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English: Spiritual Transformations

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


“En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán; y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída.” Isaías 55: 13.

Por muchos siglos Tierra Santa ha estado cubierta de zarzas y ortigas. Los viajeros nos informan que es tan extremamente árida, que con la excepción del desolado desierto del Sahara, no se podría encontrar otra desolación tan absoluta como la que existe en muchas partes de Judea e Israel. Pero la tierra no permanecerá siendo sempiternamente tan improductiva. Incluso ahora, en las zonas en las que puede ser cultivada, fluye leche y miel; y vendrá el día cuando el pueblo escogido retornará a la tierra de su propiedad, dada por Dios a ellos y a sus padres mediante un pacto de sal, y comenzarán a irrigar otra vez los montes, a plantar los valles, a cultivar las vides y a esparcir extensamente la semilla en los surcos arados con esmero. Tierra Santa florecerá de nuevo: “En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán.” Cuando esto sea cumplido, el mundo entero resonará con la fama que se habrá propagado. Se dirá: “¿es esta la Sion que nadie pretendía? ¿Es esta la tierra que fue llamada desolada? ¿Es esta la ciudad cuyo nombre fue olvidado?” Entonces el monte Sion será de nuevo “Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra”; y entonces toda esa tierra fluirá con fertilidad, “y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída.”

Pero el significado espiritual de nuestro texto, al cual queremos atraer su más inmediata atención en esta noche, es este: Dios, por Su gracia, obra transformaciones morales y espirituales. Los hombres, - comparables a zarzas y ortigas- son cambiados y renovados por la gracia soberana de Dios, al punto que pueden ser entonces comparados a cipreses y arrayanes. Esta portentosa transformación es para gloria de Dios, y es para él “por señal eterna que nunca será raída”. Hablemos un poco entre nosotros, primero, en cuanto a estas transformaciones; en segundo lugar, en relación a cómo son realizadas; y, en tercer lugar, contemplemos su feliz resultado: “serán a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída.”

I. Hablemos EN RELACIÓN A ESTAS TRANSFORMACIONES.

Pareciera, partiendo de nuestro texto, que hay algunos seres que pudieran ser comparados adecuadamente a espinos y cardos. La similitud puede ser aplicada a su original. Aquí todos hemos de asumir nuestra parte. El espino es el hijo de la maldición; el cardo es el vástago de la Caída. No había cardos ni espinos que hicieran brotar el sudor en el rostro de Adán mientras no hubo pecado. Entonces el Señor le dijo: “Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá.” Y nosotros somos también los vástagos de la maldición.

¿Qué dice David? “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.” Nacemos bajo pecado; estamos sujetos a él desde nuestros primeros instantes, y nos descarriamos, no meramente por una imitación del mal ejemplo, sino por la fuerza de nuestra naturaleza corrupta.

Pudiera ser que haya algunos aquí, esta noche, que sientan que están bajo la maldición. No pueden mirar en retrospectiva hacia su ‘original’ sin descubrir esto. Pudiera ser, amigos míos, que sus padres les hubieran enseñado a pecar; no pueden recordar haber sido instruidos alguna vez en el camino de Dios. Pudiera ser que, en este preciso instante, recuerden algo de su más temprano entrenamiento recibido, y recuerden que fue de naturaleza tal que pudo hacerlos aptos para el servicio de Satanás, mas no podía conducirlos a la cruz de Cristo. Sienten que están bajo la maldición, y se han enfrentado con tales aflicciones y su corazón está tan desfallecido, que, que si yo procediera a registrar a algunos como hijos de la maldición, valerosamente me dirían: “Pon mi nombre en la lista. En verdad, soy nacido de un traidor, y siento en mi sangre la mácula de su pecado.”

Aun cuando esto es cierto en cuanto a nosotros, no obstante hay consuelo para nosotros. Somos zarzas, pero el Señor puede transformarnos en arrayanes. Jehová sabe cómo suprimir la maldición del primer Adán mediante la bendición del segundo Adán. Él puede arrancar de raíz todo lo que es vil, y pecaminoso y maldito, y puede plantar, en lugar de todo ello, todo lo amable y de buen nombre, y así heredaremos Su bendición.

