclaran con algún pequeño grupo promiscuo y tuvieran que confesar su lealtad a su Señor, se quedarían callados y perderían esa oportunidad por carecer de valor. Dios libre también a Su siervos de esa otra forma de cobardía. En cualquier compañía, en cualquier ocasión y bajo cualquier circunstancia, sean fieles a su Señor. No lo nieguen, antes bien, confiésenlo abiertamente delante de los hijos de los hombres.
¡Cuánto merece ser reconocido por nosotros, ya que Él se ocupó de nosotros y nos reconoció cuando éramos infinitamente indignos de que se fijara en nosotros! ¡Oh!, diez mil rubores deberían de cubrir nuestros rostros al pensar que, en cualquier momento dado, consideremos difícil reconocer que Él es nuestro Dios y Señor.
Oren pidiendo valor, hermanos míos; yo estoy seguro de que nos hace falta. El valor pareciera florecer naturalmente en los cristianos en tiempos de persecución; pero en estos días blandos y sedosos de resonante paz, ustedes se mezclan con la así llamada sociedad que otorga tanta deferencia a la moda, y entran y salen de sus salas con tan vanos engreimientos y conversan tan complacientemente con sus amigos, y son damas y caballeros tan bien educados en su propia opinión, que a menudo olvidan que son cristianos obligados en honor a guardar la fe y a dar testimonio de Cristo.
Tal vez sea más fácil que los pobres confiesen valerosamente el nombre del Redentor, que las personas que se desenvuelven en circunstancias de mayor prosperidad. ¡Ay, ay!, si es que la buena fortuna pone en peligro su fidelidad. Eso es perverso, en verdad. Es lamentable tener que reprochar esto desde un púlpito cristiano. Debería ser exactamente lo contrario. Su independencia pecuniaria no debería esclavizarlos. ¡Dios libre a quienes aman a Cristo, de cualquier cosa semejante a la timidez en conexión con el reino de su exaltada Cabeza!
Al tiempo de que confiesen valerosamente a Cristo, permítanme exhortarlos también a que se aparten del mundo y se unan a Él. Se nos informa, en cuanto a David, que sus hermanos y los hombres de la casa de su padre abandonaron el territorio de Saúl, y se fueron a Adulam para estar con los perseguidos. Hagamos lo mismo.
¡Ah, hay demasiada conformidad con el mundo en torno a cada uno de nosotros! No voy a intentar señalar con el dedo a ninguno de mis hermanos, ni voy a exponer sus faltas, pero se necesitaría estar ciego para no percibir que muchos cristianos hacen lo más que pueden para ser tan mundanos como quieren serlo, pero siendo consistentes con su idea de llegar al cielo al final. ¿Acaso no hay muchas personas que en su vestido, en el arreglo de sus casas y en la conducción de sus negocios, se conforman tan íntimamente a los tiempos y a las modas, que si no fueran conocidos como cristianos por algunas otras evidencias, no serían clasificados nunca, por ningún observador, entre aquéllos que están del lado del Señor?
No considero que sea posible que seamos exageradamente disconformes con las máximas, los usos y las vanidades del presente siglo malo. ¿Qué significa este texto: “Salid de en medio de ellos”? ¿Acaso no bastaba con eso? No. “Y apartaos”. ¿No bastaba con eso? No. “Y no toquéis lo inmundo”. La separación debe ser tan completa que tiene que ocurrir un ‘salir’ y un ‘cortar’ de todo vínculo que mantenga alguna conexión con el mal, y debemos evitar la renovación de cualquier relación, incluso la que fuere implicada por el más mínimo contacto. Opten por la parte de David, ustedes que aman a David. Renuncien a todo por David, ¡oh, ustedes, hombres cristianos! Si aman a Jesús, deben saber que Él vale diez mil mundos. Él debe ser estimado más que toda la pompa y el alborozo de este pobre mundo, aunque sus encantos y seducciones fueren multiplicados un millón de veces. Él debe ser preferido infinitamente por encima de la búsqueda de las sonrisas de los grandes, o del gozo del amor de sus amigos, o del halago de las buenas opiniones de sus parientes. Por tanto, les ruego que dejen todo para seguirlo a Él, y que abandonen todo lo demás para asirse de Él y sólo de Él.
