Toda la Maquinaria de la Salvación
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Salvación
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueran enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!" Romanos 10:14,15.
Adviertan por favor, queridos amigos, que en el versículo decimotercero tenemos el camino de la salvación puesto delante de nosotros en los términos más sencillos: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Recuerdo bien cuando viví con ese versículo durante muchos meses. Yo ansiaba la salvación; no podía ver que hubiera alguna vía de esperanza para mí; llegué a pensar que yo debía ser dejado fuera, que yo era pecador en demasía, o que estaba demasiado endurecido, o que era demasiado esto o lo otro, de tal manera que otros podían ser salvos, pero que yo no podría serlo.
Pero cuando leí este versículo, hice lo que les pido que hagan ahora: me aferré a él; parecía una cuerda salvavidas arrojada a un individuo que se estaba hundiendo. Me agarré de ella, y se convirtió en mi boya de salvamento. "Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo." "¡Ah!", -pensé- "yo invoco ese bendito nombre, yo invocaré ese glorioso nombre; aunque perezca, no cesaré nunca de invocar ese sagrado nombre." Invocar el nombre de Dios, confiar en Dios, apelar en consecuencia a Dios y reconocer a Dios, esto es lo que salva al alma.
Pero debo conducirlos a analizar estas palabras con un poco más de detalle. Hay aquí, primero, una anchurosa palabra, una muy amplia palabra: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo." "Todo aquel." Me he enterado que, cuando una persona está haciendo su testamento, si desea dejar todas sus posesiones a otra persona, digamos a su esposa, basta que lo exprese en términos generales, y eso es más que suficiente; es recomendable que no se meta en detalles elaborando una lista de lo que está dejando, porque posiblemente se le escape incluir algo.
Ahora, Dios expresa Su voluntad de manera muy clara y no entra en detalles, sino que sencillamente dice: "Todo aquel." Eso incluye al hombre negro, y al cobrizo, y al amarillo y al blanco. Incluye al hombre rico, y al hombre pobre y hasta al hombre que no es hombre. Eso incluye a toda clase de personas, a quienes no pertenezcan a ninguna clase, o a todas las clases juntas.
"Todo aquel." Eso me incluye a mí, estoy seguro; pero estoy igualmente convencido que te incluye a ti, a ti que estás sentado junto al pasillo y que no habías venido nunca antes; a ti que eres bastante desconocido en Londres; a ti que eres un extraño y un extranjero, quienquiera que seas. Es mejor expresarlo así, sin meterme en detalles, porque de otra manera alguien podría no ser mencionado.
A menudo he pensado que si hubiera leído en la Escritura que "si Charles Haddon Spurgeon invocare el nombre del Señor, será salvo," no me habría sentido ni la mitad de seguro de la salvación como me siento ahora, porque habría concluido que tal vez hubiera alguien más con ese nombre, y muy probablemente lo hay, y yo habría dicho: "ciertamente no se refiere a mí".
Pero cuando el Señor dice: "Todo aquel", yo no puedo quedar fuera de ese círculo. Se trata de una gran red que enmaraña a todos los hombres en sus mallas. "Todo aquel." Si yo invoco el nombre del Señor, si tú invocas el nombre del Señor, si el hombre que yace moribundo en su aposento invoca el nombre del Señor, seremos salvos. ¡Cuán amplia es esa palabra "Todo aquel"!
Y luego, a continuación, ¡qué palabra tan fácil de entender tenemos aquí! "Todo aquel que invocare el nombre del Señor." Cualquiera puede invocar el nombre del Señor. Todo mundo entiende en qué consiste decir: "¡hola!" ¿Acaso no han usado ese saludo a menudo? Y si se han encontrado en zozobra y peligro, ¿no han gritado: "auxilio, auxilio, auxilio"? Muy bien, quien puede clamar así, que llame a Dios, que invoque Su ayuda, que pida Su misericordia, que implore Su piedad. Quien lo haga creyendo, como les vamos a mostrar, confiando que Dios le oirá, será salvo. Así que no nos encontramos ante una dificultad que requiera de un doctor en teología para explicarla; la verdad es expresada primordialmente en palabras casi monosilábicas: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." Es algo muy evidente. ¡Oh, que pudieran verlo, y comenzaran a invocar el nombre del Señor mediante una ferviente oración!