Entonces, tengan buen ánimo; aunque ustedes están justamente ahora bajo la maldición, el Señor Jesús, que fue hecho una maldición por nosotros, puede pronunciarlos bendecidos.

Además, el espino es la imagen verdadera del pecador porque no presta ningún tipo de servicio. Yo supongo que casi todas las cosas tienen su uso, pero desconozco si se haya descubierto algún uso para la zarza y la ortiga. Lo mismo ha sucedido con muchos de nosotros, y lo mismo sucede con algunos de ustedes esta noche. ¿Qué han hecho por Dios? Jovencito, veinte años te han conducido a la madurez, ¿pero qué servicio ha recibido de ti el Todopoderoso alguna vez? Tal vez cuarenta años han sazonado tu adultez, pero, hasta este punto, ¿qué cánticos de alabanza han ascendido al cielo proferidos por ti? ¿Qué frutos aceptables has colocado ante el altar de Dios? Tú eres Su viña: ¿cuántas uvas maduras le han sido entregadas alguna vez provenientes de ti? Él ha cavado alrededor de ti, te ha protegido con el muro de Su providencia, y te ha vigilado con el más tierno cuidado. ¿Cómo es que Él busca uvas y tú solamente produces uvas amargas? Si Él espera recibir algún retorno por el talento que ha confiado a tu cuidado, ¿cómo es que lo envolviste en un pañuelo, y escondiste el dinero de tu Señor? Has sido un inútil: pero no has sido así para con tus semejantes; tus hijos han recibido tu cuidado; tal vez has sido de alguna ayuda para tus vecinos y amigos; pero, en lo concerniente a Dios, el hombre natural es perfectamente inútil; no aporta ninguna cosecha para el grandioso Propietario de la tierra. ¿Comenté, justo ahora, que tenías cuarenta años de edad? ¿Qué pasaría si hubiera, en este lugar, alguna persona inconversa de sesenta, setenta o incluso de ochenta años de edad? Y en vano ha brillado todos estos años la luz del cielo para ti; en vano la paciencia divina ha dicho: “Déjala todavía este año”; en vano la predicación de la Palabra de Dios para ti junto con todas las ordenanzas de Su casa. Todavía estás desnudo, sin hojas, sin fruto. Has vivido para ti mismo únicamente, y no has glorificado a tu Creador y Preservador en modo alguno.

Tú eres una zarza y una ortiga. Sin embargo, ten buen ánimo; si tienes un corazón para cosas mejores, Dios puede convertirte en un ciprés o en un arrayán que produzcan una sombra benéfica y alegren los huertos del Señor. Él puede transformar todavía tu inutilidad en un verdadero servicio, y tomarte de en medio de los ociosos en la plaza para que vayas y trabajes activa y exitosamente en Su viña. La zarza, (apenas hemos comenzado a tocar este punto), desperdicia también influencias benéficas que, si hubiesen caído en el buen grano, habrían producido una cosecha. La lluvia cayó hoy, pero cayó sobre espinos y abrojos a la par que sobre las verdes hebras del trigo. Las gotas del rocío serán vertidas, y caerán tan copiosamente sobre los espinos espesamente entrelazados y las enredadas ortigas, como en el bien desherbado huerto del labrador; y cuando el sol brille con un rayo vivificador, proyectará sus rayos benéficos tanto sobre los espinos y las ortigas como sobre los árboles frutales y la cebada y el trigo.

Lo mismo sucede con ustedes, hombres y mujeres inconversos. Ustedes han recibido los favores diarios con una abundancia tan grande como lo han hecho los justos. Es más, tal vez hasta hayan recibido más: han llevado una vida holgada y visten de lino fino, como Epulón, mientras los propios santos de Dios han estado consumiéndose a sus puertas, como Lázaro. No han tenido que lamentar la falta de influencias externas de los medios de la gracia. Algunos de ustedes son asiduos oyentes de sermones; están constantemente dentro de las puertas de la casa de Dios; frecuentan el lugar donde se hace libremente la proclamación de la misericordia; sus Biblias no son desconocidas para ustedes; y, sin embargo, todo esto ha sido un desperdicio en ustedes. ¿Acaso no están próximos a blasfemar? Han sido visitados por el favor diario, censurados por la conciencia, sacudidos a veces por la moción natural de su propio corazón, despertados por el Espíritu de Dios, atemorizados bajo Su Palabra, y, sin embargo, a pesar de todo esto, son forasteros en cuanto a la mancomunidad de Israel; pero, ¡no desesperen! Si sus almas persiguen cosas mejores, Dios es capaz de transformar esas inútiles zarzas, esas ortigas infructíferas, en cipreses que esparcirán en derredor su delicioso fruto.

