Si Dios es Soberano, ¿Por Qué Orar ? (parte 1)
De Libros y Sermones BÃblicos
Por R.C. Sproul
sobre Oración
Capítulo 0 del Libro Si Dios es Soberano, ¿Por Qué Orar ? (parte 1)
Traducción por Joel Antonio Cáceres
¿De qué manera se relaciona la soberanía de Dios con nuestra vida diaria? Sabemos por las Escrituras que Dios es soberano, que Él reina sobre todas las cosas para Su gloria y el bien de Su pueblo. También sabemos, habiendo estudiado la Oración del Señor a lo largo de este libro, que Dios nos invita a venir a Él en oración, trayendo nuestras peticiones delante de Él.
En cuanto colocamos estas dos ideas—la soberanía de Dios y las oraciones de Su pueblo—una al lado de la otra, nos encontramos con un asunto teológico bastante peliagudo. Se levantan objeciones de todas partes. La gente dice: "Espere un minuto. Si Dios es soberano, es decir, si Él ha dispuesto cada detalle de lo que está ocurriendo en nuestras vidas, no sólo en el presente, sino en el futuro, ¿Por qué deberíamos molestarnos con la oración? Por otra parte, ya que la Biblia nos dice que "todas las cosas ayudan a bien a aquellos que aman a Dios" (Rom. 8:28), ¿No deberíamos estar contentos con que lo que Dios ha dispuesto es lo mejor? ¿No es realmente un ejercicio de futilidad, de arrogancia, incluso, por parte de nosotros, decirle a Dios lo que necesitamos o lo que nos gustaría que pasara? Si Él decreta todas las cosas, y lo que decreta es lo mejor, ¿de que sirve orar a Él?
Juan Calvino discute brevemente esta pregunta sobre la utilidad de la oración a la luz de la soberanía de Dios en su obra Institutos de la Religión Cristiana:
Pero algunos dirán, "¿No conoce Él sin un supervisor, cuáles son nuestras dificultades así como lo que es más conveniente para nuestro interés?, de modo que parece, de alguna forma, superfluo solicitarle a través de nuestras oraciones, como si estuviera cabeceando o incluso durmiendo hasta que se levanta por el sonido de nuestra voz." Aquellos que argumentan de esta manera no atienden al fin o al propósito para el cual el Señor nos enseñó a orar. No fue tanto para el bien de Dios, como lo fue para nuestro bien. (Libro III, Cap. 20)
Calvino argumenta que la oración nos beneficia a nosotros más de lo que beneficia a Dios. Esto lo podemos ver con bastante facilidad, al menos para algunos de los elementos de la oración. Consideremos, por ejemplo, los elementos de la adoración y la confesión. La existencia de Dios no depende de nuestras alabanzas. Él puede vivir sin ellas. Pero nosotros no. La adoración es necesaria para nuestro crecimiento espiritual. Si hemos de desarrollar una relación íntima con nuestro Padre celestial, es esencial que lleguemos a Él con palabras que expresen reverencia, adoración y amor. Al mismo tiempo, es necesario que mencionemos nuestros pecados delante de Su trono. Él sabe cuáles son. De hecho, los conoce más clara y exhaustivamente que nosotros. El no gana nada por que le demos una recitación de nuestros pecados, pero nosotros necesitamos ese acto de contrición para el bien de nuestras almas.
El intrincado problema de la relación entre la soberanía de Dios y las oraciones humanas no se produce en el punto de la adoración y la confesión, pero en el punto de intercesión y súplica. Cuando veo a alguien en necesidad y comienzo a orar por esa persona, estoy intercediendo por ella. Ofrezco mis peticiones a Dios en nombre de esa persona, rogando a Dios que actúe en Su misericordia, para hacer algo que cambie la situación de esa persona. Además, yo hago lo mismo por mis propias necesidades, como yo las percibo. Sin embargo, el Dios omnisciente ya sabe la situación de todos, ya que Él lo decretó. Por lo tanto, ¿tienen algún valor estas oraciones? Más fundamentalmente, ¿funcionan estas oraciones? ¿Es que en última instancia tienen algún impacto en mi vida y en la vida de los demás?
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