Pero también tenemos otro adjetivo: es una palabra segura: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." No hay ningún "si" aquí; ningún "puede ser" aquí; sino un glorioso "será". Nuestros propósitos y nuestras promesas son cosas muy pobres e insignificantes; pero el "será" de Dios es firme como los montes eternos. "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo", tan ciertamente como hay un Dios. El Señor no ha cometido ningún error; Él no revocará Su declaración porque haya cambiado Su forma de pensar. "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." Oh, que muchos invoquen Su nombre hoy, y encuentren salvación inmediata, que les durará a lo largo de toda la vida y por toda la eternidad, ya que "será salvo" cubre un largo trecho, incluso todo a lo largo de las edades eternas que están por venir.
Ahora, ustedes ven, amigos, que aquí tenemos un remedio maravilloso para la enfermedad del pecado, muy simple y muy abundante; pero el problema es hacerlo llegar al pueblo que lo necesita. Voy a hablar de este tema con un lenguaje muy sencillo, pues quiero ser muy práctico, y pido al Espíritu Santo que haga que todo mi sermón lo sea.
En nuestro texto hay cuatro necesidades sobre las que Pablo insiste. Orar a Dios, invocando Su nombre, salvará al hombre; pero primero, no se puede orar rectamente sin fe: "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?" Pero, en segundo lugar, no hay fe sin oír: "¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?" En tercer lugar, no se puede oír sin un predicador: "¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?" Y en cuarto lugar, y por último, no hay predicación efectiva sin ser enviados: "¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?"
I. Primero, entonces, NO HAY ORACIÓN RECTA SIN FE, de lo que deduzco esta moraleja: debemos creer. Puesto que debemos orar, y únicamente mediante la oración podremos encontrar salvación, y no hay oración sin fe, que el Señor nos ayude a creer, pues ¿cómo vamos a orar rectamente a menos que tengamos fe?
Me parece que contamos aquí con algunas personas esta noche, que han comenzado a orar, que han comenzado a argumentar con Dios. Yo espero, queridos amigos, es más, me siento seguro de ello, que si esa oración es sincera, hay una medida de fe en ella, pues, ¿le pedirían a Dios que los salvara si no creyeran que necesiten ser salvados? Hay una medida de fe en ello. ¿Le pedirían a Dios que los salve si no creyeran que hubiera un camino de salvación por el cual Él puede salvarlos? Hay una medida de fe si creen eso.
Me parece que ustedes creen que hay un Salvador. Hay una medida de fe en ello; y, yo espero, que haya una medida de fe salvadora, también, si creen que, a pesar de todos sus pecados y de toda su pecaminosidad, un Salvador ha sido provisto que puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios. Puede ser que no tengan mucha fe; pero deben tener alguna fe si realmente le están pidiendo a Dios de todo corazón, y suplicándole que los salve.
Pienso, también, que deben tener un poco de fe en que el Salvador los salvará. Han estado pidiéndole que lo haga. ¿Habrían expresado ese deseo, y se habrían acercado a Él en oración al respecto, a menos que hubiese algún tipo de sedimento de fe en su corazón? Quiero explicarles esto muy delicadamente, muy sencillamente.
Recuerden que la fe no es medida por la cantidad, sino por la calidad. Un hombre de sólida fe es más feliz, pero no es más verdaderamente salvo que un hombre de débil fe, en tanto que tenga un mínimo de fe. Aunque la fe de ustedes sea muy débil, el Señor les dirá: "Tu fe te ha salvado, vé en paz." La fe que se acerca por detrás de Cristo, y toca el borde de su manto, es una fe salvadora; y yo creo que eso es lo que están haciendo cuando dicen: "Señor Jesús, sálvame."