Fue insensata la expresión de un cierto predicador cuando dijo que la cizaña no se convertirá nunca en trigo; no le incumbía retorcer la parábola de Cristo. Pero esto sí sé: por la gracia divina, la zarza se convertirá en ciprés, y la ortiga puede tornarse en un arrayán. ¿Tenía ese hombre el propósito de negar la posibilidad de la conversión? ¿Quiso decir que la gracia todopoderosa no podía convertir al león en un cordero, o al cuervo en una paloma? Si así fuera, expresó una blasfemia directa, pues no hay ningún milagro de gracia que Dios no pueda efectuar. Él puede tomar las negras protuberancias del ébano, y convertirlas en alabastro. Él puede sumergir en las aguas amargas de Mara el árbol de la cruz, y endulzarlas como el agua del pozo de Belén que David anhelaba con vehemencia. Él puede extraerle el veneno al áspid y el aguijón al basilisco, y hacerlos útiles para Dios y el hombre. El camello puede atravesar el ojo de la aguja. Debes saber, con toda certeza, que nada es demasiado difícil para el Señor. Él puede hacer lo que le plazca.

Pero continuando con nuestras observaciones sobre el espino y su transformación en un ciprés, ¿no es acaso el espino algo nocivo? El espino rasga y desgarra a los viandantes. Algunas veces, si yo quisiera seguir mi camino de manera directa hasta aquel punto, debo atravesar un vallado de zarzas; y, ¡cuán a menudo ha sido el cristiano atormentado y desgarrado por los espinos de los impíos! La edad de los mártires podrá decirnos en qué medida los santos de Dios han visto su carne desgarrada hasta los huesos por esos espinos y esas ortigas; y la madre sollozante habrá de decirnos cómo han quebrantado su corazón y han encanecido prematuramente sus cabellos; y la esposa afligida habrá de confiarnos cómo un esposo impío la ha enviado a su aposento con lágrimas amargas brotando de sus ojos; y todos nosotros habremos de decir cómo algunas veces nuestros parientes impíos han hecho palpitar aceleradamente nuestros corazones al sentir una terrible ansiedad por ellos. Lot no puede vivir en Sodoma sin ser vejado, y David no puede permanecer en Mesec sin clamar: “¡Ay de mí, que moro en Mesec, y habito entre las tiendas de Cedar!”

Pero recuerden que por mucho que hayan perseguido a los santos de Dios, por duro que hayan tratado a los seguidores de Cristo, el Señor puede transformarlos en uno de ellos. Pablo no se imaginaba, cuando iba cabalgando hacia Damasco, que eso le sucedería. Él tenía sus preciosos documentos completamente seguros. “Voy a asolar a los nazarenos”, parecía decir; “voy a conducirlos al poste de los flagelos; los voy a arrastrar fuera de la sinagoga, y los voy a forzar a blasfemar.” Ni te imaginas siquiera, Pablo, que pronto vas a doblar la rodilla ante ese mismo Jesús de Nazaret a quien odias. Una luz resplandece a su alrededor, más brillante que el sol del mediodía; cae de su cabalgadura; escucha una voz que le dice: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Entonces pregunta mansamente: “¿Quién eres, Señor?”, y le llega la respuesta: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón”.

Ah, pecador, tal vez no sepas que estás persiguiendo a Jesús. Tú piensas que se trata solamente de tu hijo, o de tu esposa, o de tu madre; pero, al perseguir a los miembros del cuerpo de Cristo, persigues a la Cabeza. Saulo de Tarso es llevado de la mano hasta Damasco; y después de su conversión, ¿quién es más arrojado que él? El predicador sobre la colina de Marte, el testigo delante de Nerón, el anciano de Dios sentado en el calabozo, el hijo de Dios con su cabeza apoyada en el tajo, éste es el hombre que perseguía a los santos de Dios; pero ahora está lleno de celo, aventajando a todos los demás en la difusión del conocimiento de Cristo. La zarza es convertida en un ciprés, y la ortiga en un arrayán.

