Señor, ayúdame en mi incredulidad diaria
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Bonnie McKernan sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Paola Montano
Una vez estuve en una habitación de hospital y vi a mi hijo de ocho años batallando contra un coágulo de sangre que amenazaba su vida. Me sentí extrañamente tranquila. Me aferré a la bondad de Dios e hice todo lo posible para confiar en que él tenía a mi hijo en sus manos — en ese momento esa era mi única opción. No había más decisiones que tomar, nada más que hacer, ni nada que yo pudiera controlar.
Es fácil recordar épocas de fe aparentemente grande, donde "me desprendía" fácilmente de cosas que realmente nunca tuve, y tontamente me daba palmaditas en la espalda y pensaba: "Oye, lo tengo bajo control. Fui fiel ¡Funcionó!" solo para después desmoronarme en pruebas mucho más pequeñas — en las que debía tomar decisiones, resolver problemas o actuar en base a mis creencias.
Ahora, ni siquiera un año después, pierdo fácilmente los estribos cuando mi niño de nueve años pelea con su hermano, o hace llorar a una de sus hermanitas. Estoy cansada de una mudanza que aun no termina. Preocupada por vender la casa para que podamos unirnos a mi esposo en un estado diferente en un nuevo trabajo. Estresada por las finanzas y el futuro. Perdiendo la calma por una lavadora con fugas y una cocina llena de hormigas. Preocupada de que mi descendencia esté planeando un golpe de estado en respuesta a mi evidente debilidad y falta de liderazgo.
Me siento lejos de Dios. Mis tiempos de tranquilidad, cuando hay, parecen rutinarios y superficiales. Mis oraciones se sienten débiles. Estoy despojada de mi seguridad habitual, del hogar, de la comunidad de la iglesia, del ministerio, y de mi grupo de apoyo. Y lo que queda no es bonito. Mi alma está en guerra.
Traicionando nuestra teología por incredulidad
Aquí estoy, colapsando bajo la presión de una mudanza, hormigas y cierta incertidumbre. ¿Por qué? ¿Será que el Dios en el que confié en el momento de mi salvación es menos bueno después de estar dos horas en una fila en el Departamento de Vehículos con niños llorando? Aunque todavía defiendo vehementemente la soberanía absoluta de Dios, mis acciones a menudo revelan una incredulidad que habla más que mis palabras.
Cuando mi mente es consumida por mi cuenta bancaria, estoy creyendo que el dinero es el que me proporciona seguridad en lugar de mi Salvador. Cuando le grito a mis hijos por dejar un desastre que debo limpiar, estoy creyendo que mi consuelo proviene de una casa ordenada en lugar del Dios de toda consolación. Cuando me desanimo por un futuro incierto y falta de estabilidad, no estoy creyendo que soy simplemente un peregrino y este no es mi hogar.
Cada hora que pasa sin que yo ore ni clame a Dios estoy diciéndole, "Está bien, lo tengo bajo control.” Y luego hipócritamente me pregunto cómo llegué hasta aquí.
"Ayúdame si puedes”
Esto se hizo evidente para mí cuando tropecé con Marcos 9. Un padre busca desesperadamente sanidad para su hijo que tiene un espíritu maligno. Ha intentado todo lo que está en su poder, ha intentado con la iglesia, incluso ha intentado con los discípulos, hasta que por fin, cuando todo lo demás ha fallado, son sólo él y Jesús. No queda nada más que un débil: “Ayúdame si puedes” (véase Marcos 9:22, LBLA).
Mis oraciones suenan así con demasiada frecuencia. Agoto todas las opciones antes de llegar avergonzada ante aquel que tiene poder sobre todo, y luego oro como si no estuviera totalmente segura de que pueda ayudar. O al menos no espero que lo haga. Pero Jesús le responde con tal poder y autoridad que el padre del niño vio inmediatamente en este hombre algo mucho más glorioso y poderoso que la oscuridad que atormentó a su pobre hijo durante años. Y en ese momento él creyó.
Pero la mera presencia de fe no erradica completamente la incredulidad. Inmediatamente y con sinceridad le suplica a Jesús que llene ese vacío. "Creo; ayúdame en mi incredulidad." (Marcos 9:24). Una respuesta tan simple y perfecta. La fe combinada con la confesión de su necesidad de Cristo para alcanzar la fe mucho más perfecta que ansiaba. Y Jesús le respondió con un maravilloso milagro, porque los milagros nacen de la fe.
Al caminar por mi valle, me impresiona lo fácil que es estar cegado por la incredulidad. Mi problema va mucho más profundo que mis dificultades actuales. Comprender que la incredulidad es a menudo la raíz oculta debajo de muchos pecados es importante para poder eliminarlos de nuestra alma.
Una guerra contra el ladrón de la gloria
La fe y la incredulidad pueden existir una al lado de la otra. De hecho, en este mundo caído donde la incertidumbre y la duda encuentran morada, siempre existirá una guerra entre estos elementos opuestos. Esto no debería sentirse cómodo. Si para hacer todo más fácil, intentas aceptar la incredulidad en tu alma, solo obtendrás más disturbios al alojar a un enemigo despiadado en tu corazón. Nunca seas complaciente con la incredulidad. La facilidad y la comodidad que buscamos en la complacencia es un premio débil en comparación con la fe más pura.
"La incredulidad le roba a Dios su gloria en todos los sentidos," dijo Charles Spurgeon. El hecho de que siempre habrá una guerra no significa que aceptemos la presencia de incredulidad. La oscuridad prospera en la incredulidad, y a menudo nos lleva a pecar. Si bien la duda no es necesariamente un pecado en sí, el pecado comienza cuando nuestras dudas nos llevan a la acción. Cuando consagramos la incredulidad sobre la fe y servimos activamente a esa falsedad, estamos intercambiando una verdad por una mentira.
No podemos pretender conocer los caminos de Dios, y los justos no escaparán de las dificultades, pero hay momentos en que realmente creo que mis pruebas se alargan o incluso se repiten debido a hábitos profundamente arraigados de incredulidad. Le estoy robando a Dios la gloria que viene de creer la verdad de su soberanía, incluso hasta los pequeños detalles frustrantes de mi día a día.
Ora con fe
La oración es medicina para la incredulidad. Cuando la fe y la incredulidad chocan, volvamos a aquel de quien proviene nuestra fe, la fuente y el objeto de nuestra fe. Una relación personal con Jesús nuestro Salvador es la manera de alejamos la incredulidad. Busca su rostro. Ora con desespero y expectativa — la fe que tenemos es el único medio para vencer a los enemigos de nuestra paz. Deja que tu fe débil se aferre a nuestro poderoso Dios. Arrepiéntete y ora por ser libre de la incredulidad, incluso antes de pedir que te libere de tus circunstancias.
Señor, perdóname por no creer que tu verdad impregna cada capa de mi vida. Aviva mi pequeña chispa de fe en un fuego ardiente y consumidor que te traerá gloria y expulsará la oscuridad. Pero nunca me permitas creer que es lo suficientemente fuerte o que tengo alguna esperanza de avivarlo y mantenerlo vivo lejos de ti. Yo creo; ¡ayúdame en mi incredulidad!
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