Si esta es una oración real, y no es una impostura; si brota de su corazón, hay allí, de cualquier manera, un tinte, una sombra, si no es que el color real de la fe ya existente en sus almas. ¿Cómo podrían invocar a Aquel en quien no han creído? ¿Pediríamos auxilio a alguien del cual no creemos que querría o que podría ayudarnos? No; el simple hecho de invocar la ayuda de alguien demuestra que tenemos algún grado de confianza en esa persona, en que puede y quiere ayudarnos. Bien, si por lo menos crees eso, concerniente a Cristo, y si te apoyas en Él, creyendo que serás salvo, aunque yo quisiera que tuvieras más fe, incluso esa pequeña fe te transportará al cielo.
Tú crees también que Cristo puede oírte y en efecto te escucha. ¡Ah, no habrías estado solo en tu aposento esta tarde, clamando por misericordia, si hubieses pensado que nadie te podía escuchar! Los seres racionales no van y le piden al aire. Tú crees que Cristo puede oírte, y tienes un poco de fe en que te oye en efecto, por lo cual estoy agradecido verdaderamente.
Pienso que puedo agregar que ustedes están confiando de manera mensurable en Cristo. Ciertamente, no están confiando en nadie más. El hecho de que a menudo le pidan misericordia, el perdón del pecado, la regeneración de su naturaleza, demuestra que ustedes tienen en algún grado, al menos, alguna lánguida medida de fe en Él.
Ahora, permítanme exhortarlos, mientras se mantengan orando, que mezclen más fe a sus oraciones. "Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes", y con todas tus oraciones ofrecerás fe. Cuando le pidas cualquier cosa a Dios, cree, y recibirás. Cuando apeles a Su misericordia, cree en la misericordia. Cuando estés suplicando Su ayuda, cree en la ayuda, pues hay mucho poder en la fe. "Conforme a vuestra fe os sea hecho."
Todos ustedes saben, con seguridad, qué es creer. Ustedes dicen: "iré a casa para orar." No, no, no; crean, y oren tanto como quieran, y una oración creyente los salvará. "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo"; pero "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?" La fe viene primero. Crean, entonces, antes de que hagan cualquier cosa. ¡Que Dios, por Su grandiosa misericordia, permita que algún pobre pecador acabe con sus obras y con sus sentimientos, y que confíe, que sólo confíe en Jesús!
Estás allá arriba colgado de un árbol; tienes miedo de caerte, así que te aferras con todas tus fuerzas. Supón que un hombre fuerte pasara por debajo y te dijera: "anímate, cae en mis brazos; yo te sostendré, soy capaz de soportar tu peso." Si confías en él, caerás en sus brazos. Eso es lo que debes hacer con Cristo en este día; confía en Él, y abandona cualquier otra confianza; solamente déjate caer en Sus brazos, y serás salvo. Recuerda, entonces, esta primera lección, que no hay tal cosa como orar rectamente sin fe.
II. Ahora damos otro paso, y llegamos a la segunda necesidad. NO HAY FE SIN OÍR: "¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?"
La palabra "oído" debe ser entendida en un sentido amplio. Leer es una forma de escuchar. No se trata de escuchar simplemente con el oído; sino que deben, por algún medio u otro, llegar a un conocimiento de la verdad, y no pueden conocer lo que no oigan, o lean o aprendan. La verdad debe llegar a su conocimiento, de tal forma que estén conscientes de ella, pues de lo contrario no podría haber fe concerniente a ella.
Yo espero que ninguno de ustedes crea jamás con la fe del hombre que, cuando le preguntaron en qué creía, respondió que creía en lo que la iglesia creía. "Bien" -preguntó alguien- "¿en qué cree la iglesia?" "Oh" -replicó- "la iglesia cree lo que yo creo." "Bien, entonces, dime por favor, ¿en qué creen tanto la iglesia como tú?" "Ambos creemos en lo mismo", respondió él; y no pudieron lograr que saliera de allí.
Ahora, en eso no hay fe del todo; se trata de simple ignorancia, y nada más. "¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?" ¡Vamos, creer es conocer algo a fondo! Es descubrirlo leyéndolo u oyéndolo, pues únicamente son diferentes formas de lo mismo.