Y todavía no he agotado la figura. El espino siembra su propia simiente; y cuando los vientos se levantan, llevan sobre sus alas el vilano del cardo, y la simiente es dejada caer por aquí y por allá y por todas partes. No puedes mantener a las ortigas aisladas. Si las cultivas en tu propio jardín, muy pronto estarán en el jardín de tu vecino; y si tu vecino las cultiva, te será difícil mantenerlas fuera de tu solar.

Y este es el peor punto acerca de un hombre inconverso. Si has estado haciendo el mal, tus hijos crecen según tu propia imagen, o tus siervos imitan a su señor. Si eres un comerciante inescrupuloso, ayudas a que otros comerciantes sean a su vez, si no palpablemente deshonestos, sí escandalosamente laxos. Tu lenguaje contamina el aire que respiras; o si controlas eso tolerablemente bien, tus sentimientos no están desprovistos de influencia sobre tus semejantes. Tú no vives para ti mismo. Si fueras a llevar la vida de un ermitaño, tu propia ausencia de la sociedad tendría su influencia. Si eres literalmente un leproso, yo podría encerrarte, y hacer que cubrieras tu labio, y que te pusieras ceniza sobre tu cabeza, y gritaras: “¡Inmundo! ¡Inmundo!” Pero con tu lepra espiritual, no puedo excluirte de esa manera. Tú contaminarás el aire doquiera vayas; no tienes otra opción que diseminar la contaminación a tu alrededor. ¡Oh, espino que multiplicas tu semilla, que Dios te cambie!

¿Me estoy dirigiendo esta noche a algún infiel que ha sido muy diligente en la propagación de sus puntos de vista? ¡Cómo saltaría de gozo mi corazón si el Señor te hiciera tan diligente en ensalzar la cruz que has hollado! Él puede hacerlo; le pido a Dios que lo haga. ¿Le estoy hablando esta noche a alguien que ha estado furiosamente en contra de las cosas de Dios?

Hermanos, los peores pecadores se convierten en los mejores santos; y si el Señor quisiera tocarlos, se volverán tan ardientes por Él como ahora lo son contra Él. Aquel a quien se le ha perdonado mucho, amará mucho. Nadie podría quebrar un frasco de alabastro de precioso ungüento sino la mujer que era una pecadora. John Bunyan solía decir que él creía que habría un gran grupo de santos en la siguiente generación, pues su propia generación era notable por sus muchos y grandes pecadores; y él en verdad esperaba que cuando estos grandes pecadores crecieran, Dios los transformaría en grandes santos.

Nosotros podríamos mencionar muchos nombres de hombres que han sido, por decirlo así, sargentos del diablo, pero que, una vez que Dios los ha transformado en Sus propios soldados, se han convertido en los más bienaventurados sargentos reclutadores para el reino de Cristo. Miren a John Newton y a John Bunyan y a otros hombres de ese calibre, y vean lo que puede hacer la gracia soberana en casos similares.

Y tengo otra observación. No puedo evitar señalar que fueron las zarzas y las ortigas las que conformaron la corona que traspasó las sienes del Salvador; y son nuestros pecados, nuestros crueles pecados, los que han sido Sus principales atormentadores. Cada alma que vive sin Cristo, después de haber oído de Él, está atravesando otra vez las sienes de Cristo. Cuando piensas que Él no está dispuesto a perdonarte, ese pensamiento poco generoso le hiere más que cualquier otra cosa. Y cuando hablas mal de Su nombre, cuando calumnias a Su pueblo y desprecias a Sus santos, ¿qué estás haciendo sino tejiendo otra corona de espinas para ponerla sobre Su cabeza? Sin embargo, tú, tú que has atravesado la frente del Salvador, tú puedes convertirte todavía en un ciprés que corone esa frente de victoria. El Salvador, habiendo combatido por ti, habiéndote ganado, y habiéndote comprado con la sangre de Su corazón, te pondrá como una guirnalda alrededor de Su frente, “y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída.”