¿Pero no me estoy dirigiendo acaso a muchas personas que han confesado a Cristo, que lo confiesan y que en verdad practican, más o menos cada día de sus vidas, una abnegada disconformidad con el mundo? ¡Oh, varones y hermanos, anhelo que nuestro sentido del deber se encienda hasta convertirse en un ardiente entusiasmo! ¿No podemos hacer algo heroico, o enfrentarnos a algo peligroso, en señal de nuestra lealtad a Cristo? Mi corazón se ensancha a menudo por un fuerte deseo de ver en este lugar a una iglesia que sea preeminente por su consagración al Capitán de nuestra Salvación. Acabo de orar pidiendo eso. Si sólo diéramos algo de nuestra vasta propiedad o de nuestra escasa pitanza, en la medida que todos nosotros debiéramos dar, o si sólo trabajáramos para Cristo en la medida en que Él merece que lo hagamos, o hiciéramos algo parecido a eso, -si sólo viviéramos para Jesús en cualquier medida en que la gratitud pudiera impulsarnos- ¡qué frente presentaríamos y qué poder ejerceríamos!
Como una gran iglesia, ¡cómo podríamos influenciar a esta gran ciudad; qué marca podríamos dejar sobre nuestra época! Pero, ¿por qué estoy hablando acerca de toda la comunidad, cuando yo mismo todavía no he alcanzado esa devoción pura? Aun así, Dios sabe que estoy deseando seguir adelante. Pretendo olvidar lo que ha quedado atrás, mientras me esfuerzo por lograr más y seguir avanzando.
Hermanos, ustedes recuerdan la historia de aquellos tres valientes que, cuando David suspiraba por un trago de agua del pozo de Belén, arriesgaron sus vidas para conseguirlo. ¿Acaso no hay hombres fuertes aquí –hombres de fe, hombres de valor- que se atrevan a realizar proezas para mi Señor? Él clama por la conversión de las almas; ¿no se consagrará ninguno de ustedes a esa obra? ¿Acaso ninguno de ustedes se abrirá paso a través de los convencionalismos de la sociedad en pos de los buscadores? Él dice: “Dame de beber”, tal como le dijo a la mujer junto al pozo de Samaria, y Su fe es saciada cuando ve cumplida la voluntad de Su Padre. ¿Acaso no hay aquí hombres fuertes, valerosos y generosos, que prediquen a Cristo allí donde no ha sido predicado nunca antes? Hubo otros hombres entre los seguidores de David que realizaron hazañas como esas; uno de ellos mató a un león en medio de un foso, cuando estaba nevando, mientras que de otro se nos informa que mató a muchos filisteos y que el Señor obró una gran victoria. ¿Y no podríamos hacer nosotros algo que exceda y sobrepase el servicio ordinario del cristianismo moderno? Me avergüenza el cristianismo moderno. Su oro se ha vuelto opaco; su oro más fino está cambiado; su gloria ha partido.
Los primeros cristianos estaban llenos de un entusiasmo que no hubiera podido tolerar la lánguida indiferencia de estos tiempos. Eran tan devotos, tan intensos, tan apasionados y tan llenos de un divino ardor por la extensión del reino del Redentor, que hicieron que su influencia se sintiera dondequiera que moraban, o incluso donde estuvieron en una breve estadía. ¡Que Dios nos envíe ahora algo de ese sagrado celo! Necesitamos más del entusiasmo que ardía en los corazones de Wesley y de Whitefield. ¿Adónde buscaremos ahora el refulgente ardor y las incansables labores del apóstol Pablo? ¿Dónde están ahora los discípulos que emulan el celo del bendito Señor, cuya carne y cuya bebida era hacer la voluntad del que le envió? ¡Que ese celo nos sea dado a todos nosotros! Que Dios nos lo envíe, que nos lo envíe ahora, que nos lo envíe aquí, que me lo envíe a mí, que se los envíe a ustedes, hermanos míos, y que lo envíe desde ahora y a lo largo de toda su vida.