Bien, ahora, si alguien desea la fe, ¿qué debe hacer para obtenerla? ¿Debe quedarse quieto y decir: "voy a tratar de creer"? Definitivamente no. Supongan que yo les anunciara esta noche que el Zar de todas las Rusias ha muerto, y ustedes dijeran que desearían creerlo. No podrían creerlo mediante algún esfuerzo de su mente; ustedes pedirían evidencias de la verdad de mi afirmación, o esperarían hasta ver los telegramas mañana, y así sabrían si era verdad o no. No es sólo un claro acto de la voluntad lo que trae la fe: "La fe es por el oír."
Escuchen, entonces. Entre más frecuentemente escuchen el Evangelio, mejor; me refiero a quienes no han creído. Conforme lo oigan, pueden llegar a creerlo. Podría ganarlos sin que se den cuenta. Habiéndolo escuchado, y escuchado, y escuchado, una y otra vez, al final pueden encontrarse creyendo que Jesús sufrió en la cruz por ustedes. Yo recomiendo a todos los que buscan a Cristo, que oigan a menudo la Palabra.
Les voy a dar otro consejo. Oigan con mayor atención; oigan desde el principio con los dos oídos; presten atención, de la misma manera que lo harían si el predicador les estuviera diciendo cómo podrían amasar una fortuna en diez minutos. ¡Cómo escucharía todo el mundo, cómo cada quién querría sentarse al frente, para entender correctamente! ¡Cómo se pondrían a trabajar los lápices para anotar las instrucciones! Oigan con esa misma intensidad, pues hay algo más valioso que una fortuna en juego: su alma inmortal. El cielo y el infierno resultan de oír o de no oír la Palabra. Óiganla a menudo, y óiganla bien.
Pero oigan procurando entenderla, y si no pueden encontrar al predicador que parezca proclamar un Evangelio integral, hagan algo mejor, recurran a la Biblia misma. Lean este bendito Libro de principio a fin, asiduamente, con todas las ayudas que les puedan brindar hombres buenos. Sí, procuren entender la verdad, y compruébenla por experiencia. Recurran a este Libro, y vengan a la casa de oración con este pensamiento en su mente, "hay algo que he de creer, y voy a saber de qué se trata; voy a conocer su límite superior y su límite inferior, su cabeza y su frente y su corazón; y, de cualquier manera, si puedo, voy a saber qué es, y cuáles sean los fundamentos y razones de ello." Oyendo así, lo creerán.
Voy a dejar allí ese punto. Oigan el Evangelio; sólo preocúpense de que, lo que oigan, sea el Evangelio. Pueden escuchar algunos sermones muy sutiles, y sermones muy ingeniosos; y, como regla, puedo decir que entre más ingeniosos sean, son peores. Si vieran mucho del hombre, verían muy poco de su Señor. Cuando todo está orientado a la elaboración de frases, poniendo los conceptos de manera grandiosa y adornándolos con una maravillosa elocuencia, el Evangelio mismo es colocado fuera de la vista.
Que los hombres elocuentes busquen una oportunidad para sí mismos el día lunes; pero el domingo debe consagrarse a un trato sencillo con las almas de los hombres. No queremos saber nada de verborragias; los hombres están yéndose al cielo o al infierno, y ya es tiempo de que abordemos con ellos este asunto de suma importancia. ¡Que Dios nos ayude a hacerlo! Oigan aquello que esté realmente dirigido a su corazón y a su conciencia; oigan lo que hable de Cristo, y del cielo, y del camino hacia allá; oyendo eso, irán camino de creerlo.
III. En tercer lugar, NO SE PUEDE OÍR SIN UN PREDICADOR: "¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?" Por tanto, prediquemos.
Alguien tiene que dar a conocer la verdad a los hombres. No sabrán del Salvador a menos que se les hable de Él. El Evangelio no será revelado a los hombres por medio de ninguna operación sobrenatural; debemos llevarlo. No pueden aprenderlo si nadie les enseña. Ningún hombre conocerá el Evangelio a menos que alguien se lo diga, verbalmente, o que le regale algún libro o folleto, o por una carta, o por la predicación abierta de la Palabra. Alguien debe darlo a conocer al hombre, pues, ¿cómo creerá en aquel de quien no ha oído, y cómo oirá sin haber quién le predique?