El significado del todo es que Dios transforma verdaderamente a Sus enemigos en Sus amigos por el poder del Evangelio; Él vuelve a los hombres de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás al reino de Cristo, de ser poseídos por demonios a llenarse del Espíritu Santo, de ser un escondrijo de dragones, lleno de pecado, a ser templos donde toda gracia brillará para reflejar la gloria del Altísimo. Algunos de ustedes pueden dar testimonio a favor de este asunto por experiencia; otros lo contemplan con un intenso deseo.

II. En segundo lugar, hemos de considerar CÓMO ES OBRADA ESTA TRANSFORMACIÓN EN LOS HOMBRES.

Es obrada por la agencia misteriosa y secreta de Dios el Espíritu Santo. Ciertamente, queridos amigos, no puede ser obrada nunca en nosotros por el poder del hombre. Deberíamos temblar si nuestra religión se apoyara en cualquier hombre, pues ese es un cimiento inestable y pobre. Yo conozco más y más, cada día, mi total incapacidad para hacer el bien a mis semejantes aparte del Espíritu de Dios. Me llegan casos, algunas veces, que me sacuden por completo. Por ejemplo, procuro consolar a un corazón quebrantado. Busco, en vano, todo tipo de metáforas para presentar la verdad con claridad; cito las promesas, doblo mis rodillas en oración, y, sin embargo, después de todo, el pobre espíritu atribulado tiene que irse sin creer todavía, pues únicamente Dios puede darle la fe. Hay otros casos en los que nos enteramos de hombres que han vivido en pecado y le ha agradado a Dios poner Su aflictiva mano en ellos, y no sabemos qué decirles. Ellos profesan arrepentimiento, pero tenemos temor de que sólo sea remordimiento; hablan de fe en Cristo, pero tememos que sea un engaño. Quisiéramos convencerlos de pecado si pudiésemos; les recordamos el pasado, y dan su asentimiento a cada frase que expresamos contra ellos, mas no sienten el mal de sus propios caminos. ¡Oh, tratar con pecadores es una tarea difícil! Se requiere de una herramienta más eficaz de las que el hombre puede guardar en su caja de herramientas. Únicamente Dios puede quebrar los corazones; y cuando están quebrantados, únicamente la misma mano que los quebró puede vendarlos.

Entonces, el Espíritu Santo, que está en todas partes en medio de Su Iglesia, es quien sale y se pone en contacto directo con el espíritu humano, y entonces, efectúa un cambio inmediato. Yo no podría decirles con qué parte del hombre comienza el Espíritu Santo; pero sí puedo decirles que cambia al hombre entero. El juicio no toma más a las tinieblas por luz y a la luz por tinieblas; la voluntad no está apuntando obstinadamente contra Dios, sino que inclina su cuello al yugo de Cristo; los afectos no están puestos más en el placer pecaminoso, sino que están puestos en Cristo. Es verdad que la corrupción permanece todavía en el corazón, pero nos son otorgados un corazón nuevo y un espíritu recto. Una simiente viva es colocada en el alma vivificada, que no puede pecar, porque es nacida de Dios: una simiente viva que vive y permanece para siempre.

“Yo no sé”, -dijo alguien- “si el mundo es un mundo nuevo, o si yo soy una nueva criatura, pero tiene que ser alguna de las dos cosas, pues ‘las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas’. Cuando Cristo desciende al corazón humano para reinar, pareciera tomar el lema: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. Hay “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”, dentro del corazón de ese pobre pecador. Es un cambio completo. Ustedes podrán observar que no se trata del espino recortado y podado; no se trata de la ortiga que se hace crecer sobre un muro, y es moldeada según un orden: eso es reforma. Se trata de un espino convertido en un ciprés: esta es una perfecta recreación, es hacer a un hombre de nuevo; y esto debe sucedernos a cada uno de nosotros, por el poder y la energía del Espíritu Divino, pues, de otra manera, nunca floreceremos en el huerto del Señor, ni deberíamos unirnos a la Iglesia de Dios en la tierra, pues no tenemos parte ni porción en el asunto.

