Su deleite no está en tu fuerza
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Harrington Lackey
Descubrimos dónde encontramos realmente nuestra fuerza no cuando nos sentimos fuertes, sino cuando nos sentimos débiles.
El agotamiento y la frustración tienen una manera de volar la niebla, revelando lo que realmente está sucediendo dentro de nosotros: ¿Hemos estado apoyándonos en Dios por todo lo que necesitamos, o hemos hecho de su ayuda, su fuerza, su guía una especie de último recurso? Muchos de nosotros somos más autosuficientes de lo que admitiríamos, y la autosuficiencia es mucho más peligrosa de lo que parece.
El delirio generalizado, especialmente entre las personas más seculares, es que puedo hacer cualquier cosa, si estoy dispuesto a trabajar duro. Soy más fuerte de lo que creo, lo suficientemente fuerte como para hacer cualquier cosa que quiera hacer en el mundo. La realidad, sin embargo, es que la gran mayoría de nosotros somos más débiles de lo que nos damos cuenta, y sin embargo, nos encanta pensar nos queten fuertes. Y ese falso sentido de fuerza no sólo intensifica nuestra arrogancia y nuestra ineficacia, sino que también ofende a nuestro Dios.
<<No se deleita en la fuerza del caballo,
ni se complace en las piernas ágiles del hombre.
El Señor favorece a los que le temen,
a los que esperan en su misericordia>>. (Salmos 147:10-11).
Nuestro deleite está a menudo en la fuerza de nuestras piernas: nuestra ética de trabajo, nuestra perseverancia, nuestra inteligencia, nuestras estrategias. Y esa tentación toca cada parte de la vida —en el trabajo, en el ministerio, en el hogar— porque cada parte de la vida en un mundo caído requiere fortaleza. Pero a Dios no le gusta todo lo que podemos hacer, a menos que hagamos todo lo que hacemos con su fuerza, y no con la nuestra.
Regocíjate en todo lo que puede hacer
Una manera de combatir un sentido pecaminoso de autosuficiencia es meditar en todo lo que sólo Dios puede hacer, todo lo que él puede hacer, que nosotros no podemos. El Salmo 147 modela cómo exponer y desentrañar las mentiras del orgullo con la fuerza y la autoridad de Dios.
El salmo dice que sólo Dios coloca cada nube en el cielo (Salmos 147:8). Elige cuándo, dónde y cuánta lluvia caerá, y tiende cada milímetro de cada hoja de hierba.
Sólo Dios elabora cada copo de nieve que cae, crea cada centímetro de escarcha y decide cuán frío será (Salmos 147:16–17). Todos los aspectos de nuestros inviernos son escritos y dirigidos por él, incluso precisamente cuando terminan (Salmos 147:18).
Sólo Dios alimenta a los elefantes, a los tiburones, a las ardillas e incluso a las hormigas (Salmos 147:9). Cuando los pájaros recién nacidos se querin de hambre, oye llorar a cada uno.
Sólo Dios puede contar cada estrella del universo (Salmos 147:4), y no sólo contarlas, sino decidir su número y darles un nombre a cada uno.
Sólo Dios sana las heridas de los desconsolados (Salmos 147:3). Muy pocos se sienten tentados a pensar que nosotros mismos podríamos traer lluvia, hacer nieve o contar las estrellas, pero podríamos sentirnos tentados a pensar que podríamos sanar un corazón roto. Podríamos imaginar que podríamos compensar la pérdida de alguien, o convencer a alguien de la desesperación, o salvar el matrimonio de alguien. Pero el Salmo 147 dice que Dios es el sanador.
Sólo Dios hace la paz (Salmos 147:14). No podemos lograr una paz real —en familias o amistades, en una iglesia o en una nación— a menos que Dios calle el conflicto y despierte la armonía. Si pensamos que podemos lograr la paz sin Dios, no hemos entendido la paz, ni Dios.
<<Grande es nuestro Señor, y muy poderoso; su entendimiento es infinito>> (Salmos 147:5). poder es pequeño y a menudo falla, pero su poder es abundante y nunca agotado. Nuestro entendimiento es extremadamente limitado y a menudo defectuoso, pero su entendimiento es universal e inescrutable. ¿Por qué confiaríamos en nosotros mismos?