Entonces, ¿quién debe predicar? Cualquiera que pueda predicar, debe hacerlo. El don de la predicación no es sino la responsabilidad de predicar. A menudo me asombro ante algunos cristianos que pueden hablar sin cesar desde la tribuna pública o desde el estrado, pero no hablan nunca en nombre de Cristo; tendrán que rendir cuentas por estas lenguas prostituidas.
Si un hombre puede hablar del tema de la sobriedad, podría hablar sobre el tema de la salvación; debería hacerlo. No pretendo que guarde silencio sobre el uno, pero de todo corazón le suplico que no se quede callado respecto al otro. Hay muchísimas personas que deberían predicar el Evangelio, pero que no lo hacen. Todo hombre que conozca el Evangelio debe darlo a conocer. "Y el que oye diga: Ven."
Cuando oigan el Evangelio díganlo a alguien más; ustedes, cristianos, están todos obligados, en proporción a sus dones y su oportunidad, a dar a conocer el Evangelio. "¡Cómo!", -dirá alguno- "yo creía que esa era la responsabilidad de los sacerdotes." Precisamente es así, es únicamente para los sacerdotes; pero todos los creyentes son sacerdotes. Por Su gracia poderosa, nuestro Señor Jesucristo nos hizo reyes y sacerdotes para Dios; y es nuestro deber, como también nuestro privilegio, ejercer esta bendita función sacerdotal de decirles a los hijos de los hombres, la vía por medio de la cual pueden ser salvados. Entonces, cada hombre de esta iglesia que conozca a Cristo, y cada mujer y cada joven, también, están obligados a hablar de Cristo, de alguna manera u otra, a todos los que los rodean.
Para esta obra, no se requiere de un alto grado de dones. No dice: "¿Y cómo oirán sin haber un doctor de teología que les predique?" No dice: "¿Y cómo oirán sin un predicador popular que les predique?" ¡Oh, amados!, algunos de nosotros habríamos estado perdidos si no hubiéramos podido ser salvos sin oír a un hombre de grandes habilidades. Yo doy gracias a Dios porque debo mi conversión a Cristo a una persona desconocida, que ni siquiera era un ministro en la acepción ordinaria del término; pero al menos podía decir esto: "Miren a Cristo, y sean salvos, todos los términos de la tierra."
Yo aprendí mi teología, de la cual no me he desviado, de una anciana que era cocinera en la casa donde yo trabajaba como ayudante del maestro. Ella podía hablar acerca de las cosas profundas de Dios; y cuando tenía la oportunidad de escuchar lo que tenía que decirme, como una cristiana madura, sobre lo que el Señor había hecho por ella, yo aprendí más de su instrucción que de cualquier otra persona que haya conocido desde entonces.
No se requiere de la preparación de una universidad para que puedas hablar de Cristo; algunos de los mejores obreros de esta iglesia cuentan con muy poca educación, pero llevan muchas personas a Cristo. Prosigan, mis queridos hermanos y hermanas, hablando del amor de Cristo a ustedes, aunque tengan muy pocos dones.
Recuerden que, cuando hayan contado la historia de la cruz a los hombres, son libres de una responsabilidad. De cualquier manera, si perecen, no será debido a que no sabían; y si perecieran por ignorancia, no sería porque su ignorancia sea atribuible a la negligencia de ustedes en enseñarles.
Ahora, hoy, desearía poder motivar a todos los presentes para que se conviertan en predicadores, incluyendo a las mujeres y a todos; no se trata que desee que las mujeres prediquen, sino que quiero que prediquen en el sentido en que he expuesto el asunto; es decir, que hagan saber a alguien la historia maravillosa de la cruz.
Hablen con algún individuo si pueden. Si no pueden hacerlo, escríbanle. Si no pueden escribirle, envíenle un sermón, o regálenle un folleto. Sólo deben mantenerse dando a conocer a Cristo. Yo supongo que hay dos o tres mil creyentes presentes esta noche entre las seis mil personas asistentes. Si cada cristiano diera a conocer a Cristo a alguien, ¡qué organización misionera tendríamos! ¿Cómo podrían oír si no hay alguien que les predique? Entonces, que cada uno de ustedes se convierta en un predicador, en el sentido revelado por el texto, hablando de alguna manera o de otra, y dando a conocer de una forma u otra, la maravillosa doctrina de la salvación por la fe en Jesucristo.