Pero, mientras digo que es el Espíritu el que obra este cambio, ustedes se están preguntando por qué medios lo hace. Les pido amablemente que se refieran al capítulo del que es tomado mi texto, y observarán que el Señor Jesús tiene que ver con esto: “He aquí que yo lo dí por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones.” Ese versículo está ubicado antes de mi texto. Debemos conocer a Cristo antes de que podamos ser cambiados jamás. Algunas personas piensan que han de cambiarse ellas mismas para entonces venir a Cristo. ¡Oh, no! ¡Vengan a Cristo tal como son! La obra del Espíritu es cambiarlos. Ustedes no han de obrar un milagro, y entonces venir a Cristo para mostrarle el milagro; sino que han de venir a Cristo para sea obrado el milagro en ustedes. La obra de Cristo es comenzar con el pecador como pecador, lo mismo que hizo el buen samaritano con el hombre que cayó entre ladrones. No esperó que fuera curado antes de ayudarle, sino que derramó aceite y vino en sus heridas, lo colocó sobre su cabalgadura, y luego lo transportó al mesón; y Cristo puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios.

Pero el capítulo pareciera enseñar otra lección. Tú dices: “yo sé que el Espíritu Santo hace que el corazón y la conciencia vean a Cristo, pero, ¿cómo puedo alcanzar a Cristo?” El capítulo te lo dice. Dice que la Palabra de Dios no regresará a Él vacía. La forma en que Cristo es descubierto y encontrado por un pecador, es mediante la predicación de Cristo a ese pecador. “Oíd, y vivirá vuestra alma”. Ese es el Evangelio. La vía por la que Cristo viene al alma es a través de la puerta del Oído. “Satanás trata de tapar la puerta del Oído con lodo”, comenta John Bunyan; pero, oh, es algo glorioso cuando Dios limpia el lodo del prejuicio, de tal manera que los hombres están dispuesto a oír la verdad.

Había un anciano, un miembro de esta iglesia, que solía predicar cada domingo en Billinsgate, y muchas personas trataban de iniciar una controversia con él; pero era un viejo soldado en más de un sentido, y su respuesta, cuando alguien trataba de disputar o iniciar una controversia con él, era, “Oíd, y vivirá vuestra alma”; no he venido para dar inicio a una controversia, sino para predicar la verdad, “Oíd, y vivirá vuestra alma”. Esa era, verdaderamente, una respuesta muy clara. Ahora, ustedes saben que la simple confianza en Cristo es todo lo que Él les pide, e incluso eso, Él se los da. Es la obra de Su propio Espíritu.

Oigan esto, entonces, ustedes, espinos y ortigas, antes de que Dios se disponga en orden de batalla contra ustedes, antes de que Sus fuegos los devoren. Oigan las delicadas notas del corazón de un Padre cuando habla en invitaciones evangélicas para ustedes. “Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.” “A todos los sedientos: Venid a las aguas.” ¡Que todos ustedes sean llevados allí! ¡Que la gracia de Dios los lleve a todos a tomar a Cristo!

III. Y entonces, para concluir, ¿CUÁL ES EL RESULTADO DE ESTA TRANSFORMACIÓN?

¿En honor de quién redundará un cambio tan beneficioso? “Será a Jehová por nombre”. Tan pronto como ese gran pecador es convertido, genera un murmullo y un ruido en el taller en el que labora. “¡Cómo!”, preguntan ellos, “¿se ha vuelto un santo ese infeliz?” Solía maldecir, pero, “¡He aquí, él ora!” Podía beber con el borracho, pero ahora camina en el temor de Dios “en todo dominio propio y sobriedad”. No se podía confiar en él, pero ahora la tentación no puede apartarlo de su integridad. El nombre de Cristo, en una época, le agolpaba la sangre en sus mejillas, pero ahora,

“Sonidos más dulces de los que conoce la música
Embelésanlo en el nombre de Emanuel.”

Digo que hay un murmullo en torno al taller; los hombres se dicen unos a otros: “¿Cuál es el significado de esto? ¿Cómo se produjo esto?”, y, aunque odian el cambio, lo miran con atención, y lo admiran. No pueden entenderlo; son como los magos de Egipto: no pueden hacer estas cosas con sus encantamientos, y por ello se ven obligados a decir: “Dedo de Dios es éste”. Si Dios convierte a algunos pecadores ordinarios, no recibe ni la mitad de la gloria por ellos de la que recibe por estos seres extraordinarios. El hombre cuyo carácter vil era conocido en todo un distrito, cuyo nombre era detestable en el barrio en que vivía, que había adquirido una reputación de malvado en todo el vecindario, cuando este espino se convierte en un ciprés, entonces todo mundo es presa del asombro.