No creo que necesite decir más, a menos que sea implorarles que mantengan su valor sabiendo que están involucrados en la causa de Cristo. Hay una gran lucha que se está librando en torno nuestro. La nación entera se ve convulsionada de tiempo en tiempo por serias preguntas en las que está grandemente involucrada la honra del Señor Jesucristo. Que todos aquellos que le aman prosigan con resuelta integridad. Conveniencia es la perversa palabra que describe a la moral elástica de la época, pero justicia es el principio eterno y sin desvíos por el que el universo es gobernado. El reino de Cristo no es de este mundo. A nosotros nos debe corresponder ayudar a los oprimidos, socorrer a los débiles y dar libertad de conciencia a todos los hombres. Que Dios defienda el bien. Él lo defenderá. Si nuestros nombres son suprimidos como malvados, si somos malentendidos y malinterpretados, calumniados y difamados, que así sea; no estamos sorprendidos ni nos sentimos desfallecidos. El bien debe ser mantenido siempre, pese a la calumnia y al abuso. Pero, en nombre de Dios, no seamos pusilánimes ni cobardes. Cumplamos siempre con nuestro deber viril y legalmente. Mantengamos nuestra profesión alegremente. Adhirámonos con confianza y firmeza al reino de nuestro Señor Jesucristo. La estrella de David va en ascenso y la casa de Saúl se debilita más y más. Habiéndome dirigido así a los soldados, paso ahora, durante breves minutos a:
II. ACTUAR COMO UN SARGENTO RECLUTADOR.
Además de sus propios parientes, había otras personas que se habían unido a David. Ahora, ¿por qué se le unieron? Podría responder que por una razón muy semejante a la que nos ha movido a muchos de nosotros. Era porque tenían necesidad de él. Ellos pudieran haber acudido a David porque su carácter era muy bueno y su conducta muy recta. Pudieran haberle ayudado porque su disposición era muy amable y benevolente. Ellos pudieran haberse replegado bajo su estandarte porque era el ungido del Señor. Ellos pudieran haber unido su suerte con David porque había una profecía y una promesa de su triunfo y de su reino sobre la nación. Pero ellos fueron, realmente, influenciados por otros motivos. Vinieron a David por tres razones: porque estaban afligidos, porque estaban endeudados y porque se hallaban en amargura de espíritu. Ellos buscaron refugio y socorro debido a un espantoso desánimo.
Ahora, tal vez, habría sido bueno que yo les hablara acerca del dulce carácter del Señor Jesús, pero aunque hiciera eso, ustedes no vendrían a Él. Habría sido bueno que les comentara acerca de las proezas de mi Señor, y cómo venció a Goliat, y mató a los enemigos que nos tiranizaban. Habría sido bueno que les dijera que Él es el Salvador designado por Dios, que está destinado a reinar como Rey, y que quienes le confiesan ahora serán exaltados con Él cuando venga en Su reino. Atractivo como podría ser para algunas mentes, la atracción principal es siempre que Él es idóneo para ustedes en sus presentes necesidades, en esos dilemas que ahora pesan terriblemente sobre sus almas. Entonces, me propongo dirigirme a los tres tipos de personas que son más propensas a venir a Jesús, esperando que se aprovechen de esta hora propicia, y que se alisten bajo Su estandarte de inmediato, sin dilación ni duda.
El primer tipo de personas que vino a David fue el de los afligidos. Esas personas eran de “escasos recursos” como decimos. Habían gastado sus riquezas. Estaban en bancarrota. Tanto sus recursos como sus esperanzas se habían agotado; por lo tanto, vinieron a David. Parecían decir: “Nuestro caso es tan grave que no podría ser 7 peor; es mejor que vayamos a David”. El caso de ellos era como el de ustedes, muy bien descrito en nuestro himno:
“Podría perecer si voy,
Pero estoy resuelto a probar,
Pues si permanezco alejado, yo sé
Que he de morir para siempre”.