Es lamentable que alguien viva y muera sin conocer el Evangelio. No tienen ni la menor idea, a menos que vayan a las casas de muchas de nuestras calles, de cuánta absoluta ignorancia impera en esta ciudad de Londres acerca de los simples elementos del Evangelio de Cristo. Algunos misioneros que trabajan en la ciudad me han contado a menudo historias que me han asombrado y me han aterrado. Podría pensarse que, como muchas personas asisten a algunas de nuestras casas de oración, la gente de Londres asiste a la casa de Dios. Hay por lo menos un millón de personas, y tal vez hasta dos millones, que no asisten nunca a ningún lugar de adoración. Hay aproximadamente tres millones, yo calculo, del total de cinco de millones de habitantes, que sólo asisten ocasionalmente a algún lugar de adoración.
¿Por qué hablamos de "naciones paganas"? Tenemos una a nuestra puerta. Entre más se entregue un hombre al oficio ganar almas, más se horroriza, más se asombra y se aterra ante la necesidad que hay de dar a conocer el Evangelio de Cristo.
Y ahora están dando paso a nuevas teologías, e inventando falsedades. ¡Arriba, hombres cristianos! Publiquen a Cristo otra vez. La única manera de apagar este falso fuego es utilizando el viejo fuego del Evangelio; los hombres temen a ese fuego. Sofoquen con la vieja ortodoxia a la nueva herejía. Proclamen a Cristo crucificado. Clamen otra vez con la sinceridad de Lutero: "¡crean y vivan!" Clamen otra vez, con la determinación calvinista: "la salvación es toda por gracia, por gracia únicamente, por medio de la fe en Jesucristo."
Dios quiera que todos prediquemos de esta manera. Si todos los miembros de nuestra iglesia estuviesen resueltos a testificar el Evangelio de la gracia de Dios, entonces veríamos que los hombres oyen; entonces descubriríamos que los hombres creen; y los hombres creyentes son hombres salvos.
IV. Entonces llego a la cuarta necesidad, con la cual voy a concluir. NO SE PUEDE PREDICAR EFICAZMENTE SI NO SE ES ENVIADO: "¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?"
"¡Ah!", -dirá alguno- "ahora te hemos arrinconado. No todos debemos salir a predicar, si no somos enviados." Si tú no eres enviado, no vayas.
Pero, ¿qué significa: "Y cómo predicarán si no fueren enviados?" Un hombre que va y habla a otros acerca de Cristo debe sentir que es enviado para hacerlo, pues de lo contrario no lo haría nunca adecuadamente ni eficazmente.
El hombre que es enviado, primero que nada, tiene un mensaje que le ha sido dado. No le dices a tu siervo: "vé al norte, sur, este y oeste, y eso es todo." No, si lo enviaras, le darías un mensaje: "anda y dile al señor Fulano de Tal esto y esto"; o lo pondrías en papel, y le dirías: "entrega esta carta a tal persona." No dejarías que fuera y dijera lo que se le viniera en gana: "Juan, quiero que visites al señor Tal y Tal mañana por la mañana, y le digas lo primero que se te venga a la cabeza." No actúas de esa manera, ¿no es cierto?
Sin embargo, esa es la noción que tienen algunas personas en estos días, sobre lo que debe ser un predicador. Es un hombre que inventa su mensaje conforme avanza; es un "pensador"; excogita el Evangelio a partir de sus propios sesos.
He oído de un alemán de quien se dice que ha construido un camello partiendo de su propia conciencia. Muy probable; pero estoy seguro que nadie construirá el Evangelio de esa manera. Tiene que recibirlo por la revelación de Dios. El otro plan no coincide con la noción de Pablo, pues él pregunta: "¿Y cómo predicarán si no fueran enviados?" Primero, entonces, reciban su mensaje; estén resueltos a no saber nada entre los hombres sino lo que el propio Señor les haya revelado en Su Palabra, por la enseñanza de Su Espíritu. Grábenselo bien; díganse a sí mismos: "lo que voy a decir no es nada mío; pues de lo contrario caería de bruces y sin poder; pero yo voy a salir con esto: 'Así ha dicho Jehová'. Este es el mensaje de Dios."
