Tres cosas para recordar al momento de leer la Biblia
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jonathan Parnell sobre La Biblia
Traducción por Jessica Rhodes
Es imposible solamente leer la Biblia.
Algo profundo está ocurriendo. Es algo más glorioso que el universo. Ya sea que usted abra estas páginas antes del amanecer, mientras toma un café a media mañana o durante la cena con la familia, siempre que usted lee la Biblia algo milagroso está ocurriendo. Después de todo, usted no es sólo una persona cualquiera ordinaria y la Biblia no es sólo un cualquier libro viejo.
Usted es, si está confiando en Jesús, un hijo o una hija redimido(a) de Dios. La Biblia es la palabra misma de Dios. Y, sin embargo, tan claro como esto es para nosotros sobre el papel y en teoría, se puede escapar de nuestras mentes con facilidad cuando entramos y salimos de la rutina normal de la lectura diaria de la Biblia. Pero no tiene por qué ser así. No debería.
En la práctica, esto se reduce a los detalles de la forma como nos acercamos a las Escrituras. En el capítulo nueve de Cuando Yo No Deseo a Dios", John Piper introduce un acrónimo útil acerca de cómo orar sobre nuestra lectura bíblica. Este acrónimo —I.A.U.S. (I.O.U.S., por sus siglas en inglés)— ha sido tomado directamente de los Salmos y ancla nuestro objetivo al leer mediante cuatro verbos explosivos: Inclina, Abre, Unifica, Sacia. Aún tengo esta oración pegada sobre mi escritorio en la amarillenta tarjeta la cual copié por primera vez. Le he pedido a Dios por este trabajo prácticamente todos los días durante la última década.
Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la ganancia desonesta.
Abre mis ojos para que pueda ver las maravillas de tu Palabra.
Unifica mi corazón para que tema tu nombre.
Sacia mi persona con tu misericordia.
Pero entonces hay algo mucho más básico que recordar antes de comenzar esta oración. Es simple, muy simple, pero creo que vuelve a calibrar nuestros corazones y calma la tempestad de nuestras mentes, sobre todo cuando nos encontramos sumidos en la rutina. Deshiela nuestra frialdad, al parecer, y despeja la mesa para que podamos enfocar nuestras almas en la maravilla de lo que estamos haciendo. Es recordar estas tres sencillas verdades: Dios, el texto y el lector.
Esto es obvio de muchas maneras, pero tal vez sea algo que se da por sentado con demasiada frecuencia: hay un Dios, él habla a través de un Libro, y le habla a personas como yo.
Hay un Dios
Esto, ante todo. Dios es real y poderoso e intensamente personal. De hecho, es un Dios trino. Él es el eterno Padre que ha amado eternamente a su Hijo en la incesante comunión del Espíritu. O como dice el Credo Atanasiano: “Adoramos a un solo Dios en Trinidad, y Trinidad en Unidad, sin confundir las personas, ni dividir la sustancia.”
Y es gracias a la plenitud de esta relación trinitaria que todo en este mundo existe. Él lo creó todo, se rebajó a sus criaturas en un pacto, revelando quien es él y prometiendo actuar siempre como ha mostrado ser. Más que eso, él mismo entró en este mundo en la persona de Jesucristo (Juan 1:14). Todo lo que Dios ha morado en el hombre, Jesús (Colosenses 2:9). Haber visto a Jesús era haber visto a Dios (Juan 14:9). Y justo ahora, en este mismo momento en el espacio y el tiempo, cuando usted sostiene la Biblia entre sus manos, este Jesús está presente con usted a través de su Espíritu. Él no está distante e indiferente a lo que usted está haciendo. Él está trabajando, escuchando, inclinándose con gusto hacia adelante como el Dios que desea estar cerca de usted. Entonces, deténgase por un segundo. Sienta el latido de su corazón. Tome una respiración profunda. Dios está en todo esto. Está justo aquí.
Dios habla a través de su Libro
Sí, Dios habla. Así es como todo lo que fue creado, fue creado. Así es como formó a un pueblo para sí mismo. Dios habló. Proclamó su gloria. Manifestó sus caminos. Y en su infinita sabiduría, hizo que sus profetas y apóstoles pusieran todo por escrito. Hizo que lo que escribieron, fuera copiado. Hizo que lo que copiaron, fuera preservado. Hizo que lo que preservaron, fuera traducido una y otra y otra vez. Y justo ahora, frente a usted en forma de libro, en un idioma que puede entender, está la palabra de Dios. Estos son los pensamientos de Dios. Estas antiguas palabras, ni más ni menos, son las que Dios ha decidido comunicar a su pueblo a través de todas las generaciones y culturas de esta tierra. Usted lo está sosteniendo entre sus manos.
Dios le habla a personas como yo
Ahí esta Dios; ahí está su incomparable Libro, y ahí estoy yo. ¿Yo? Este gran Dios poderoso y maravilloso que dice grandes palabras poderosas y maravillosas me las dice a mí. Dios les mostró a los autores biblícos las grandes profundides del misterio de Cristo, discernimientos ocultos durante siglos, cosas que los ángeles anhelaban mirar, y, ahora, cuando las leemos, Dios nos muestra (Efesios 3:3–4; 1 Pedro 1:10–12). El Dios que hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo aún le habla a su pueblo (Éxodo 33:11). Y ahora, por su abundante misericordia, porque Jesús me amó y me ha liberado de mis pecados con su preciosa sangre y por gracia me hizo parte de su pueblo, Dios me habla (Apocalipsis 1:5–6).
Aquel que sostiene este libro, sentado en su escritorio frente a Dios, es alguien que ha sido traído de la muerte a la vida (Efesios 1:4), alguien que ha sido librado del dominio de las tinieblas y trasladado al reino de Cristo (Colosenses 1:13–14), alguien que alguna vez fue culpable, pero ahora es justo (Romanos 3:23–24), alguna vez corrupto, pero ahora santo (1 Corintios 6:11), alguna vez su enemigo, pero ahora su hijo (Gálatas 3:25). Y Dios le habla a los que son así, que son como usted y como yo.
Nada puede ser más real que esto. No hay nada más importante ni significativo o relevante que la convergencia de estas tres verdades, y que nosotros las recordemos: Dios, su Libro y su Pueblo.
Es imposible solamente leer la Biblia.
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