Yo sé que se encuentran aquí algunas personas afligidas. He venido para reclutarlas para el andrajoso regimiento de mi Señor. Es sólo así que la desesperación se disipará, y sólo así revivirá la esperanza, pues siendo reclutados por Él, pueden recobrar el valor mientras pelean Sus batallas y recibir Su bendición.
Ustedes están afligidos porque sienten que no tienen ningún mérito propio. Ese sentimiento es muy justo, pues no tienen ninguno; nunca tuvieron mérito alguno y nunca tendrán ninguno. En un tiempo pensaron que eran tan buenos como la demás gente, o tal vez pensaron incluso ser mejores. Ese pensamiento vano ha desaparecido ahora. Sus buenas obras, sus méritos, sus mejores empeños, sus más selectas oraciones, todo eso se disuelve y ya no se glorían en nada. Vengan a Cristo, entonces. Él tiene méritos para quienes no tienen ninguno. Su causa es buena, aunque la de ustedes sea mala. Ustedes son el preciso tipo de gente que Él vino a rescatar, la gente por la que Él murió. Él vino, no a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento. En la medida en que sean evidentemente pecadores, vengan; vengan al Salvador de los pecadores; pongan su confianza en Él, y vivan.
Otros están afligidos porque sienten que no tienen ningún poder. Ustedes dicen que no pueden creer, que no pueden arrepentirse, de hecho, dicen que no pueden hacer nada como quisieran hacerlo. Entre más lo intentan, más desprovistos de poder se descubren. Quisieran orar, pero no pueden hacerlo; se sienten tan muertos, tan fríos… Si intentan moverse, todo pareciera concluir en una decepción.
Bien, mis queridos oyentes, Jesucristo murió por aquellos que no tienen ninguna fuerza, pues así está escrito: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. ¡Oh, ustedes, que no tienen ningún poder, cobren ánimo, porque Cristo es el poder de Dios! Hay suficiente capacidad en Él para compensar toda la impotencia de ustedes. Vengan, y apóyense con toda su atenuada debilidad sobre Su irresistible poder y así tendrán un suministro completo de todo lo que sus almas necesitan.
Pero yo sé que hay algunas personas presentes que están afligidas porque, en adición a que no tienen ningún mérito y ningún poder, no tienen ninguna sensibilidad. “Yo no siento mi necesidad como debería sentirla”, dice otro. ¡Oh, amado!, Jesucristo vino para resucitar a los muertos. Él vino para dar sensibilidad a quienes son empedernidos y negligentes, y vino para convertir a los corazones de piedra en corazones de carne. Yo creo que aquellas personas que piensan que no sienten su necesidad, son aquéllas que realmente sienten más su necesidad. No hay un sentido de necesidad tan grande como cuando un hombre siente que no siente, y piensa que no capta la profundidad de su propia necesidad, pues entonces él está evidentemente vivo en cuanto a su verdadera condición. Posiblemente haya dentro de ustedes una mayor obra del Espíritu Santo que en otras personas, cuyo sentido de necesidad se muestra más vívidamente, aunque comprueba ser menos duradero. No es despreciable esa profunda y terrible solicitud que los hace temer porque no sienten, y que los hace gemir porque no pueden dolerse, pues, frecuentemente, es una experiencia asociada con las operaciones de gracia del Espíritu de Dios.
Si es así en su caso o no, no den lugar al descorazonamiento, antes bien, crean que Cristo puede salvarlos, pues Él es capaz de hacerlo y está dispuesto a hacerlo. Si no pueden venir con un corazón quebrantado, vengan por un corazón quebrantado. Si no pueden venir a Él arrepentidos, vengan a Él para recibir el arrepentimiento, pues Él es exaltado en lo alto para dar el arrepentimiento así como la remisión de pecados. Él no exige ninguna preparación de parte de ustedes. Él mismo prepara toda la preparación requerida, que es la obra de Su Espíritu en sus almas. Vengan, entonces, ustedes, que están afligidos y desconfiados, ustedes, que no tienen ninguna cosa buena que les recomiende como criaturas, ni ningún buen deseo que los mitigue como pecadores; vengan, ustedes, que son tan conscientemente malos que no se podría encontrar una buena apología para ustedes, incluso ni en su propia estima, aun si fueran torturados una y otra vez. Vengan a Jesús, tal como estén, todos los perdidos, arruinados, fracasados y golpeados por la pobreza; vengan y confíen en mi Señor, el Hijo de David. La manera de ser alistados al servicio de Su Majestad, ustedes lo saben, es ‘recibir el chelín’. La manera de alistarse en el servicio de Cristo es simplemente confiar en Él. No necesitas traer nada ni tomar nada, sino simplemente confiar en Él, y te convertirás en un soldado de la cruz.