Entonces, si son enviados, predicarán, y predicarán de tal manera que los hombres oirán; y oirán de tal manera que creerán; y creerán de tal manera que serán salvos. Pero tú debes ir como un hombre enviado por Dios, habiendo recibido tu mensaje de la boca de tu Señor.
Además, pienso que aun si recibiéramos un mensaje de Dios, necesitamos algo más que eso, pues debe sentirse un impulso interno, que nos fuerce a hablar de Cristo. Si nada más van y hablan locuazmente acerca de Jesucristo, podrían muy bien hablar sobre cualquier otro tema; pero si sientes piedad de ellos, si los amas, si sientes que no deben perderse, que no puedes soportar ese pensamiento, si está en tu mente, de tal manera que no puedas dormir mientras estés pensando sobre un individuo porque va descendiendo a la perdición, si se vuelve tal carga que te oprime, y te aplasta, de tal manera que tienes que hablarle a alguien acerca de su alma, ¡ah, entonces hablarás, pues sentirás que eres enviado!
Ahora, mi impresión es que, si tenemos un recto estado de corazón, siempre sentiremos de esa manera. Si un cristiano tuviera la recta condición de corazón, si se encontrara en el tren, o caminando por el campo, o en la estación de trenes, o en la estación de policía, o esperando en el recibidor de alguna casa, o en cualquier otra parte, comenzaría de inmediato a tratar con la persona con la que entró en contacto acerca de su alma. Yo quisiera que siempre fuera su hábito estar buscando siempre almas.
¡Arriba, entonces, cristianos, y busquen conforme Dios les ayude, por todos los medios a su alcance, dar a conocer a Cristo a los moribundos que se encuentran alrededor de ustedes! Pero no lo harán a menos que sean enviados, inducidos, impelidos, forzados; no ganarán almas para Cristo hasta que el Evangelio sea como un fuego en sus huesos, y sientan que ay de ustedes si no predicaran el Evangelio.
Bien, antes de que se vayan para intentarlo, hay algo más que debo decirles. No pueden hacerlo efectivamente a menos que sean enviados; y ser enviado significa tener un poder otorgado a ustedes para hacer la obra. ¿Puede obtenerse ese poder? Si se sienten impelidos a clamar a Dios para que les dé poder para predicar, el poder espiritual, el poder del Espíritu Santo; si son impelidos a enseñar en la escuela dominical, -y no vale la pena hacerlo a menos que sientan que son impelidos a hacerlo- entonces oren pidiendo el poder para ganar las almas de esos amados hijos de Dios.
Si se sienten llamados a escribir una carta a un amigo mañana acerca de su alma, háganlo porque se sienten llamados para hacerlo; pero pídanle a Dios que les enseñe cómo hacerlo. Pídanle que ponga el poder en las palabras que ustedes pronuncian, que puedan decir las palabras precisas, y que puedan darles el tono adecuado a esas palabras. Hay muchas cosas involucradas incluso en el tono del predicador.
"¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?" Deben ser revestidos de poder divino; pero el Señor puede vestir inclusive a un niño de ese poder; lo ha hecho a menudo. Puede revestir a una humilde mujer cristiana, que haya hablado en público, con el poder de ganar almas; a menudo lo ha hecho.
Y tú, hermano, que has estado muy satisfecho de ser un miembro de la iglesia y de no hacer nada por Cristo, -verdaderamente una condición muy insatisfactoria de cosas- debes comenzar a hacer algo por Él, que ha hecho tanto por ti.
Primero deben quedarse en Jerusalén hasta que sean revestidos con poder de lo alto; y luego deben salir como testigos de Cristo; pues, ¿cómo predicarán si no fueren enviados? Pero habiendo obtenido poder, deben salir, y comunicar el mensaje que su Señor les haya entregado.
Pero no lo habrían hecho mientras no hayan presentado un reporte a su Señor. Si han sido enviados, regresarán a su Señor después de haber entregado Su mensaje, y le dirán lo que tienen que decir al respecto. Todo hombre que es enviado en una comisión transmite de inmediato la respuesta de la persona a la que fue enviada. Me temo que algunos maestros y predicadores olvidan esto.
