Todo suficiente, todo satisfactorio
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Juan Flavio De Sousa De Freitas
Contenido |
Lo que la fe salvadora ve en Cristo
Cuando hablo de la naturaleza de la fe salvadora, comparto el celo protestante y reformado por magnificar la majestad, la gloria y la omnipotencia de Dios en Cristo.
Mi corazón salta de alegría cuando leo cómo Calvino exaltó la gloria de Dios como el tema principal de la Reforma. Le escribió a su adversario católico romano, el cardenal Sadoleto: «[Tu] celo por la vida celestial [es] un celo que mantiene a un hombre enteramente dedicado a sí mismo, y no lo despierta, ni siquiera con una expresión, para santificar el nombre de Dios» (A Reformation Debate, 52).
Este era el principal argumento de Calvino contra la teología de Roma: no honra la majestad de la gloria de Dios en la salvación como debería. Continúa diciendo a Sadoleto que lo que se necesita en toda nuestra doctrina y vida es «poner ante [el hombre], como motivo primordial de su existencia, el celo por ilustrar la gloria de Dios» (Ibid.).
La cuestión última de la fe salvadora es la gloria de Cristo. ¿Cómo, entonces, la fe salvadora glorifica a Cristo? Una respuesta es que la fe es divinamente adecuada, como gracia recibida (Juan 1:11-13; Colosenses 2:6), para llamar toda la atención hacia Cristo. La fe salvadora glorifica a Cristo al apartar la mirada de uno mismo y dirigirla sólo a Cristo, a su suficiencia total, incluyendo su sangre y su justicia, sin las cuales no podríamos tener una posición correcta ante Dios. A lo que yo digo, con todo mi corazón: ¡Amén! Estemos dispuestos a morir por esto. Como muchos han hecho.
Pero aún hay más. Existe más gloria que dar a Cristo cuando lo recibimos para la justificación.
Visión de la realidad espiritual
Existen buenas razones para pensar que Pablo y otros escritores del Nuevo Testamento entendían la fe salvadora como una especie de visión espiritual de la realidad espiritual, especialmente de la gloria auto autenticadora de Cristo. Por ejemplo, Pablo contrasta a creyentes e incrédulos por lo que ven y no ven en el evangelio de la gloria de Cristo:
Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios… Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:3-6).
Los incrédulos son ciegos a «la luz del evangelio de la gloria de Cristo». Pero para los creyentes, «Dios… es el que resplandeció en nuestros corazones» para dar esa misma luz. Ambos grupos escuchan la historia del evangelio. Ambos comprenden los hechos históricos del evangelio. Pero los incrédulos no pueden ver lo que los creyentes ven en el evangelio. Los incrédulos todavía andan por vista (natural), no por fe (2 Corintios 5:7). Y la vista natural mira el evangelio sin conciencia espiritual de la gloria de Cristo en él. La mente natural (1 Corintios 2:14), con sus ojos naturales, no ve lo que la fe ve en el evangelio.
Pero el caso es muy diferente con los creyentes, quienes se describen en el versículo 6. Ellos experimentan el milagro de Dios en el evangelio. Ellos experimentan el milagro de la nueva creación de Dios que da luz. Ven lo que los incrédulos no ven. Dios dijo, como el primer día de la creación: «¡Hágase la luz!». Y por esa palabra creadora de fe, Dios da la «iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4:6). Cuando esto sucede, los incrédulos se convierten en creyentes. Esta es la gran y fundamental diferencia entre creyentes e incrédulos. Al escuchar el evangelio, los creyentes ven la gloria de Dios en el rostro de Cristo.
Despertar del aburrimiento
Antes de que el milagro de 2 Corintios 4:6 ocurriera a cualquiera de nosotros, escuchábamos la historia del evangelio de Cristo y la veíamos como aburrida, o tonta, o legendaria o incomprensible. No veíamos en Cristo ninguna belleza o valor convincente. Entonces Dios «resplandeció en nuestros corazones» y vimos la gloria.
No fue una decisión; fue una visión. Pasamos de la ceguera a la visión. Cuando pasas de la ceguera a la visión, no hay momento para decidir si estás viendo. No es una elección. No puedes decidir no ver en el acto de ver. Y no puedes decidir no ver como glorioso lo que ves como glorioso. Ese es el milagro que Dios obra en el versículo 6. Una vez estuvimos viendo los hechos del evangelio sin ver la belleza de Cristo. Entonces Dios habló, y vimos a través de los hechos del evangelio la belleza de la realidad divina.
Este ver en 2 Corintios 4:6 es conversión. Es el nacimiento de un creyente. El versículo 4 describe a los «incrédulos», y el versículo 6 describe la creación de los creyentes. Un grupo está ciego a la gloria irresistible de Cristo. El otro ve la gloria de Cristo como realmente es, convincente. O, dicho de otro modo, a los creyentes se les concede ver y recibir a Cristo como supremamente glorioso. Este es el significado de convertirse en creyente, o tener fe salvadora.