Las siguientes personas que vinieron a David mencionadas en el texto eran todas aquellas que estaban endeudadas. Me siento constreñido a pedirles a los que están endeudados que vengan a Jesús. El hombre que está muy endeudado, dice: “Tengo que pagar con mi vida; he pecado, y Dios ha dicho que el pecador tiene que morir. Sin embargo, no puedo permitirme perder mi vida. ¿Cómo podría atreverme a morir? No tengo ninguna esperanza, ninguna confianza con la cual atravesar las puertas de hierro de la muerte; y luego, después de la muerte, está el terror del juicio para mi alma, puesto que he quebrantado la ley de Dios; y la ley me condena y exige mi destierro de Su presencia y mi destrucción final. ¿Qué haré? No puedo pagar la deuda, y es terrible para mí el pensamiento de ser metido en una prisión para siempre. ¿Cómo, cómo, ¡oh!, díganme cómo puedo escapar?”
¡Ah, bien!, yo estaría contento, en verdad, si hubiese algunas personas aquí que reconocieran, de esta manera, sus deudas y su incapacidad de pagarlas. ¡Feliz el predicador que tenga que dirigirse a una audiencia despierta de esa manera! ¡Felices los oyentes que se sienten conmovidos por tales ansiedades esperanzadoras! Bienaventurado sería en verdad nuestro trabajo si siempre tuviéramos delante de nosotros a quienes conocen la deuda del pecado, que sienten su aflictivo demérito y temen su irremediable condenación. Acepten el consejo, entonces; cualquiera que sea su deuda, ya sea grande o pequeña, vengan y confíen en Jesús, y serán aliviados de la responsabilidad. Vengan y confíen en Él, que sufrió en lugar del pecador, y que fue castigado por los impíos, llevando sus iniquidades en Su propio cuerpo en el madero. Una mirada a Él, una mirada de fe, les revelará la transferencia de toda deuda y de todo pecado, de ustedes hacia Él. Ustedes verán cómo los arroja en el Mar Rojo de Su sangre expiadora, donde, aunque fueren buscados, no serán encontrados nunca más. Me siento constreñido a reclutarte, pobre deudor, y sacarte de la Prisión del Deudor para conducirte a la mesa de mi Señor. Los deudores en bancarrota constituyen buenos soldados para el rey; vengan, entonces, sin mayor problema, y alístense en el ejército del Rey.
Otra categoría de hombres que vino a David fue la de quienes se hallaban en amargura de espíritu. Existen esas personas, y no tenemos que ir lejos para encontrarlas. Por allá está alguien a quien quisiera hablarle ahora:
Hace muy poco tiempo tú eras un joven feliz. Podías acudir a todo tipo de juergas, y tenías poca cautela para el pecado, pues disfrutabas todos tus pecados. Ahora no puedes hacer eso. No entiendes la razón de ello, pero el agudo filo de tu apetito pareciera haberse embotado y tu gusto por la disipación se ha disipado. Aquellos compañeros que una vez fueron personajes especialmente joviales, han cesado de alegrarte con su plática; ahora ya no disfrutas su conversación incoherente, pues te parece muy sosa, y rancia y necia. Ya no puedes reírte de sus bromas obscenas, ni beber a grandes sorbos la copa burbujeante, como solías hacerlo antes. Has estado detrás del escenario de este pobre mundo, y has sentido lástima de las pálidas mejillas que están pintadas con el matiz de una floreciente juventud. Has oído los pesados suspiros de quienes lanzan las joviales carcajadas, y has sido testigo de tanto disfraz disoluto que te ha llenado de un triste disgusto. Has visto lo suficiente para saber cómo habrá de terminar. No es una sorpresa que estés descontento. Tú eres el hombre que necesito, tuyo es el oído que quiero interesar, tuyo es el corazón que desearía alcanzar. Es algo bienaventurado cuando un hombre se torna descontento con este mundo vano, pues entonces, tal vez, busque otro mundo, una esfera más brillante y mejor. Cuando está hastiado de sí mismo y de sus necios compañeros, entonces, tal vez, haga amistad con el exiliado pero ungido Hombre de Belén, y encuentre en Él a un amigo, a un consejero quien será su ayudador que le hable amablemente, que le aconseje sabiamente y que le guíe triunfalmente, hasta llamarlo a participar en el reino de Su gloria.
