Un cuadro de la oración que prevalece
De Libros y Sermones BÃblicos
“¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”.
Bartimeo era ciego. Y el abatimiento de su alma por la ceguera era indescriptible. Tan pronto como supo que Jesús estaba pasando por allí comenzó a llamarlo a los gritos. No quería que el Hijo de David pasara a su lado sin darle lo que por tanto tiempo había anhelado.
Ante sus primeros gritos no hubo respuesta de parte de Jesús; en cambio, recibió muchos “¡cállate!” de parte de los espectadores de Jesús que estaban cerca. Bartimeo no se iba a callar por eso, no cuando la persona que tenía el poder de darle la vista estaba tan cerca.
No era el momento de ser cortés. No era el momento de respetar el tabú social acerca de los ciegos que invadían el espacio sagrado de un santo rabí. No era el momento de caer en el pasivo fatalismo del “supongo que Dios no me escucha”.
No, era el momento de la desesperación. Era el momento de prevalecer. Era el momento de hacer un clamor santo. Si el Hijo de David no escuchaba sus gritos, entonces Bartimeo gritaría más fuerte. Iba a ser escuchado. “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”
De pronto todas las reprensiones pararon. La multitud quedó en silencio. La adrenalina corrió dentro de Bartimeo cuando alguien le dijo: “¡Anímate! Levántate, que te llama”. Bartimeo se levantó de un salto y le dio un leve empujón a su guía indicándole que lo llevara adonde estaba Jesús.
Cuando el guía se detuvo, una voz dijo: “¿Qué deseas que haga por ti?”. La voz era paciente y gentil pero firme, muy distinta a todo lo que Bartimeo había escuchado antes. Las palabras parecían yacer sobre una autoridad inconmovible, como si el Monte de Sion hablara.
De pronto, Bartimeo se sintió indigno de dirigirse a Jesús. Entonces habló desde su desesperación con deferencia: “Rabí, que recobre la vista”.
Hubo una pausa silenciosa. El corazón de Bartimeo palpitaba; las palmas de sus manos estaban húmedas.
Entonces la voz volvió a hablar: “Vete, tu fe te ha sanado”.
Antes de que las palabras terminaran de salir de la boca de Jesús, Bartimeo pudo sentir una sensación extraña en los ojos. Los nervios ópticos revividos detectaron los primeros brillos, luego imágenes nubladas. ¿Puede ser verdad? Los lagrimales comenzaron a humedecerse para lubricar las conjuntivas y para expresar un gozo que amanecía después de la oscuridad. Cuando las pupilas empezaron a contraerse por el brillo del sol de mediodía, Bartimeo se restregó los ojos.
Cuando abrió los ojos nuevamente, Bartimeo se encontró mirando los intensos ojos de un hombre joven. Una ola de discordancia pasó por encima suyo. No estaba seguro de cuáles habían sido sus expectativas, pero Jesús, de alguna manera, no se parecía nada a lo que tenía en mente. La extraordinaria voz había salido de un hombre sorpresivamente ordinario. Se veía como... un hombre. Luego advirtió todos los ojos inquisidores que lo estaban mirando en todos los rostros alrededor suyo. Y después se escuchó un grito de festejo de parte de aquellos que podían ver que el ciego ahora veía.
Cuando Bartimeo miró otra vez al Hijo de David, vio su espalda. Jesús ya se encaminaba hacia Jerusalén. Sus palabras, “Vete, tu fe te ha sanado”, todavía retumbaban en sus oídos. No le llevó mucho tiempo decidir que ahora Jesús era su camino.
Bartimeo nos enseña cómo orar
Bartimeo nos enseña algo muy importante acerca de la oración. La historia de Bartimeo (Marcos 10:46-52) es un cuadro de la oración que prevalece, no en un sentido temporal pero sí en su dinámica.
Las oraciones reales comienzan con un deseo real, a menudo con una desesperación real. Clamamos a Dios pero Él parece no escuchar. Nos desanimamos por las circunstancias y a veces por las personas, de tanto pedir. ¿Cómo quiere Dios que respondamos ante eso? ¡Él quiere que sigamos clamando más fuerte!
No seas cortés cuando oras. Dios no busca oraciones correctas, Él busca oradores persistentes, que prevalecen. La perseverancia de la viuda de Lucas 18:1-8, el ruego insistente que hartó al juez injusto e hizo que finalmente actúe, es precisamente la cualidad que Dios nos anima a tener. Él está buscando a aquellos que están dispuestos a “clamar a Él día y noche” (Lucas 18:7). Él está buscando a los Bartimeos desesperados que insisten en ser escuchados, que no aceptan un “no te escucha” como respuesta. Él está buscando a aquellos que “siempre oran y no se dan por vencidos” (Lucas 18:1). Él busca “encontrar fe en la tierra” (Lucas 18:8).
Escucha esta impresionante pregunta de Jesús: “¿Qué deseas que haga por ti?”. ¿Sabes qué es? ¿Por qué estás desesperado? No seas ambiguo, sé específico. No seas reticente, sé audaz. El Hijo de David está cerca. Sigue el ejemplo de Bartimeo y no dejes que pase a tu lado sin darte una respuesta. Cualquiera sea la respuesta, abrirá tus ojos a una gloria que revolucionará tu mente.
Dios promete hacer justicia de inmediato cuando su escogido ora con perseverancia (Lucas 18:8). Dejémosle a Dios definir qué es “de inmediato”. En lo que depende de nosotros, determinémonos a clamar más fuerte, de día y de noche, rogándole sin cesar hasta que nos conteste. Él ama esa clase de fe.
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