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English: If You Could See What You Will Be

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Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Algunas de las promesas más dulces y profundas de Dios también son algunas de las más ignoradas, a menudo porque se sienten demasiado buenas para comprenderlas o porque no parecen cruzar de inmediato con la vida actual. Por ejemplo, ¿hay alguna promesa más asombrosa y olvidada que lo que Dios dice acerca de nuestra gloria? Aquel digno de toda la gloria no solo nos manda glorificarlo en todo lo que hacemos, sino que también jura, casi impensablemente, glorificarnos algún día. ¿Puedes imaginártelo?

Probablemente no puedas, y es probable que sea por eso que gravitas hacia otras promesas más concretas: la cancelación del pecado, el escuchar las oraciones, el enjugar las lágrimas, el ayudar en la debilidad. Y, sin embargo, todas estas preciosas y grandísimas promesas conducen a una promesa tan sorprendente que suena escandalosa:

Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por Su divino poder, mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. (2 Pedro 1:3-4)

Aquellos que creen en Dios no solo serán liberados de pecar, sanados de enfermedades y librados de la muerte, sino que “participarán de la naturaleza divina”. No solo pasaremos la eternidad con Dios, sino que seremos genuinamente como Dios.

Contenido

¿Cómo seremos?

Ahora, debemos decir que, aunque seremos como Él, no seremos Él. Participaremos de la naturaleza divina; nunca seremos dueños de una naturaleza divina. “Yo Jehová”, dice Dios. “Este es Mi nombre; y a otro no daré Mi gloria” (Isaías 42:8). La calificación es vital —la diferencia entre la adoración y la blasfemia— pero no dejes que lo que Dios no ha prometido calle lo que sí ha prometido: si estás en Cristo, entonces tú, sí, tú, serás glorificado.

Cuando seamos finalmente y plenamente glorificados, el Señor Jesús resucitado y glorificado “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria Suya, por el poder con el cual puede también sujetar a Sí Mismo todas las cosas” (Filipenses 3:21). O, como dice el apóstol Juan: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2).

¿Cómo seremos? ¿Qué sabemos acerca de los seres humanos glorificados? ¿Qué podemos esperar de los cuerpos por venir? El apóstol Pablo anticipa esa misma pregunta, sabiendo que tendríamos dificultades para imaginar que nuestros cuerpos actuales serán hechos gloriosos: “Pero dirá alguno: ‘¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?’”. (1 Corintios 15:35). Como parte de su respuesta, él compara los cuerpos que tenemos con la gloria que seremos, y al menos de cuatro maneras.

Vida sin muerte

La primera distinción puede ser la más obvia: “Hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales… Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción” (1 Corintios 15:40, 42). El cuerpo que tenemos puede perecer y sí perecerá, pero el cuerpo que tendremos nunca podrá morir. Pablo prosigue:

Los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Sorbida es la muerte en victoria”. (1 Corintios 15:52-54)

Los muertos —aquellos que ya perecieron [corruptibles]— resucitarán incorruptibles. Los muertos no solo vivirán, sino que no podrán morir.

¿Cuán diferente será la vida cuando la muerte sea una imposibilidad? Debido al pecado, cada minuto de la vida en la tierra ha estado mezclado con brevedad, fragilidad y futilidad. Toda la creación, incluidos nuestros cuerpos, ha sido esclavizada a la corrupción (Romanos 8:21). Incluso después de saber que viviremos para siempre, sabemos que podemos morir mañana. Los coches pueden chocar, los corazones pueden fallar, el cáncer puede surgir, las cirugías pueden fracasar, la influenza puede dominar. La muerte corta, roba, engaña y lamenta sin piedad —por ahora. Pero Dios nos dará un cuerpo que la muerte no puede dañar ni amenazar.

Un día, después de siglos de inmortalidad, puede que nos despertemos y olvidemos lo que se siente ser corruptible —preguntarnos si nosotros o alguien a quien amamos podríamos morir pronto. Yaceremos en la cama y nos maravillaremos, en cambio, que la muerte ha sido sorbida entera en victoria.

Vida sin pecado

Nuestros nuevos cuerpos serán incorruptibles, liberados incluso de la posibilidad de la muerte, y serán limpiados de todo indicio de pecado. “Se siembra en deshonra”, dice Pablo; “resucitará en gloria” (1 Corintios 15:43). ¿Qué significa que nuestros cuerpos se siembran en deshonra? Significa que todos, como ovejas, nos hemos descarriado (y nos descarriamos) (Isaías 53:6). Significa que ninguno de nosotros —sí, ninguno— está libre de pecado (1 Juan 1:8). Significa que todos, sin excepción, estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Pero un día, si perteneces a Cristo, estarás sin pecado. Algún día ya no estarás destituido de la gloria de Dios. Algún día no volverás a descarriarte.

