Si tu hermano peca contra tí

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English: If Your Brother Sins Against You

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Romina Amisano


Contenido

Cómo perdonar y soltar

¿También te has dado cuenta de que es mucho más fácil rezar por los propios pecados que tratar con los pecados de otros hacia tí?

Con el primero, nos podemos confesar al Señor, tomar una de sus promesas de perdón, y tenemos nuestras almas restauradas. Con el segundo, el procedimiento puede ser más inconveniente, más complicado.

Con aquellos pecadores que nos traicionan, nos humillan, nos hieren en nuestro lugar más vulnerable, decirles que los perdonamos puede sentirse como si trepáramos una montaña, más aún perdonarlos “de corazón” (Mateo 18:35).

La mente decaída es propensa a repetir, en forma involuntaria, las ofensas de otros hacia nosotros. Tú ves la escena, escuchas las palabras, sientes la misma puñalada repetidamente. Como un gusano, la brecha amenaza con excavar cada vez más profundo dentro de nosotros. La conmoción inicial se convierte en un creciente ¿Cómo pudieron? Y cuanto más cercana es la relación, más grande es la posibilidad de contagio, como bien lo sabía David:

No es un enemigo el que me reprocha —
si así fuera podría soportarlo;
ni es uno que me odia el que se ha alzado contra mí —
si así fuera, podría ocultarme de él.
Sino tú, que eres mi igual,
mi compañero, mi íntimo amigo. (Salmo 55:12–13)

Tal vez, te han enseñado bien qué debes hacer con tus pecados contra Dios, pero ¿tu corazón está instruído sobre lo que debe y no hacer cuando otros, especialmente hermanos cristianos, pecan contra tí?

Ayuda ancestral para las heridas persistentes

Se esperaba el amor desde el principio. Desde el comienzo de la historia de Israel, bajo la alianza Mosaica, se consagró en la ley, transmitido a las generaciones siguientes:

No odiarás a tu compatriota en tu corazón; podrás ciertamente reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo: Yo soy el Señor. (Levítico 19:17–18)

Este texto me resulta muy útil para sobrellevar la aflicción que causan los pecados de otros contra mí.

Primero, me dice que no odiaré a mi compatriota en mi corazón. Puedo pensar que, si no arremeto en el momento, si no reacciono de forma poco amable o fría, eso es lo mismo que hacerlo en mi corazón. Autocontrol no es lo mismo que amor. Puedes practicar el autocontrol y albergar un frío sentimiento de desprecio. Este mandamiento me prohíbe tomar sus pecados como una ardilla lo hace con una bellota, almacenándolos en mi corazón y en mi mente.

Segundo, me dice que puedo pecar contra otros en mi forma de responder a sus pecados. “No odiarás a tu compatriota en tu corazón . . . pero no incurrirás en pecado a causa de él”. Aquí Dios se preocupa más en direccionar mi pecado presente o futuro que en el pecado pasado de la persona que me perjudicó. Eso es desafiante. Simultáneamente puedo ser —y muchas veces lo he sido— la víctima y el culpable en la misma situación por mi forma de responder.

Y cuando reflexiono en los pecados, anotando interiormente sus crímenes, esta práctica nos conduce a las otras frutas podridas de odio descriptas: la venganza y el rencor. Siento que necesito ajustar cuentas (venganza) o negarme a seguir adelante (guardar rencor). Y me doy cuenta, al pasar, cuál es la gente a la que estamos tentados de guardarles rencor o buscar vengarnos: el pueblo de tu Dios. Sus hijos. Sus santos. Tu propia familia.

Cómo soltar.

De todas manera, lo que más me llama la atención del texto no son la formas pecaminosas en que puedo responder a los pecados de los demás: manteniendo la ofensa en mi corazón, guardando rencor, buscando vengarme. Lamentablemente, a esos los conozco muy bien. Lo que más me llama la atención son las alternativas de Dios.

1. No lo odies, ve a él.

No odiarás a tu hermano en tu corazón; podrás ciertamente reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él.

No odiarás a tu hermano en tu corazón, pero... Aquí yace el camino estrecho: hablarás con la persona que pecó contra tí. (Suponiendo aquí que se trata de circunstancias normales en las que no hay una amenaza razonable de daño físico que nos impediría ir solos).

Ve a él, no lejos de él, atesorando sus pecados en tu corazón. Ve a él, no lejos de él, para publicarlo en Twitter o contárselo a otros. Ve a él. “Si tu hermano peca en tu contra, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano” (Mateo 18:15).