Abraza lo poco que puedes hacer
Sin embargo, confiamos en nosotros mismos. Nos deslizamos en hábitos de vivir, y trabajar, y servir que no lo requieren, y a veces eso apenas lo reconoce. La advertencia de Jeremías es tan aleccionadora en nuestros días como en la suya: << Así dice el Señor: Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón>> (Jeremías 17:5). El hombre que en el fondo confía en sí mismo no puede evitar alejarse lentamente de Dios.
Luchamos contra la autosuficiencia pecaminosa glorificando todo lo que Dios puede hacer, y luchamos aprendiendo a abrazar lo poco que podemos hacer aparte de él. Jesús dice a sus discípulos, << Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer>>(Juan 15:5). Muchos de nosotros podemos recitar la frase, y aún así sospechamos en silencio que está exagerando. Sabemos que podemos hacer algo por nuestra cuenta. Y si no lo admitimos, nuestras vidas de oración nos traicionan.
Los humildes son fuertes precisamente porque saben lo débiles que son realmente, y lo fuerte que será Dios para ellos. Ellos cantan, << Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre>> (Salmos 73:26). Se exhortan unos a otros, << Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza>>( Efesios 6:10). Ellos sirven << por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo..>>(1 Pedro 4:11).
Los humildes han experimentado lo que Isaías prometió: << El da fuerzas al fatigado, y al que no tiene fuerzas, aumenta el vigor….Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas,correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán>>( Isaías 40: 29-31). Al abrazar su debilidad, encontraron vastos reservorios de fuerza, fuerza suficiente para correr e incluso volar.
La debilidad da la bienvenida a la fuerza
El apóstol Pablo sabía lo débil que era y dónde encontrar la verdadera fuerza. Cuando suplicó a Dios que quitara la espina que lo atormentaba, Dios dijo: << Te basta mi gracia, pues mi[b] poder se perfecciona en la debilidad>> (2 Corintios 12: 9). ¿Por qué Dios, en infinita y paternal amor por Pablo, no le perdonaría el dolor y las molestias de esta debilidad? Porque nuestra debilidad acoge con beneplácito la gentil fortaleza y la intervención de Dios.
La debilidad da la bienvenida a la gracia. Cuando nos sentimos fuertes, no somos propensos a confiar en la gracia y la fuerza de Dios. A menudo comenzamos a experimentar, e incluso disfrutar, la ilusión de que somos fuertes. Olvidamos a Dios, y nuestra necesidad de él. Pero cuando sentimos nuestra debilidad, experimentamos más plenamente la realidad, y recordamos nuestra tremenda y continua necesidad por él. La intensidad de nuestras espinas desenterra las profundidades de su gracia y misericordia. Sin ellos, sólo jugaríamos en las piscinas de gracia, en lugar de explorar los interminables almacenes que Dios llena y guarda para nosotros.
Como dijo Pablo en la misma carta, << Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros>> (2 Corintios 4: 7). Si te ves fuerte con tu propia fuerza, muy pocos se preguntarán cómo eres tan fuerte. Pero si la gente te ve caminar a través de una debilidad y adversidad intensas o persistentes, con fuerza, fe e incluso gozo, entonces Dios se verá inconfundiblemente fuerte en ti. Así que, en la medida en que seas débil, en esa medida magnificarás la impresionante altura de su poder y amor.
No hemos hecho nada
A menudo aprendemos a confiar en nuestra propia fuerza porque queremos el reconocimiento y el respeto de los demás. Queremos ser conocidos como fuertes, no completamente débiles; como independiente, no profundamente dependiente; como autosuficiente, no incómodamente necesitado. Queremos ser los que logran y creadores, los curanderos y los héroes. Pero como dice J.I. Packer,
<< Si pensamos en nosotros mismos o en los demás como logródores, creadores, reformadores, innovadores, impulsores y agitadores, curanderos, educadores, benefactores de la sociedad de alguna manera, estamos en el nivel más profundo bromeando. No tenemos nada y nunca hemos tenido nada que no hayamos recibido, ni hemos hecho nada bueno aparte de Dios que lo hizo a través de nosotros>> (Praying, 147)
Las personas más felices, más fuertes y significativamente productivas se han abrazado, e incluso se han regocijado, en esa realidad: No hemos hecho nada bueno aparte de Dios que lo hizo a través de nosotros. << ¡Cuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en ti, en cuyo corazón están los caminos a Sión!>> (Salmos 84:5). Han sido liberados de la autosuficiencia, y ahora corren, trabajan, crean y sirven en los campos felices de su total dependencia de Dios.
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