“Cuando Cristo, vuestra Vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:4). No solo nosotros mismos estaremos sin el disturbio y las consecuencias del pecado, sino que estaremos empapados de la gloria (Romanos 9:23). Al contemplar la gloria, cara a cara, nos volveremos gloriosos (2 Corintios 3:18). Reflejaremos radiantemente el poder y la hermosura de Dios como nunca antes, y aún más y más en la eternidad. Reflexionando sobre esta gloria, C. S. Lewis escribe:

Es algo serio vivir en una sociedad de posibles dioses y diosas, recuerda que la persona más aburrida y poco interesante con la que puedas hablar puede algún día ser una criatura a la que, si la vieras ahora, estarías fuertemente tentado a adorarla. (El peso de la gloria, 45)

Nuestra gloria, por supuesto, no será nuestra en última instancia. Pero no solo veremos la gloria de Dios. Experimentaremos Su gloria, haciéndonos gloriosos con Su gloria.

Vida sin debilidades

La siguiente comparación puede ser la más personal para muchos de nosotros: “Se siembra en debilidad, resucitará en poder” (1 Corintios 15:43). Cuanto más vivimos en los cuerpos que tenemos, más familiarizados estamos con nuestra debilidad. Eso no será cierto para siempre.

La debilidad tiene un propósito hermoso, temporal, diseñado por Dios y que honra a Dios. En un mundo quebrantado y débil que anhela sanidad, fortaleza y libertad, nuestras debilidades resaltan el poder de Dios para salvar y sostener. Por ahora, “tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7). En la gloria, sin embargo, nuestro poder, no nuestra debilidad, magnificará Su poder que excede. Su poder siempre será mayor que el nuestro, pero Él cambiará nuestra fragilidad por estabilidad, habilidad y fortaleza verdaderas. Ya no tendremos que contentarnos con “debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones, angustias” (2 Corintios 12:10). No tendremos nada de eso con qué contentarnos.

Cuando miremos hacia atrás en nuestras vidas con los ojos y la fuerza de los cuerpos redimidos, la debilidad probablemente será un recuerdo débil y agradable, como las noches de un recién nacido sin dormir. Agradables, porque podremos ver cuánto el dolor y la incomodidad de nuestras debilidades exaltaban Su comodidad, poder y amor. Por ahora, experimentamos Su poder a través de la debilidad, pero luego experimentaremos Su poder sin debilidad.

Vida sin límites

Por último, Pablo dice: “Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual” (1 Corintios 15:44). Este puede ser el más difícil de comprender, al menos de inmediato. Afortunadamente, Pablo explica este más que los demás. “Está escrito: ‘Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente’; el postrer Adán, espíritu vivificante” (1 Corintios 15:45). Adán recibió el aliento de vida (Génesis 2:7); Jesús da vida —vida abundante, vida eterna, vida gloriosa.

Si nacemos de nuevo, somos hijos de ambos Adanes. “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal” —pecador, débil y sujeto a la muerte— “tales también los terrenales; y cual el celestial” —sin pecado, poderoso y victorioso sobre la muerte— “tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:47-49). Tan quebrantados, pecadores, frágiles y vulnerables como lo hemos sido en Adán, seremos igualmente puros, fuertes e invencibles en Cristo.

No pienses, como muchos suelen hacer, que un cuerpo “espiritual” significa un espíritu sin cuerpo. Eso sería lo contrario de lo que Dios, a través de Pablo, está prometiendo. Quizás la bendición más simple, y más pasada por alto, de nuestros nuevos cuerpos es que serán cuerpos. No estamos destinados a flotar a través de las nubes y las estrellas para siempre. Estamos destinados a vivir en una tierra real como la nuestra, con cuerpos reales como el nuestro, rodeados de bendiciones y experiencias como las nuestras, pero todo sin la debilidad, la mortalidad y el pecado que plagan todo lo que conocemos y disfrutamos ahora.

Si pudieras ver lo que eres

Por difícil que sea comprender o creer que Dios nos glorificará, es aún más sorprendente saber que, en cierto sentido, Él ya lo ha hecho. Pablo escribe: “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18). Puede que tengamos que esperar la gloria completa, pero en Cristo ya tenemos gloria por grados.

Pablo dice lo mismo en 1 Corintios 15: “Hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria” (1 Corintios 15:40-41). Sin duda, este cuerpo terrenal palidece al lado de la gloria del cuerpo celestial, pero Dios les ha dado a nuestros cuerpos terrenales una gloria propia, una gloria de la cual maravillarse y administrar bien. De nuevo Pablo escribe:

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo. (1 Corintios 6:19-20)

Aquellos que serán glorificados saben que tienen gloria viviendo en ellos ahora, que sus cuerpos han sido comprados con sangre preciosa, sin pecado y gloriosa, que sus tinajas de barro se han santificado y cumplen un propósito espectacular. Entonces, anhelamos que venga el cuerpo glorificado, y glorificamos a Dios con el que tenemos.


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