Debemos ir, como Isaías, de regreso al Señor, y decirle: "¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?" Te has esforzado grandemente por llevar a María a Cristo; ¿le has comentado al Señor lo referente a María? Madre, te has esforzado grandemente por llevar a tu hijo al Salvador; pero, ¿le has hablado alguna vez a Jesús acerca de tu muchacho?
La noche del martes pasado estuvieron presentes una madre y un padre que tenían un hijo por el cual una vez habían estado llenos de esperanza; pero él abandonó el hogar, y se marchó por semanas, aunque había prometido regresar. Se había ausentado varias semanas, y no habían sabido ni una palabra de él. Vinieron a una asamblea del pueblo cristiano, el pasado martes por la noche, quebrantados de corazón. Habían hecho lo que habían podido para encontrar a su hijo, pero no podían encontrarlo. Los padres fueron a Haddon Hall, y el pueblo de Dios oró allí por su padre y su madre. El propio padre oró y fue sobrecogido por la emoción por causa de su hijo perdido. Regresó a casa, y allí le esperaba una carta de su hijo en la que le decía que el Salvador lo había encontrado. Había abandonado la bebida, y esperaba ser un consuelo para su padre y su madre todo el resto de sus días. Se encontraba muy lejos, y no sabía nada acerca de la oración de su padre.
A menudo, cuando no tengan buenos resultados con la gente, vayan y díganselo al Señor Jesucristo; díganle: "Señor, les he predicado, he orado por ellos, les he hablado, he llorado por ellos, los llevo como una carga en mi corazón. Sus simples nombres arden con letras de fuego en mi alma. ¡Señor, sálvalos! ¡Señor, sálvalos, y serán salvos!" Esa es la manera de ganar almas. Cuando Dios obra, primero que nada nos hace tener dolores de parto por las almas de otros, y luego nacen al reino.
El resto del texto es una especie de visión. El profeta ve personas que descienden por la ladera del monte; las mira y percibe que no son hombres de guerra; de otra manera, las grebas en sus piernas serían un signo terrible para los pacíficos habitantes de la llanura. Sin embargo, aquí vienen, un gran grupo desde las cimas, que desciende a los valles. ¿Quiénes son? Conforme mira, dice: "¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien!" Vienen ondeando la bandera blanca, siervos del gran Rey contra el que has estado en guerra. Ondean el estandarte que habla de paz con Dios.
Nosotros, a quienes alude el texto, que somos los predicadores de este Evangelio de paz, te decimos hoy: Pecador, depón tus armas de rebelión. Culpable, no luches más contra Dios; ven, y has las paces con Él. Su paz es proclamada para ti a través de Jesucristo. Él te perdonará gratuitamente toda transgresión e iniquidad; está presto a olvidar y a borrarlo todo. Dios te invita a que te reconcilies con Él, que acabes con la guerra en Su contra. Te predicamos la paz; y, si nos oyes, entonces te decimos las nuevas del bien, consistentes en el pleno perdón de todo el pasado, y un cambio de corazón que experimentarás, para hacerte una nueva criatura en Cristo Jesús, - sí, que se te daría en este momento, antes de que abandones el Tabernáculo - ayuda en el futuro para contender con el pecado; fortaleza para vencer y aplastar al dragón con tu pie; poder para volverte un hijo de Dios, para ser un heredero del cielo, para ser puesto bajo el ala protectora de la providencia, para ser guiado por la infinita sabiduría del Espíritu Santo. Estas buenas nuevas del bien son publicadas para todos ustedes, aun para quienes estén más alejados de Cristo, y de la esperanza y de la paz.
Crean en Jesús; confíen en Él; confíen en Dios en carne humana, confíen en quien sangró hasta morir sobre la cruz, y pagó el rescate por sus almas, y confíen en Él ahora. Él hará todo lo que necesitan que se haga por ustedes, y los salvará y los atraerá a Su diestra en la gloria.
Ahora habría hablado totalmente en vano si el Señor no les aplicara la verdad, y ustedes creyeran; no esperen que alguien crea por ustedes; confíen en Cristo por ustedes mismos; crean en Jesús ahora mismo. Amén.
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