Si yo tuviera en mi huerto una gran ortiga que una vez rasgara mi mano, y un día, al pasar por allí viera, en lugar de esa ortiga, un ciprés en crecimiento, que proyecta un benéfica sombra que puede ser disfrutada bajo sus ramas, ¡cuán asombrado me quedaría! “¿Quién pudo haber transformado esta ortiga en un ciprés?” Y así, cuando un gran pecador es convertido, el dedo de Dios es identificado y Dios es glorificado. Incluso los impíos son forzados a honrar el nombre del Altísimo cuando otros impíos son salvados.

Y luego, en cuanto a la iglesia, los miembros tal vez son al principio un poco tímidos, y no pueden creer que sea verdad; oyen que aquel que una vez persiguió a los hermanos, ahora profesa el nombre de su Maestro; y, por fin, obtienen una buena evidencia de la verdad de ello; y, ¡oh, qué reverente alegría hay entre los hijos de Dios! Hay una reunión de la iglesia y él pasa al frente para confesar su fe; ellos saben cuán suciamente ha errado, y se gozan al verle de regreso. Podrá haber un “hermano mayor” que esté enojado, y no entre; pero, en su mayoría, la casa está muy contenta cuando el hijo pródigo regresa; y el que más goza en medio de todos ustedes, cuando ocurre una escena así, es aquel que les ha predicado el Evangelio. ¡Oh, el gozo que hubo en mi alma cuando algunos de ustedes fueron llevados a Cristo!

Recuerdo las alentadoras noches que experimenté, y cómo me fui a casa gozándome triunfante en mi Dios por causa de algunos de ustedes. Una vez fueron inmundos, “mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”, y, ciertamente, habría más de tal gozo si más fueran llevados a Cristo. Algunos de los mejores miembros de esta iglesia son aquellos que fueron tizones arrebatados del incendio. ¡Que tuviéramos más de esos pecadores por la sangre de Jesús!

Y esto no es todo. Un ángel estaba presente cuando el acto fue realizado; ellos están siempre presentes en las asambleas de los santos; por esto es que las mujeres llevan sus cabezas cubiertas: “por causa de los ángeles”. Si nadie más lo viera, los ángeles, que cubren sus rostros cuando se inclinan delante de Dios, quisieran que entráramos en Su presencia en decencia y orden. Este ángel nos oye llorar; una corriente de luz asciende a las regiones de los bienaventurados; de inmediato la bienaventuranza se esparce por todos los campos celestiales, y, conforme se propagan las noticias: “un hijo pródigo ha regresado, otro heredero de la gloria ha nacido”, toman sus arpas, y afinan de nuevo sus cuerdas; se inclinan con mayor reverencia; cantan con un gozo más excelso; alzan sus voces con una alabanza más gloriosa: “Al que amó las almas de los hombres, y las lavó en Su sangre, a Él sea la gloria, el honor, el poder y el dominio por siempre y para siempre”; y así los cánticos del cielo son henchidos, se escuchan más profundos y más potentes y con un gozo tumultuoso debido a los pecadores salvados en la tierra. Sí, comentan en el cielo que el espinar se ha convertido en una alameda de cipreses y que el abrojo se ha convertido en un arrayán; y, ¿qué me atreveré a decir?: incluso la Divina Trinidad irrumpe en gozo. Su gozo no puede ser incrementado, pues es Dios sobre todas las cosas “bendito por los siglos”; pero, aun así, está escrito, “Se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”. ¿No se dice, acaso, que cuando el pródigo aún estaba lejos, lo vio su padre? ¿Acaso es posible que entre los siervos y amigos hubiera gozo, y no lo hubiera en el corazón del padre? ¡Imposible! El Dios Eterno, Jehová mismo, ve con deleite a los elegidos de Su corazón; Jesús ve la compra que hizo con Su sangre; el Espíritu ve el resultado de Su propio poder; y así, hasta el propio trono de Dios, es sentido el impulso de un pecador.

