Tres maneras de luchar por nuestra familia
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Kim Cash Tate sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Jeannette Blanco
Es casi aterrador lo rápido que abracé el pensamiento. Era temprano por la noche, mi esposo ya estaba en casa después del trabajo, y en las vueltas de la conversación y la formulación de planes, tuve una sugerencia. Era algo que podíamos implementar como pareja en beneficio de nuestro matrimonio.
Pero ya habíamos transitado ese camino. Ya fueran noches de citas semanales, devociones nocturnas de parejas o leer juntos un libro edificante, lo aceptaríamos con entusiasmo y comenzaríamos a caminar sólo para verlo esfumarse, frustrados por las interrupciones de la vida.
Así que, vino fácilmente este pensamiento - ¿de qué sirve?
Lo abracé, y guardé silencio.
Sin embargo, esa misma noche, el Señor me hizo sentir incómodo con mi postura. Al orar y meditar, me di cuenta que le estaba dando terreno al enemigo. En lugar de permanecer firme y mirar al Señor para apuntalar esta zona, me había rendido. Me había retirado. Podría muy bien haber anunciado que ya no me ocuparía de este terreno: mi matrimonio. "Aquí, enemigo, puedes quedártelo."
Esto es guerra
En nuestras acogedoras cocinas, entre pollo asado y buena conversación, es tan fácil olvidar que estamos en una guerra. Todos los días somos bombardeados por pensamientos y sugerencias que se deslizan en la corriente de nuestra conciencia. Se ajustan perfectamente a la situación y se inclinan a nuestra forma de pensar. Así que les damos la bienvenida, aunque están destinados para nuestra destrucción.
La advertencia es clara en la palabra de Dios. Nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra toda una fuerza demoníaca (Efesios 6:12). Las estrategias se fabrican contra nosotros, los dardos encendidos se disparan a voluntad (Efesios 6:11, 16). Y muchas de esas estrategias y dardos apuntan a nuestros pensamientos, incluso lo que aceptamos como verdadero.
Creí en la mentira que no tenía sentido seguir procurando un curso que pudiera beneficiar a mi matrimonio. Sólo balbucearía y al final, fallaría. ¿Dónde estaba mi escudo de fe para apagar ese dardo? ¿Por qué no asumí la postura de un soldado? ¿Dónde estaba mi pelea?
Hay mucho sobre lo cual podríamos estar abatidos al ver el estado de los matrimonios y las familias en este país. Incluso podemos estar abatidos por el estado de nuestro propio matrimonio y familia. Pero con respecto a esto último, especialmente, hacemos bien en recordar que somos llamados como soldados de Cristo y, como tales, llamados a luchar.
1. Luchamos por nuestras familias manteniéndonos firmes
Como soldados del Señor Jesucristo, nuestra postura nunca debe ser de retirada. Sabemos que estamos firmes al revestirnos con la armadura y la fuerza del Señor (Efesios 6:10–20). Sabemos que se nos ha dado todo lo necesario para resistir un ataque. Pero a menudo el problema es darnos cuenta que estamos bajo ataque. Le pedí al Señor que me mostrara en qué otras áreas había yo renunciado. Uno de mis adolescentes vino a la mente y me di cuenta de que había dejado de orar sobre un tema en particular. Era complejo, estaba arraigado y las raíces estaban incrustadas tan profundamente que aparentemente había concluido, en retrospectiva, que nada cambiaría. En mi mente, simplemente pensaba que así eran las cosas. Estaba creyendo otra mentira. La verdad es que la gracia y el poder de Dios son capaces de transformar cualquier situación.
¿Hay algún aspecto de su matrimonio en el que se haya rendido porque, ‘de qué sirve’? ¿Hay algún problema con uno de sus hijos sobre el que haya concluido, 'así son las cosas'? La apatía es un dardo encendido. Su veneno conduce a una postura de retirada. Debemos aprender a reconocer esos pensamientos mortales y rechazarlos. En lugar de ceder terreno, debemos permanecer firmes en la fuerza del Señor.
2. Luchamos mediante la caminata en fe
Cuando vemos la realidad de nuestros matrimonios y familias —patrones que se han formado, hábitos que han persistido, disfunción que se ha normalizado— existe la tentación de caminar por vista, de creer que siempre será así. Pero ese camino debilita nuestra determinación y nos hace vulnerables al desaliento. Además, pinta un cuadro desprovisto de la realidad espiritual.
La fe eleva nuestra mirada sobre lo terrenal hacia un Salvador que comprende nuestras debilidades, nos fortalece para perseverar y renueva nuestra esperanza. La fe nos permite luchar. Nos recuerda que nuestra propia realidad estuvo una vez sin esperanza; sin embargo, por la gracia de Dios, fuimos salvos y elevados a una nueva vida. Si el Señor puede obrar un milagro de regeneración en nuestro propio corazón, seguramente puede trabajar poderosamente en nuestros matrimonios y familias.
3. Luchamos perseverando en la oración
Si hay algún área en el que nunca debemos ceder terreno, es la oración. Por supuesto, el enemigo dispara el veneno de la apatía, de modo que sentimos que la oración es inútil, ya que es un arma muy poderosa en nuestro arsenal.
Esta es una de las muchas promesas que nos ayudan a mantenernos firmes:
“Y esta es la confianza que tenemos delante de él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho.” (1 Juan 5:14–15)
Podemos orar con confianza al buscar al Señor para la salud espiritual y el bienestar de nuestros matrimonios y familias. Y mientras oramos, nos mantenemos firmes en la fe, perseverando, creyendo que él escuchará y responderá.
Por la gracia de Dios, no vamos a ceder terreno alguno.
Por su gracia, lucharemos bien por nuestras familias.
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