Ustedes están descontentos de ustedes mismos. Sus propias reflexiones los reprenden amargamente. Cuando se sientan para pensar un poco -un hábito que, tal vez, han adoptado sólo recientemente- descubren que las cosas están fuera de su lugar. No pueden sentirse satisfechos. Extraños esfuerzos y múltiples recelos los dejan perplejos, y no obtienen ninguna paz. Por mi parte yo estoy agradecido, mil veces agradecido, porque han sido conducidos a estar tan incómodos cuando había tantas causas para el desasosiego. Ahora hay alguna esperanza de que confíen su futuro y su destino al Hijo de David. Que alcancen los ofrecimientos de Su gracia y que sean salvados por Él.
Me acuerdo de un viejo marinero que, después de haber sido un borracho y un blasfemo y todo lo que era malo, durante casi sesenta años, oyó un sermón evangélico que tocó su corazón, y cuando pasó al frente para hacer una profesión de su fe en Cristo, dijo: “He navegado durante sesenta años para un empresario muy perverso, y bajo una bandera muy malvada, pero ahora he subido a cubierta un nuevo cargamento, y me dirijo hacia un puerto muy diferente, bajo un estandarte muy diferente”. Confío que así suceda con algunos de ustedes pronto, es decir, que cambien su cargamento, que cambien su bandera y que cambien todo.
Después de predicar un día en la capilla wesleyana en Boulogne, hace ya algún tiempo, una persona me reconoció, y me comentaba cómo había encontrado a Cristo como resultado de la lectura de los sermones y, en aquel momento, un viejo marinero se me acercó y me dijo: “¿Me reconoce? Mi nombre fue una vez ‘Satanás’; yo lo recuerdo bien a usted. Ahora, ‘Satanás’ asistió aquí un domingo por la mañana, y merecía justificadamente su nombre, pues era tan parecido a ‘Satanás’ como podría serlo un hombre”. Se había sentado allí, y después del sermón, el Señor tocó al viejo ‘Satanás’, y además le dio otro nombre”. Aquel hombre vino a Cristo porque estaba descontento consigo mismo, y entonces se entregó a Jesús, y fue salvado por Él.
¿Acaso no hay aquí ningún viejo marinero que haga eso ahora? ¿No podría haber algún marinero, algún soldado, algún forastero en algún lugar aquí, que diga esta noche: “Me voy a acercar al Rey, y voy a pedirle que me acepte, incluso a mí”? Si no te aceptara, por favor, háznoslo saber, pues todavía no nos hemos encontrado nunca con un caso en el que Jesús rechazara a un pobre pecador que viniera a Él. Él ha dicho: “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Si te echara fuera, sería algo nuevo que ocurriera bajo el cielo. Pero Él no puede hacerlo. Aunque estuvieras negro por haber sido manchado por el pecado, pero si vinieras a Él, serías conducido al pecho del Salvador, serías lavado en la fuente repleta con sangre, serías lanzado a una nueva carrera, y serías ayudado a servirle todos tus días.
