Sé un esposo y un padre de verdad

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English: Be a Real Husband and Dad

© Desiring God

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Por Jonathan Parnell sobre Oración

Traducción por Sofia Pamela Patelli


Eran casi las 8 de la noche, es decir, la hora de ir a la cama de los niños. Dejé a un lado mis libros y me reuní con ellos en su habitación, donde ya estaban acostados. Las luces estaban apagadas y la escena estaba lista para que yo entrara y realizara mis tareas sacerdotales hogareñas: una plegaria, una bendición y un beso de las buenas noches. Me arrodillé junto a la cama de mi hija de cuatro años y comencé mi rutina típica de pedirle a Dios que descanse, tanto por aquella noche como por toda la eternidad. Solo cumplía con mis tareas.

–Padre, por favor, dale a Elizabe...

¡Reza por mi labio! me interrumpió –Era más adorable que descortés. No podía estar molesto. Más temprano, aquel mismo día, se lo había lastimado y eso era todo en lo que pensaba. Sin esperar un momento, hábilmente redirigí mi plegaria hacia ese cortecito, con un tono muy espiritual, claro está.

–Padre, por favor, haz que Elizabeth confíe en ti para...

¡Mi labio! ¡Mi labio! –Esta vez, lo dijo con más urgencia, me interrumpió, como si la primera vez hubiera sido poco clara.

Me reí por dentro y empecé de nuevo.

–Por favor, haz que el labio de Elizabeth se mejo...

¡Pídele que lo cure!

Esta tercera vez fue diferente. Con su vocecita, había hecho uno de esos ruidos chillones que estaban entre la desesperación y el enojo. Estaba frustrada conmigo, y tenía razón. Se dio cuenta de que solo estaba cumpliendo con mis tareas. Su tono dejó muy en claro que dudaba si yo estaba con ella o no.

En ese momento, no dije nada. Esperaba poder volver a los libros. Como sabrán, mi tiempo es limitado. Pero, en ese momento, me detuve. No podía moverme. Arrodillado allí, junto a su cama, con el rostro en las manos, sentí el pinchazo de la reprimenda de una niña de cuatro años. Una reprimenda por la forma en la que rezo y, más importante, por la forma en la que la crío. Solo hacía mis tareas.

Ella me había pedido algo simple. Se había lastimado el labio y quería que Dios lo curara. Y ahí estaba yo, como si fuera de madera y estuviera cubierto de polvo. O, mejor aún, como si fuera de plástico. Había entrado a esa habitación como la imagen de un padre, un maniquí vacío, vestido apropiadamente y colocado en los lugares indicados. Aún así, en la vida real, allí donde viven mis hijos, cuando ellos golpearon las puertas de mi corazón, todo lo que oyeron fue el golpe seco de sus pequeños nudillos contra la madera que pensaron que era real.

Tenemos que hacerlo bien

Esa fue una noche difícil, pero también fue buena. Me habían tirado un vaso de agua fría en la cara. Ahora estaba despierto. Y pensando.

Sé que no todos los que lean este posteo estarán involucrados en la educación teológica. E, incluso si lo están, pocos de ustedes tendrán hijos. Sin embargo, aquel puñado de lectores a quienes esto aplique directamente debe entender esto: no es que estuviéramos en el seminario y se diera la casualidad de tener una esposa e hijos, sino que somos esposos y padres que, de casualidad, están en el seminario.

Por más que las fechas de entrega y los trabajos nos tienten a creer otra cosa, la crianza de los hijos no espera a que terminemos de completar los créditos del Magíster de Divinidad. Tampoco lo hace el matrimonio. Especialmente el matrimonio. No hay notas al pie de página de Efesios 5 en las que se diga que las instrucciones de Pablo quedan pendientes hasta después de la graduación. No podemos fallar aquí. Es demasiado costoso.

Aunque sea una experiencia única, no debemos abdicar a nuestras responsabilidades como padres y reemplazarlas por una de esas charlas que se dan una vez por temporada. Si ahora eres un esposo y un padre, entonces ahora eres un esposo y un padre. Lo que Dios quiere para los hombre de familia también lo quiere para nosotros, sin importar cómo se vea nuestro cronograma o qué tan importante sea el trabajo que debemos entregar la próxima semana.

Sin importar qué tan claro nos parezca nuestro sentido subjetivo del "llamado al ministerio", el llamado objetivo a ser esposos y padres es mucho más importante.

Ni esto ni aquello, sino tú

En 1 Timoteo 3:5, Pablo nos dice que los hombres que no pueden liderar en sus propios hogares no pueden liderar en el de Dios. Eso significa que no aprendemos cómo ser pastores para luego figurarnos las cosas de la casa. Se dan al mismo tiempo, si es que las cosas de la casa no vienen de antes. Lo que hacemos en casa es más importante en relación a nuestro futuro ministerio que la mejor clase que vayamos a tomar o que cualquier oro exegético que vayamos a desenterrar. Cada parte de crecimiento en el evangelio que recibimos a través de nuestra capacitación teológica debe tocar nuestras vidas, según lo dispuesto por Dios. Una experiencia sólida en el seminario no solo cambia algunas de nuestras opiniones, sino que nos cambia como personas: como maridos, como padres y, más adelante, también como líderes de nuestra congregación.

Anímense. Hay un Pastor que recorrió el camino antes que nosotros. Un Esposo que se entregó por la nuestra santidad. Un Hermano que siempre está con nosotros. Un Guardián que cargó con nuestros pecados en su cuerpo, colgado de un árbol, incluidos nuestros fracasos como padres, para que muramos por el pecado y vivamos por la justicia. No tenemos que dar una patada al suelo por la frustración causada por hacer las cosas mal tantas veces. Podemos verlo a Él con esperanza. El trabajo de sus heridas nos sana y el ejemplo que nos dejó es nuestro alegre camino guiado por el poder del Espíritu.

Ser un esposo y un padre de verdad no es algo que se ponga en espera por una temporada, ni por una carrera de grado; sin importar qué tan entusiasmados estemos por nuestros pequeños llamados pastorales. Ahora mismo, hay demasiado en juego en relación a nuestras familias como para que solo cumplamos con nuestras tareas mientras que nos preparamos para algún ministerio futuro. En Jesús, nos convertimos en los verdaderos esposos y padres que estamos llamados a ser ahora, en el seminario, y por el bien de su iglesia en el futuro.


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