Ella vino del burdel; él vino de la prisión; y, sin embargo, incluso el cielo siente una viva emoción con las noticias. Ella se había manchado a sí misma con el pecado; él había contaminado a otros con sus crímenes; y, sin embargo, los ángeles afinan sus arpas para las loas a Jehová por su causa. ¿Fue profético el acto de la mujer de quebrar el frasco de alabastro y llenar la casa con el olor del perfume? ¿Fue ese acto una profecía de lo que todo pecador penitente hace cuando su corazón quebrantado llena el cielo y la tierra con el dulce perfume de gozo porque es salvado? Y cuando lavó los pies del Salvador, y los secó con los cabellos de su cabeza, ¿fue eso también profético? ¿Mostró cómo Jesús recibe Su mayor honor, Su más puro amor, Su más hermosa alabanza y Su más dulce solaz de parte de los pecadores salvados por la sangre? Me parece que así fue. ¡Tal vez reciba tal gozo de nosotros! En verdad Jesús murió por mí; y ahora estoy llorando al pie de Su cruz, para contar la historia de su verdadero amor por los pecadores; y, ¡oh, pobre pecador, Cristo es capaz de salvarte! Quienquiera que venga a Él, no le echará fuera. ¡Oh, que quisieras venir! ¡Que la gracia soberana te forzara a entrar!

Esta tarde estuve compartiendo con una persona que tenía un semblante marchito y sus mejillas hundidas, marcado por la muerte, que fue miembro de esta iglesia alguna vez, pero que cayó inmundamente, y se descarrió; y yo recuerdo a dos o tres de su edad, que profesaron también una vez, quienes, es extraño decirlo, se apartaron de Dios, igual que él. Cuando le hablé del Señor, de Su infinita compasión, no podía hacer otra cosa que tener en el ojo de mi mente al hijo pródigo que desperdició su herencia en una vida disipada, y sin embargo, su padre no lo menospreció, y ni siquiera lo censuró, sino que:

“______ fue estrechado contra el pecho de su Padre,
Otra vez un hijo confeso,
Que no habría de apartarse más de su casa.”

Y pensé que les diría esta noche:

“Ven y sé bienvenido, pecador, ven.”

No piensen que Dios es duro: no piensen que Dios es áspero. No hay un pecho tan suave como el Suyo, ni un corazón tan profundamente lleno de simpatía. Él clama sobre los peores de ustedes: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, oponerte como Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre.”

Oh, ¿los interpelará en vano mi Salvador? ¿Rodarán hasta el suelo las lágrimas de Jesús? ¿Acaso no tendrá una influencia atractiva el amor de Dios? ¿No los atraerá la misericordia al festín de amor, cuando suena su campana de plata? ¡Oh!, ¿por qué habrían de morir? ¿Es tan dulce el pecado que habrán de sufrir por siempre por su causa? ¿Acaso son las vanidades de este mundo tan importantes en su estimación como para permitir que pierdan el cielo y la vida eterna? Les pido que “Busquen a Jehová mientras pueda ser hallado, que le llamen en tanto que está cercano”, y no crean que Él los rechazará, pues “será amplio en perdonar”. ¡Oh, que lo haga esta noche!

“Dios mío, siento la funesta escena;
Mis entrañas suspiran por los hombres moribundos;
Y mi piedad desea recuperar,
Y arrebatar los tizones de la llama.

“Pero mi compasión resulta ser débil,
Y no puede sino llorar cuando más amo;
Emplea Tu propio brazo salvador,
Y cambia estas gotas de dolor en gozo.”

¡Oh Señor, te pedimos que lo hagas, pues Tú puedes hacerlo! ¡Sal, oh Jesús; sube ahora a Tu carroza! El infierno vacila ante Tu majestad; el cielo adora Tu presencia; la tierra no puede resistirte; las puertas de bronce se abren de par en par, y las barras de hierro son quebradas. Ven, Vencedor, ahora, y cabalga a lo largo de las calles de esta ciudad, y a través de los corazones de todos nosotros, y serán tuyos, “y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída.” ¡Que Dios derrame Su bendición sobre ustedes, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.


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