Pero he de llegar a una conclusión. Hasta aquí me he dirigido al pueblo del Señor; he estado insistiendo para conseguir reclutas para el Rey Jesús, y ahora quiero:
III. DECIRLES A LOS RECLUTAS ALGO ACERCA DEL SERVICIO, y luego habré concluido. Recuerden las últimas palabras del texto: “Y fue hecho jefe de ellos”. Quienquiera, entonces, que venga a Cristo, tiene que someterse a las reglas de Cristo. ¿Cuáles son? Una de las primeras reglas es: tú no has de ser nada en absoluto, y el Rey Jesús debe serlo todo. ¿Te someterías a esto: que no tendrás honor, que no asumirás ningún crédito, que nunca te apoyarás en tu propia fuerza o sabiduría, sino que lo tomarás a Él para que te sea hecho por Dios sabiduría, y justicia, y santificación y redención? Espero que no des coces contra eso.
Otra de las reglas de nuestro Señor en Su reino es que: si le amas, debes guardar Sus mandamientos. Después de confiar en Él, has de obedecerle. Uno de los mandamientos es, que debes ser bautizado. ¡No tropieces con eso! Yo pienso que si hay algo claro en la Escritura –sólo puedo hablar por mí mismo, pues no puedo hablar por nadie más- es que todo creyente debe ser sumergido en agua como una confesión de su fe. Pienso que es lo mismo dudar que la Deidad de Cristo haya sido declarada, como dudar que el bautismo de los creyentes sea obligatorio, pues lo primero me parece que es revelado tan claramente en la Escritura, como lo segundo.
Te ruego, hermano, que no desobedezcas los mandamientos del Señor, antes bien, que recuerdes el Evangelio que predicamos: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Apéguense a los dos puntos, y reclamen la promesa. Luego está la Mesa del Señor, de la cual, si ustedes se unen a Cristo, tienen el derecho de participar. No lo olviden. Dulcemente les recordará de todo lo que su Salvador ha hecho y sufrido por ustedes. No es nada más que un recordatorio; pero cuídense de no descuidar un memorial tan bendito. Todos los preceptos y estatutos de nuestro Señor Jesucristo han de ser obedecidos de corazón. Aunque Cristo abra un hospital para todos los enfermos, no tiene la intención de que ustedes sean siempre unos lisiados, sino que Su propósito es sanarlos, y después de eso, es enseñarles cómo caminar. Él funda Su reino como Rómulo fundó Roma. Él recibe a todos los vagabundos del vecindario, pero entonces los convierte en hombres nuevos. De la misma manera, aquéllos que son recogidos de entre los marginados, han de ser convertidos en personas fieles en Cristo Jesús.
Borracho, tienes que acabar con tus copas. Blasfemo, tu boca ha de ser limpiada; no debes expresar más tus sucios juramentos. Ustedes que se han entregado a los placeres carnales, deben ser purgados de todas sus impurezas. Ustedes, que han sido frívolos y joviales, deben renunciar a esas vanidades y perseguir los intereses eternos, solemnes y sustanciales. Ustedes, que han tenido antes corazones duros, tienen que pedirle al Maestro que los haga blandos, y cualquier cosa que Él les diga, tienen que hacerla.
Ahora, mi joven recluta, ¿qué dices a ésto? Ustedes, que quieren llevar el nombre de Cristo y llegar al cielo, ¿están dispuestos a venir a Él y a entregarse a Él, abandonando a partir de ahora todos sus pecados? Aquél que no renuncie a sus pecados comete un grave error si piensa escapar de la ira de Dios, o si espera encontrar gracia a Sus ojos.
¡Oh!, ¿no quieres renunciar a tus pecados? Son víboras; únicamente envenenarán tu alma; te destruirán. ¡Oh, hombre, renuncia a ellos! Renuncia a ellos, pues ¿de qué te serviría conservarlos, si perdieras tu propia alma? Ven a Jesús primero. Confía en Su mérito; apóyate en Su sangre preciosa, y luego, con Su ayuda, renuncia a todo camino malo, y busca obedecerle a Él, que te ha redimido con Su sangre. Así, la bendición del Señor estará contigo para siempre. Amén.
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