No vayas a él para lastimarlo, para vengarte o para acumular mas fuerza para tu rencor. Y aunque no sea prudente hablar con él ese mismo día, haz el trabajo de corazón necesario sobre ese pecado recibido antes de que caiga el sol: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis oportunidad al diablo”. (Efesios 4:26–27)

Si quieres permitir que el diablo entre en tu vida, posterga y deja sin resolver tu enojo para con otros. No hables con ellos. Deja que el sol se ponga antes de haber aquietado y calmado tu corazón en plegaria y confesión ante Cristo.

2. No lo odies, razona claramente con él.

“Razona francamente con tu vecino”. ¿No es increíble que la alternativa a odiar a tu compatriota en tu corazón sea hablarle? No mantendré la ofensa en mi boca para saborearla como un caramelo, sino que hablaré la verdad en amor (Efesios: 4:15).

Cometí el error de entender “razonar francamente” como “suponer que has interpretado correctamente y decírselo a esa persona”. Aprendí a decir, en cambio, “percibo que has hecho esto...”, o “Creo que has pecado en contra mío y en contra de Dios”. He comprobado que estos comienzos son más fructíferos. Pero ser honesto, por todo eso. No minimizar su pecado, sino hablar claramente en amor por ellos.

Esto será muy difícil, para algunos. Detestas el conflicto. No te gusta no agradar a la gente. Preferirías que tu hermano o hermana se mantuviera pecador contra Dios, preferirías albergar las semillas del resentimiento en tu interior, preferirías cubrir sus pecados de maldad, antes que tener una conversación incómoda. Tu autoprotección es, al fin y al cabo, odio hacia tu hermano.

Muchas veces, mientras tú esperas expectante una disculpa, tu hermano no tiene ni idea de que ha pecado contra tí. Tu amargura silenciosa lo priva a él de arrepentirse, y te priva a tí de la oportunidad de crecer en valor, en obediencia, en la muerte del yo, en autoconciencia y en arrepentimiento si estás equivocado. Apuesto a que ese rencor silencioso ha hecho más daño entre nosotros, que el desacuerdo que sigue a la palabra llana.

3. No lo odies, ámalo como a tí mismo.

No odiarás a tu hermano en tu corazón, . . . pero lo amarás como a tí mismo.

¿No es así como nos tratamos a nosotros mismos típicamente?

Nadie te ha hecho más daño que tú. Nadie te ha ofendido más, nadie te ha causado más problemas, nadie te ha hecho la vida más dura más que tú mismo. Nuestro pecado, no el de otros hacia nosotros, siempre es nuestro mayor problema. No “este de aquí” o “esa persona de allí”, sino yo. Los pecados de otros no pueden condenarme. Los pecados de otros no pueden arruinar mi alma (sin mi permiso).

Pero aún cuando nuestro mayor problema somos nosotros mismos, seguimos queriéndonos, ¿no es así? Pocos van por allí resentidos consigo mismos, tramando vengarse de sí mismos, rehusándose a tener compasión por sus propios pecados contra otros. Millones han pasado sin volver atrás.

Entonces, ¿cómo haces para amar a tu hermano cristiano? De esa manera. Como comenta Matthew Henry: “A menudo nos equivocamos, pero pronto nos perdonamos por ello y eso no hace que nos queramos menos a nosotros mismos; de esa misma manera deberíamos amar a nuestro compatriota”.

No ocultes sus pecados en tu corazón

Tratar con franqueza, honestidad y rapidez a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, los ama como nos amamos a nosotros mismos, y como hemos sido amados nosotros mismos. ¿Y acaso no son del todo raras las comunidades cristianas en las que, por propia voluntad, sus miembros se presentan las faltas con amor? ¿No es más bien terrible e infrecuente que un creyente te lleve aparte y te diga lo que has hecho mal? Y hete aquí la pregunta: ¿Debería ser?

Esta no es una palabra para envalentonar a los criticones para que expresen todos los pecados que ven, desatando las plagas de moscas, mosquitos y ranas de Egipto sobre los pequeños grupos de todas partes. Tampoco elimina la muy real y hermosa llamada a cubrir silenciosamente los pecados de los demás en el amor (Proverbios 10:12; 1 Pedro 4:8). Más bien es una palabra para alentar la comunicación donde hay un amargo silencio, valor donde hay cobardía, y amor donde hay odio.


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