«Tenemos este tesoro»
Ahora bien, ¿cómo describe Pablo esta experiencia en el versículo siguiente (2 Corintios 4:7)? Dice: «Tenemos este tesoro en vasijas de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros». El significado más natural de este «tesoro» en una vasija de barro es lo que Dios acaba de crear en nosotros en el versículo 6 «la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo». La palabra este en el versículo 7 hace la conexión específica. «Tenemos este tesoro». No está hablando en términos generales. Se refiere a un tesoro específico, «este tesoro», el que acaba de describir.
No es extraño que Pablo utilice la palabra tesoro para describir la gloria de Cristo en el corazón humano. Nada sería más natural para Pablo. Le encanta pensar en Cristo como la riqueza del creyente, sus riquezas, su tesoro. Habla de las «inescrutables riquezas de Cristo» (Efesios 3:8), de las «riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19), de «las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:7), y de «las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27). Este fue el latido de su ministerio, el sentido de su vida. Se veía a sí mismo «como pobres, mas enriqueciendo a muchos» (2 Corintios 6:10), ¡rico con Cristo!
Lo que esto significa para nuestra pregunta, entonces, es que 2 Corintios 4:6 describe la forma en que un creyente nace, es decir, la forma en que nace la fe salvadora. Ocurre cuando Dios elimina la ceguera espiritual y la sustituye por la visión de la gloria de Dios en Cristo: la belleza de Cristo, el valor de Cristo, la realidad divina de Cristo. Este milagro de la visión espiritual es creer. Es decir, es la recepción de Cristo como verdadero y glorioso. En este milagro, el creyente se une simultáneamente a Cristo. «Tenemos» a Cristo. Él es nuestro y nosotros somos suyos. Para dejar las cosas muy claras, Pablo llama a esto un «tesoro» (2 Corintios 4:7).
Todo Suficiente, Todo Satisfactorio
¿Cómo, entonces, glorifica la fe salvadora a Cristo?
Lo hace, sin duda, apartándonos de nosotros mismos hacia su sangre y justicia todo suficiente, sin la cual no podríamos tener una posición correcta ante Dios. Sí, la gloria de Cristo está en juego al proteger su justicia de cualquier intrusión de nuestra propia justicia, comprometiendo la suficiencia de la suya. Que la gloria de Cristo resplandezca en la suficiencia total de su perfecta obediencia hasta la muerte, como único fundamento de nuestra aceptación por Dios.
Pero hay más gloria que salta a la vista por el designio de Dios de que sólo la fe nos una a Cristo. Segunda de Corintios 4:4-7 es uno de los muchos pasajes que muestran que lo que está en juego no es únicamente la suficiencia de la obra de Cristo, sino también su valor, su belleza, su gloria que todo lo satisface. O, para ser más exactos, lo que está en juego en el modo en que somos justificados es el resplandor del valor de Cristo mismo, la belleza de Cristo, la gloria de Cristo reflejada en la fe justificadora de su pueblo.
En otras palabras, Dios ordenó que la fe fuera el instrumento de la justificación no sólo para magnificar la suficiencia de la obediencia viviente y agonizante de Cristo, sino también para magnificar su belleza y valor infinitos. La fe no es una aceptación expeditiva de un logro que todo lo basta y que yo utilizo para escapar del infierno y ganar un cielo feliz, saludable y sin Cristo. Dios no diseñó la fe como el instrumento de la justificación para convertir la justicia de Cristo en un billete que me lleve de la miseria del infierno al placer del cielo.
No. Dios diseñó la fe como el instrumento de la justificación precisamente para evitar tales usos utilitarios de la obra de Cristo. Por eso la fe salvadora no es sólo la aceptación de Cristo como todo suficiente, sino también el abrazo de Cristo como nuestro tesoro. La fe percibe y recibe a Cristo ―el único fundamento de nuestra justificación― no sólo como eficaz, sino como glorioso. No sólo como suficiente, sino como satisfactorio.
Atesorar la confianza
Dios es glorificado cuando se confía en Él como verdadero y fiable. Él es más glorificado cuando esta confianza es una confianza que atesora, un estar satisfecho con todo lo que Dios es para nosotros en Jesús. Dios diseñó la fe salvadora como una fe que atesora, porque un Dios que es atesorado por lo que es, es más glorificado que un Dios en el que sólo se confía por lo que hace, o por lo que da.
Por lo tanto, que Dios diseñara la fe salvadora para incluir dimensiones afectivas, que he resumido en la frase atesorar a Cristo, no es ninguna sorpresa. Porque de esta manera, Él construyó el placer que glorifica a Dios en la vida cristiana de principio a fin. Está ahí desde el primer milisegundo de la nueva vida en Cristo, porque está ahí en la fe salvadora. No perfecto, no sin variación, no intacto, pero real. Y estará ahí para siempre, porque en la presencia de Dios hay plenitud de gozo, y a su diestra hay placeres para siempre (Salmo 16:11).
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