Tu Fuerza Fallará
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Natalia Micaela Moreno
Por Qué Dios Nos Da Más de lo que Podemos Manejar
Pablo escribió la carta que conocemos como 2 Corintios justo al final de una experiencia de severo sufrimiento. Así la describió:
Porque no queremos que ignoréis, hermanos, acerca de nuestra aflicción sufrida en Asia, porque fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte. (2 Corintios 1:8–9, LBLA)
Pablo no especifica cuál era su aflicción. Él no lo necesitaba, ya que el portador de la carta habría informado a los creyentes Corintios de los dolorosos detalles. Del contexto circundante (2 Corintios 1:3–11), suena como si sufriera de persecución casi hasta el punto de ser ejecutado. Pero en la misericordiosa sabiduría del Espíritu Santo, no lo sabemos con certeza. Y esto es misericordia porque nos anima a aplicar lo que Pablo dice en esta sección para “cualquier aflicción” (2 Corintios 1:4).
Pero es importante que notemos el grado de sufrimiento de Pablo. Este gran santo, que pareciera haber tenido una capacidad superior al promedio para soportar las aflicciones, se sintió “abrumado en sobremanera, más allá de [sus] fuerzas.” Él pensó que esta aflicción lo mataría.
No lo mató (todavía faltaban de ocho a diez años para su aflicción letal). Pero sí logró otra cosa:
De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. (2 Corintios 1:9, LBLA)
El sufrimiento de Pablo lo llevó hasta el final de sí mismo: no solo al final de su fuerza física, sino también al final de sus esperanzas y planes terrenales. Estaba mirando a la muerte a la cara. ¿En qué podía confiar al final que le pudiera dar esperanza? En el Dios que resucita a los muertos.
Dios de Toda Consolación
Conocer lo severo del sufrimiento de Pablo y lo que produjo en él nos ayuda a entender mejor el consuelo que testifica en sus palabras de apertura:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. (2 Corintios 1:3–4, LBLA)
A pesar de que sabemos que Pablo fue librado de este “peligro de muerte” en particular (2 Corintios 1:10, LBLA), ser librado de la muerte no fue el consuelo principal que recibió de Dios. Tampoco fue el consuelo principal que quería dar a otros en su aflicción. El consuelo principal fue que al final de todo, cuando la muerte finalmente se aproxima, y ya no hay más esperanza de prolongar la vida terrenal, hay una sola esperanza, grande, que desafía a la muerte para el Cristiano: el Dios que resucita a los muertos.
Sabemos que Pablo habla del consuelo de la esperanza de resurrección porque continúa diciendo: “Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo.” (2 Corintios 1:5, LBLA). Cristo sufrió la muerte “por el gozo puesto delante de Él” (Hebreos 12:2, LBLA), el gozo consolador de que Él se levantaría de entre los muertos, y a través de Él todos los que en Él crean (Juan 5:24). Y Él fue resucitado de entre los muertos (1 Corintios 15:20), y por lo tanto todos los que en Él crean también lo serán, a pesar de que mueran (Juan 11:25).
Consuelo en Toda Tribulación
Pero ¿cuál de todos nuestros sufrimientos califica como ser de Cristo y nuestro? Si la aflicción que Pablo experimentó en Asia fue de hecho persecución, es fácil hacer esa conexión. ¿Pero qué pasa si nuestras aflicciones no caen en esa categoría?
Creo que la respuesta yace en el punto de Pablo de que “El Dios de toda consolación . . . nos consuela en "toda" tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en "cualquier" aflicción (2 Corintios 1:3–4, LBLA). Toda y cualquier son palabras comprensivas.
Sabemos solo desde esta carta en particular que Pablo pensaba en otros tipos de sufrimientos además de solo persecución. Hizo una lista de los varios peligros y privaciones que soportó (2 Corintios 11:25–28), y está su "espina . . . en la carne” (2 Corintios 12:7), que considero que es algún tipo de enfermedad física o discapacidad.
Pero la categoría de aflicciones de la Biblia se extiende mucho más. Solo una muestra incluiría la aflicción y dolor de la enfermedad y la muerte (como Lázaro en Juan 11 y Epafrodito en Filipenses 2:25–27), la angustia de lo que se siente como deserción espiritual (Salmo 22), la desilusionante confusión de cuando las circunstancias se ven como si Dios no mantuviera su promesa (Salmo 89), la desorientación de atravesar serias dudas (Salmo 73), o la agonía de una depresión oscura y prolongada (Salmo 88).
Todas esas experiencias y más son formas de sufrimiento — muchas de las cuales experimentó Jesús mismo, y por todas se preocupa mucho. Lo que hace “todas tribulaciones nuestras” el sufrimiento tanto de Cristo como nuestro es que cuando ellas nos ocurren, nos volvemos en fé hacia “en quien hemos puesto nuestra esperanza” para la liberación que pretende proporcionarnos (2 Corintios 1:10, LBLA).
En Quien Hemos Puesto Nuestra Esperanza
Ese es en realidad uno de los resultados más importantes que Dios pretende que “todas las tribulaciones nuestras” produzcan: “a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Corintios 1:9, LBLA). No es el único resultado. Como dice John Piper, “Dios siempre hace 10.000 cosas en tu vida, y tú serás consciente de tres de ellas.” Pero cuando se trata de nuestro máximo gozo y consuelo, pocas cosas son más importantes que destetar nuestra confianza de nosotros mismos para ponerla en Dios.
De hecho, ese es el motivo por el que a veces nuestras aflicciones vienen como respuestas inesperadas a nuestras plegarias, y por lo tanto poco reconocidas al principio. Cuando le pedimos a Dios que incremente nuestro deseo por Él y nuestra fé en Él y nuestro amor por Él y nuestro gozo en Él, imaginamos cuán maravilloso podría ser experimentar las respuestas. Pero no siempre anticipamos lo que el proceso de transformar nuestros deseos y confianzas y afectos y gozos requerirá.
A veces, requiere aflicciones para revelar las formas en las que nos apoyamos en nosotros mismos o en ídolos o falsas esperanzas en lugar de en Dios. Y en sí mismo, Dios no disfruta de castigar a sus hijos (Lamentaciones 3:33, LBLA), pero cuando es necesario, como un Padre amoroso, Él nos disciplinará (Hebreos 12:7–10, LBLA). Pero los propósitos de Dios en tal disciplina son siempre para nuestro bien, incluso cuando en el momento son dolorosos, porque al final producen profunda esperanza y gozo (Hebreos 12:11).
Es por esto que Pablo, que durante su aflicción estuvo “abrumado en sobremanera, más allá de [sus] fuerzas, de modo que hasta [perdió] la esperanza de salir con vida.”, terminó exultante en su Padre celestial como el “Dios de "toda" consolación.” Como resultado de su sufrimiento, él experimentó una confianza más profunda en el Dios que resucita a los muertos, quien le trajo un consuelo que nada más en este mundo puede conseguir.
Lo que sea que tome ayudarnos a experimentar este consuelo, ayudarnos a establecer nuestra máxima esperanza real en Dios, vale la pena. De verdad lo hace. No digo esto a la ligera. Conozco algo del doloroso proceso de tal transformación. He recibido algunas de las respuestas inesperadas de Dios a mis plegarias. Pero el consuelo que Dios trae infunde todos los consuelos temporales con profunda fé. Y cuando todos los consuelos terrenales finalmente fallen, será el único consuelo que quedará.
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